De la historia lineal no hay salida fácil. La figura de la emancipación conlleva todos los problemas de la imagen del progreso, del sentimiento de conquista asegurada, de la representación del acceso visto como camino continuo. Esta linealidad incorpora a la idea de emancipación un valor moderno, el de la historia de la libertad y de la igualdad. Al mismo tiempo, la afirmación de la emancipación se ilumina siempre desde un momento preciso, paso de un estado a otro. Este paso puede parecer natural, como la transformación del niño en adulto. Sin embargo, está estructurado socialmente por la edad establecida de la mayoría legal, cívica o sexual. La ciudadanía, la responsabilidad penal, la edad del matrimonio, la orientación sexual, todos esos estados potenciales de un individuo tienen unos umbrales de edad variables según los países e incluso en el interior de un mismo país. Pero hay un umbral. Por lo tanto, las imágenes de continuidad progresiva, al mismo tiempo que de umbral fijo, serían las dos referencias en cierto modo opuestas de la representación espontánea de la emancipación.
La emancipación política contemporánea ha sido calcada sobre el modelo de la emancipación individual, tomándole prestados así los corolarios del progreso y del paso. Los tiempos que vendrán siempre serán mejores; un momento particular, paso, umbral o ruptura, las más de las veces será necesario. Se piensa sobre todo en la emancipación de los pueblos y en la futura revolución, el «gran día», que hay que preparar, o en la emancipación de las naciones y la proclamación de independencia de las colonias o revolución nacional.
La emancipación de las mujeres es la tercera parte de la trilogía «pueblo, raza, sexo» (o «pueblo, nación, sexo»), que estructura la época contemporánea, siendo emancipación y liberación términos que se solapan aunque no pueden confundirse. Se habla efectivamente de emancipación de las mujeres, pero la ruptura que ha de venir, el punto de no retorno, la revolución, aquí verdaderamente no tiene pertinencia. La idea de una ruptura radical no es jamás realmente un proyecto político construido. Aunque sea evocada, esta ruptura no deja de ser imaginaria, tal como las amazonas tomando el poder. En cuanto al sueño de una ruptura, funciona en general a la manera de una inversión, de un cambio total de las relaciones hombres - mujeres, avasallamiento de los hombres doblado de una toma del poder por parte de las mujeres.
El esquema de la emancipación de las mujeres no es, así pues, original: se la concibe en términos progresivos, de acuerdo con una historicidad espontánea y naturalista. En efecto, se entiende que la democracia occidental avanza y con ella los derechos de las mujeres. Se la piensa así, sin «paso» o umbral, sin revolución o vuelco brutal. ¿Falsa confianza en el progreso o, por el contrario, lucidez en cuanto a un ilusorio final de la dominación masculina? La imprecisión de estas imágenes para ilustrar la emancipación de las mujeres resulta inquietante. El esquema político no es ni un movimiento programado ni una dialéctica reglada, como lo fueron otras teorías emancipadoras. La inquietud viene de que aún queda por elaborar una historia de las mujeres en el pensamiento como en la acción y de que parece irreal una relación entre los sexos sin conflicto.
De ahí el interés del foro feminista en el encuentro altermundialista de Florencia, en noviembre de 2002, titulado «Un conflicto necesario para un futuro común». Un conflicto necesario entre los sexos expresa la idea de que la guerra entre los sexos debe traducirse en práctica política; el futuro común indica la utopía compartida entre los sexos de una resolución de este conflicto. Por lo tanto, la emancipación de las mujeres podría ser una historia como todas las historias, una historia política, y tendría un objetivo, como todas las utopías…
Pero hay que recordar ahora cómo esta emancipación se vincula a las otras, es un síntoma de ellas o su corolario. Dejaremos momentáneamente de lado el trabajo del actor, o más bien de la actriz, en el camino de la emancipación social o de la emancipación nacional. Algunos cantan regularmente el «papel» de las mujeres en una guerra de liberación , por ejemplo, o en una insurrección política. Cantar consiste en exhumar la historia olvidada de la participación de las mujeres o en colorear con tintes femeninos la historia de los grandes hombres. Más difícil es saber qué camino toma la emancipación de las mujeres como objetivo político. Esta emancipación jamás se piensa sola, por lo tanto se vincula a las otras emancipaciones: pueblo, raza, nación. No volveremos sobre la polémica en torno al menosprecio que lastra en general a la reivindicación feminista, desvalorizando así su sentido. Más bien analizaremos cómo funciona esto. Desde el siglo XIX se enfrentan varias posiciones. La fórmula clásica del atraso de las mujeres en relación con los pioneros de la democracia, así como de su necesaria educación para acceder a la emancipación, las deja a las puertas de la nueva historia que está construyéndose. Por ejemplo, serán ciudadanas cuando dejen de vivir bajo la influencia de la religión, o cuando estén suficientemente instruidas… El tiempo histó rico queda suspendido para su transformación; su participación en la historia hay que merecerla. La segunda fórmula, según la cual la revolución social o la revolución nacional implicará de facto un cambio en la vida de las mujeres, es una ilustración de la afirmación marxista que insiste en la jerarquía de las contradicciones del sistema capitalista. La relación de clase es una contradicción primaria, la relación de sexo una contradicción secundaria. La emancipación de las mujeres, la resolución de la dominación masculina es una consecuencia de la solución de la contradicción principal, el capitalismo y la lucha de clases.
Así, si las mujeres son adscritas a un estrato retardatario, se quedan al margen del camino de la historia emancipadora. Pero si se les asegura que recibirán la igualdad en la cesta de la revolución, son las invitadas de un proceso histórico que las supera. En el primer caso, la historia no las espera; en el segundo, la historia las hace esperar.
Los dos últimos siglos han hecho uso abundante de estas figuras políticas de la emancipación. Sin embargo, han circulado otros esquemas más raros, sobre todo el de Charles Fourier, que formula la utopía de una sociedad nueva, poniendo la emancipación de las mujeres como una condición de la subversión y de la libertad de los pueblos. Ni más acá de la historia por su atraso, ni agradecidas por la historia tras la Revolución que ha de venir, en esta visión las mujeres quedan inscritas en el corazón de la nueva historia: «Los progresos sociales y los cambios de periodo se efectúan en razón del progreso de las mujeres hacia la libertad; y las decadencias de orden social se operan en razón del descenso de la libertad de las mujeres » [ 1 ] . Tesis fourierista célebre, resumida unas líneas más adelante: «la extensión de los privilegios de las mujeres es el principio general de todo progreso social». Ningún camino para la emancipación, o aquí para la liberación y para la utopía, si las mujeres, como categoría social que puede soñar la igualdad entre los sexos, son dejadas de lado o marginadas. Están en el corazón del proceso de emancipación, incluso son necesarias para esta emancipación. La radicalidad de esta tesis tiene que ver con el reconocimiento de esta necesidad. Pero, más aún, esta teoría implica, por vía de consecuencia, una relación de historicidad entre los sexos. La historia se escribe, dice Charles Fourier, en y con la relación entre los sexos. Esta posición rompe doblemente con las dos representaciones precedentes: las mujeres son necesarias a la libertad de los pueblos; los sexos también escriben la historia, juntos y separadamente. Es cierto que Fourier afirma con toda claridad y asume sin ambages que son los hombres lo que tienen necesidad de la libertad de las mujeres, que su felicidad depende de eso y la felicidad de las naciones también. Se impone una interpretación instrumental de esta figura de la emancipación. El hombre tiene necesidad de la emancipación de las mujeres para su propia emancipación. Sin embargo, ¿es problemática esta interpretación?.
Antes de responder a esta cuestión, es interesante leer una versión actual de la misma, quizás menos utópica y seguramente más pragmática que la de Fourier. Y sin embargo, igual de radical. El economista Amartya Sen sitúa a las mujeres en el centro de un desarrollo posible de los países más pobres. Con la referencia a los escritos feministas de Mary Wollstonecraft de 1792, subraya el doble aspecto del derecho de las mujeres, cuando son «pacientes», susceptibles de recibir derechos por un lado, y cuando son «agentes», en situación de ser actoras del desarrollo por el otro. Por esta doble significación, introduce a las mujeres en el centro de la dinámica del desarrollo de los países pobres: «ya no son las destinatarias pasivas de una reforma que afecta a su estatus, sino las actoras del cambio, las iniciadoras dinámicas de transformaciones sociales, que pretenden modificar la existencia de los hombres tanto como la suya» [ 2 ] . Amartya Sen llega a esta afirmación tras una larga demostración, de libro en libro, consistente en relativizar el análisis de las desigualdades de rentas y en insistir en las desigualdades de las «capacidades», capacidad para el bienestar, para la salud, para la educación… pues sólo las desigualdades de capacidad pueden dar cuenta de la fuerte disparidad social entre hombres y mujeres, sólo ellas pueden explicar, por ejemplo, el fenómeno de las «mujeres ausentes», es decir, de una mortalidad femenina desproporcionada en relación a la de los hombres. Más claramente que Fourier, acepta hablar en términos de eficacia social, atribuyendo a las mujeres a la vez un papel para sí mismas y para los otros; el ejemplo más simple es el de los niños, que son los primeros beneficiarios de un mejor bienestar de las mujeres. Es una instrumentalización lúcida de las mujeres y de su emancipación. «Cuando lo examino, no ve o ninguna prioridad tan candente para la economía política del desarrollo que un reconocimiento pleno y entero de la participación y del liderazgo femeninos en los dominios político, económico y social. Es un aspecto crucial del desarrollo como libertad». Esta instrumentalización pasa por el reconocimiento de las mujeres como «agentes», dice él, como sujetos y actoras de la historia, diríamos nosotras. La relación entre los sexos alcanza un sentido histórico y las mismas mujeres están en la historia, contemporáneas de la historia que se está haciendo.
Charles Fourier y Amartya Sen están muy cerca, a dos siglos de distancia. Expresan una idea poco común de la historia de los sexos, idea que inscribe la emancipación de las mujeres en el corazón de toda historia que se está haciendo. También reconocen el carácter activo de su participación en la historia. Para el economista de hoy, se trata de todas las mujeres, de su derecho a la capacidad de actuar para su bienestar. Para Charles Fourier significaba que las mujeres ya emancipadas tenían que servir a la emancipación de todas las mujeres: «Las mujeres tenían que producir no escritoras, sino liberadoras; Espartacos políticos, genios que utilizaran los medios para sacar a su sexo del envilecimiento». Como una vanguardia, algunas mujeres iluminadas tendrían que cambiar el curso de la historia.
Nadie debería poner ya en tela de juicio, hoy, la importancia de las mujeres como actoras y sujetos de su historia y de la historia que se está haciendo. Queda por entender cómo actúan, cómo el pensamiento de la emancipación se ha convertido en el suyo. Una de las tesis de Pierre Bourdieu apunta a comprender cómo la historia ha producido una representación ahistórica de la dominación masculina, cómo ha enmascarado la historicidad de esta dominación. Estoy plenamente de acuerdo con esta tesis: sólo esta tesis permite un pensamiento histórico de la emancipación de las mujeres. Ya hemos visto hasta qué punto esta emancipación podía ser pensada fuera de la historia, invalidándola por tanto.
Pero la demostración de Pierre Bourdieu adolece de una extraña ligereza en el tratamiento de las actoras del cambio. Sus breves notas sobre el feminismo, sobre la historia del feminismo, sugieren una especie de rechazo: «El inmenso trabajo crítico del movimiento feminista» [ 3 ] , que él conjuga en pasado, ocupa el lugar de un análisis de ese mismo trabajo y esta cita demuestra poca curiosidad en cuanto a ese trabajo de crítica. Y, aun así, al precio de una aproximación no exenta de prejuicios (el feminismo se ha interesado por lo doméstico más que por la Escuela o el Estado), esta vez vincula el feminismo ya no con el pasado, sino con el futuro: «es un campo de acción inmenso el que se encuentra abierto a las luchas feministas, llamadas así a ocupar un lugar original y bien asentado en el seno de las luchas políticas contra todas las formas de dominación» [ 4 ] .
Las luchas feministas son convocadas en el pasado por su producción crítica y en el futuro por la acción que ha de venir. No son activas en el presente, en el seno mismo del análisis del sociólogo, que las deja siempre en los bordes, al lado de su demostración. ¿Cómo se puede creer en su demostración y en su voluntad de reconstruir la historicidad de la historia de las mujeres, cuando se le ve, en su misma obra, muy lejos de tener en cuenta el contenido del trabajo crítico del feminismo, tanto su aportación teórica como el impacto de sus acciones? Evocarlo no puede bastar; el evocarlo simplemente, abstractamente, como elemento externo a la demostración teórica, es negarle su pertinencia, su función histórica.
Por lo tanto, estamos lejos de conocer el camino de la emancipación de las mujeres. Las figuras aquí recordadas muestran su límite y, sobre todo, atestiguan la dificultad de pensar cómo se trama, históricamente, la emancipación de las mujeres. Situar esta emancipación en el corazón de la transformación de una sociedad y afirmar la calidad de las mujeres como agentes de esta transformación son los dos principios establecidos por Charles Fourier y Amartya Sen. Algunos dirán que estos principios caen por su propio peso. Sin embargo, los modelos a los que se oponen –el del retraso a recuperar y el de la consecuencia asegurada–aún están vivos hoy. La dificultad de Pierre Bourdieu para integrar el contenido teórico y práctico del feminismo en un pensamiento tan consciente como el suyo de las dificultades para darle dimensión histórica al conflicto entre los sexos, hay que atribuirla a la fragilidad de un pensamiento de la emancipación de las mujeres, a menudo despreciado y deslegitimado.
Por lo demás, no se nos oculta que la inscripción de las mujeres en el corazón mismo del proceso de la historia tiene mucho que ver con el carácter instrumental de su participación. Sin las mujeres no hay felicidad o bienestar posibles, concluyen Charles Fourier y Amartya Sen. Sujetos de su emancipación, las mujeres son también el medio de la emancipación de otro. Por lo tanto, resulta imposible eludir la cuestión planteada anteriormente: ¿esta instrumentalización es problemática, acaba por oscurecer la esperanza de la igualdad de los sexos?. ¿El precio de la emancipación sería que las mujeres fueran a la vez el fin y el medio de una dinámica emancipadora? Es inquietante que su propio fin, la finalidad de su libertad, se acompañe siempre de argumentos que tienen que ver con otros más que consigo mismas.
Esta cuestión es fundamental, pero la solución parece improbable. ¿La libertad de las mujeres es una conquista para sí mismas o para el bien de otros? Más allá de las reflexiones de Amartya Sen, las instituciones internacionales se han apoderado de sus conclusiones y las metáforas abundan para describir el desarrollo que ha de llegar: las mujeres son su «palanca», su «yacimiento», en una palabra, el elemento determinante. La notable revista Equilibres et populations no duda en escribir, citando a Kofi Annan: «la igualdad de los sexos no es un objetivo en sí mismo, sino que es indispensable para alcanzar los otros objetivos, y ninguna estrategia de desarrollo será eficaz, si no concede a las mujeres un papel de primer plano» [ 5 ] . ¡Pues bien, sí, y hay que insistir en ello, la igualdad de los sexos y la libertad de las mujeres son un objetivo en sí mismos! Instrumento o finalidad, la emancipación de las mujeres se encuentra fundamentalmente atravesada por esta cuestión. Se puede alabar la radicalidad de los planteamientos de Charles Fourier o de Amartya Sen, se puede profundizar en los mecanismos a través de los cuales las mujeres pueden ser integradas en la fábrica de la historia, la cuestión siempre está ahí. Las mujeres son para sí mismas y para otra cosa, son un fin y un medio. Moneda de cambio o, mejor aún, medio de cambio en la historia política tanto como en la teoría histórica. Nuestra tarea, mía y de otras, es elaborar su historicidad con este dato que resiste a todo pensamiento de emancipación y de subversión, este pensamiento de la mujer que permanece como objeto, incluso cuando se convierte en sujeto de la historia y de su propia historia [ 6 ] .
Volvamos a nuestro primer planteamiento: la emancipación de las mujeres tiene dificultades para ser contemporánea de los movimientos de la historia global. Es requerida como una condición de participación en el ejercicio de la democracia o es vista como una consecuencia de un proceso revolucionario. Antes o después del mismo momento histórico, se le atribuye eventualmente un papel, una función al servicio de la historia general. ¿Por qué no? Pero antes de ir más lejos, subrayemos que las mujeres parecen ser las eternas «invitadas» de un proceso global, jamás completamente en su hora, siempre en situación de justificarse. De ahí hay que sacar la conclusión o más bien ofrecer una perspectiva, que la historia del feminismo conoce bien desde hace dos siglos: la temporalidad del pensamiento y de la acción feministas no está siempre en sincronía con el conjunto de los movimientos políticos. Exactamente, son a la vez contemporáneos y disjuntos, parecen poder compartir una dinámica y, sin embargo, ignorarse. Ejemplo en el dominio de la acción: las mujeres quieren trabajar, tener un empleo asalariado, y en ese mismo momento se asiste a sueños o proclamas sobre el fin del trabajo, se denuncia de la alienación y se suspira por el tiempo libre. Si ellas tienen esta voluntad de tener un empleo, es claramente porque en ello va su autonomía económica. Ejemplo en el dominio del pensamiento: la construcción del sujeto «mujer» ha sido reivindicada en el momento álgido de la crítica del sujeto occidental, al mismo tiempo que las reflexiones sobre la muerte del hombre. ¿Anacronismo o paradoja? Más bien contratiempo: los tiempos no son siempre los buenos, no son los mismos para todos. Estar en el momento justo es una imagen inadecuada para la historia de la emancipación de las mujeres. Otro ejemplo de actualidad: el primer Tratado europeo, firmado en Roma de 1957, dice, en su artículo 119, que es necesaria una igualdad de remuneración entre hombres y mujeres. El avance es notable, comparado con las diversas constituciones nacionales. Incluso podemos felicitarnos, aun reconociendo que ha sido necesario esperar a 1975 y 1976 para obtener unas directivas relativas a la igualdad económica de hombres y mujeres. Pero, sobre todo, hay que comentar la introducción de este artículo 119; y eso de dos maneras. En primer lugar, se puede ironizar sobre el hecho de que esta igualdad surja para impedir la concurrencia salarial entre hombres y mujeres, evidentemente desleal visto el estado no igualitario del mundo económico. Peor pagadas, las mujeres pueden servir de «esquiroles», en tiempo de huelga o no. Por lo tanto, es en función de un sistema económico, el de la concurrencia, que el objetivo de igualdad de los sexos es anunciado por primera vez en Europa. En cualquier caso, ironía de la historia. Por lo demás, recuerdo que la Convención europea de los derechos del hombre, fechada en 1950, no postula la igualdad más que desde el punto de vista negativo, con la enumeración de los «sin distinción de…» [ 7 ] . Subrayo de paso que la igualdad económica es el soporte ineludible de cualquier igualdad de los sexos… A continuación, y es mi segundo comentario, no le haremos ascos a esta entrada subrepticia de la mención crucial de la igualdad de los sexos. Poco importa el origen, la causa, la finalidad de esta mención, el artículo 119 ha sido colocado, al final, al servicio de un objetivo político, el de la igualdad. ¿Astucia de la historia? ¿Entrar por la puerta pequeña para salir por la grande?.
Este último ejemplo ilustra sencillamente el propósito de este artículo, reflexión sobre la temporalidad de la emancipación de las mujeres. Si los sexos también escriben la historia, sería ilusorio ver aquí una simple adición de un tiempo (de acción, de escritura) a otros tiempos históricos, confluencias de movimientos y de proyectos. El contratiempo es, me parece, la imagen más próxima de las distorsiones habituales y repetidas que constatamos frecuentemente cuando se trata de la historicidad de la cuestión de los sexos. El contratiempo dice lo inesperado y lo inoportuno. El feminismo es seguramente intempestivo y eso lo hace siempre frágil. Pero, aquí, quiero decir algo más. El contratiempo no es solamente el instante o el accidente; tiene una duración, temporalidad sin coincidencia con otras duraciones, desfase grande o pequeño. Tomar su medida debe permitir inscribir esta temporalidad en la historia.
Traducción de Rafael Tomàs