La radicalización del nacionalismo vasco y, con ella, la del gobierno
que ejerce sobre la Administración del País Vasco, cuya expresión
más acabada, después del pacto suscrito con ETA en agosto
de 1998, es el plan Ibarretxe [ 1 ] , ha puesto de manera inmediata sobre
la arena política la cuestión de la secesión de esta
región de España, planteando así un problema con múltiples
dimensiones tanto en el plano jurídicoconstitucional, como en
el político y en el económico. A este último se alude
en este trabajo, en el que, partiendo de la idea de que el objetivo ultimo
del proyecto nacionalista es la separación del País Vasco
de España para constituir un estado independiente, se valoran con
sentido prospectivo las repercusiones que, para la economía vasca,
podría tener un hecho de semejante naturaleza.
Abordar un problema así supone adentrarse en un terreno inédito,
pues aunque los nacionalistas, desde sus orígenes con Sabino Arana,
han tenido siempre presentes sus aspiraciones de independencia, éstas
se habían manifestado hasta hace poco tiempo de una forma más
bien retórica -excepto, claro está, por parte de los integrados
en ETA que las han defendido mediante el terrorismo- y, consecuentemente,
no se habían plasmado en un programa de gobierno ni habían
inspirado ningún tipo de estudios en los que se trataran de evaluar
sus costes y beneficios. Además, en el plano internacional, quizás
debido a que a los economistas, a la vista de los fenómenos reales,
nos ha preocupado más la integración de los mercados que su
separación, apenas se cuenta con estudios acerca de esta última [ 2 ] . La economía de la secesión es, por tanto, un campo de análisis
que, con referencia a un caso concreto como es el del País Vasco,
apenas se ha explorado, aunque se cuenta en el momento actual con los resultados
de un programa de investigación, desarrollado a lo largo del último
año, cuyos principales contenidos trataré de sintetizar en
las líneas que siguen [ 3 ] .
Si se tiene en cuenta que la eventual secesión del País
Vasco lo será con respecto a España y también con relación
a la Unión Europea, de manera que el nuevo estado vasco quedará
excluido de esta última y adquirirá el estatus de un tercer
país sin un tratamiento preferencial o diferenciado, entonces
aparecerán unas nuevas fronteras delimitando y separando el ámbito
de la actual región del espacio español y europeo. El balance
global de un acontecimiento así será, necesariamente, negativo
y costoso para los ciudadanos vascos. Tres son los planos a considerar para
establecer cuantitativamente ese balance (Buesa,2004):
· El primero, el que se deriva directamente de la aparición
de las referidas fronteras, dando lugar a un encarecimiento de las exportaciones
vascas -al tener que pagar aranceles y al tener que asumir costes de transacción-
y, por tanto, a su reducción. A ello se añadirán las
estrategias de deslocalización que algunas empresas emprenderán
para tratar de eludir esos costes y, sobre todo, para tratar de preservar
sus mercados en el resto de España. Las secuelas de ambos fenómenos
no serán otras que una pérdida de actividad y de empleo cuya
valoración puede establecerse entre el 10,5 y el 19,9 por 100 del
PIB, o entre 89.000 y 178.000 puestos de trabajo.
· El segundo nace de la necesidad de asumir los costes del ejercicio
de las competencias estatales en las que se expresa la soberanía
-es decir, las relaciones internacionales, la defensa, el sistema judicial
y la supervisión del sistema financiero-, así como del sostenimiento
del estado del bienestar, lo que ha de traducirse en una elevación
de las cargas fiscales para los residentes en el territorio vasco.
· Y el tercero emerge del necesario abandono del Euro como patrón
monetario, dando lugar a una importante inestabilidad macroeconómica
que ahondaría, al menos durante cierto tiempo, los efectos críticos
de la reducción de la actividad productiva.
El balance global al que acabo de aludir, puede ser afinado a partir
del análisis de algunos de sus aspectos esenciales. El primero alude
a las condiciones en las que se encuentra actualmente la economía
vasca, después de muchos años de sufrir el terrorismo, pues
esas condiciones, que vienen determinas por el modelo de desarrollo de la
región, nos sitúan en el punto de partida del proyecto secesionista.
La pregunta a responder es, entonces, la que alude a los costes que, para
el País Vasco, han tenido más de tres décadas de terrorismo.
No es infrecuente que, en muchas ocasiones, se soslaye este tema y que,
incluso, se niegue que el terrorismo ejerza alguna influencia sobre la economía
vasca, lo que va contra toda la evidencia que, en los últimos años,
se ha venido obteniendo en el plano internacional acerca de los conflictos
armados [ 4 ] y a la que también ha contribuido el único estudio
que, sobre el asunto, se había realizado acerca del País Vasco
(Abadie y Gardeazábal, 2003)
La investigación que han desarrollado Myro, Colino y Pérez
(2004) aclara que el terrorismo ha sido, por la amplitud de sus efectos
negativos, el mayor de los problemas económicos del País Vasco.
Más concretamente, estos autores destacan, con la perspectiva que
da el análisis del último medio siglo de la economía
vasca, que el crecimiento de ésta se apartó, a mitad del decenio
de los setenta, de la trayectoria de las otras regiones desarrolladas de
España; y que tal fenómeno se explica por el comportamiento
de la inversión productiva, muy sensible a la actividad terrorista.
Como consecuencia, en términos per capita, el País
Vasco obtiene actualmente un producto bruto del orden de un 8 por 100 más
reducido que el efectivamente registrado; y lo hace porque el tamaño
de su economía es un 25 por 100 más pequeño, en cuanto
al PIB, que lo que podría haber alcanzado si la violencia no se hubiese
enquistado en la sociedad vasca, y porque la dimensión de su población
resulta alrededor de un 15 por 100 más reducida de la que se podría
haber logrado. En definitiva, el terrorismo ha ocasionado una pérdida
de actividad económica potencial, con la consiguiente privación
de bienestar, cuyo reflejo más notorio lo ofrece la reducción,
durante más de dos décadas, de la participación del
País Vasco en el conjunto de la economía española,
tanto en términos de PIB, como de población y empleo [ 5 ] .
La secesión, como he señalado más arriba, implicará
la aparición de fronteras en el País Vasco y, por tanto, la
de costes derivados de la protección de los mercados exteriores y
de la gestión de las transacciones con ellos. La incidencia de tales
costes será tanto mayor cuanto más intensas sean sus relaciones
con la economía de la que se separa. Por ello, es relevante el análisis
de esa intensidad mediante el cálculo del sesgo español
del comercio vasco, tal como han hecho Martínez Serrano, Llorca Vivero
y Gil Pareja (2004). Estos autores se basan en la estimación de modelos
de gravedad que permiten especificar en qué medida la relación
comercial del País Vasco con las otras regiones españolas
es, a igualdad de los demás factores -como el tamaño de las
economías, la distancia, el uso de una moneda común o la pertenencia
a una misma área de libre comercio-, más vigorosa que con
otros países. El resultado muestra que ese sesgo español
es muy relevante, de manera que el País Vasco comercia entre 11 y
16 veces más con el resto de España que con cualquier otro
país. Esta intensidad -que rebaja de la obtenida por Minondo (2003) [ 6 ] - señala que los flujos comerciales del País Vasco dentro
de España son de muy difícil sustitución y que, seguramente,
en el caso de secesión, como ha ocurrido en otras experiencias europeas,
como las de las antiguas repúblicas soviéticas o yugoslavas,
y también en el de Checoslovaquia, su reducción correrá
pareja a una relevante caída de la producción doméstica [ 7 ] .
Los efectos del surgimiento de fronteras a los que se acaba de aludir
se acabarán modelando en función de los comportamientos que
adopten los agentes empresariales al adecuar sus estrategias competitivas
a la nueva situación institucional que surja de la secesión.
Por ello, tiene interés conocer cómo perciben los empresarios
vascos el planteamiento que ha ido formulando el Gobierno Vasco desde septiembre
de 2002 en torno a su proyecto político. Un reciente estudio persigue
esa finalidad (Buesa, Heijs, Baumert y Martínez Pellitero,2004).
Se basa en una encuesta realizada sobre el millar de empresas no financieras
medianas y grandes que existen en el País Vasco, con una muestra
limitada aunque suficientemente representativa. Sus resultados permiten
destacar que:
· En primer lugar, esas empresas se encuentran estrechamente vinculadas
al mercado nacional español, hasta el punto de que una buena parte
de ellas cuentan con instalaciones productivas y de distribución
dentro de él, además de las localizadas en el País
Vasco.
· En segundo término, durante los últimos años,
en las decisiones de inversión y localización de estas empresas,
más allá de los factores de demanda, cambio tecnológico
y coste del capital, ha ejercido una influencia apreciable tanto el terrorismo
como la situación política de la región, elementos
éstos que, en alrededor de un tercio de los casos, les han inducido
a trasladarse a otras regiones.
· En tercer lugar, los directivos empresariales destacan que el
plan Ibarretxe les afecta negativamente, de manera que consideran
no sólo que su consecución puede perjudicar a sus negocios [ 8 ] , sino que lo está haciendo ya, incluso antes de su tramitación
parlamentaria.
· Y, por último, como consecuencia de lo anterior, en cuatro
de cada diez empresas se ha empezado ya un proceso formal o informal de
evaluación de la estrategia futura, contemplándose varias
posibilidades, entre las que la más citada es el abandono del País
Vasco mediante el traslado de la actividad productiva o de la sede social
a otras regiones de España. Esta opción, que se plantea la
cuarta parte de las empresas medianas y grandes, puede dar lugar a un efecto
directo de reducción de la actividad económica de la región
equivalente al 10 por 100 del PIB.
Un segmento empresarial, sin duda relevante, que puede ser estudiado
de manera agregada y sectorial, es el de los inversores extranjeros. Su
interés se deriva no sólo de la importancia que tienen las
empresas multinacionales para impulsar el desarrollo regional -tanto por
su implicación en la producción, como por su papel en la transferencia
de tecnología-, sino también del hecho de que su comportamiento
suele ser muy sensible a los problemas políticos. El caso del País
Vasco, partiendo de la información de que se dispone acerca de los
flujos de inversión directa, ha sido analizado por FernándezOtheo
y Mariscal (2004). Estos autores señalan que, aunque la trayectoria
de la inversión directa extranjera (IDE) en el País Vasco
ha sido paralela a la que registra el conjunto de España, su nivel
absoluto ha sido muy bajo -el 3,5 por 100 del total nacional entre 1988
y 2002- y no se corresponde con la dimensión relativa la economía
vasca. De este modo, la región ha obtenido un 40 por 100 menos de
inversión de la que cabría esperar en función de su
tamaño, siendo particularmente llamativos los flujos correspondientes
a los dos últimos años, cuando las liquidaciones de inversiones
han sido mayores que las entradas de capital, dando lugar a cifras netas
negativas.
Por otra parte, cuando se modelan para su análisis econométrico
los factores que determinan la IDE, se comprueba que el comportamiento del
País Vasco es muy anómalo. Así, contrariamente a lo
que cabría esperar y a lo que ocurre en el plano agregado nacional,
que en esto no se separa de la experiencia internacional, esa inversión
se ve influida negativamente por el crecimiento económico, el esfuerzo
de asignación de recursos a la creación de tecnología
y los costes laborales, a la vez que se muestran con un signo positivo los
factores expresivos de la inestabilidad macroeconómica como la inflación
y el tipo de cambio efectivo real. Tal anomalía está seguramente
determinada por el efecto distorsionador al que ha conducido la persistencia
del terrorismo en la región durante varias décadas. Sin embargo,
debido a la limitación temporal de los datos de que se dispone y
al hecho de que no se cuenta con una buena variable cuantitativa que exprese,
de manera sintética, la actividad terrorista, este extremo no se
ha podido establecer con precisión analítica [ 9 ] .
Antes he señalado que los costes de la secesión se extienden,
más allá de los efectos derivados de la aparición de
fronteras, hacia las consecuencias de la asunción de competencias
estatales. Éstas implican la realización de programas de gasto
cuya financiación puede resultar problemática si los ingresos
fiscales no se elevan suficientemente. Un estudio de A. Utrilla (2004) aporta
las cifras fundamentales de este asunto. Su trabajo señala tres aspectos
fundamentales:
· En primer lugar, que, de acuerdo con la cuenta de renta de
los hogares que elabora el INE, el saldo del sector público es
positivo para el País Vasco. A la inversa de lo que ocurre en otras
Comunidades Autónomas de alto nivel de PIB por habitante, como Madrid,
Cataluña, Navarra o Baleares, los vascos no contribuyen en nada,
de manera solidaria, al traslado de recursos hacia otras regiones españolas
menos desarrolladas, recibiendo en 2000, por el contrario, 232 euros por
persona [ 10 ] . Lógicamente, esta transferencia desaparecería en
el caso de que el País Vasco se independizara de España
· En segundo término, se estudian las consecuencias financieras
del sistema de concierto económico, destacándose que éste
no conduce a un esfuerzo fiscal menor en el País Vasco que en el
total nacional, sino más bien a una diferencia entre la valoración
de las cargas asumidas por la Comunidad Autónoma en el ejercicio
de sus competencias y la cuantía de los tributos concertados para
financiarlas, de manera que éstos son muy superiores a aquellas,
lo que deja un margen apreciable en beneficio de las Administraciones regionales.
· Y, en tercer lugar, el profesor Utrilla se adentra en la estimación
de los gastos que corresponderían a un País Vasco independiente
por el ejercicio de las competencias del Estado que actualmente no tiene
asumidas. La aplicación de una metodología basada en criterios
generalmente aceptados que tienen en cuenta la divisibilidad del gasto,
la determinación de sus beneficiarios y la existencia o no de economías
de escala, conduce a una cifra de 10.659 millones de euros para 2002 -de
los que 5.664 corresponden al sistema de Seguridad Social, entendido éste
en los términos de la Contabilidad Nacional, y 4.995 al gasto de
las Administraciones, principalmente en asuntos exteriores, defensa, política
económica y protección social-; cifra que sólo se compensa
parcialmente con los 6.474 millones de euros que el Estado dejaría
de obtener -de los que 4.252 corresponden a las cotizaciones sociales, 1.187
a los impuestos netos recaudados por la Agencia Tributaria y 1.035 al cupo-.
Por tanto, la secesión implicaría, de manera inmediata, para
el Gobierno Vasco un déficit público de 4.185 millones de
euros, lo que equivale al 9,3 por 100 del PIB. No obstante, esta cuantía
podría ser menor si, en vez de la citada metodología, se estimara
el gasto de las competencias estatales con el sistema que se aplica en los
cálculos del Concierto Económico, pues entonces el gasto total
ascendería a 8.487 millones de euros y el déficit a 2.013
millones; es decir, a sólo el 4,5 por 100 del PIB.
Por tanto, es evidente que la secesión implicará un empeoramiento
del bienestar, pues a la pérdida de los recursos que actualmente
el País Vasco recibe del resto de España, se añadirá
la necesidad de asumir un importante déficit público -cuyas
cifras superan sobradamente las admitidas, a partir del Tratado de Maastricht,
en el ámbito de la Unión Europea- que habrá de financiarse
restando recursos a los ciudadanos mediante el incremento de los impuestos
y las cotizaciones sociales; o alternativamente mediante la reducción
de los servicios públicos, incluidas las prestaciones sociales.
Esto último puede apreciarse con mayor detalle en un reciente
trabajo de López y Utrilla sobre la Seguridad Social (2004). En él
se analizan los aspectos fundamentales del sistema de protección
social, teniendo en cuenta el comportamiento de las variables que lo determinan.
El diagnóstico de la situación actual señala que el
envejecimiento de la población, que en el País Vasco es más
acusado que en el conjunto de España, ha comenzado ya a hacer mella
en el equilibrio del sistema. Además, el mercado de trabajo, menos
generador de empleo en el País Vasco que en la media nacional, no
ayuda a paliar los efectos de dicho envejecimiento. Y ello se refleja en
una situación financiera que en 2002 fue deficitaria, cifrándose
en casi 128 millones de euros el desequilibrio entre los ingresos y gastos
gestionados a través de la Tesorería General de la Seguridad
Social, de los que 41 corresponden a la diferencia entre cotizaciones y
pensiones.
Pues bien, sobre esta base, en dicho trabajo se efectúa también
un ejercicio de proyección de las tendencias recientes del sistema
hasta el año 2010. Los resultados obtenidos señalan que, con
ese horizonte temporal, el número de afiliados aumentará un
12 por 100 y el de pensionistas lo hará en un 11 por 100. Si las
bases de cotización convergen hacia la tasa de inflación,
la recaudación se elevará en un 35 por 100 sobre su nivel
actual; pero las pensiones, debido a la presión demográfica,
aumentarán el 46 por 100. Y, como consecuencia, al finalizar la década
actual, el déficit se multiplicará por trece, llegándose
a una cifra superior a los 525 millones de euros. En otras palabras, el
sistema de pensiones del que actualmente disfrutan los ciudadanos no es
sostenible en un País Vasco independiente; o si se prefiere, la garantía
de los derechos adquiridos por los más de 400.000 pensionistas que
viven en la región sólo la proporciona su integración
en el sistema de Seguridad Social español, pues dentro de él
son posibles las transferencias territoriales entre las Comunidades Autónomas
en las que los recursos exceden de los gastos y las que, como el País
Vasco, son deficitarias.
Finalmente, debe aludirse, por su relevancia, al análisis de los
aspectos monetarios de la secesión. El profesor Anchuelo (2004) ha
abordado este tema argumentando que, de manera inevitable, para disponer
de una cierta holgura en su política económica, un País
Vasco independiente se vería impelido a crear su propia moneda -a
la que se alude con el término "eusko"-, pues la tentación
de mantener de forma unilateral el euro -de cuya área no formaría
parte- no sería sostenible debido a las rigideces que introduce -básicamente
porque no puede fijarse el tipo de cambio y porque se impide la existencia
de un Banco Central Vasco capaz de actuar como prestamista en última
instancia-. La adopción de esa nueva moneda no está exenta
de costes de adaptación -que, sólo en los sectores bancario
y comercial, superarían los 100 millones de euros-, así como
de costes de transacción por las comisiones de cambio -que se estiman
en un 1 por 100 del PIB al año-. Y a ello se añade un aumento
general de la incertidumbre sobre la sostenibilidad del tipo de cambio entre
el eusko y el euro, lo que ha de afectar negativamente a las exportaciones
y a la recepción de capitales extranjeros.
A la prospectiva sobre el tipo de cambio dedica el profesor Anchuelo
una buena parte de su trabajo. Sus conclusiones señalan que, aunque
inicialmente la autoridad monetaria trataría de mantener la paridad
entre el eusko y el euro, las tensiones sobre el sector exterior acabarán
forzando la elevación de los tipos de interés y la devaluación
de la divisa, dejando flotar su tipo de cambio. La secuela de todo ello
no será otra que un aumento generalizado de la incertidumbre en un
escenario de inflación, altos costes del capital y déficit
exterior, lo que generará un ciclo depresivo para la economía.
En estas circunstancias, el País Vasco no podría reintegrarse
fácilmente en la zona del euro, pues aunque lograra superar las dificultades
para ser admitido dentro de la Unión Europea, tendría que
cumplir con los rígidos criterios de Maastrich para ingresar en la
Unión Monetaria, tarea ésta en la que se emplearían
varios años. Y si aún así lo consiguiera, debido a
la configuración del Banco Central Europeo, acabará teniendo
una ínfima capacidad de decisión sobre la política
monetaria unificada, pues sólo podrá participar en un tercio
de las votaciones del Consejo de Gobierno de esa institución, cuando
España lo hará en las cuatro quintas partes de ellas.
La conclusión que se desprende de los análisis que acabo
de resumir es bastante sencilla: la promesa de la secesión no es,
como gusta decir en público a los nacionalistas vascos, la de la
prosperidad, sino todo lo contrario. Un País Vasco independiente
pasará por graves dificultades económicas que redundarán
en una pérdida de bienestar para sus habitantes. Éstos encontrarán
menores oportunidades de empleo, viéndose azotados por el fantasma
del paro; deberán asumir unos servicios públicos más
modestos, a la vez que pagarán unos mayores impuestos; el estado
del bienestar -y, dentro de él, las pensiones como su principal instrumento-
se verá seguramente recortado; y se encontrarán envueltos
en un clima generalizado de incertidumbre durante mucho tiempo. Nada de
esto parece afectar a los proponentes del programa secesionista, pues, aun
conociendo los riesgos en los que se incurre con su política, parecen
inclinados a sacrificar los intereses de los ciudadanos. No debería
sorprendernos; ya hace bastantes años, el que fuera presidente del
PNV, Xabier Arzalluz, le manifestó a Hans Magnus Enzensberger, que
los nacionalistas "estamos dispuestos a pagar cualquier precio para
desarraigar de una vez la ocupación (sic) española; incluso
nos avendríamos a un descenso del nivel de vida" (1987, 313).
Esta es la medida de su patriotismo.
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–––––––––––
* Este artículo recoge, con algunos cambios, mi introducción
al libro Economía de la secesión. El proyecto nacionalista
y el País Vasco, (Buesa (Ed.), 2004)
** Mikel Buesa () es Catedrático de Economía Aplicada
de la Universidad Complutense de Madrid