Aunque no resulte fácil, es urgente que no nos dejemos arrastrar por la corriente y que intentemos actuar de manera contracíclica, no sólo en lo económico, sino también en todas las actividades intelectuales, culturales o políticas de las que depende cuándo y cómo podremos elevarnos de nuevo para salir de la situación crítica en la que nos hallamos. Obviamente, la responsabilidad primaria y fundamental corresponde al Gobierno porque él ha sido el que ha elegido las políticas y ha adoptado las decisiones que nos han arrastrado hasta esta situación. Sin embargo, en un sistema político como el nuestro los actos del Gobierno se encuentran siempre condicionados por numerosos actores que legítimamente forman parte del proceso político y legislativo, y no puede decirse que en estos años esos actores hayan actuado con la decisión y con la claridad de ideas que habrían podido evitarnos buena parte de los malos tragos que ahora se nos dan a beber.

Mucho tendríamos ganado si, al menos, aprendiéramos o recordáramos algunas enseñanzas importantes para cualquier país. La primera es que existe una relación entre las cosas que hacemos y las cosas que nos pasan, aunque, en asuntos de alcance histórico, entre lo que hacemos y lo que nos pasa medien algunos años: las crisis económica, política y social que vivimos no han llegado a nuestras vidas sin motivo alguno; tampoco se trata de crisis mundiales, como con frecuencia se dice: ni nuestra fragilidad social e institucional ni nuestro colapso económico, cuyo síntoma más visible es el desempleo, tienen equivalente entre los países que deben ser nuestra referencia. La segunda es que esa relación puede ser conocida con antelación y con bastante precisión, de manera que el debate político entre partidos no está condenado a ser una mera disputa entre preferencias, gustos o emotividades, sino que puede ser una disputa argumentada, razonable y guiada por el conocimiento y por la experiencia. La tercera es que carece de sentido pretender revertir la situación mientras se permanezca sin comprender las causas reales de lo sucedido y se continúe creyendo y haciendo creer que la realidad es sólo algo que se vota cada cuatro años.

Lo que debiera inquietarnos más como españoles es que nuestras crisis fueron advertidas mucho antes de que tuvieran lugar, y que lo fueron mediante argumentos que explicaban sus causas y sus efectos. Igualmente debe preocuparnos que ni quienes erraron han recibido la sanción social que merecen ni quienes acertaron han recibido el premio que parecería lógico. Por el contrario, de nuevo, y salvo excepciones, unos y otros han concitado adhesiones y reprobaciones que no han nacido de un juicio templado ni de una evaluación serena. La ofensiva que el Gobierno ha iniciado contra los empresarios ejemplifica bien nuestro lamentable debate público, y aún más lo hace que esté lejos de ser evidente que en esa ofensiva el Gobierno lleve las de perder, porque, una vez más, no parece que vayan a faltarle aliados.

Sin ánimo de ser exhaustivos, desde 2004 en España nos hemos visto inmersos en polémicas que han tenido como objeto los siguientes asuntos: la ruptura del programa constitucionalista para el País Vasco; la negociación política con ETA; la liquidación de los movimientos cívicos de resistencia al terrorismo; la intervención del poder político en la gestión empresarial y el eclipse de la legislación europea en materia de libre competencia; el abandono de la disciplina presupuestaria; el control de organismos independientes con intención de alterar la neutralidad institucional; la subordinación de la seguridad jurídica a la consecución de objetivos políticos partidistas; el impulso del nuevo Estatuto de Cataluña; la quiebra del modelo de financiación autonómica vigente; la reforma de la política energética; la no reforma de la política educativa; la impugnación de la Transición y, en consecuencia, de su producto jurídico-político; y por supuesto todo lo relativo a la política económica y a la política exterior.

Lo trágico para nuestro país ha sido la imposibilidad de abordar cada una de esas iniciativas en un terreno lo bastante limpio como para que los términos del debate pudieran llegar a ser provechosos o al menos comprensibles para la opinión pública.

Ahora, transitoriamente, y seguramente por razones alejadas de lo ejemplar, parece hallarse el Gobierno solo en la defensa de sus posiciones en diversos asuntos clave. Pero en realidad, la única novedad con respecto a lo acontecido desde 2004 y hasta hace sólo unas semanas es que los errores ya cometidos por el Gobierno y los que ha ido cebando para los próximos años son ahora desastres sin paliativos, es decir, sin los paliativos que tan eficazmente le han proporcionado quienes hoy le tuercen el gesto porque la evidencia es demasiado palmaria como para seguir ignorándola.

Pero el Gobierno nunca habría podido llegar tan lejos si no hubiera disfrutado de la cobertura y de la protección de quienes aseguraron que lo de Mayor Oreja y Redondo Terreros era un frentismo provocador con el que había que terminar, aunque ahora no parezca tan mala idea; que ETA se rendía de verdad y que el PP se negaba a ello porque no quería que el PSOE protagonizara ese momento; que las víctimas carecían de legitimidad para bloquear el proceso con su rencor; que lo que impulsaba a quienes denunciaban el intervencionismo del Gobierno en las empresas era el anticatalanismo; que la crisis era un invento más de la derecha para ganar las elecciones con mentiras y sirviéndose del miedo; que no era cierto el descontrol del gasto público ni el deterioro de la posición internacional; que el Estatut cohesionaría a España y que la deriva soberanista del PSC no había quien la creyera o que las diferencias entre Afganistán e Iraq saltaban a la vista.

Éste es un buen momento para que cada cual se pregunte por lo que de reflexivo, ponderado y ecuánime ha aportado a la vida política española en sus momentos críticos. Porque en casi todas estas ocasiones, ni hubo lugar para el debate razonado ni se ha producido rectificación de fondo ninguna, pese a que la verdad es que los errores del Gobierno fueron señalados y las consecuencias que han tenido fueron anunciadas. Sin ir más lejos, en muchas ocasiones, en las páginas de esta revista.

Lo que nos pasa tiene responsables, y la responsabilidad no es sólo de quien se ha empecinado en el error sino también de quienes han actuado para que ese empeño pudiera proseguir y para que quienes lo denunciaban fueran silenciados.

Como siempre, esa crítica razonada y por tanto con vocación de ser debatida, indispensable para el buen funcionamiento de nuestro sistema político, puede hallarse en los estudios que presenta el número 24 de Cuadernos de pensamiento político: "La evolución del federalismo en Alemania: experiencias, reformas y perspectivas", del Dr. Günter Krings; "El marxismo y las desventuras de la bondad extrema", de Mauricio Rojas; "La Unión Europea de 2010: desafíos y dilemas políticos", de José Mª de Areilza Carvajal; "El malestar de la democracia aquí y ahora: el lado de la clase política", de Víctor Pérez Díaz; "Democracia representativa y funcionamiento de las instituciones bajo el Gobierno de Rodríguez Zapatero", de Ignacio Astarloa; "La encrucijada de la España constitucional (1978-?)", de Eugenio Nasarre; "El acto del origen y la soberanía nacional en la Constitución de 1978", de José J. Jiménez Sánchez; "Languidez post-socialdemócrata", de Valentí Puig; "La brújula y el radar: remar contra la corriente", de Mira Milosevich; "Libertad de educación y respeto a la diferencia", de Javier Sota Ramos; "20 años del Partido Popular: del aislamiento al liderazgo", de Lourdes López Nieto; "La Ley Orgánica de Libertad Religiosa en el marco constitucional", de Alberto de la Hera, y "José Ortega y Gasset. Los años más tristes (1936-1955)", de Margarita Márquez Padorno.

Los libros reseñados en este número son: Filología catalana. Memorias de un disidente (Xavier Pericay), por Ignacio Fernández Bargues; El hombre endiosado (Álvaro Delgado-Gal), por Antonio Ferrer; El mito del hombre nuevo (Dalmacio Negro), por José María Carabante; The Right Moment. Ronald Reagan´s First Victory and the Decisive Turning Point in American Politics (Matthew Dallek), por Rafael Rubio; Operación Jaque. La verdadera historia (Juan Carlos Torres), por  Pedro Fernández Barbadillo, y Pobreza, desarrollo, inmigración e integración social en el mundo de hoy (Francisco Sanabria), por José Manuel de Torres.

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