Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global

INTRODUCCIÓN

por Santiago Álvarez Cantalapiedra

Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global nº 101, Primavera 2008

Una sociedad está cohesionada cuando no se deshilacha por sus costuras, cuando predominan en ella las fuerzas integradoras frente a las tendencias disgregadoras y excluyentes. Preguntarse sobre la cohesión social es preguntarse acerca de cómo se mantiene unida una sociedad o de qué depende la posibilidad de alcanzar una formación social estable.

No existe prácticamente una sola agenda política de nuestros días que no lo incorpore como un objetivo deseable. Ahora bien, la cohesión social no significa lo mismo en todos los contextos. En el marco de la Unión Europea se relaciona con dos aspectos principalmente. Por un lado, adquiere una dimensión territorial como consecuencia de la necesidad de adoptar medidas compensatorias en un proceso de integración en el que los países miembros se distinguen por sus enormes diferencias en relación tanto a su dimensión geográfica y poblacional como a su grado de desarrollo y bienestar social. Por otro, asume la forma de un alegato del modelo europeo frente al capitalismo desregulado asociado a lo que suele denominarse modelo estadounidense. Ambos aspectos, sin embargo, se desarrollan más en un plano virtual que real, pues ni las políticas de cohesión territorial son especialmente significativas en un presupuesto comunitario de por sí menguado, ni el llamado modelo social europeo ha sido ajeno a su cuestionamiento por las políticas neoliberales que se han puesto en marcha desde las propias instituciones comunitarias.

Los mandatos que se derivan del Pacto de Estabilidad y la política monetaria que impone el Banco Central Europeo así lo atestiguan. Todos los estudios coinciden en señalar que la participación de las rentas del trabajo en la renta nacional de la UE se estancó en el año 1975 y empieza a disminuir de manera significativa a partir de 1982: si en ese año aún representaba un porcentaje del 67% de la renta nacional en la Europa de los quince, en el 2005 no alcanzaba el 58%. La situación ha sido reconocida incluso por la propia Comisión Europea que, en un informe interno titulado Desarrollo de los salarios y de los costes laborales en la zona euro , aseguraba en marzo de 2007 que la participación de los salarios había alcanzado los niveles históricos más bajos en los últimos años. Datos que, por otra parte, no reflejan la verdadera situación real en la medida en que no tienen en cuenta el intenso crecimiento de la dispersión salarial e incorporan como parte de las rentas del trabajo las exorbitantes retribuciones que ya son norma común entre los principales ejecutivos de las empresas europeas. Además, esta evolución salarial ha venido acompañada de un deterioro general de las condiciones de trabajo así como de un descenso del gasto público social y de una mayor regresividad fiscal. Mientras la prensa aireaba los buenos resultados empresariales que se han venido sucediendo en el último lustro, los dirigentes comunitarios seguían hablando de la cohesión como el objetivo prioritario de un modelo europeo convertido, por la vía de los hechos, en una pura entelequia.

Así las cosas, resulta necesario preguntarse, al menos en nuestro contexto más próximo, sobre el sentido que se otorga a dicha expresión. Con esta intención presentamos la nota editorial –firmada por el director de la revista- con la que introducimos el Especial. En ésta, como en otras cuestiones, conviene siempre preguntar dos veces por el uso habitual que se hace de los conceptos que utilizamos.

Pero la cohesión social es también un término abierto que remite, al menos aparentemente, a principios como la solidaridad, la equidad o la justicia. Tal vez por ello participa, junto a estos principios, de un carácter esencialmente polémico y sujeto a múltiples interpretaciones según las diferentes tradiciones políticas e ideológicas. Asimismo, la expresión sirve para referirse de manera pragmática a las distintas formas de integración y estructuración social en el contexto de unas sociedades cada vez más diversas y plurales, orientando la atención hacia debates relacionados con la ciudadanía y la ética social. Más que una noción clara, lo que puede reconocerse bajo esta expresión es la emergencia de un importante cuerpo de debates sociales y de programas de investigación.

De ese cuerpo de estudio destacamos en este número algunas facetas o dimensiones que, aunque no agotan las formas de aproximación a la temática, por lo menos sirven para situar en un plano relevante alguno de los debates. En el Especial se aborda la dimensión de género y los fenómenos de la globalización, la inmigración y la urbanización en sus vinculaciones con la cohesión social.

Son facetas estrechamente relacionadas entre sí que precisan del esbozo de algunas ideas –como la de “progreso sostenible” que propone Luís Enrique Alonso– que sirvan, en medio de la ambivalencia de nuestra modernidad, de herramientas reflexivas para el diseño de instituciones con las que afrontar con equidad y respeto a la biosfera la actual crisis ecológico-social. Sabemos que con esta crisis hoy la dimensión más crucial de la cuestión social no es tanto la explotación dentro del sistema económico como la marginación de una parte significativa de la población mundial. El desajuste entre las demandas ecológicas que precisa la civilización industrial y la capacidad limitada del globo para satisfacerlas, muestra que determinados privilegios de consumo sólo se pueden mantener en beneficio de unos pocos sobre la condición de que una mayoría no pueda mejorar su bienestar material. Afrontar esta situación con un mínimo de voluntad emancipadora, abandonando actitudes cínicas de resignación, sólo es posible con ideas que, alejadas del nihilismo postmoderno, permitan ofrecernos para cada contexto capacidad de análisis e interpretación.

Saskia Sassen señala en su artículo que la globalización provoca la emergencia de nuevas geografías que cruzan y conectan la tradicional división Norte-Sur. La dinámica desigual que acompaña el capitalismo global conlleva una nueva definición del espacio, tanto en términos geográficos como sociales. Surgen ciudades, específicamente globales, que concentran elementos organizativos neurálgicos para el funcionamiento de la economía transnacional y que demandan –a través de la inmigración y de nuevas formas de movilidad provenientes de las nuevas tecnologías de la información– mano de obra de cualquier parte del mundo.

Pero la organización de la economía global en torno a redes de ciudades que actúan como emplazamientos innovadores, dotados de competencias diversificadas y alto nivel tecnológico, no logra evitar, sino todo lo contrario, el riesgo de ahondar, como se ha señalado en alguna ocasión, en una “economía de archipiélago” y una “geografía social de dos velocidades”, incluso en el interior de las propias ciudades. Lo señala Rosa Moura cuando analiza, a partir del estudio de lo que está ocurriendo en las ciudades brasileñas, unas prácticas urbanas coactivas que revelan la fragmentación y la polarización social que en ellas se vive. En esas mismas ciudades también están, aunque no se hable de ellos, los “hombres y mujeres lentos”, alejados de la velocidad de las redes y de las tecnologías y flujos de la información. Se asientan en los intersticios de las urbes y allí plantean sus luchas y estrategias de supervivencia cotidiana convirtiéndolos en espacios del acontecer solidario y de la resistencia.

Tanja Bastia nos hace volver al fenómeno de la migración. Aunque buena parte de los problemas relativos a la falta de cohesión responden, según se señala en la nota introductoria del Especial, al desmantelamiento de normas e instituciones de protección e integración ligadas al proceso de trabajo, la inmigración suele aparecer casi siempre en el centro de los discursos como el elemento crucial que explica las dificultades de cohesionar unas sociedades cada vez más plurales y multiculturales y, como consecuencia, el elemento crucial a regular –normalmente con estrictos criterios de control y represión– en tiempos en que se desregula todo lo demás. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la homogeneidad no es un requisito de cohesión y que las políticas de inmigración que plantean controles más estrictos, lejos de ser la solución a la crisis de la cohesión, suelen contribuir a agravar el problema generando más exclusión, a través de la irregularidad, y más discriminación por motivos étnicos y culturales.

Otra faceta de la cohesión que se resalta en la sección del Especial de la revista es la que se refiere a la estructura de relaciones interpersonales que genera la vida asociativa y las redes ciudadanas. La expresión “capital social” ha sido utilizada con distintas intenciones por diversos autores –en la década de los sesenta por la urbanista Jane Jacobs, en los ochenta por Pierre Bourdieu y James S. Coleman y, en la actualidad, adquiriendo enorme popularidad, por el profesor de la universidad de Harvard Robert D. Putnam– para expresar la idea de que los lazos y vínculos sociales hacen más fructíferas nuestras vidas. Es, por tanto, un concepto que, en cierto sentido, al subrayar el papel que desempeñan en la vida social las redes y las organizaciones más informales (y las normas de reciprocidad y confianza que de ellas se derivan), está relacionado con las ideas de “comunidad cívica” y “sociedad civil”. La aportación de Maxine Molyneux aborda, desde una lectura crítica del enfoque del capital social, la cuestión de cómo los programas sostenidos por las mujeres pueden contribuir al bienestar social y ayudar, al mismo tiempo, a las propias mujeres a superar las diferentes formas de injusticia de género a las que viven sujetas. Para ello, hay que partir del reconocimiento de las características propias del capital social de las mujeres: las redes y movimientos sociales protagonizados por ellas suelen estar más atentos a los problemas domésticos y cotidianos y suelen orientarse a la importante tarea de proporcionar servicios para la satisfacción de las necesidades de las personas. Por esta contribución destacada al bienestar, ha despertado interés la dimensión de género en las políticas de desarrollo. Ahora bien, hay que evitar que este “descubrimiento” suponga un riesgo de sobrecarga, instrumentalización y coaptación de las mujeres que participan en las organizaciones de base. Ante estos riesgos hay que definir unas relaciones del asociacionismo de las mujeres con las agencias externas que, en el marco de un enfoque cooperativo, recoja los principios de titularidad, autoestima y empoderamiento.

Fuera ya del Especial nos encontramos en la sección Panorama con otras tres contribuciones que enlazan con el tema central del número. Helena Villarejo toma la variable espacial, tal vez la más relevante y clara en términos de cohesión, para señalar que los espacios públicos están siendo cada vez menos públicos en la medida en que determinadas organizaciones privadas, de carácter comercial, están asumiendo su gestión y financiación. Nuevas fórmulas, como la de los Business Improvement Districts o la de los “centros comerciales abiertos”, que reemplazan al municipio en la prestación de servicios públicos y terminan fragmentando la ciudad, se están implantando en la actualidad con mucha celeridad y sin apenas consideración hacia cuestiones relativas a la integración sociocultural y a la calidad democrática de las ciudades. Noemí Artal se pregunta si el microcrédito es un instrumento de cohesión o de exclusión institucional. Es un interrogante pertinente en la medida en que su potencial ha sido magnificado (presentándolo como la solución a la pobreza) o denostado (tanto respecto a los resultados, porque se afirma que no llega a los más pobres ni está probada su contribución a una salida efectiva de la pobreza, como a su naturaleza, porque se le considera un caballo de Troya del neoliberalismo al propiciar una lectura errónea de la pobreza, una sustitución de la intervención pública y una reorientación de la ayuda al desarrollo a un ámbito puramente individual) por unos y otros en términos extremos y siguiendo, por lo general, prejuicios ideológicos. Karina Pacheco, a su vez, introduce el tema de las agendas educativas en relación con los esfuerzos latinoamericanos de afrontar las desigualdades y los desafíos de la globalización. A pesar del incremento en la cobertura educativa, los resultados en términos de cohesión parece que no son los esperados.

La sección Panorama, que como saben los lectores está orientada a asuntos de más actualidad, se cierra con la valoración que nos ofrece Carlos Taibo del proceso que ha conducido a la declaración de independencia de Kosovo. Taibo sitúa dicho acontecimiento en su contexto histórico y señala las responsabilidades y los alineamientos tanto de los protagonistas internos como de los agentes externos. Termina señalando los debates que este hecho ha provocado en nuestro país, cuestionando las razones que han sostenido una actitud casi general de rechazo.

En la parte de Ensayo Carmen Velayos nos presenta una lectura que, realizada desde la filosofía, refuerza el compromiso de la revista de profundizar en el concepto de sostenibilidad. Monica Di Donato, investigadora del Centro de Investigación para la Paz (CIPEcosocial), entrevista a Sergio Ulgiati sobre el Manifiesto sobre transiciones económicas globales que publicamos en la sección Periscopio del número anterior. En esta ocasión, el Periscopio ofrece un avance de los principales resultados de una investigación que, realizada por el Colectivo Ioé y apoyada por el CIP-Ecosocial, se acaba de publicar íntegramente en forma de libro. Constituye un material que, sin duda, resultará de referencia para quien quiera indagar un poco más en el tema que hemos destacado en este número.

Todos los artículos que aparecen en esta web cuentan con la autorización de las empresas editoras de las revistas en que han sido publicados, asumiendo dichas empresas, frente a ARCE, todas las responsabilidades derivadas de cualquier tipo de reclamación