Ahora que no se estila nada y que todo el mundo en este país se manifiesta sospechosamente autosatisfecho de sí mismo, empecemos este mes por hacer autocrítica en Caimán CdC. Comencemos por reconocer que arrastramos una deuda pendiente con la historia del cine, que la actualidad devora casi siempre nuestras páginas y que no dedicamos suficiente espacio, y ni siquiera todo lo que nos gustaría dedicar, a repensar y revisar las raíces de nuestro propio presente cinematográfico. Porque es evidente -y perdón por la obviedad- que venimos de algún sitio, que películas, cineastas y tendencias de hoy heredan, amplian o transgreden conquistas y hallazgos del pretérito, que muchísimas facetas y amplísimas regiones de la historia del cine nos pueden ayudar a comprender mejor cómo hemos llegado hasta aquí, y que además tienen, todavía, muchas cosas que enseñarnos.
Valga esta reflexión -con ánimo de enmienda- para dar cuenta del placer de reencontrarnos este mes, de forma imprevista, con un film que, desde hace ya muchas décadas, viene siendo objeto de múltiples búsquedas de investigadores, historiadores y estudiosos: nada menos que Un bigote para dos, el singular experimento que Antonio de Lara, 'Tono', y Miguel Mihura llevaron a cabo en 1940 y cuyas copias originales permanecen hoy, en realidad, todavía desaparecidas. Se trata de un título casi mítico para la historiografía cinematográfica hispana, pues ya no quedan vivos, en la actualidad, historiadores contemporáneos de aquella experiencia, que llegó a las pantallas como resincronización y doblaje de una película austríaca solo cinco años anterior (Unsterbliche melodien, de Heinz Paul, 1935), mediante los humorísticos y delirantes diálogos que inventaron Tono y Mihura y que, para los oídos de sus espectadores españoles, sustituyeron a los originales.
Precisemos un poco: no es que finalmente haya aparecido alguna de las diez copias que en su día CIFESA tiró de aquel film doblado, que sus propios responsables presentaban de forma sarcástica como "una película estúpida", sino que dos investigadores de larga y prestigiosa trayectoria, Santiago Aguilar y Felipe Cabrerizo, han encontrado la película austríaca original y han superpuesto sobre ella, a modo de subtitulado, los diálogos del guion de doblaje de Tono y Mihura, permitiendo así la 'reconstrucción' más aproximada a la que hoy en día podemos tener acceso de aquella heterodoxa propuesta. Se trata, por tanto, de un trabajo de arqueología y de recomposición casi museística, que no se presenta -porque no lo es- como el hallazgo de una película perdida, sino como una investigación que nos acerca un poco más al conocimiento de una experiencia -perfectamente enmarcada en los contextos industriales y espectatoriales del primer cine sonoro, pero también de la práctica del doblaje impuesta por la dictadura franquista, sobre la que además arroja un ácido comentario- en la que el humor codornicesco, revulsivo y cosmopolita de dos creadores irrepetibles irrumpe con desparpajo iconoclasta y desternillante.
Una experiencia de la que damos cuenta en la sección Itinerarios (págs. 78-83) y cuya proyección ofrecemos además este mes, como primicia exclusiva, en 'Los imprescindibles de Caimán' (Cineteca del Matadero, Madrid). Investigar el pretérito, exhumar el pasado y hacer historia son tareas que también incumben a la crítica.