El juego político de José Luis Rodríguez Zapatero se ha agotado. Visto con perspectiva, ese juego ha consistido desde 2004 en hacer de sí mismo una especie de "joker" o de comodín de la política nacional. Y hay que reconocer que durante algún tiempo la operación no le salió mal. Seguramente, el éxito electoral de 2008 se debió a su habilidad para presentarse en esas elecciones como la clave de muchas cosas incompatibles entre sí. Para conservar el atractivo del "joker" la única actitud posible es no hacer nada, no ser nada, no elegir, y tratar de mantener la esperanza de todos.

Se trata, sencillamente, de hacer creer a todo el mundo que se está dispuesto a convertirse en la carta que permite completar el juego de cada cual, y de hacerlo convincentemente. Los promotores de los muchos disparates que existían en potencia en nuestra vida política desde los años 70, vieron en Zapatero la posibilidad real de convertirse en disparate en acto. Probablemente, al mismo tiempo, los votantes clásicos del PSOE no creyeron que realmente eso pudiera llegar a ocurrir.

La aventura, sin embargo, ha llegado a su fin. En apenas unos meses, Zapatero ha mostrado su verdadera naturaleza política. Porque el encanto del comodín es efímero, y dura lo que tarda en convertirse en una simple carta más y sólo en una. La dramática encrucijada del presidente del Gobierno parece ser ésta: para poner freno al cataclismo económico que padecemos debe hacer cosas, pero para hacer cosas es necesario elegir y por tanto descartar, es decir, aceptar la pérdida de apoyos y de votos que no afluyeron al PSOE sino a ZP. O puede tratar de conservar el voto a ZP, pero eso, sin duda, le hará perder votantes del PSOE.

Como ejercicio de escapismo retórico puede servir afirmar que la nación es discutible y discutida, pero finalmente se trata de gobernar la nación, y eso no admite evasivas ni medias sonrisas sin coste grave.

Cuando se hace algo conscientemente y con determinación uno queda ligado a sus actos y, así, afirma un perfil y se aleja de cualquier otro. Es comprensible que Zapatero trate de evitar el momento de convertirse en un simple actor político más, en una persona que procura una cierta coherencia entre el hacer y el decir y que persigue objetivos políticos compatibles; es comprensible porque en el instante en el que eso ocurra sus opciones políticas disminuirán drásticamente.

El casi inevitable pacto con el PP en el País Vasco le ha situado ya en una posición parlamentaria extremadamente delicada, y han sido muchos los que se han dado cuenta de que la proximidad a Zapatero puede no ser tan atractiva como parecía hasta hace unos meses.

Mientras la economía heredada del PP lo permitió, gobernar insensatamente sin que fuera apreciable la insensatez fue la opción para ir tirando en el día a día. Ahora ya no lo es. La clave del nuevo momento político es simple: la gente empieza a conocer a Zapatero. Su vacuidad ideológica prestaba verosimilitud a su condición de político amoldable a cualquier cosa; su insolvencia intelectual hacía creíble su conversión en lo que tocara en cada momento y confirmaba en sus esperanzas a quienes nunca habían soñado con encontrarse en La Moncloa a uno como ellos. Pero ahora, esa insustancialidad ya no hace tanta gracia ni siquiera a los miembros del PSOE, y parece que algunos de ellos creen que ha llegado el momento de pasar al cobro facturas que, al parecer, han venido guardando minuciosamente desde 2004. La victoria electoral del PP en las elecciones europeas ha sido el detonante de una reacción comprensible.

La técnica política del zapaterismo ha de ser la bilateralidad, porque sólo en ese contexto de aislamiento y de pérdida de la perspectiva general es posible declamar con posibilidad de consumar el engaño del "nadie como tú" que el presidente ha ido dejando caer al oído de cuantos se le han aproximado lo suficiente. Pero a la hora de la verdad ha resultado que los compromisos adquiridos bilateralmente no son presentables en público porque no todo puede ser de la máxima prioridad a la vez. El problema se deja ver en toda su magnitud cuando el anticiclón económico se ha convertido en tempestad y el primoroso decorado construido para escenificar esos cortejos ha resultado ser de cartón piedra y ha empezado a venirse abajo.

Y no se trata sólo de los ridículos compromisos presupuestarios y de la extensión hasta el infinito de las deudas históricas que evitan aclarar quién es el acreedor y quién el deudor.

No se puede pretender caracterizar al PP en un vídeo electoral como un partido fascista y a la vez pedir su respaldo para formar Gobierno en el País Vasco sin que eso se note.

No es fácil explicar por qué los afganos tienen derecho a acudir con seguridad a las urnas pero los iraquíes carecen de ese derecho.

No está claro en qué momento del viaje intercontinental una víctima inocente de los abusos del Gobierno de Bush se convierte en una amenaza terrorista real que debe ser custodiada por las autoridades españolas como muestra de cooperación con el Gobierno norteamericano.

Obviamente, no se ve con claridad cuándo dejó de ser un atentado al patriotismo decir la verdad sobre lo que nos pasa como país ni si esto rige también para los miembros del PSOE.

Zapatero se encuentra desbordado por las expectativas que él mismo ha creado. Nadie ha causado tanta decepción como él, porque nadie ha contraído tantos compromisos imposibles de cumplir como él. Y nadie es tan imprevisible en esas circunstancias, porque nadie como él ha mostrado un desprecio hacia la realidad tan intenso y contumaz.

De nuevo, la mejor contribución a la política española sigue siendo la decidida llamada a que se entienda lo que pasa, que se comprenda y se enfrente, como se hace en los artículos que presenta el número 23 de Cuadernos de Pensamiento Político, que son los siguientes: "De la alternativa al cambio", de Javier Zarzalejos; "Respuestas al terrorismo yihadista en España: apuntes para una posible reforma legal", de Javier Jordán; "Holocausto y terrorismo", de Jon Juaristi; "Obama: el oro y el moro", de Rafael L. Bardají; "Cuba, EE.UU. y el embargo", de Jesús Gracia Aldaz; "El bosque educativo finlandés. Un ejemplo para el sistema educativo español", de Francisco Giménez Gracia; "España ante la recesión global: un proyecto renovado de modernidad", de Baudilio Tomé; "¿Es una buena idea hablar de la idea de España?", de José Luis González Quirós; "El matrimonio para todos", de Álvaro Delgado Gal; "La piratería y el fracaso del Estado en Somalia", de Mario Ramos Vera; "Venezuela: el totalitarismo paródico", de Xavier Reyes Matheus; "El futuro del liberalismo", de Fernando Navarrete, y "De la izquierda clásica a la nueva izquierda: la cuestión de Occidente", de Guillermo Graíño.

Las reseñas de este número de verano son, por su parte: Cien años de economía española (Juan Velarde), por Marta Pérez-Cameselle; La libertad a prueba. Los intelectuales frente a la tentación totalitaria (Ralf Dahrendorf ), por Pablo Hispán; La tentación liberal (Miquel Porta Perales), por Ana Collado; La democracia en 30 lecciones (Giovanni Sartori), por Jacob Israel; Power rules. How common sense can rescue American foreign policy (Leslie Gelb), por Gonzalo Figar; Nixonland: the rise of a President and the fracturing of America (Rick Perlstein), por David Sarias; De las naciones a las redes (David Ugarte, Pere Quintana, Enrique Gómez, Arnau Fuentes), por Leah Bonnín; Bondad moral e inteligencia ética (Juan Miguel Palacios), por Ignacio García de Leániz; La educación según Gaspar Melchor de Jovellanos, contemplada desde la perspectiva actual (Manuel Mourelle de Lema), por Carlos Robles Piquer, y finalmente, Moderantismo. Una reflexión para España (Valentí Puig), por Ignacio Peyró.

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