Litoral

¿Quién demonios es Luis Alberto de Cuenca?

por Antonio Lafarque

Litoral nº 255, 1º Semestre 2013

Luis Alberto de Cuenca nunca ha ocultado su devoción por Howard Hawks, al que hizo debutar en Scholia y posteriormente incluyó en los repartos de Sin miedo ni esperanza y La vida en llamas. Cuando en una conversación con el yo poético este pregunta al poeta dónde están los endecasílabos, dos de las respuestas son en el cine de Hawks y en los poemas de Lope, Borges y Garcilaso, con lo que Luis Alberto de Cuenca equipara al director con los grandes domadores de esta forma métrica. La comparación no habría incomodado a quien frecuentó la amistad y la obra de Faulkner y Hemingway, trabajó con Ben Hetch y Charles MacArthur y acarició la idea de filmar un Don Quijote con Cary Grant y Cantinflas.

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La expresividad y transparencia del endecasílabo, el verso favorito de Luis Alberto de Cuenca, son asimilables a las del plano americano, la seña de identidad formal del western y el encuadre preferido por Hawks. El plano americano ofrece información sobre los personajes y la trama, posee ritmo interno, permite el dinamismo escénico y acerca la acción al espectador sin incomodarlo. El endecasílabo fluye tan suave como él. Tiene la medida exacta para resultar musical y puede contener por sí solo una cantidad completa o significativa de información, del tipo sentencia o aforismo. La naturalidad de la puesta en escena de los dos creadores invita a pensar que detrás de la cámara y la pluma no hay nadie, si acaso un ser invisible dotado de la portentosa cualidad de contar historias.

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El íntegro y justiciero personaje encarnado por James Caan en El Dorado recita el poema «Eldorado» de Edgar Allan Poe. Una rareza dentro del western, el género duro por excelencia y el más alejado de cualquier inclinación artística o literaria. Luis Alberto de Cuenca también recuerda a Poe, uno de sus autores de cabecera. Además de «El cuervo» -la recreación de un recuerdo amoroso al hilo de The Raven- la presencia del bostoniano se torna irónica en «El pájaro negro» y «La noche madrileña». Pero el homenaje más sentido y emocionante, el reconocimiento a su maestría se encuentra en el inédito «Edgar Allan Poe».    

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Lector habitual de Hammett y Chandler, Hawks hizo dos incursiones en el cine negro que contribuyeron a codificar el lenguaje del género: Scarface y El sueño eterno, coescrita por Faulkner. Entremedias rodó La ciudad sin ley, ambientada en la Barbary Coast, el barrio rojo de San Francisco a mediados del siglo xix. El cine de gángsters es el subgénero preferido por Luis Alberto de Cuenca. Menciona a Hammett en Scholia, a propósito de los guiones que escribió para el historietista Alex Raymond, y en La caja de plata incluye la excelente sección «Serie negra». Allí el género restalla y vibra en estado puro en poemas como «Muerta» y «En peligro». De Elsinore es «South Wabash Avenue», una fotografía de Chicago en los años veinte. En el 2128 de esa avenida estaba el Colosimo's Restaurant, propiedad del capo italoamericano «Big Jim» Colosimo.

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Ambos son versátiles porque conocen en profundidad los códigos genéricos y, por consiguiente, dominan el medio. La maestría alcanza tal grado que las fronteras se diluyen hasta confundirse. «El auténtico drama está terriblemente cerca de ser una comedia», decía Hawks. El Dorado es una comedia disfrazada de western a pesar de que empieza como una tragedia y Río Bravo se plantea como una tragedia salpicada de humor. Luis Alberto de Cuenca viste los dramas con el ropaje de la ironía, de forma que una herida en el hombro resulta menos dolorosa que el regreso del marido engañado («Casada») y un cadáver en la bañera es un problema insignificante si la recompensa es un montón de billetes usados («Degollada»).

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Hawks manifestó en varias entrevistas su rechazo a la etiqueta de autor y a los intelectuales, «la chusma literaria» los llamaba, aunque adoraba a los críticos franceses que lo trataban con honores de autor. Más elegante pero igual de ácido respecto a la autoría, Luis Alberto de Cuenca aconseja a los lectores que eviten su obra «como se evita a un huésped / molesto -un erudito, una rata en el baño-». Sin duda son autores en tanto han elaborado un universo singular con una sintaxis lúcida y reconocible. Detrás de las poses en apariencia descuidadas, hay dos creadores hondamente preocupados por el aspecto artístico de sus realizaciones.

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Sobre la naturaleza de sus trabajos han expresado opiniones muy parecidas. Para Hawks «nuestro trabajo es entretener» puesto que «un director es uno que cuenta historias». Lo hizo situando la cámara a la altura de los ojos, haciendo tomas frontales y apostando por la narración lineal. Luis Alberto de Cuenca rememora la impronta que le dejó la lectura de El almendro y la espada, de Agustín de Foxá: «la poesía no ha de ser un tedioso / festín existencialista e incomprensible para / los miembros de una secta, sino una fiesta alegre / y comunicativa donde quepamos todos». Cuenta las historias de un modo directo y lineal mirando a los ojos del lector, como si estuviera frente a él. Los dos comparten la difícil precisión de la sencillez y la transparencia para hacer visible lo no visible y, a la vez, ocultar la solemnidad.

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Hawks huyó de los convencionalismos románticos en las historias de amor: «He visto tantas películas en las que el héroe sale a la luz de la luna y le dice estupideces a una chica, que le he dado la vuelta, dejando que sea la chica la que haga la conquista». Ahí están las desprejuiciadas protagonistas de La fiera de mi niña, Luna nueva o Bola de fuego llevando de cabeza a sus partenaires. De modo similar, Luis Alberto de Cuenca traza poderosos retratos femeninos cuyas víctimas suelen ser hombres. Su Diosa Blanca puede dejar rendido de amor a un hombre sin pestañear siquiera. Léase «Soneto del amor atómico», «Lirio entre cardos» y, sobre todo, «No sé cómo lo haces».

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Los protagonistas de los films de acción de Hawks son profesionales que aceptan encargos erizados de peligros y operan en solitario o en compañía de aficionados, lisiados o veteranos. A su modo y en su ambiente, los personajes interpretados por John Wayne en los westerns o el de James Cagney en Águilas heroicas son héroes contemporáneos. De estos y de los mitológicos se ocupa Luis Alberto de Cuenca en textos como «Sobre héroes y tumbas», «El enemigo común» o «Sobre un poema de Robert Ervin Howard». Para el autor de Necesidad del mito, Hawks es un mito más.

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A mediados de los años sesenta en una revista estadounidense de cine apareció un artículo irónicamente titulado «¿Quién demonios es Howard Hawks?». A esas alturas de su vida, setenta años, el director de Goshen (Indiana) había rodado una docena de obras maestras. Ahora podemos preguntar, con no menos sarcasmo, quién demonios es Luis Alberto de Cuenca, filólogo, poeta, narrador, ensayista, traductor, editor, conferenciante, crítico, columnista, profesor y bibliófilo. Parafraseando uno de los poemas de Elsinore diríamos, con ecos de cine mudo, que es «el hombre de las mil caras». Quizá la poesía y el cine tengan la misma máscara.

 

* Las citas de Howard Hawks están tomadas de Joseph McBride, Hawks según Hawks, traducción de Montserrat Tiana Ferrer, Madrid, Akal, 1988.

 

 

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