La política de Estados Unidos hacia Oriente Medio está marcada por dos dimensiones esenciales, el petróleo y la relación con Israel. Durante el período de Guerra Fría, la importancia geoestratégica de la región y el control de los recursos energéticos la situaron en un plano de gran importancia, pero el fin del conflicto bipolar demostró que la relación de Estados Unidos con Oriente Medio no se fundamentaba tan solo en la competencia con la URSS. A pesar de la transformación del marco sistémico, tanto el control de la región como de sus recursos continuaron siendo un objetivo básico en la política hegemónica de Washington. Los pilares más fiables para mantener su influencia sobre la región son las propias fuerzas militares, la OTAN e Israel. Para poder desplegar el ejército y colocar bases militares, Estados Unidos precisa de alianzas con países de la zona. Por esta razón, la aproximación a los regímenes árabes fue uno de los objetivos de la política estadounidense desde principios de siglo, siguiendo las presiones de las compañías petrolíferas. Sin embargo, a partir de 1948, la creación del Estado de Israel introdujo un factor de tensión en la región que se trasladó a las relaciones de los actores de Oriente Medio con Estados Unidos.
Las alianzas con los Estados árabes siempre han estado sometidas a esta tensión, lo que las hace poco fiables a largo plazo. Durante mucho tiempo el Gobierno de Washington intentó solucionar la disyuntiva entre Israel y los aliados árabes manteniendo las alianzas con los dos, apoyando a los gobernantes amigos y actuando como puente entre las distintas partes implicadas en el conflicto árabe-israelí. Para que esto fuera posible no se podía dudar en el momento de ayudar a las dictaduras conservadoras, ya que un Gobierno árabe pasivo ante Israel sólo puede permanecer en el poder con mecanismos autoritarios. Dicho de otra forma, una democracia árabe nunca haría la paz con un Israel que mantenga la ocupación de territorios árabes y se vería obligada a impulsar la solidaridad activa con los palestinos.
El mayor éxito de esta política fue la paz de Camp David entre Israel y Egipto. En los años noventa, el fin de la Guerra Fría y la guerra del Golfo de 1991 ampliaron las alianzas de Estados Unidos con los regímenes árabes. Los gobiernos de George Bush y Clinton potenciaron al máximo esta política de asegurar la doble relación con Israel y los estados árabes aliados, un marco de relaciones que respondía a los equilibrios entre el grupo de presión proisraelí y el grupo de presión del petróleo. Sin embargo, tanto el primer Bush como Clinton tropezaron con una piedra que se convirtió en un muro insalvable: la intransigencia israelí en el proceso de paz con los palestinos.
Este fracaso llevó al Gobierno de George W. Bush a buscar una solución que los sionistas y neoconservadores estadounidenses ya defendían desde la guerra de 1991. Si se tiene que escoger entre la alianza con Israel y las alianzas con estados árabes, la elección de cualquier político con ambiciones en Estados Unidos será Israel. Si esta elección introduce elementos de inestabilidad en los lazos con los árabes, se tiene que controlar de una forma directa la región y los recursos energéticos. Esto significa que se tienen que potenciar los otros instrumentos de poder, principalmente la presencia militar propia estadounidense y la alianza político-militar con Israel. Los atentados del 11 de septiembre y la implicación de un número considerable de saudís en Al-Qaeda reforzaron este análisis, ya que se demostraba que ni siquiera Arabia Saudí se libraba de la inestabilidad y que no era totalmente fiable. Los pasos siguientes fueron el control