Asia Central en un mundo en cambio: de región periférica a área generadora y de aplicación de políticas. Actores, política y seguridad
RESUMEN
El presente trabajo aborda la región de Asia Central a partir del análisis de las características de la inserción internacional del área en su conjunto y de las repúblicas ex soviéticas que la forman. De manera general, se pretende analizar la evolución de Asia Central de región periférica a área generadora de conductas y de aplicación de políticas por parte de los actores internacionales. En la primera parte del estudio se menciona una serie de particularidades de las repúblicas que han determinado las relaciones en la región –orden centroasiático– y de la región con el exterior; se señalan aspectos geohistóricos y económico-estratégicos. En la segunda, se examina, desde las singularidades de la política interna, la política internacional de las repúblicas en la posguerra fría. Y, en la tercera, se analizan, en función de las peculiaridades mencionadas, las políticas que el área y cada Estado han generado en los actores internacionales tanto regionales como mundiales y que han transformado la región de periférica a geopolíticamente emergente.
Palabras clave: Asia Central, relaciones internacionales, política regional, crisis, actores
Desde el fin del bipolarismo y, particularmente después del 11 de septiembre de 2001, Asia Central se ha convertido en un área significativa en las relaciones internacionales, tanto por su situación estratégica, centralidad y vía de comunicación entre diferentes civilizaciones (china, iraní, india, rusa) y regiones (Eurasia, Oriente Medio, Asia Meridional), como por su calidad de espacio de “gran juego” [ 1 ] , generador de políticas por parte de los actores internacionales, tras el vacío de poder dejado por la desaparición de la Unión Soviética. El presente trabajo aborda Asia Central y analiza las características de la inserción internacional de las repúblicas ex soviéticas que la constituyen –Kazajstán, Kirguizistán, Tadzhikistán, Turkmenistán y Uzbekistán [ 2 ] – y cómo ésta se ha llevado a cabo en un mundo en constante cambio. La elección del tema de estudio responde a diferentes razones: a) constituye una cuestión significativa de análisis, ya que permite observar las relaciones que el área en su conjunto y cada una de las repúblicas por separado generan en el marco de la nueva política internacional; b) en su calidad de espacio de “juego”, en la zona se encuentran implicados y participan competitivamente todo tipo de actores, desde potencias y organizaciones internacionales a grandes transnacionales; c) el caso posibilita examinar la estrecha vinculación que existe entre la situación interna de las repúblicas centroasiáticas y la formulación de sus políticas exteriores, es decir, cómo las entidades estatales han estructurado sus relaciones internacionales en función de los déficit de seguridad que poseen; d) porque la conducta de los actores y las políticas formuladas evidencian una vuelta a políticas clásicas de poder, de ejercicio de poder (Naumkin, 1994) y, particularmente, de lucha por el control de los recursos energéticos presentes en el área, que lleva a hablar, desde la disciplina de las relaciones internacionales, de una vuelta a la geopolítica [ 3 ] clásica tanto en la praxis como en la teoría (Reiter, 2001), especialmente a partir del 11-S. De manera general, se pretende analizar la evolución de Asia Central de región periférica a área generadora de conductas y de aplicación de políticas. A tal fin, se ha sistematizado el estudio abordando tres cuestiones. La primera hace mención a una serie de características de las repúblicas que han determinado las relaciones en la región –orden centroasiático– y de la región con el exterior; se señalan particularidades geohistóricas y económico-estratégicas. La segunda aborda desde las singularidades de la política interna a la política internacional de las repúblicas en la posguerra fría. La tercera se centra, en función de las peculiaridades mencionadas, en examinar las políticas que el área y cada Estado han generado en los actores internacionales tanto regionales como mundiales.
ASIA CENTRAL: CARTOGRAFÍA DE LA REGIÓN
Geografía, historia, política
Tal como señala Stride en este monográfico, la geografía define a Asia Central como esa inmensa zona comprendida al este y al sur por las montañas de Tian Shan, de Pamir y del Elbrouz, al oeste por el mar Caspio y al norte tiene la característica fundamental de no tener fronteras naturales. Ninguna barrera se interpone entre las estepas kazajas y las planicies rusas, lo que es significativo en términos geopolíticos, ya que parte de la colonización y de la movilización de personas vendrá del norte y del oeste. El área reúne diferentes paisajes. El de las montañas habitadas por poblaciones seminómadas al norte (kirguizos, kazajos) y por sedentarios al sur (tadzhikos). El de las cuencas de dos grandes ríos, el Amu Darya (al sur) y el Syr Darya (al norte), en dónde floreció una rica civilización urbana, de origen persófono, en ciudades como Samarcanda y Bujará, el corazón histórico de Asia Central. El de las estepas (conocido como arco de las estepas), que se extiende de la frontera de Irán a Mongolia, poblado por tribus antiguamente nómadas, hoy sedentarizadas de turkmenos (al oeste) y de kazajos (al norte y al sur). El rasgo más sobresaliente de la zona es su completo aislamiento de la influencia oceánica que ha condicionado tanto el territorio y su explotación como la inserción política y económica de la región (Balland, 1997).
Históricamente, Asia Central ha desempeñado dos funciones distintas y hasta cierto punto contradictorias (Hambly et al, 1985). Por una parte, la aridez predominante y la falta de vías de comunicación la han convertido en un elemento de separación entre las civilizaciones que se ubican en su periferia (iraní, china, india, rusa). Por otra, ha sido un nexo débil, pero nunca roto, a través del cual esas civilizaciones adquirieron conocimiento unas de otras y establecieron comunicaciones entre ellas. La zona ha sido lugar de paso en la antigua Ruta de la Seda y de encuentro de civilizaciones, el del mundo persa y el turco de las estepas. A pesar de haber estado en contacto con las regiones que la rodean, el hecho es que Asia Central ha sido una zona del mundo relativamente impenetrable a las presiones exteriores [ 4 ] .
Políticamente, la dominación rusa de la región comenzó en el siglo XVIII y se realizó en dos tiempos y con modalidades diferentes (Roy, 1997). Primero, hacia las estepas del actual Kazajstán, de forma lenta, progresiva y relativamente pacífica (1713-1899), mediante la firma de una serie de tratados con los clanes y hordas kazajas (se aseguró la defensa rusa frente a posibles invasiones desde Mongolia mediante una línea de fortificaciones), lo cual produjo una rusificación de la zona. Segundo, hacia el sur, hacia la Transaxonia, llamada en la época Turkestán. A diferencia del caso anterior, Rusia debió enfrentarse a los intereses del Reino Unido, presente en la India y “valedora” del mundo musulmán [ 5 ] . El dominio ruso se consolidó mediante la lucha, la creación de protectorados y la anexión (Kokand en 1876; el emirato de Bujará en 1868; Jiva en 1873, etc.). En esta región la presencia rusa no modificó las estructuras sociales tradicionales. A diferencia de lo que sucedió en el Cáucaso, la colonización rusa en Asia Central se realizó con más facilidad. En la época soviética se puso en práctica una política que consistió en fraccionar el conjunto turco-musulmán en distintas unidades administrativas, y no fue hasta 1936 que se estableció el mapa definitivo de la zona. Las decisiones de Moscú estuvieron encaminadas siempre a evitar cualquier proyecto unitario en Asia Central [ 6 ] . Las repúblicas se diseñaron de forma artificial, y un mismo grupo étnico quedó fraccionado en las diferentes repúblicas (por ejemplo, para debilitar a Tadzhikistán, Samarcanda y Bujará con mayoría de población tadzhika, quedaron en territorio de Uzbekistán). La perestroika no se vivió en Asia Central de la misma manera que en el resto del espacio soviético, y los procesos de independencia en 1991 no fueron iniciados por los dirigentes políticos locales, se produjeron por la propia desintegración de la Unión Soviética (no existieron grupo o formaciones nacionalistas que luchasen contra el “poder central” o “colonizador”) [ 7 ] . Las repúblicas centroasiáticas apoyaron el golpe de Estado de agosto de 1991 que, entre otros objetivos, pretendía evitar dicha desintegración [ 8 ] .
Economía, estrategia y reparto de recursos
La dimensión económico-estratégica de Asia Central está determinada por la existencia de importantes reservas de petróleo y de gas en el mar Caspio (véase artículo de Mañé). Tanto es así, que cada vez es más frecuente hablar de la existencia de un “complejo relacional geoeconómico-estratégico de seguridad” constituido por Cáucaso-mar Caspio-Asia Central (Sainz Gsell, 2003). En consecuencia, el control de las reservas, de la producción y de las rutas de salida de los recursos energéticos presentes constituye, quizás, la cuestión más importante en la región. De las antiguas repúblicas soviéticas vinculadas al Caspio, Azerbaidzhán, la Federación Rusa, Kazajstán y Turkmenistán son las repúblicas kazaja y azerí las que disponen de mayores reservas potenciales de petróleo, y la turkmena de gas. El gran tema respecto a los recursos es el de las vías de evacuación, es decir, la construcción de oleoductos que permitan la salida y comercialización del petróleo. El tema constituye el núcleo duro de las relaciones y de las rivalidades entre las potencias regionales y mundiales (Yakemtchouk, 1999). Para los países productores –Kazajstán, Azerbaidzhán, Turkmenistán– la evacuación del petróleo y del gas se convierte en una cuestión vital, ya que han diseñado una política económica basada en la explotación de su potencial energético (Roberts, 1996). El transporte de cantidades importantes de crudo y la construcción de oleoductos y de gasoductos constituyen elementos prioritarios en la agenda de negociaciones con sus vecinos, tanto para lograr estabilidad en las zonas en conflicto como para obtener el "permiso" de paso. Para los países por cuyos territorios (Georgia, Turquía, Federación Rusa, Irán, China) salen al mercado mundial el petróleo y el gas de la región, el derecho de "paso" sirve, a la vez, como baza negociadora y como elemento de presión frente a los productores [ 9 ] .
En este “gran juego” de los hidrocarburos hay dos aspectos a tener en cuenta y que también son utilizados como instrumentos políticos. Uno es el volumen real de las reservas existentes de petróleo y gas, ya que se pretendía presentar el área como un posible recambio al Golfo Pérsico (los gobiernos kazajo, azerí y estadounidense, por ejemplo). En este sentido ha habido una tendencia a exagerar las cifras respecto a los recursos energéticos. Así, mientras en 1995 se situaban las reservas potenciales de petróleo en el 16% de las mundiales, a finales de 1998, se colocaban en torno al 3%10. Respecto al gas, ha sucedido algo similar, y las reservas se han situado, actualmente, en el 4% de las mundiales. Estas cifras y estimaciones evidencian que la cuenca del Caspio no puede ser considerada, como se pretendía hacer ver (Vidal-Folch, 1998), un sustituto de las reservas de Oriente Medio y el Golfo Pérsico. Lo que sí hay que resaltar es el valor estratégico de la cuenca, ya que cerraría el llamado “arco de petróleo” (Oriente Medio-Golfo Pérsico-Asia Central) cuyo centro es Irak. El otro aspecto es el entramado de las rutas y de los principales inversores, que da una idea acabada de la complejidad de la cuestión (Forsythe 1996). La primera de las rutas es la llamada vía rusa que ha ejercido un cuasimonopilo para la salida del petróleo azerí, pero que ha sufrido directamente las consecuencias (sabotajes) de las guerras en Chechenia. Respecto a la salida del petróleo kazajo, la vía rusa de Tengiz-Novorosisk es el mayor proyecto en la zona (implica la participación de las más importantes empresas transnacionales: Chevron, Lukoil, Statoil, Delta, Kazah State Oil, Impex, Japex y Mitsubishi Oil). La segunda es la vía transcaspiana, llamada también vía turca, que saca el petróleo del Caspio, sorteando el territorio ruso y pasando por Georgia y Turquía (inaugurada en mayo de 2005). Es la vía privilegiada por Estados Unidos y en la que empresas de esa nacionalidad (Amoco, Unocal, Exxon y Pensoil) controlan más del 50% de la extracción del petróleo azerí (el consorcio dirigido por British Petroleum, controla el 30% restante) (Bonet, 2005). La tercera es la vía iraní o vía sur. Es la más “racional” desde el punto de vista económico y la más corta, ya que coloca el petróleo kazajo y el gas turkmeno directamente en el Golfo Pérsico, pero no cuenta con el beneplácito estadounidense. Se ha proyectado una variante de esta vía, por Afganistán (país fronterizo con Tadzhikistán), denominada vía paquistaní, que tras pasar por Pakistán llegaría a la India. La vía paquistaní, previo paso por Afganistán, contempla la posibilidad de construir un oleoducto y un gasoducto que sería ampliable hasta la India. Esta vía ha sido sopesada por Estados Unidos y los gobiernos de Japón, de la República de Corea y de Pakistán. La cuarta ruta es la china, oriental o Ruta de la Seda, cuyo objetivo es extraer el petróleo kazajo para colocarlo en los puertos de China y Japón del Pacífico; es el gran proyecto de la empresa china (CNP) .
A la explotación de los recursos hay que sumar un tema significativo en materia internacional: la controversia entre los países ribereños, según se considere al Caspio un lago o un mar interior. Hasta 1991, el usufructo fue regulado por los tratados firmados entre la URSS e Irán, que determinaban el estatuto jurídico del Caspio como lago, regido por los tratados bilaterales de 1921 (cooperación y amistad), de 1935 (establecimiento y comercio), este último reemplazado por el de 1940 (comercio y navegación); y la legislación interna de cada Estado. Se regulaba la explotación de recursos sin delimitar, de forma clara, las fronteras marítimas (Uiboppuu, 1995). La aparición de nuevos estados (Azerbaidzhán, Kazajstán y Turkmenistán) que tienen costa sobre el Caspio y la utilización de los recursos generó conflictos a la hora de consensuar el estatuto del mar, puesto que no estaban de acuerdo con los derechos de disfrute que otorga la calidad de lago (acordada en el contexto de Guerra Fría). La tesis-lago (principio de condominio), que sostienen la Federación Rusa e Irán, implica una explotación concertada de recursos sin que ninguna de las partes tenga derecho de propiedad en exclusiva más allá de la zona de las diez millas marítimas de sus costas (a partir de dicha zona se deberán explotar los recursos sobre la base de un acuerdo común). La tesis-mar interior (principio del reparto), apoyada por Azerbaidzhán, Kazajstán, y en menor medida Turkmenistán, supone la distribución de las aguas en diferentes categorías (aguas territoriales, plataforma continental, zona económica exclusiva, etc.). Así, los derechos de los ribereños se determinarían según la Convención de Naciones Unidas sobre Derecho del Mar (CNUDM) –abierta a la firma en 1982 en Montego Bay y que entró en vigencia en 1994–; sin embargo, el problema radica en que sólo una de estas repúblicas (Rusia) ha ratificado dicha Convención. La tesis “mar interior” es apoyada abiertamente por Estados Unidos, el primer inversor en la región, que tampoco ha firmado la CNUDM. A lo largo de estos años se ha tratado de encontrar una solución multilateral al conflicto, sin éxito. Ejemplos en este sentido son, por un lado, la propuesta conjunta ruso-azerí-kazaja (2003) para dividir el fondo del Caspio en sectores nacionales (siguiendo el trazado de la “línea mediana modificada”, mientras las aguas superficiales siguen siendo propiedad común de los estados ribereños) que es la que permite la extracción en la actualidad, rechazada por Irán, claro perdedor en términos de porcentaje de usufructo por sectores nacionales (aproximadamente, el 13%, frente al casi 20% de los demás); por otro, los acuerdos bilaterales entre Kazajstán y Rusia (1998) con arreglo a la “línea mediana” y entre Rusia y Azerbaidzhán (2001) sobre el mismo principio. La polémica mar-lago complica aún más las relaciones en el área y las posibilidades de una pronta solución siguen siendo muy remotas [ 11 ] .
LAS REPÚBLICAS CENTROASIÁTICAS EN EL NUEVO ORDEN INTERNACIONAL
Población y evolución política
Las repúblicas que constituyen Asia Central abarcan una superficie de casi cuatro millones de kilómetros cuadrados (casi ocho veces la extensión de España). La cuantía de su superficie contrasta con la escasez de población y su distribución, apenas unos cincuenta millones de habitantes (diez más que España), y destaca la diferencia demográfica entre el Estado más extenso y escasamente poblado (con una densidad de 6 hab/km2), Kazajstán, y el más pequeño en superficie Tadzhikistán, el segundo más densamente poblado (45 hab/km2). El factor demográfico, como elemento de presión, desempeñará un papel significativo en las relaciones tadzhikas con sus vecinos, especialmente con Uzbekistán (62 hab/km2). La existencia de centenares de nacionalidades (Choukourof, 1994) se refleja en la composición de la población, con presencia importante de minorías, en algunos casos, de más o casi un tercio de la población del Estado en que residen (rusos en Kazajstán y Kirguizistán y rusos y uzbekos en Tadzhikistán).
La mayoría de los habitantes son de confesión islámica, musulmanes suníes, con presencia de minorías chiíes (ismaelitas) . Una vez finalizada la Guerra Fría, la región ha sufrido un importante proceso de reislamización (Kepel, 2000). A la existencia de un islam oficial, muy controlado por las autoridades, que existía durante la época soviética y que se mantiene en la actualidad, hay que sumar la presencia de un islam radical (Rashid, 2002a), que si bien es minoritario en el conjunto de las repúblicas, ha tenido una importante actividad y participación política (Rashid, 2000b). La presencia del islamismo radical es manifiesta en Tadzhikistán, Uzbekistán y Kirguizistán [ 12 ] .
De manera general, se puede afirmar que la transición política (véase el texto de Djalili y Kellner) se desarrolló en la práctica como una tentativa de salida del modelo soviético. Los intentos de construcción de una soberanía e identidades nacionales se han hecho, progresivamente, contra el período soviético, sobre el reforzamiento del grupo étnico titular del nombre del país (con exclusión de las minorías) y el rechazo hacia la lengua del “colonizador” (políticas de desrusificación) [ 13 ] . Sin embargo es difícil construirlas. Las repúblicas centroasiáticas, a diferencia, por ejemplo, de las del Cáucaso, Georgia, Armenia, Azerbaidzhán, no pueden referirse a su pasado presoviético, como entidades estatales, ya que su organización se basaba en kanatos y federaciones tribales, modelos lejanos al del Estado moderno. Para algunos especialistas, la situación es similar a la de los estados africanos surgidos de la descolonización (Djalili, 2001). Políticamente, hay continuidad en el modelo de administración estatal: se mantiene la centralización y las entidades autónomas son cada vez menos autónomas, se habla de “estados clónicos” de la Unión Soviética, las élites dirigentes y son las mismas del régimen soviético. La evolución de las repúblicas se ha decantado hacia regímenes autoritarios o semiautoritarios con el predominio de un partido único, y el papel preponderante del personalismo presidencial (culto a la personalidad, Islam Karímov en Uzbekistán y Nursultán Nazarbáyev en Kazajstán; presidentes casi vitalicios como Saparmurad Niyazov en Turkmenistán).
Respecto a la situación socioeconómica, las repúblicas centroasiáticas heredaron una mala situación de la época soviética [ 14 ] , ya que esta zona era, en general, la más pobre de la antigua Unión Soviética. Los cinco estados se mantuvieron al margen del proceso industrializador (sólo se instalaron algunas industrias químicas y pesticidas altamente contaminantes) y se dedicaron a la producción de materias primas, en especial el algodón, que como monocultivo histórico ha generado una sobreexplotación y degradación de la tierra con nefastas consecuencias para el medio ambiente (uso indiscriminado de recursos hídricos, desertización, salinización del suelo, etc.), siendo el mar de Aral el caso paradigmático de destrucción ecológica [ 15 ] . A lo apuntado hay que sumar otras cuestiones que contribuyen a degradar aún más la calidad de vida en la región. Por una parte, la contaminación de origen nuclear, ya sea como producto de los ensayos nucleares (atmosféricos y subterráneos) realizados (Kazajstán, era un Estado con armas nucleares en el marco de la URSS), el almacenamiento de residuos radioactivos (Kirguizistán) o de la explotación de minas de uranio (Tadzhikistán); por otra, la contaminación derivada de las pruebas de armas bacteriológicas (la isla de Vozrozhdeniye, en el centro del mar de Aral, entre los territorios de Kazajstán y Uzbekistán, era la sede del más importante complejo de producción de las mencionadas armas).
Tanto el modo de producción económico como la degradación ecológica han afectado fundamentalmente a la población en términos de desarrollo. En este sentido, y a principios del siglo XXI, la mayor parte de los habitantes del área vive por debajo del umbral de la pobreza (Tadzhikistán, 83%; Kirguizistán, 50%; Turkmenistán, 48%; Kazajstán, 43% y Uzbekistán, 23%) (véase artículo de Spoor). Existe una escasa y a veces nula asistencia educativa y sanitaria (la contaminación y degradación ambiental es el origen de numerosas enfermedades) si se compara a la existente en la época de la Unión Soviética [ 16 ] .
Las repúblicas centroasiáticas también sufren el impacto del crimen internacional organizado. La región se ha convertido en zona de paso y de distribución de la droga procedente de Afganistán, el gran productor de la región [ 17 ] . Tadzhikistán es el primer escalón en el tránsito de las rutas de salida de opio (afgano) y de heroína (pakistaní y afgana), así como de entrada de contrabando de productos químicos, procedentes del resto de países del área, para el refinado del opio. En los últimos años Tadzhikistán y Kirguizistán se están convirtiendo en significativos productores de opio. Entre los grupos mafiosos presentes –georgianos, chechenos, azeríes, chinos, italianos– son los rusos, con vínculos en Afganistán desde la época soviética, los que controlan, en general, las redes de distribución y transporte de la heroína por Asia Central, Federación Rusa y Estados Bálticos (conocida como Ruta de la Seda), para ser distribuida por Europa (Rashid, 2002a). Existen también otras rutas de salida de la droga afgana, como la de los Balcanes (a través de Irán y Turquía), con la variante turkmena (vía Irán). Vinculados a la producción y al tráfico de drogas, aparecen temas con gran trascendencia político-económica : la corrupción e implicación de autoridades, funcionarios, policía y fuerzas armadas en el narcotráfico y en el blanqueo de dinero; y social : el tráfico de drogas aparece como medio, a veces el único, de subsistencia, y el consumo de estupefacientes por parte de la población local se está convirtiendo en un verdadero problema (propagación del sida, prostitución, etc.). Cabe mencionar también, dentro del crimen organizado, el tráfico de armas del que la región, no ha sido ajena, dada su calidad de epicentro de los grandes conflictos, Afganistán, Tadzhikistán, Cáucaso, que han tenido lugar en la posguerra fría.
Las características apuntadas, como la presencia del islamismo radical, la existencia de minorías que reivindican representación gubernamental, los regímenes autoritarios, junto al deterioro creciente de las condiciones sociales, el desarrollo limitado por la “criminalización” –mafias, tráfico de drogas y armas– de la economía, paro crónico, etc., contribuyen a la debilidad de la legitimidad del Estado en Asia Central.
Inserción internacional
Respecto a la inserción internacional, las repúblicas centroasiáticas han estructurado sus relaciones internacionales en el ámbito de la economía, de la política y sobre todo de la seguridad [ 18 ] en función de tres cuestiones:
– Las carencias o déficit que presentan, como la falta de recursos para la explotación de materias primas; insuficiente capacidad militar en casos como el tadzhiko, el kirguizo y el turkmeno; inexistencia de medios y preparación ante graves situaciones medioambientales –contaminación, desertización–; escasez de experiencia y de burocracia diplomática;
– La noción de “ amenazas ” e inseguridades, particularmente el islamismo radical y el terrorismo;
– La percepción de intereses divergentes entre ellas, surgidos de las diferencias geopolíticas (ya sean geográficas –estados centrales, Uzbekistán, frente a periféricos, los cuatro restantes–; o del hecho de con qué estados se comparte frontera: Kazajstán con Rusia y China; Tadzhikistán, Turkmenistán y Uzbekistán con Tadzhikistán, por ejemplo); medioambientales (especialmente de acceso a recursos, agua, Kirguizistán y Uzbekistán; petróleo y gas, los ribereños al Caspio); y de dimensión de los estados (población y extensión). Sin embargo frente a problemas comunes no han puesto en práctica gestiones comunes; ha habido una resistencia a la gestión multilateral y han prevalecido las divergencias.
Una breve descripción de la situación de cada una de las repúblicas ayuda a comprenderlas. Kazajstán, el más extenso de los países, tiene unas relaciones privilegiadas con la Federación Rusa, Estado con el que comparte casi 7.000 kilometros de fronteras, siendo ésta la mejor garante de su inmenso territorio. La presencia de minorías rusas no ha sido un tema de conflicto entre Moscú y Astaná, ya que el Gobierno kazajo ha tenido cierta política de respeto y tolerancia hacia estos grupos minoritarios. Uzbekistán es la primera potencia militar en Asia Central. La inestabilidad de sus vecinos, Afganistán y Tadzhikistán y la presencia de movimientos islámicos explican la prioridad dada por este país a la defensa. En política exterior sus relaciones con Moscú han oscilado de un progresivo distanciamiento (en materia política y militar), particularmente a partir del 11-S y aproximación a Washington, a un acercamiento estratégico desde finales de 2004. A pesar de las diferencias, han existido siempre importantes contactos comerciales, ya que el principal mercado hacia donde se orientan las importaciones y las exportaciones uzbekas es el ruso. Turkmenistán es el Estado más “cerrado” al exterior y mantiene un estatuto de neutralidad. Las relaciones con Moscú y el resto de las repúblicas de la región no son fáciles (su aislamiento repercute en la adopción de cualquier tipo de iniciativa regional); pero sí son fáciles con Teherán. Este “país del gas” tiene a Estados Unidos como el primer inversor. Tadzhikistán tiene unas relaciones privilegiadas con Rusia, que es el que asegura la defensa del país. Su política está profundamente afectada por lo que sucede en Afganistán. Kirguizistán ha sido reconocido como el Estado más democrático de los cinco, y su economía está estrechamente vinculada a Rusia con la que mantiene vínculos políticos. Moscú aparece como “garante” frente a China, su vecino más importante, cuyas relaciones se han visto afectadas por la presencia militar estadounidense en territorio kirguizo (a raíz de la guerra en Afganistán).
En política exterior, las repúblicas, por separado, han orientado y buscado la cooperación con potencias regionales y mundiales; y con organizaciones internacionales que supliesen los “déficit de seguridad” apuntados (Atabaki y O'kane, 1998). Así, las cinco, que se han insertado de forma progresiva en el marco del multilateralismo de ámbito universal, forman parte de Naciones Unidas, del sistema institucional de Bretton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) y de la mayor parte de organismos de la ONU. En el plano regional se muestra una mayor actividad en cooperación, ya sea por iniciativa propia o promovida por otros actores (Bremmer y Bailes, 1998), no exenta de complejidad y de dificultad. En este sentido, todas forman parte de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), espacio de cooperación política promovido desde Moscú, que integra a doce de las ex repúblicas soviéticas (no participan las bálticas), y en materia de seguridad militar, a excepción de Turkmenistán (que proclamó su neutralidad en política internacional), Ucrania y Moldova, firmaron el Tratado de Seguridad Colectiva (Tashkent) en 1992. Dicho Tratado (del que en 1999 se retirarían Azerbaidzhán, Georgia y Uzbekistán) ha permitido la presencia militar de la Federación Rusa, de forma permanente en Tadzhikistán con un doble objetivo, asegurar el control y la defensa de la frontera más incierta de la CEI, la que tiene con Afganistán, por un lado, y la estabilidad del Estado tadzhiko, por otro. En esa línea y para consolidar sus relaciones de seguridad en 2002 se decide, sobre la base del Tratado, crear la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) [ 19 ] , que se convierte en la primera organización formalizada de seguridad en la posguerra fría. Sin embargo, en los últimos años, Kazajstán, Uzbekistán y Kirguizistán han reorientado sus políticas de seguridad y defensa militares hacia otros actores que también aparecen como “garantes” frente a las amenazas. Es el caso de Estados Unidos y la Alianza Atlántica, a través de la participación en el Consejo de Cooperación Euroatlántico y de la Asociación para la Paz, a la que Tadzhikistán ha sido el último Estado en incorporarse en 2002. En materia de seguridad, ha habido, desde el 11-S, una clara “relocalización” de Asia Central, desde la periferia al centro, en los intereses estratégicos de Washington y de otros actores, que no sólo afecta al escenario geopolítico, sino que también otorga a las repúblicas cierto margen de acción y de maniobra que repercute en las relaciones regionales. Así, Uzbekistán ha mantenido una política constante para establecer, promover o participar en espacios de cooperación que contrarrestasen la influencia rusa en la zona y que le asegurasen cierto liderazgo como ha sido el caso del GUUAM (foro político-económico que agrupa a Georgia, Ucrania, Uzbekistán, Azerbaidzhán y Moldova), que aparece como una agrupación de “contrapeso” al poder ruso y da indicios de los intentos del Gobierno de Tashkent de “diversificar” sus relaciones en el marco de la CEI [ 20 ] . Por su parte, Kirguizistán, Tadzhikistán y Kazajstán (Estado que puede ser considerado el gran rival de Uzbekistán) han hecho frente común a la posible supremacía uzbeka, y han favorecido iniciativas en las que actores regionales ejerzan el liderazgo, la mencionada OTSC, o reforzando su cooperación bilateral con Estados Unidos (gobiernos kazajos y kiguizo).
En materia económica, se han vinculado con otros estados de la CEI, a través de agrupaciones subregionales como la Comunidad Económica Euroasiática (CEE), creada en 2001 por Kazajstán, Kirguizistán, Tadzhikistán, Rusia y Belarús; o la Organización de Cooperación Centroasiática (OCC), establecida en 2001, por las repúblicas centroasiáticas, excepto la turkmena.
Fuera del ámbito ex soviético, las cinco se han incorporado a la Organización de Cooperación Económica (OCE), espacio producto de la Guerra Fría, donde cooperan con Irán, Pakistán, Turquía, Azerbaidzhán y Afganistán (mundo musulmán no árabe), así como también a la Organización de la Conferencia Islámica (OCI), el “interlocutor” del mundo islámico, especialmente después del 11-S. Hay que mencionar la participación de las repúblicas en uno de los espacios del nuevo regionalismo (foros flexibles, heterogéneos y escasamente burocratizados), como es el caso de la Organización de Cooperación de Shangai (OCS). En la OCS hay que destacar, por un lado, los estados que la integran, es decir la participación junto a las repúblicas centroasiáticas (menos Turkmenistán) y Rusia de China, un actor significativo para el área y que hasta entonces había mantenido una política de aislamiento. Por otro lado, la agenda de la OCS, que incluye cuestiones y litigios fronterizos (chino-kazajo y chino-kirguizo), y temas como terrorismo, separatismo y tráfico de drogas.
Las políticas de cooperación constituyen, a su vez, como se analiza más adelante, la ocasión para la intervención y la formulación de políticas de potencias como Rusia, Turquía, Irán y Estados Unidos. Intervenciones que pueden ser leídas, también como manifestaciones de una lógica neoimperialista, en el caso ruso; de una estrategia panturquista, en el turco; de un movimiento panislamista, en el iraní; o de una voluntad hegemónica mundial, en el estadounidense, siendo Asia Central el espacio de aplicación y de confrontación de esas políticas.
ASIA CENTRAL Y LOS ACTORES INTERNACIONALES
Potencias
Como zona de “gran juego”, Asia Central es una generadora de políticas (Ferdinand, 1996) por parte de los actores internacionales, especialmente estados y organizaciones internacionales en el marco de la Nueva Europa [ 21 ] y del sistema internacional (Karam, 2002), situación que se profundiza a partir del 11-S, ya que permite que se produzca un “reacomodamiento” de políticas de esos actores. Las potencias regionales constituyen el primer grupo de actores que se aborda. Para las principales potencias –Federación Rusa, Irán y Turquía– el complejo Cáucaso-mar Caspio-Asia Central constituye su "zona natural de influencia". Para Rusia, subrogadora en algunos ámbitos del poder
de la Unión Soviética, Asia Central se inserta en su diseño de política exterior dentro de lo que se conoce como el ámbito del "extranjero cercano" o zona de vital influencia (Dawisha, 1995). Los objetivos que Moscú persigue en este ámbito son: el afianzamiento de una zona de influencia que ponga freno a la expansión de otras potencias regionales (Irán y Turquía); la preservación de una situación de dominación económica (control de recursos, por ejemplo); hacer frente a eventuales amenazas exteriores (fundamentalismo islámico); y proteger los derechos de los rusos residentes en los países que conforman el área del extranjero cercano, la actual CEI. Para el ejercicio de su política hacia la zona, la Federación ha utilizado “instrumentos” tales como la creación de un sistema de solidaridad militar (Tratado de Tashkent, que no ha dado los resultados deseados); la percepción común de las “amenazas” a la seguridad y a la estabilidad en el área, esencialmente el fundamentalismo islámico (la idea de Moscú es que Asia Central se convierta en una zona tampón); y una política económica activa con las repúblicas (Tinguy, 2001) especialmente desde la llegada de Putin al poder (por ejemplo, el establecimiento de la CEE en 2001). En sus relaciones con las distintas repúblicas se puede destacar una estrecha vinculación con Tadzhikistán, la presencia militar de rusa lleva a hablar de un “protectorado”, con Kazajstán (comparte frontera) y Kirguizistán hay unas relaciones “privilegiadas” por la presencia de minorías rusas; por último, con Uzbekistán y Turkmenistán las relaciones han sido cada vez más distantes y difíciles.
Para iraníes y turcos, la desaparición de la Unión Soviética dejó "las puertas abiertas" a posibles acciones en la zona. El objetivo de Irán (Tarock, 1999) , que mantiene relaciones satisfactorias con Rusia y Turkmenistán, es contrarrestar la política de aislamiento al que lo tiene sometido Estados Unidos. La influencia política iraní en la zona es relativamente limitada, a excepción de los tadzhikos, la mayoría de etnias son turcófonas y los únicos chiíes de Asia Central son los pamires de Tadzhikistán, que son ismaelitas. Más que una política ideológica, Teherán ha favorecido el desarrollo de lazos económicos con sus vecinos de Asia Central por medio de inversiones en infraestructuras (construcción de un gasoducto entre Turkmenistán y el norte de Irán, de vías férreas turkmeno-iraníes en 1996) y comercio (acuerdos con Kazajstán para la comercialización de su petróleo). Turquía se ha decantado por una actitud prudente y equilibrada hacia las repúblicas centroasiáticas frente a la presencia rusa (Winrow, 1995). Su primigenia política de “Gran Hermano Turco” que generó importantes roces con Moscú fue atemperada. Ankara ha establecido vínculos tanto en el ámbito del comercio (Ankara pretende ser recambio del mercado ruso en materia de exportaciones centroasiáticas) y de la energía, la gran apuesta turca (con ayuda estadounidense) ha sido que la salida de los hidrocarburos del Caspio pasase por su territorio, como en el lingüístico y cultural (enseñanza del turco, becas, bolsas de estudios para alumnos, principalmente de universidades uzbekas, recreación de un pasado histórico común, etc.).
China es otro de los actores regionales, que si bien ha ocupado un lugar secundario respecto a los anteriores, ha tenido un papel discreto pero continuado hacia el área (Kellner, 2002) después de la desintegración de la URSS. A nivel multilateral coopera desde el marco de la OCS y bilateralmente sus objetivos inmediatos hacia la zona son: limitar la actividad de los separatistas uigures (poblaciones turcófonas de Xinjiang) que habitan en Kirguizistán (40.000) y Kazajstán (200.000); solucionar de manera pacífica los diferendos fronterizos que tiene con los mencionados estados; y el establecimiento de relaciones económicas con una región rica en hidrocarburos (desde 1997 existen acuerdos con el Gobierno kazajo para la explotación de yacimientos petrolíferos y la construcción de un oleoducto) que puede subsanar sus carencias energéticas [ 22 ] .
Completan el cuadro de actores regionales países como India, Pakistán y Afganistán que influyen en la política del área (Allison y Jonson, 2001), en particular a partir del 11-S, cuando Asia Central se convierte en uno de los frentes de lucha contra el terrorismo internacional. Si Afganistán, por su situación geopolítica, fue un país clave en la historia soviética, en la posguerra fría lo es aún más para las repúblicas centroasiáticas, puesto que se ha convertido en un Estado difusor de “inestabilidades”que afecta a algunas repúblicas, como Tadzhikistán y Kirguizistán, a la vez que es generador de políticas para otros, Pakistán (apoyo al Gobierno talibán, por ejemplo). Hay que destacar las siempre tensas relaciones indo-paquistaníes, generadas por el conflicto de Cachemira y la rivalidad nuclear, que son utilizadas por otros gobiernos (Moscú, Washington, Londres, Pekín) para componer y recomponer alianzas en la zona.
Un actor lejano geográficamente a Asia Central pero que tiene significativos intereses políticos, económicos y militares en la región es Estados Unidos, que en su calidad de hiperpotencia en la posguerra fría es, junto a Rusia, el Estado más influyente en el área (Blank, 2001). Este país ha definido la zona en términos de interés estratégico vital y en consecuencia ha formulado sus objetivos (Ebel, 2001). Estratégicamente, su política pasa por romper el dominio ruso, limitar la presencia iraní y favorecer y promover el papel turco. Políticamente, persigue favorecer la estabilidad en la región y desarrollar “solidaridades” en la lucha contra el tráfico de drogas y el terrorismo. Económicamente, su gran objetivo pasa por controlar y usufructuar las vías de salida de los recursos presentes; es el primer inversor en la región. En el marco de las relaciones bilaterales, ha privilegiado a Kazajstán (el país con mayores reservas de petróleo y de gas) y desde el 11-S a Uzbekistán y Kirguizistán (despliegue de efectivos e instalación de bases militares para acceder a territorio afgano). Respecto a estos dos últimos países, la política de Washington ha sido revisada. Mientras que se han afianzado los lazos con Bishkek, mediante el apoyo a los procesos de democracia y buen gobierno, ha habido cierto alejamiento con Tashkent, debido a la actuación en materia de derechos humanos del Gobierno uzbeko y por la diversificación de alianzas estratégicas (Uzbekistán ya no es prioritario para Estados Unidos). Estos cambios se han traducido en la merma de la ayuda económica, en el caso uzbeko y en el aumento de la presencia estadounidense, en el kirguizo, circunstancia que ha generado tensiones con Pekín. Junto a Estados Unidos, también hay que señalar la presencia del Reino Unido, Francia, Alemania, Noruega, Corea del Sur, Israel y Japón, estados para los que Asia Central ocupa cada vez más un lugar significativo en sus políticas comerciales. Un hecho significativo, respecto a la presencia de actores en la zona, es la posible conformación de bloques de intereses estratégicos en la región (Alexandrov, 2001) como los que podrían constituir Rusia, India y China; Estados Unidos, Europa Occidental, Turquía y Pakistán; o Rusia, India e Irán (Reiter, 2001).
Organizaciones internacionales
De las organizaciones internacionales presentes se cita sucintamente la labor de tres [ 23 ] , puesto que cada una ha tenido una función de peso en la región ya sea en el campo de la gestión de conflictos, en el de la cooperación política y en el de la cooperación económica. La primera es Naciones Unidas que, fundamentalmente, ha tenido presencia en Asia Central a través de la gestión del conflicto en Tadzhikistán [ 24 ] . Su labor, “permitida” por la Federación Rusa, se ha basado en el “establecimiento de la paz” ( peace-making ), y en el establecimiento de una Misión de Observadores (MONUT). Bajo su patrocinio tuvieron lugar una serie de reuniones que conducirían a la firma de un acuerdo entre las partes en conflicto. Naciones Unidas delegaría, a partir de entonces, en dos actores la gestión del conflicto: la CEI y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE); esta última es la de mayor actividad desplegada en el área.
Las repúblicas centroasiáticas se incorporan a la OSCE en 1992, sumando, de esta forma, a la organización euroatlántica una dimensión asiática. Se pueden mencionar tres motivos por los que se decide su entrada: la voluntad de los países occidentales de “controlar” la desintegración soviética; su membresía es una forma de vincular a Asia Central con Europa y mantenerla “alejada” del “peligro del fundamentalismo”; y es un medio de extender principios y valores (democracia, derechos humanos, etc.). Las repúblicas, como se ha mencionado, no tienen experiencia diplomática multilateral y durante bastante tiempo éste ha sido el único foro de carácter paneuropeo en las que están presentes y en el que pueden debatir de manera oficiosa y en solitario las cinco. A su vez, la pertenencia a la OSCE ofrece al resto de estados la posibilidad de gestionar desde dentro los posibles conflictos en el área [ 25 ] además de tener competencias en múltiples temas dada la calidad de la agenda de la organización (las famosas tres “canastas”: la de la seguridad; la de la cooperación económica, medioambiental y científica; y la de la dimensión humana). Entre los países OSCE, ha habido un grupo particularmente interesado y dinámico respecto a Asia Central: el de nórdicos. Un ejemplo en este sentido es el tema de la gestión del conflicto tadzhiko, que entra en agenda a finales de 1993, a propuesta de los mencionados países y durante la presidencia sueca. También han mostrado interés los estados comunitarios y esencialmente Estados Unidos, para el que el contexto OSCE y su agenda temática facilitan su presencia en la región. A raíz del conflicto en Tadzhikistán, la organización estableció una Misión Permanente y desde un principio las tareas de la OSCE se encaminaron a apoyar y facilitar las negociaciones patrocinadas por Naciones Unidas y a facilitar el cumplimiento de los compromisos negociado (tareas de mantenimiento y de consolidación de la paz, peace-keeping y peace-building ). En esta línea, su acción se dirigió especialmente a la creación y establecimiento de instituciones democráticas, comenzando por la elaboración de un proyecto de constitución; y a la atención de la situación de los refugiados (posibilitando su inserción en la sociedad tadzhika) [ 26 ] . A partir de la experiencia del conflicto, la organización decide cambiar su estrategia y establece una de conjunto basada en su agenda de seguridad global para Asia Central, en la que intervienen todas sus instituciones y mecanismos. A tal fin se crean oficinas permanentes en las cinco capitales que permiten seguir de cerca la evolución de los compromisos adquiridos en el marco OSCE. La última organización que se menciona es la Unión Europea (UE) que, en tanto que “actor colectivo”, ha tenido un papel marginal respecto del resto de actores. Los estados comunitarios han privilegiado y ejercido políticas hacia el área fuera del marco de la UE; Gran Bretaña, Francia y Alemania son los ejemplos destacados. No obstante, la UE, deficitaria en materia energética, ha establecido un programa de asistencia técnica y financiera, denominado TRACECA (Corredor Transporte Europa-Cáucaso, Asia) en el ámbito del programa TACIS (asistencia técnica de la UE a los nuevos estados independientes de la CEI y Mongolia). También existe el programa INOGATE para la evacuación de hidrocarburos. Los objetivos de estos programas son la promoción y el desarrollo de corredores de transporte del petróleo y el gas [ 27 ] .
A MODO DE CONCLUSIÓN: LA “CENTRALIDAD” DE ASIA CENTRAL
En estos quince años de nuevo sistema internacional, Asia Central ha ido ocupando paulatinamente un lugar prioritario en la agenda internacional, adquiriendo la calidad de región emergente, tanto por las características del área en su conjunto y de las repúblicas individualmente, como por la percepción que tienen los actores internacionales de la zona. Respecto al primer aspecto mencionado, el de área, hay que señalar que en la posguerra fría en Asia Central es posible distinguir dos grandes etapas. Aquella que va desde la desintegración de la Unión Soviética al 11-S, caracterizada por la transición económica, política y social que experimentan las repúblicas; y la que se inicia a finales de 2001 cuando el área, en virtud de su posición geopolítica, se inserta de pleno en la política internacional. El área consolida su especial valor en tanto que centro de Eurasia, reactualizando las viejas concepciones geopolíticas, que vincula a Rusia, China, Irán y Asia del Sur como flanco en la guerra contra el terrorismo, como zona tampón al radicalismo islámico, y como parte del llamado “arco de petróleo” (Golfo Pérsico y Cáucaso-mar Caspio). Hay que resaltar, junto a los factores históricos y culturales, la importancia económica y estratégica que Asia Central ha adquirido por los recursos energéticos existentes. No es baladí el interés en estabilizar la zona para asegurar la salida del petróleo y el gas. En este sentido, toda crisis intra-área, (conflicto tadzhiko, discriminación de minorías, etc.) ha sido gestionada para evitar que actúe como “contaminador”, difusor y hasta acelerador de conflictos en la zona (Uzbekistán, Kirguizistán, Xinjiang (China), Kazajstán) y fuera de ella. Asia Central también ha sido un espacio de formulación de políticas regionales y ha posibilitado la aparición de actores poco activos hasta entonces, Irán y China, que se incorporan al “gran juego” y a las relaciones internacionales.
Referente a las repúblicas, se puede afirmar que éstas han estado sometidas en paralelo a una triple dinámica: consolidar las independencias (con el deterioro constante de las economías); la construcción de los estados dotándolos de identidad o en todo caso redefiniéndola (en las cinco como oposición a lo eslavo y con el reforzamiento del islam); y la definición y formulación de sus políticas exteriores en un sistema internacional en constante turbulencia. Todo esto ha condicionado sus relaciones de cooperación y de conflicto. En ese sentido, han mantenido, en mayor o menor medida, sus lazos con Moscú (a través de la CEI y bilateralmente), han potenciado su vinculación al mundo islámico (OCI y OCE), y a excepción de Turkmenistán (con su política de neutralidad) han intensificado sus relaciones con Occidente, específicamente con Estados Unidos (economía y presencia militar) y también con China y Japón (importantes inversores tras Washington). Las repúblicas también han debido hacer frente a cuestiones básicas como la situación de los derechos humanos, los flujos de desplazados y refugiados, el déficit democrático, que inciden directamente en sus relaciones con el exterior.
Por último, y desde la percepción, presencia y actividad de los actores internacionales, es claro destacar el lugar que Asia Central ocupa en sus agendas desde el fin de la Guerra Fría. En esta línea, cabe señalar el papel desempeñado por dos potencias –Rusia y Estados Unidos (en su calidad de “hiperpotencia”)– que se podría caracterizar de “condominio”. En el primer caso, y a pesar de la pérdida de protagonismo, la Federación Rusa sigue manteniendo su calidad de actor principal para las cinco repúblicas (por sus relaciones históricas y el pasado común soviético). Lo que permite hablar de “factor ruso” (ya sea unilateralmente o por medio de la CEI) para la gestión de cualquier tema que incumba al área (negociación de recursos, gestión de conflictos, etc.). Para Moscú, el área en su conjunto, y en particular Tadzhikistán, constituyen la frontera o la fractura frente a determinadas amenazas y ante el avance de otras potencias regionales, de ahí la necesidad de mantener en sus objetivos el ámbito del “extranjero cercano”. Para Estados Unidos la importancia del área crece y se consolida en dos ámbitos precisos: en el combate contra el terrorismo internacional (ayuda económica y presencia militar) y en el control de la producción y salida de los recursos energéticos. Las organizaciones internacionales han protagonizado un papel secundario en el área, en comparación con las políticas unilaterales de los estados. En muchos casos, su política ha sido “legalizar” la actuación de algunos de esos estados (Naciones Unidas y OSCE respecto a Rusia) y, en otros, actuar como espacios diplomáticos pedagógicos (OSCE). La cooperación económica aparece como el ámbito de mayor futuro en la zona (especialmente fortalecida por las inversiones chinas, iraníes, turcas y de la UE) siendo la OCS uno de los espacios mejor situados para ello. Para concluir, se puede afirmar que, en un mundo en cambio y desde 2001, Asia Central es un área de “gran juego” internacional que en función del ejercicio del poder y de sus recursos ha ido perdiendo su condición de región periférica para adquirir la de generadora y de aplicación de políticas. De cómo y quiénes las apliquen dependerá el futuro de la región.
Nora Sainz Gsell es Profesora Titular de Relaciones Internacionales. Universitat Autònoma de Barcelona
Contacto con la autora: Nora.Sainz@uab.es
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