Aunque sea un síntoma de inmadurez, puede explicarse que un partido que no creía factible llegar al poder basase su política de oposición y su estrategia electoral en declaraciones y acciones que reflejaban un profundo antiamericanismo. Resulta mucho más difícil dar cuenta lógica de que ese mismo partido, ya instalado en el poder, continúe actuando con la misma irresponsable alegría en un tema, como son las relaciones bilaterales España-Estados Unidos, de tan capital importancia para nuestro país. José Luis Rodríguez Zapatero y su gobierno del PSOE siguen manteniendo la misma retórica antiamericana que antes de hacerse con La Moncloa. No han ajustado ni un ápice sus declaraciones sobre lo que consideran una guerra ilegal, injusta y que no ha merecido la pena, como Irak, sobre el Presidente George W. Bush, al que ven como un cowboy aventurero y peligroso, y sobre la derecha norteamericana en general, a la que ven como la fuente de todos los males del mundo.
La única explicación posible por la que el nuevo Gobierno socialista no ha hecho el menor gesto de atenuar su antiamericanismo tras su toma de posesión es porque Zapatero y su equipo creen que pueden permitirse el lujo de distanciarse de la Administración Bush al pensar que después de las elecciones presidenciales de noviembre van a cambiar las cosas, en Estados Unidos y hacia España. De hecho, tres son los supuestos teóricos con los que juegan los líderes socialistas: el primero, que Bush va a perder las elecciones y, por tanto, no será reelegido; el segundo, que un Kerry vencedor llevará a cabo una política exterior distinta a la de Bush; y, tercero, que aunque ganase Bush, su segundo mandato sería más acomodaticio que el primero, tal y como pasó con Reagan. Puede muy bien que Zapatero se equivoque en los tres.
1.- El riesgo de creer que Bush está condenado a perder las elecciones
Cuatro días antes de las elecciones del 14 de marzo que le dieron la victoria al partido socialista, Rodríguez Zapatero declaraba solemnemente al periódico británico The Guardian , “creo que Kerry va a ganar. De hecho, quiero que Kerry gane”. Puede que Zapatero estuviese confundiendo sus deseos con la realidad, porque a fecha de hoy, y con todos los datos en la mano, sólo puede afirmarse con rotundidad dos cosas: que la sociedad norteamericana sigue tan polarizada como en el 2000; y que el resultado final de las elecciones presidenciales de noviembre está lejos de poder discernirse a través de los sondeos actuales. Podría argumentarse otro par de cuestiones, que los sondeos del mes de mayo no sólo están muy alejados de la cita electoral como para resultar fiables y que, además, reflejan muy mal el sentimiento real de los votantes, particularmente de aquellos estados donde la confrontación política es más decisiva porque cuentan con una mayoría de indecisos. Pero eso es otra historia.
Con los sondeos últimos encima de la mesa, la única conclusión posible es que Bush ha caído en su índice de aceptación, pero que esa bajada no se refleja en un aumento del apoyo al senador demócrata, John F. Kerry, quien también pierde, sorprendentemente, en elementos clave ante el electorado. Vayamos por partes.
Bush . El índice de aprobación medio no ha dejado de disminuir según los siete grandes sondeos hechos públicos en el pasado mes de mayo [ 1 ] , quedando por primera vez durante todo su mandato por debajo del 50 por ciento de apoyo a su acción. No obstante, hay que decir que el apoyo a Bush era excepcionalmente alto desde septiembre de 2001 y, aunque nos cueste creerlo, desde la guerra con Irak el año pasado. Antes del 11-S su aceptación se mantuvo relativamente estable en torno al 53 por ciento y, muy significativamente, en los meses de marzo y abril, la aceptación del presidente también ha sido relativamente estable, sin que se note –y esto es lo significativo–, un impacto de la situación en Irak, aunque tampoco lo haga la mejora de la situación económica y, sobre todo, de la creación de empleo. La tendencia de voto parecería estar cristalizada entre los encuestados.
Los expertos electorales del equipo de Bush piensan que pueden gestionar la situación en Irak para que no les resulte gravosa en términos electorales. Puede parecer llamativo, pero, por ejemplo, un tema tan sonoro en los medios europeos y españoles, como ha sido el de las torturas y maltratos a prisioneros iraquíes por soldados americanos, para los estadounidenses apenas tiene una incidencia en sus reflexiones electorales. Una mayoría de ellos piensa que las cadenas de televisión americanas le han dedicado un tiempo excesivo en sus programas y, en general, están dispuestos a admitir más complacientemente que los europeos un cierto grado de coacción para extraer información a los terroristas, sin caer, eso sí, en el abuso físico. Por otra parte, casi el 60 por ciento de los encuestados están convencidos de que las torturas son el producto de unos pocos soldados y algo más creen que se hará justicia a los culpables.
Con todo, la tendencia en las encuestas apunta a una valoración crítica de la gestión americana en Irak, pues aunque se sigue apoyando la intervención, también crecen quienes dicen que no merece la pena a la luz de los resultados obtenidos y la situación de inseguridad para los iraquíes y las tropas de la coalición. A pesar de ello, el equipo electoral de Bush está convencido de que una vez puesta en marcha la transferencia de soberanía a partir del 30 de junio y sustituida la cara de Paul Bremer por el nuevo rostro de un iraquí, la dinámica cambiará y la aprobación de la gestión de Bush se invertirá de nuevo. También están convencidos de que a medida que se acerque la fecha electoral el argumento que prevalecerá para la aprobación o el rechazo de los candidatos será el de la Seguridad Interior y la lucha contra el terrorismo. En un escenario donde la economía comienza a crear empleos (más de 300 mil nuevos puestos de trabajo al mes en los últimos dos meses), pueden que lleven razón. En contra de lo que muchos europeos creen, los norteamericanos no están preocupados con el número de bajas que sufren en Irak. Esto es, no es el factor determinante de su aprobación de la ocupación. Sí están preocupados –y esto es lo relevante– con tener una visión clara de victoria. Lo que la sociedad americana parece no poder aguantar es sufrir bajas para nada, inútiles. De ahí el esfuerzo de la administración Bush en lanzar las últimas semanas un mensaje más claro sobre la estrategia política y militar en Irak.
Kerry. A pesar de las aparentes desafecciones, aunque sean temporales, del bando de Bush, el senador demócrata candidato a la presidencia no ha sabido o podido beneficiarse directamente de ellas. A la pregunta de a quién preferiría usted como presidente, el equilibrio entre ambos contendientes no se ha visto perturbado a favor de ninguno en los tres últimos meses. Sólo para la encuesta Gallup para el Washington Post de mediados de mayo, por vez primera Kerry se sitúa un punto por encima de Bush en las preferencias de voto.
Y aunque el equipo de Kerry está encantado con ese dato, sin embargo son conscientes de dos hechos de profundo significado: el primero, que aspectos esenciales y determinantes de los candidatos a la hora de atraer a sus votantes no han dejado de empeorar para Kerry. Así, por ejemplo, de marzo a mayo, Kerry ha perdido 23 puntos en la cualidad de “honesto y en quien confiar” (de 29 a 6), 14 como líder fuerte (de 32 a 18); y 15 en “comprender los problemas de la gente” (de 24 a 9), frente a un Bush que prácticamente se mantiene en sus mismos niveles durante el mismo periodo de tiempo y en circunstancias muy adversas, como no sólo es Irak, sino la comisión de investigación del 11-S.
La segunda cosa que conocen muy bien es que Bush tiene mucho tiempo para recuperar su ventaja global de aquí a noviembre, habida cuenta de su entereza, a pesar de todo, para muchos votantes, y que sigue disfrutando de una amplia ventaja sobre el candidato demócrata en temas esenciales como la lucha contra el terrorismo, la firmeza o la confianza para gestionar una crisis.
Así y todo, ambos equipos juegan con una regla de sentido común, no científica, basada en la experiencia de elecciones anteriores, por la que los candidatos con índice de aceptación por debajo del 50 por ciento tienen problemas para ser elegidos. Para Kerry eso significa que Bush está abocado a la derrota, puesto que su valoración varía de un máximo del 49 a un mínimo del 42 por ciento según la encuesta; para la gente de Bush el índice que cuenta no es el de mayo sino el de octubre y, además, sitúan el umbral crítico no en 50 sino en el 40 por ciento. Por debajo de ese índice Bush perdería. Y, en todo caso, como apuntan, ni siquiera Kerry tiene garantizado esa cantidad de apoyo hoy.
En fin, encuestas y respuestas hay para todos los gustos, al igual que interpretaciones, como puede verse. Pero si algo hay claro es que el panorama electoral está lejos de ser claro y que, desde luego, sin haberse realizado todavía las convenciones de los demócratas y los republicanos, ni estar la campaña a pleno gas, es muy pronto como para poder hacer una predicción fiable que no caiga en un mero ejercicio de voluntarismo y wishfull thinking . De ahí que la creencia de Zapatero que Bush va a perder y que Kerry será el 44 presidente de los Estados Unidos no puede ser más que la expresión de sus deseos, no una certeza. Es legítimo y tiene todo el derecho a apostar por la alternativa a Bush, pero hoy por hoy no deja de ser una apuesta arriesgada. Porque puede muy bien que no salga el resultado que anhela.
2.- El error de creer que Kerry como presidente cambiará sustancialmente su política exterior.
Un día después de haber ganado las elecciones, Zapatero proclamaba en el International Herald Tribune que “nos alineamos con Kerry. Y nuestra alianza será por la paz, contra la guerra, no más muertes por petróleo, y por el diálogo entre el Gobierno de España y la nueva administración de Kerry”. Kerry es una persona que ha estado en todos los bandos en algún momento de su vida pública, pero Zapatero parecía desconocer por completo las posiciones del candidato y, aún peor, sus opciones estratégicas. Sus emisarios a Washington, como el ministro de exteriores Moratinos, tendrían que habérselo explicado tras los duros reproches que recibieron de los senadores del partido demócrata, “su” partido hermano.
Durante estos últimos dos años la campaña que fuerzas políticas de izquierda y medios de comunicación afines han realizado contra la Administración Bush ha sido feroz. De él hemos oído que actúa como un cowboy ; que es una persona poco inteligente; que está sometido a la influencia de un grupo de fundamentalistas protestantes o, dependiendo del autor, de una cábala judía que subordinaría los intereses de la política norteamericana a los de la israelí; que su política es ideológica, aunque en realidad lo que quieren decir es que es fanática... La imagen, además de falsa, tiene truco. Se trata de evitar demonizar a un país, de caer en un “antinorteamericanismo” poco elegante para las cultas elites de la izquierda europea. Estados Unidos no es así, se dice. Bush y su gente han confundido a un país y lo han llevado por una vía imperialista y militarista, pero la solución está a la vuelta de la esquina. Cuando en noviembre los demócratas ganen las elecciones las cosas volverán a su sitio, Estados Unidos será de nuevo un adalid del multilateralismo y las tensiones entre ambas orillas del Atlántico se reducirán.
El problema es que la Administración Bush es muy representativa de la sociedad norteamericana; que Clinton nunca fue el que ahora dicen que fue –de hecho, entonces le criticaban por cosas semejantes a las que ahora critican a Bush– y actuó fuera del marco del Consejo de Seguridad en más ocasiones, aunque de menos envergadura, que el actual presidente; y, sobre todo, que los demócratas dicen, sienten y piensan de forma muy semejante a los republicanos en los grandes temas de la política internacional.
Cuando tras el 11-S la Administración Bush desarrolló sus grandes documentos de estrategia los demócratas se apresuraron a reivindicar la autoría conceptual de una buena parte de aquellos materiales [ 2 ] . No era un comportamiento extraño. Desde la caída del Muro de Berlín la clase política vivía un proceso de reflexión dirigido a establecer los fundamentos de una Grand strategy nacional. La mayor parte del trabajo se realizó durante los años de las Administraciones Clinton y tuvieron un buen reflejo en los textos producidos en el Capitolio. Entre ellos destaca por su lucidez e influencia la gran investigación dirigida por los senadores Hart y Rodman titulada New World coming . Los atentados del 11-S decantaron toda aquella labor, estableciendo finalmente la estrategia nacional buscada, que se ha plasmado hasta la fecha en cuatro documentos.
Sólo comprendiendo este consenso sobre los fundamentos podemos entender la cohesión con la que el Capitolio y la sociedad norteamericana han vivido la Guerra de Irak y todo lo que ella implica. Los demócratas, con Kerry a la cabeza, apoyaron la guerra por el mismo conjunto de razones que los republicanos. Comparten con ellos la preocupación por la proliferación de armas de destrucción masiva y su posible uso por grupos terroristas. Al igual que sus rivales en el gobierno estuvieron dispuestos a actuar sin el respaldo de una resolución expresa del Consejo de Seguridad, comportamiento criticado duramente por la izquierda europea desde una posición tan inmoral como patética. ¿Por qué los norteamericanos tienen que someterse al diktat del Consejo en la cuestión iraquí y no tuvieron que hacerlo en la crisis de Kosovo? Resulta que sólo cuando a nosotros nos interesa la Resolución es preceptiva. Que la izquierda española arguya que en Kosovo la falta de una Resolución quedó resuelta por la intervención de la OTAN entra en el terreno de lo surrealista. El Tratado de Washington establece claramente que la Alianza podrá hacer uso de la fuerza si es atacada y se somete a lo que el Consejo de Seguridad establezca. No deja de ser irónico que los que tanto se opusieron al ingreso de España en la OTAN acaben confiriendo a esta organización competencias que no tiene para justificar acciones militares carentes de respaldo por Naciones Unidas.
Como corresponde a un partido que está en la oposición, los demócratas han criticado todo lo que han podido la gestión de la Administración Bush en Irak, tratando de aparecer ante la ciudadanía con un perfil propio. Ante los serios problemas de seguridad que vive hoy Irak, Kerry ha criticado a Bush por el cómo, no por el qué. A su juicio, el Pentágono ha cometido graves errores al evaluar el día después y no ha sabido reaccionar ante la emergencia de un conjunto de frentes violentos distintos: los baasistas, los islamistas vinculados a Al Qaeda, los chiítas radicales y las bandas de delincuentes. Consciente de las exigencias de seriedad en temas de política de defensa para un candidato a presidente, Kerry se ha inclinado por aquellas líneas argumentales que tratan de distinguir entre las estrategias propuestas por los mandos militares y las impuestas por Rumsfeld. En la batalla interna por la definición de las Fuerzas Armadas del futuro Rumsfeld se habría enfrentado a los defensores de los grandes contingentes humanos dotados de medios pesados, en beneficio de unidades más ligeras y proyectables a gran distancia. Esta tensión interna se habría trasladado a la conducción de las operaciones en Irak con los generales demandando una mayor presencia de tropas y un Rumsfeld renuente a concederlas. Kerry da a entender que se inclina por una aproximación profesional y no dogmática y aprovecha las continuas, consistentes y creíbles críticas del senador McCain, republicano por Arizona, ex militar y una autoridad en estos temas en el Capitolio, para dar a entender que ésa sería su línea de actuación. De hecho uno de los rumores que más ha corrido por los mentideros políticos washingtonianos ha sido que Kerry ofrecería a McCain el formar tándem, como candidato a Vicepresidente, en la campaña electoral.
Kerry no ha considerado abandonar Irak o realizar un cambio sustancial en la política que Estados Unidos ha venido desarrollando. Ha dejado claro que el objetivo primero es estabilizar la situación, imponer el orden, constituir un Gobierno Provisional, convocar elecciones y dar paso a un estado de derecho a partir del cual los iraquíes puedan ser plenamente responsables de su propio futuro (Glenn Kessler, 2004).
Pero todo lo anterior no puede llevarnos a la idea errónea de que Kerry gobernaría como Bush. Aunque las diferencias no sean suficientes para dar satisfacción a la izquierda europea, Kerry actuaría, en caso de ganar, de otra forma.
A diferencia del actual equipo, que ha hecho gala de una voluntad unilateralista, Kerry se apoyaría en la tradición multilateralista de su partido. Aprovecharía la mala imagen de Bush en Europa para tratar de restablecer, en la medida de lo posible, las antiguas alianzas, pero sin mucha fe. Bush puede no ser un entusiasta de Naciones Unidas, pero fue allí para tratar de hallar una solución concertada a la crisis de Irak. El veto francés que encontró no se debió, como a veces se ha dicho, a que no empleara suficiente tiempo en convencer o a que hubiera diferencias sobre la estrategia a seguir ante Saddam. Francia amenazó con vetar porque está dispuesta a utilizar el Consejo de Seguridad como su más valioso instrumento diplomático para ejercer, junto con Rusia y China, como un contrapoder a la potencia hegemónica. Kerry es consciente de que él no lo hubiera podido hacer mejor. También sabe del auge de corrientes de opinión contrarias al uso de la fuerza en Europa y de la creciente imagen de su país como imperialista y desestabilizador. Como la mayor parte de los demócratas, Kerry no se hace ilusiones sobre el futuro de sus relaciones con sus antiguos aliados europeos.
La diferencia más importante con Bush es de talante personal. Mientras que el actual Presidente es persona de convicciones profundas y entiende la política como un ejercicio de coherencia, el aspirante es un pragmático dispuesto a adaptarse a las cambiantes corrientes de opinión. De hecho, su historial como senador por el estado de Massachusets durante cinco mandatos es un extraordinario ejercicio de defensa de una cosa o su contraria según la conveniencia de cada momento. Kerry ha hecho suya la Iniciativa para el Gran Oriente Medio, el tronco de la política establecida por Bush, pero en términos más vagos, sin ánimo de asumir desde el primer momento la transformación de toda una región. En cierto modo, una victoria de Kerry supondría una vuelta a los tiempos de Bush padre. Se dejaría atrás la claridad de objetivos de Reagan o de Bush hijo para entrar en un período de gestión de los problemas según las circunstancias de cada momento: pragmatismo versus política.
Lo único seguro es que, gane quien gane, las diferencias entre la política norteamericana y la izquierda europea –por no hablar del PSOE español– crecerán. Más tarde o más temprano, las elites socialistas tendrán que reconocer que su posición no es sólo un estar en contra de este o aquel político, sino un puro y genuino antinorteamericanismo, el rechazo a la política y los valores de Estados Unidos.
3.- La equivocación de imaginar un segundo Bush más moderado
Si no acabara ganando Kerry y George W. Bush revalidara la presidencia y contara con un segundo mandato sería un escenario bastante negro para el Gobierno español, después de todo lo que ha dicho y hecho contra el actual inquilino de la Casa Blanca y su política. Así y todo, la apuesta de Zapatero, salvo que se explique por ignorancia, que todo podría ser, podría razonarse sobre la falsa idea de que todos los segundos mandatos han dado pie a un presidente americano más moderado. Es una imagen que arranca con fuerza en la época de Reagan pero se falsea claramente con Clinton. Es verdad que Reagan se recuerda como mucho más blando –en realidad menos fuerte en su política declaratoria– en sus últimos cuatro años, pero como explican sus asesores de entonces, Reagan no dejó de plantear asuntos revolucionarios (como la eliminación total de los misiles nucleares en Reykiavik a finales de 1987) y, sobre todo, Ronald Reagan consideró que la mayoría de sus grandes objetivos frente a la URSS se estaban cumpliendo desde 1985, por lo que la retórica debía ser ajustada a las nuevas circunstancias, pero no porque se renunciara a dichos objetivos.
En el caso de Clinton, aún es más fácil de visualizar. Sus primeros cuatro años pasaron sin pena ni gloria en su faceta exterior, desentendido de las cuestiones que afectaban a la seguridad internacional en primer grado, como la guerra en la antigua Yugoslavia. Sin embargo, su segunda administración fue mucho más decidida y firme en su agenda exterior y de seguridad, no todo lo decidida y firme que hubieran querido sus oponentes republicanos, pero al menos sí en relación a sus primeros cuatro años como presidente. Como hemos dicho en el apartado anterior, muchos de los conceptos manejados actualmente en Washington tienen sus raíces en la última etapa de Clinton.
Es más, quien quiera que conozca mínimamente a George W. Bush tendría enormes dudas en afirmar que un segundo mandato estaría regido en menor medida por sus principios, que sus primeros cuatro años. El mero análisis de lo que ha sido su primera administración pondría en duda esa creencia sin base. Además es un argumento absolutamente contradictorio de la izquierda, incluida la española. Por un lado se remacha sistemáticamente que la agenda de Bush no viene dada por el 11-S sino que arranca mucho antes y responde a una vasta conspiración de la extrema derecha americana, a medio caballo entre el sionismo (aunque la mayoría de judíos americanos simpaticen o voten a los demócratas) y los cristianos evangelistas. Si así fuera, ¿por qué habría de cambiar Bush en su segundo mandato? Y cuando los males que se denuncian en la política exterior del actual presidente norteamericano se achacan a una sobrerreacción a los atentados terroristas del 11-S, ¿por qué se piensa que, en plena guerra contra el terror, George W. Bush II va a ser distinto del George W. Bush I? No tiene el menor sentido, más allá de querer imaginarse un futuro mejor en las relaciones con la Casa Blanca y los Estados Unidos.
Hay dos cuestiones que, al contrario, llevan a pensar que la agenda de Bush II se mantendría relativamente igual, en su forma y en su fondo: la primera, que la guerra contra el terrorismo está lejos de acabarse –algo que entienden perfectamente bien las autoridades americanas– y que eso exige de su máximo responsable una atención especial a la protección de sus ciudadanos. Bush II no cejará en la derrota del terrorismo global no porque no quiera –que no quiere–, sino porque no puede como presidente de la nación americana; la segunda, que su idea de fortalecer la seguridad internacional a través de una agenda de expansión de la libertad y la democracia tampoco puede ser abandonada. Al contrario. Por ejemplo, ningún gurú electoral en su sano juicio le hubiera dejado al presidente americano lanzar la Iniciativa para el Gran oriente Medio en pleno año electoral. Demasiados riesgos y pocos beneficios en el corto plazo. Pero el presidente se ha empeñado en ello porque la considera la única salida a la crisis del Islam y, en consecuencia, a la crisis de nuestra seguridad provocada por el terrorismo islámico. Y que se sepa, no le han sabido ofrecer otra idea alternativa mejor. De ahí que se supone que Bush se mantendrá en la agenda.
En fin, si Zapatero o su equipo de verdad creen que se van a entender mejor con un George W. Bush II que con Bush padre, bien puede ser que se equivoquen de todas a todas. La forma y el fondo de la retirada española de Irak, tal y como la ha manejado el actual gobierno socialista, ha dejado una profunda huella en los responsables americanos y no se va a borrar en unos pocos meses. Se lo dijo Condoleezza Rice a Moratinos –y se lo repitió casi textualmente el senador demócrata Biden: “lo que ustedes han hecho traerá graves y largas consecuencias”.
Errores, errores, errores
¿Qué pasará si Bush no pierde, si un Kerry vencedor no cambia sustancialmente la actual política exterior o si un segundo Bush es tan radical y revolucionario como el primero? Nada bueno para los cálculos del actual gobierno español, quien tendrá que enfrentarse a un escenario no deseado. Para los acérrimos izquierdistas, la mano negra de Washington intentará castigarnos por todas las formas posibles, desde el cierre de factorías de empresas americanas en nuestro suelo a la incitación a Mar ruecos para que nos invada Ceuta y Melilla impunemente. Pero eso, como siempre, es desconocer cómo funciona una sociedad abierta y liberal, algo que la izquierda es incapaz de hacer por definición.
El verdadero peligro ya lo estamos sufriendo y es pasar de ser un aliado fiable y responsable a dejar de estar presentes y ocupar posiciones marginales en la esfera internacional. El problema no va a ser el castigo, sino la indiferencia. Zapatero ya lo dijo y lo sigue repitiendo, su principal, si no único, objetivo era sacar a España de la foto de las Azores. Debería haber escuchado más a Alfonso Guerra y su famoso “quien se mueve no sale en la foto”. Porque quien no sale en la foto es invisible. Invisible para lo bueno, porque para lo malo seguro que los demás saben cómo encontrarnos.
Bibliografía
Daalder, Ivo H.; Lindsay, James M. (2003): America Unbound. The Bush Revolution in Foreign Policy . Brookings, Washington.
Kessler, Glenn (2004): “Kerry Says Security Comes First ”. Washington Post . May 30,
* Rafael L. Bardají es en la actualidad director de estudios internacionales en FAES y Florentino Portero secretario general del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES).