Trama & TEXTURAS

La genética y el azar (Sobre las curvas de Sharon Stone)

por Joan Carles Girbés

Trama & TEXTURAS nº 3, Septiembre 2007

Es la primera vez que trato de responder una pregunta tan incómoda como la que plantean los amigos de Trama&Texturas mediante un extenso cuestionario/interrogatorio: ¿por qué soy lector? Me lo tomo, no como una acusación, sino como un reto. Es como tratar de averiguar por qué nací en Carcaixent, por qué tengo los ojos de color marrón (oscuro) o por qué me gustan tanto los U2. No lo sé, la verdad, supongo que por cuestiones de azar o de genética. Leer significa para mí placer y conocimiento, y la lectura forma parte de mi vida de una manera tan absolutamente inseparable que no es posible ya la una sin la otra.

Pero lo que más me ha intrigado siempre es cómo me convertí en lector. Hace unos meses publiqué un librito titulado Llegir per a créixer. Guia pràctica per a fer fills lectors (no, no trato de vendéroslo: es de distribución gratuita). Ha sido un encargo de la Fundació Bromera per al Foment de la Lectura con el objetivo de convencer a padres y madres de la importancia de promover la lectura en el ámbito familiar. Una de las sugerencias más reiteradas en la obra es que los hijos deben ver a los padres y familiares trajinando con libros, leyendo, para que comprueben que la lectura es útil, satisfactoria y gratificante. Dar ejemplo es, sin duda, el mejor consejo para fomentar la lectura, quizá el más eficaz.

El caso es que, cuando yo era pequeño, en casa nadie leía, y prácticamente tampoco había libros, solo unos volúmenes escasos de cuando mis padres estaban suscritos al Círculo de Lectores. Ediciones en tapa dura casi solemnes que, según narra una leyenda familiar, mi padre leía por las noches a mi madre. Debió quedarse sopa con aquella colección de la obra completa de Blasco Ibáñez que yo no me atrevería a tocar hasta muchos años después cuando, gracias a la adaptación cinematográfica de Sangre y arena protagonizada por una voluptuosa Sharon Stone (¡eso sí que es animación lectora!), me sentí “seducido” por la novela . Lástima que la prosa del insigne escritor valenciano no estuviera a la altura de las curvas de la Stone; la colección continúa cogiendo polvo en la estantería más alta de mi biblioteca.

En realidad me convertí en lector por casualidad, gracias a los cómics. Cuando era un niño y Zipi y Zape, Tintín, Pumby y Superlópez formaban parte de mi círculo de amigos íntimos, mis padres tuvieron la brillante idea de abrir un modesto negocio familiar que, con el tiempo, resultaría ruinoso. Decían que era un quiosco, pero en realidad era el Paraíso, con lecturas inagotables que se renovaban cada día. Aparte de numerosas caries provocadas por la ingesta constante de golosinas, aquella experiencia, que duró 7 u 8 años, me dejó una huella imborrable como consumidor voraz de prensa y revistas. Un vicio que, con la irrupción de Internet, no ha hecho sino aumentar.

En aquella época entraron en mi vida, por la puerta grande (del quiosco), la nueva etapa de TBO, los coleccionables de libros y las primeras promociones de los diarios. Recuerdo especialmente una colección juvenil de Espasa-Calpe que recogía desde mi admirada Christine Nöstlinger hasta Wolfgang Ecke o Las aventuras de los detectives del faro; y aquella otra titulada “La locomotora”, de Alborada, con títulos como El viejo y el mar o El hombre invisible, entre tantos otros. Y la promoción del extinto diario El Sol, que durante los meses previos a la quiebra regaló una serie inacabable de libros breves que aún conservo en casa. O aquella fiebre, a la que me uní con entusiasmo desde el principio, de los libros «Elige tu propia aventura», de Timun Mas, y tantos otros imitadores (de «Multiaventura» a «¡Vive tu propia aventura!») que devoraba como se devoraban aquellos libros: de delante hacia atrás, de la mitad hacia el principio, del anverso y del revés, siempre persiguiendo el final feliz que más me convenía.

Reconozco que en la actualidad visito poco las bibliotecas porque, entre otras manías de lector empedernido, no puedo evitar subrayar las obras que leo y hacer anotaciones (eso sí, siempre con lápiz), pero en la adolescencia fui usuario asiduo de la biblioteca de mi pueblo durante una buena temporada. En casa decía que iba a estudiar y a hacer trabajos (entonces todavía se creía que las bibliotecas solo servían para estas tareas digamos instrumentales), pero en realidad iba a pasármelo pipa con los álbumes de Garfield y, sobre todo, de Mafalda. Y también a esperar que el bibliotecario se despistara un momento para colarme en una sala que me había prohibido de manera explícita. Estaba convencido de que aquellos “libros para adultos” que aseguraba que guardaba allí contenían imágenes picantes o textos escandalosos, pero pronto comprobaría (con gran desilusión) que se trataba de libros de historia gruesos y ediciones más o menos valiosas. Obras, tal vez sí, “solo para adultos”.

Y, de repente, una bomba: cuanto cursaba 6º de EGB me hicieron saber que la lengua que hablaba en casa y en la calle (los Padres Franciscanos nos la prohibían dentro del recinto escolar) se podía estudiar, y se escribía, y se podía leer. Fue entonces cuando empezaron las ediciones de la extinta editorial Gregal pensadas para la educación: clásicos adaptados y novelas juveniles contemporáneas que han pasado a ser clásicos de la literatura valenciana contemporánea como Mor una vida, es trenca un amor, de Joan Pla, o El guardià de l'anell, de Vicent Pascual.

Muy poco después (estamos todavía en el año 86, pero tranquilos que acabo pronto) nació Edicions Bromera, que ha sido y es mi principal fuente de alimentación literaria (y de alimentación a secas también, ¿por qué no reconocerlo?). Unos años más tarde (¿lo veis? ¡Ya estamos en el 93!), y después de haber tenido la suerte de contar con magníficos profesores en el instituto público que supieron despertarme y avivar el gusanillo de la lectura (Rodoreda, García Márquez, Papasseit, Allende, Calders, Kennedy Toole...), empecé a trabajar en prácticas en la editorial y tuve la suerte que me regalaban libros, muchos libros, todos los que fuera capaz de leer. Y en aquellas fechas (hemos hecho un gran salto: estoy ya, aburrido y con más tiempo libre del que he tenido y volveré a tener nunca, haciendo la mili) leí buena parte del catálogo de la editorial donde, poco después, me integraría laboralmente.

En la actualidad, gracias al oficio de editor, puedo compatibilizar el trabajo y la pasión, el ocio y el negocio, y este privilegio me da la posibilidad de leer libros que (afortunadamente) nunca se publicarán y otros que (por fortuna) puedo contribuir a que vean la luz. También me proporciona el gozo de compartir el tiempo, la vida, con personas creativas y con talento de las que nunca me canso de aprender. Al hacer memoria de todo esto me doy cuenta de que ya no me puedo imaginar como no-lector, tal es el hechizo que me produce la letra impresa.

Cuestión de genética o, quizá, de azar.

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