La apertura del nuevo periodo de sesiones después del verano ha generado la ocasión para que, por analogía, se hayan ido elaborando imágenes periodísticas y políticas que, en conjunto, llegan a transmitir una impresión equivocada del punto en que se encuentra la legislatura. En realidad y por desgracia, no nos encontramos ante el inicio de un nuevo curso político, como suele decirse, sino ante la continuación del que ya estábamos cursando sin aprovechamiento alguno. Iniciar un nuevo curso habría significado que nuestro curso anterior hubiera sido lo bastante bueno como para permitirnos pasar a otro superior. Habría significado un progreso, un crecimiento, una aproximación hacia la meta final de la graduación y el éxito.

Pero nada de eso se ha producido, ni puede por tanto ayudarnos a comprender el estado en que nos hallamos el hablar de un nuevo curso político. Nuestras asignaturas pendientes son hoy las mismas que hace un año y, además, a ésas van sumándose asuntos nuevos a los que el Gobierno tampoco está sabiendo dar una respuesta adecuada.

Es preciso recordar la responsabilidad conscientemente contraída por el Gobierno y por su partido en la desastrosa gestión de la crisis española. Su comportamiento, perfectamente evitable, ha conducido al país a la situación en que se encuentra. De lo que de común para todos los países ha tenido esta crisis, han salido ya todos los países relevantes, excepto España. Nuestras diferencias con ellos son palmarias y perfectamente comprensibles a la vista de las decisiones que se han tomado. Decisiones de cuyos efectos advirtió el Partido Popular.

Lo más hiriente de nuestra crisis es saber que podíamos haberla evitado sólo con que el Gobierno hubiera prestado un poco de atención.

Hoy, forzado por nuestros socios europeos, para quienes nos hemos constituido en algo muy parecido a una pesadilla, el Gobierno ha comenzado finalmente a emplear la palabra "reforma". El problema es que cuando reforma va después de crisis quiere decir que quien la emplea no comprende cuál es la relación en que se encuentran las reformas y las crisis. Las reformas que debían haberse hecho son las que debían haber evitado la crisis. Y las que ahora deben hacerse, porque no se hicieron aquéllas, son muy distintas y mucho más profundas. Algo que no se encuentra al alcance del socialismo español, que ha demostrado su aversión al reformismo siempre que ha tenido oportunidad.

El reformismo tiene la cualidad de ser conocido por sus resultados, es una actitud que produce efectos que son reconocibles, porque ésa es precisamente su nota distintiva: su utilidad. Una reforma que deja todo igual o incluso peor, no puede merecer tal nombre.

Decir ahora de España que está experimentando los efectos del reformismo socialista es una afirmación notablemente ridícula que sólo servirá para desprestigiar el reformismo y para animar a la gente a considerar opciones más drásticas.

No tiene sentido decir que lo que España padece es el efecto de las reformas porque las reformas son precisamente lo que evita estar en la situación en la que nos hallamos. Y no es que el mero enunciado de las reformas sirva por sí sólo para evitar todos los problemas, pero cuando las reformas son propuestas por un Gobierno creíble ante un país maduro al que se dice la verdad, se produce de inmediato algo de la máxima importancia: se pone fin a la desconfianza y a la desesperanza.

El nuestro es hoy un país desesperanzado e incapaz de generar confianza alguna. Es cierto que no hay buen viento para quien no sabe a dónde va; pero también lo es que cualquier viento es bueno para quien además de no saber a dónde va cree que eso carece de importancia con tal de evitar que otro se haga con el timón.

No hay un Gobierno reformista en España. No hay un Gobierno redimido que esté dispuesto a pagar el precio de hacer lo correcto por el bien del país ahora que las cosas vienen mal dadas. Hay un Gobierno desbordado, inmaduro, descolocado que aún se esfuerza por comprender el enunciado de las preguntas que la sociedad española le planteó el curso pasado. Hay, en resumen, un Gobierno socialista.

Porque dar marcha atrás en las reformas, dejarlas a medias, hacerlas de modo que unas anulen los efectos de otras o decir que se harán pero no hacerlas, todo eso no es reformismo, es socialismo, socialismo español. Lo fue hace veinte años y lo es ahora de nuevo con el respaldo de las mismas personas y con las mismas intenciones.

Había que haber reformado un mercado laboral rígido, pero ahora hay que reformar un mercado laboral deshecho. Había un tejido industrial que necesitaba ser más competitivo, pero ahora hay un tejido industrial en ruinas. Había que cambiar un sector inmobiliario excesivo, pero ahora hay un sector inmobiliario quebrado. Lo peor de este Gobierno es que, de continuar así, podría llegar a dejar un país en el que las reformas quizás ya no basten.

El cambio de Gobierno, en línea con lo ocurrido en toda Europa, es más urgente que nunca. Pero todo indica que aún tendremos que padecer por un tiempo los efectos de la agenda "deconstructiva", en lo económico y también en lo social, de un partido que se encuentra a la deriva pero que no parece encontrar en ese hecho un inconveniente serio puesto que situar al país mismo a la deriva, romper sus anclajes, es uno de sus objetivos declarados. Así cabe interpretar el inaudito hecho de que el presidente del Gobierno afirme estar dispuesto a emplearse a fondo en los próximos meses para dejar sin efecto una sentencia fundamental para el futuro de España dictada por el tribunal Constitucional.

Preservar para España la última oportunidad de las reformas ha de ser, pues, un trabajo esencial en el próximo año. Un trabajo político cuyas claves se abordan en este número 28 de Cuadernos de Pensamiento Político. Los artículos que lo componen son: Traiciones y naciones, de Javier Zarzalejos; La incógnita Obama, de. Javier Rupérez; El nuevo mapa del mundo, de Emilio Lamo de Espinosa; La crisis del sur de Europa y la experiencia argentina, de Ricardo López Murphy; La hora de los intrusos, de Yoani Sánchez; ¿Reforma electoral o reforma constitucional?, de Rafael Arias-Salgado; Deseo, poder y declive de la libertad, de José Luis González Quirós; Mario Vargas Llosa, el poder como tentación, de Nuria González Campañá; Encrucijadas del islam y retos de España, de Mauricio Rojas Mullor, y La democracia poco democrática, de Stanley Payne.

Las reseñas de libros, por su parte, son las siguientes: Cánovas y los Conciertos Económicos. Agonía, muerte y resurrección de los Fueros Vascos (Jaime Ignacio del Burgo), por Pascual Tamburri; José María Gil-Robles. Historia de un injusto fracaso (Alfonso Rojas Quintana), por Carlos Robles Piquer; La Revolución Francesa y Sudamérica (Luis Alberto de Herrera), por Valentí Puig; La vida entera y Escribir en la oscuridad (David Grossman), por Leah Bonnín; Ejemplaridad pública (Javier Gomá Lanzón), por Álvaro de la Torre; Las conexiones de ETA en América (Florencio Domínguez), por Pedro Fernández Barbadillo, y Maquiavelo. Lecturas de lo político (Claude Lefort), por Ignacio García de Leániz.

 

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