Martín de Riquer (Barcelona, 1914) es uno de los grandes especialistas
en Cervantes y en lírica provenzal. Su magisterio abarca sin embargo
muchas otras materias, literarias o no. En esta conversación nos
lo muestra.
Martín de Riquer nos recibe en su casa en Barcelona. Tras hablar
sobre el contenido general de la charla, aclara que más que hablar
de él, prefiere hablar de los demás. Empezamos pues por Cervantes.
Lorenzo Gomis: ¿Cómo era Cervantes?
Martín de Riquer: En Cervantes hay que buscar varios aspectos.
Primero, y esencial: parece que Cervantes era simpatiquísimo. Todas
las referencias que hay sobre él dicen que era un hombre de un gran
ingenio y humor. Incluso en los momentos más dolorosos de su vida,
en el cautiverio de Argel, mantenía el espíritu de sus compañeros
de desgracia con su ánimo. Aunque parece que al principio de su vida
fue un ingenio menor.
Jordi Pérez: ¿Y cómo llegó entonces a
escribir
el Quijote?
M. de Riquer: Cervantes era autor de unas poesías no precisamente
buenas, de una novela pastoril, La Galatea, que si hoy la leemos
es porque la escribió Cervantes si no no la leería nadie,
y que tuvo muy poco éxito, ya que no se volvió a reeditar
hasta el siglo XVIII. Cervantes cayó en la moda de la novela pastoril.
Todo esto le venía más o menos de su estancia en Italia como
soldado, donde evidentemente leyó mucho. Lo que está claro
es que Cervantes era un gran lector. En todas sus obras se refleja una gran
densidad de lecturas, y no sólo de novelas caballerescas, de las
que tuvo que leer muchas porque sino no las hubiera satirizado con tanto
acierto. También leyó libros espirituales, de una tendencia
más o menos erasmista. No es que él fuera un erasmista, pero
el erasmismo era algo que estaba imbuido en todas las clases superiores.
Cervantes fue el hombre que tuvo el gran acierto de escribir el Quijote.
Acierto sorprendente. Porque aquel autor, hasta entonces un ingenio
mediocre al que algunos incluso tomaban el pelo, que quería ser poeta
y no lo era, sale con una novela que en un año tiene tres ediciones,
en seguida se traduce al inglés. Y eso la primera parte. Una primera
parte que para nosotros ahora, que conocemos el libro entero, la encontramos
inferior a la segunda.
J. Pérez: ¿Por qué?
M. de Riquer: Hay motivos importantes. La primera parte acontece en una
España indeterminada, donde no pasa nada de particular: unos rebaños,
un barbero que va de un pueblo a otro, unos alguaciles que llevan a unos
condenados a las galeras, un oidor que llega a una venta. Lo que narra Cervantes
en la primera parte pudo suceder en la Castilla del siglo XII o hasta en
el XIX, cuando se inventó el ferrocarril, que cambió el panorama
externo. En cambio, la segunda parte es un libro comprometido. Plantea problemas
nacionales importantísimos.
J. Pérez: ¿Cuáles?
M. de Riquer: Primero, la expulsión de los moriscos. Plantear
la expulsión de los moriscos era plantear el problema que tenía
dividida a la opinión española: unos eran partidarios y otros
no. Cervantes era partidario de su expulsión cuando escribió
El coloquio de los perros. Pero luego vio la expulsión de
los moriscos. Y es una cosa muy diferente tener una teoría de que
hay que expulsar a una raza a ver la desgracia y cómo se llevaban
a aquellos infelices al norte de África y a Turquía. Por eso
la segunda parte del Quijote es impresionante. Se da la curiosa paradoja
de que alaba el decreto de expulsión pero presenta el dolor que causó.
Después, más adelante, en Barcelona hay unos bergantines
turcos que se acercan y disparan; salen las galeras de la Generalidad, disparan,
hay muertos: muertos en el Quijote. La novela cambia totalmente.
De una novela desgajada del tiempo se pasa a otra que se sitúa en
1614, que es la fecha de la segunda parte. Fue la estancia de Cervantes
en Barcelona en 1610 la que influyó en la segunda parte. Por ejemplo
conoció el problema de los bandoleros. Cervantes topó con
una figura como la de Rocaguinarda. Acordaos que en el capítulo en
que aparece Rocaguinarda don Quijote se eclipsa. Llena todo el episodio
la figura gallarda y criminal, porque lo es, de Rocaguinarda. Su figura
fue tan importante porque se acogió poco después al indulto
del virrey Pedro Manrique y murió de capitán de tercios en
Italia. Unos tercios que reunieron con los bandoleros. El sistema servía
para acabar con el bandolerismo: ¿qué vas a hacer con un hombre
que hace 30 años que está en la montaña con un trabuco
asaltando masías y viajeros? ¿Cómo le vas a decir que
ahora vaya a labrar o a hacer de carpintero? No, por eso hicieron milicias,
dejando los mandos a los mismos jefes bandoleros, lo que fue una gran solución
política.
L. Gomis: Hay un dato curioso que ha destacado en alguna parte: en el
Quijote nunca es domingo. ¿Por qué?
M. de Riquer: Sí, tantos días que pasan y ninguno es domingo.
A Cervantes quizá le pareció muy fuerte poner a don Quijote
frente al altar. Pasan tantos días seguidos y nunca van a misa. Rezan
el rosario vagamente, pero nunca van a misa. Y Cervantes sí que iba.
J. Pérez: ¿Y por qué le parecía fuerte
poner
al Quijote ante el altar?
M. de Riquer: Como el loco entre los titiriteros, no era una escena fácil.
J. Pérez: Apunta Dámaso Alonso en el prólogo
a su Aproximación al Quijote que estamos ante la primera novela
moderna pero que a la vez es la última donde en el héroe se
da la grandeza de la fe en los ideales.
M. de Riquer: Esto es una especie de tópico. Es la última
novela medieval, mejor dicho, es el puntillazo a la novela medieval. Pero
al mismo tiempo abre un tipo de novela moderna. Porque sobre todo lo que
no ocurre en la novela medieval es la presencia del escritor. Cuando leemos
el Quijote siempre tenemos a Cervantes a nuestra vera, está
escribiendo al lado nuestro. Recordad que muchas veces emplea la frase:
"Olvidábaseme decir". No es una figura retórica,
no, es que se le olvidaba decir una cosa y la dice ahora. Como nos pasa
a nosotros hablando. Escribe a tu lado, esto le da un carácter desconocido
en la literatura anterior. Antes de Cervantes, encontramos a un escritor
que escribe en su casa y a un lector que lee en la suya. Aquí no,
aquí Cervantes está escribiendo a nuestro lado.
LA LÍRICA PROVENZAL
J. Pérez: En otro de los ejes de su obra, en la lírica
de los trovadores, también se da un enorme cambio respecto a lo que
se hacía antes.
M. de Riquer: Hay una boutade sobre esto que dice: cuando las
damas dejaron de saber latín, nacieron los trovadores para que fueran
entendidos. Lo importante de la poesía trovadoresca es que es el
primer movimiento europeo en lengua hablada, escrito por una colectividad
y con la personalidad del escritor. No es una canción popular, que
no sabes quién la ha escrito. En cambio, Guilhem de Peitieu, el primer
trovador conocido, ya habla de sí mismo en el siglo XII.
J. Pérez: Esto es un cambio, más que literario, sociológico.
M. de Riquer: Es un cambio sociológico, sí, completamente.
La jerarquía feudal se traslada a la jerarquía amorosa, el
enamorado pasa a ser el vasallo y la señora, la dama, lo domina.
Por esto en la poesía provenzal no hay poesías a solteras,
porque las solteras no tienen personalidad jurídica. La dama del
trovador siempre es una señora casada. El cambio de lo que es llamado
amor cortés es increíble.
J. Pérez: Y de ahí la poesía trovadoresca pasa a
Sicilia y Cataluña.
M. de Riquer: En Sicilia son unos imitadores, como lo son en Cataluña.
La escuela siciliana luego se expresará en italiano. En Cataluña
se empleará el provenzal catalanizado. Hasta que llegamos a Ausias
March: "Lleixant a part l'estil dels trobadors". March
quiere dejar aparte el estilo de los trovadores. Jordi de Sant Jordi, un
poquito anterior a March, podía ser aún un trovador. Existe
un fenómeno curioso en el catalán medieval: en verso se escribe
provenzalizado y en prosa se escribe en catalán puro, el catalán
hablado. A los poetas catalanes les costaba desprenderse de la tradición
provenzal, estaba muy arraigada. Siempre se escribía en endecasílabos,
que es algo terrible. Toda la poesía catalana hasta Ausias March
está en endecasílabos. No había una polimetría
que le hubiera dado más posibilidades. En Andreu Febrer hay un poco
de polimetría, porque toma el lai francés.
J. Pérez: El mismo Andreu Febrer que tradujo la Divina Comedia
al catalán.
M. de Riquer: Sí, un hombre curiosísimo. Nació en
Vic, fue alguacil de Alfonso el Magnánimo, es decir, un cargo que
hoy llamaríamos comisario de policía. Se sabe que fue a París
a prender rebeldes y extraditarlos, y que los trataba con crudeza. Y después
se pone aquí en Sant Cugat del Vallès a traducir la Divina
comedia, y la traduce de un modo francamente maravilloso. La han criticado
mucho, pero yo encuentro que no lo merece, a pesar de que recurre a italianismos.
Traducir la Divina comedia en verso en 1429 es extraordinario. Me
acuerdo una vez en Catania (Sicilia) hablando de la traducción de
la Divina Comedia de Febrer, leí en catalán varios cantos.
Con estupefacción de los italianos, porque oían la Divina
comedia pero en una lengua extraña, en una lengua que les recordaba
el siciliano. Es un gran acierto porque la traducción de la Divina
comedia de Enrique de Villena al castellano es ilegible. En cambio,
en prosa se escribía un catalán puro. El mismo Ramon Llull,
que escribe una prosa catalana purísima, cuando se pone a hacer versos
lo hace ya en provenzal.
J. Pérez: De Ramon Llull ha dicho que escribió el mejor
catalán de la historia.
M. de Riquer: Es que es una gran suerte que el creador de la prosa catalana
fuera un filósofo, alguien que sabía perfectamente lo que
es un sujeto y un atributo. Alfonso el Sabio, su contemporáneo, que
crea el castellano, escribe frases yuxtapuestas, no se atreve a un período
largo. Ramon Llull se atreve a frases que llenan una página y es
porque sabe que nunca perderá el sujeto. La prosa de Ramon Llull
es extraordinaria, maravillosa, no se ha superado.
L. Gomis: ¿Por qué llamaban a Ramon Llull lo foll,
el loco?
M. de Riquer: La vida de Ramon Llull es una vida sorprendente. Destruyó
su obra poética por su conversión, o más que conversión,
asumió un fin religioso en su vida y lo que era obra profana, amorosa,
la destruyó. En la obra de Llull se encuentran muchas frases sacadas
de los trovadores. Era un trovador de Dios.
L. Gomis: ¿Y Ausias March cómo era?
M. de Riquer: Es una persona muy compleja, con unos grandes problemas
de conciencia. Lo podríamos resumir como el creador del creyente
pecador. Es decir, en aquellas poesías a la dama muerta, imitando
a Petrarca, Ausias March se plantea un terrible problema: una mujer ha muerto,
¿y si está condenada por su culpa? Plantear este problema
es de una valentía extraordinaria. El terrible dolor de pensar que
eres culpable de que haya un alma condenada. Esto en poesía no creo
que muchas veces se haya planteado.
L. Gomis: De la Edad Media qué es lo que más le gusta.
M. de Riquer: Sobre todo la novela y la epopeya. La novela medieval es
una maravilla. Con la novela aparece el hermoso libro. En el cantar de gesta,
en la épica, el relato empieza con un "Escuchad, oíd"
ante la multitud. En cambio la novela se inicia: "Yo, Chrétien
de Troyes, me dirijo a ti, María de Francia, y a ti lector, que estás
leyendo", con unos libros perfectamente decorados y miniados. Además,
en la epopeya si llegas tarde te pierdes el principio; en la novela no,
puedes volver atrás, releer, y tienes el libro en la mano: la literatura
complementada por el arte del libro. Algo sensacional. Esto ahora sólo
pasa en escasos y carísimos ejemplos de bibliofilia. Que son además
libros que no se leen.
L. Gomis: La figura del editor también ha cambiado mucho a
lo
largo de la historia.
M. de Riquer: Antes era impresor-editor. Lo que no existía era
una publicidad del libro, era boca a boca. No me imagino un anuncio en Valladolid:
'Compre el Quijote'. La promoción no existía. Pero eso ha
pasado en todo el mundo. Y sigue pasando: ¿cuantos libros leemos
porque nos los recomienda un amigo?
J. Pérez: Respecto a la edición del Tirant lo Blanc usted
hizo un cálculo donde demostraba que desde la primera edición
a la última el porcentaje de ejemplares vendidos respecto a la población
ha sido el mismo.
M. de Riquer: Sí. Hice un cálculo sobre la edición
mía del Tirant respecto a los pobladores de Cataluña,
Valencia y Mallorca y salía un porcentaje similar a la de la primera
edición.
J. Pérez: ¿Eso significa que crecen los lectores porque
crece la población?
M. de Riquer: Exacto, hay más gente. Una edición de tres
mil ejemplares en 1480 no la podías publicar. El Quijote sí,
pero lo hizo en varias ediciones. El éxito del Quijote fue
portentoso.
NOS DIVERTIMOS MUCHÍSIMO
J. Pérez: En cuanto a la Historia universal de la literatura que
escribió con José María Valverde...
M. de Riquer: Nos divertimos muchísimo.
J. Pérez: En el prólogo Valverde escribe: "Ciertamente
la vida es corta y la literatura universal es inabarcable". ¿Cómo
se escribe una literatura universal?
M. de Riquer: No sé. Lo que recuerdo es que nos los distribuimos,
él prefirió la parte del león porque quería
quedarse una serie de autores. Yo pensé que menos trabajo para mí.
Y me encontré que tenía que desarrollar la poesía provenzal,
el roman courtois...
J. Pérez: Desde la literatura griega.
M. de Riquer: Sí, Grecia y Roma siempre me han gustado porque
yo de joven quería ser helenista; estudié griego con Carles
Riba. Esta preparación de autores griegos y latinos ha influido mucho
en mí, porque había leído muchos libros de investigación
literaria sobre Píndaro, Esquilo. Llegué a aprender la técnica
de estos helenistas y latinistas y pude aplicarla. Yo siempre decía
a mis alumnos en clase: si no conocéis las literaturas griega y latina,
nunca podréis conocer las literaturas románicas. Son su prehistoria.
J. Pérez: Y para escribir la historia universal, ¿cómo
se puede hablar de todo lo que uno ha leído?
M. de Riquer: Hay un día terrible, que es el primero, delante
de la máquina: 'Voy a escribir un libro de 700 páginas; ahora
empiezo'. Pero como decía Menéndez Pelayo y tenía toda
la razón, el señor que empieza un libro es un discípulo
de sí mismo cuando lo acaba. Esto es verdad, porque aprendes tanto.
L. Gomis: Se nota la naturalidad con la que está escrito.
M. de Riquer: Esto de la naturalidad se debe a la práctica universitaria,
a tantos años de dar clases procurando ser claro. Yo a veces pensaba:
esto que estoy diciendo no es exacto, no es así, pero si explico
la verdad, ¡es tan complicada! Expliquémoslo aunque sea un
poco equivocado, pero que quede claro, que se acuerden. Sacrificarlo todo
a la claridad, esa es la labor didáctica. No te puedes poner en una
cátedra a hacer lucubraciones y referencias que no pueden seguir
los alumnos. Además, si son lucubraciones muy raras seguramente son
mentira.
J. Pérez: Es además una historia universal que persigue
que el lector lea la obra original.
M. de Riquer: Sí, por supuesto, por eso hay antologías
al final de cada capítulo.
J. Pérez: Incluso desde el prólogo se pide que el lector
acuda a la obra original a pesar de que luego no comparta sus opiniones.
M. de Riquer: Sí, sí, porque hay libros que no me gustan
y los he tenido que tratar, con cierto respeto. Hay libros que me entusiasman
y he tenido que moderarme. Lo que pretendo ahí, como en mi libro
sobre Cervantes, es dar a una persona inteligente, de carrera, a un médico,
a un arquitecto, a un ingeniero, los elementos para que pueda leer el Quijote,
y después si quiere interpretarlo Sancho es el materialismo,
don Quijote el idealismo- que se lo haga él, pero yo no se lo diré.
J. Pérez: ¿Por qué?
M. de Riquer: Porque no, yo explico lo que pasa, no hay más cera
que la que arde. Y Cervantes no ha dicho nunca que Sancho sea el materialismo,
y si se lo hubieran afirmado se hubiera quedado de piedra picada. Porque
además no olvidemos que el Quijote tiene interpretaciones diversas.
Cuando salió era un libro de risa, la gente se partía de risa
leyéndolo. Después, los románticos se pusieron a llorar
como sauces llorones leyendo el Quijote, porque veían las
desgracias del idealismo contra la realidad. Es decir, y esto es lo bueno
de la obra maestra, cada época lo interpreta a su modo. Y esto va
sumando interpretaciones. Yo sólo veo lo que dice la obra y dejo
la interpretación a los lectores. La literatura es explicar la obra
literaria, dar pistas para entenderla. Explicar qué es, que no es
fácil.
J. Pérez: ¿Y nuestra época qué interpretación
del Quijote ha hecho?
M. de Riquer: Nuestra época ha hecho interpretaciones del Quijote
manicomiales, como siempre. Fijaos que Shakespeare siempre ha tenido grandes
comentaristas e intérpretes, y una pandilla de locos que han dado
interpretaciones absurdas. Es muy fácil ponerse a decir fantasías
del Quijote.
NO HE TRABAJADO NUNCA
J. Pérez: Siempre dice que el trabajo le ha divertido mucho.
M. de Riquer: Es que yo considero que no he trabajado nunca, porque me
lo he pasado tan bien, y eso no es trabajo. Por ejemplo el estar comiendo
y pensando a ver cuándo se acabará la comida para largarme
y seguir trabajando. El estar angustiado mientras no podía trabajar.
También me he divertido tanto dando clases que tampoco se puede considerar
trabajo.
L. Gomis: Los alumnos parece que también se lo pasaban bien.
M. de Riquer: Los alumnos han seguido con mucho cariño. Nunca,
ni en los momentos más crispados de la vida universitaria, he tenido
ni la más pequeña protesta ni rebelión. Tal vez porque
yo siempre les he tratado con mucho respeto. Y además porque es una
continuidad. El primer día que daba clase a un curso me los miraba,
había 30 o 40 alumnos, y me decía: 'Si dentro de diez años
uno de estos no conoce la literatura mejor que yo, el que habrá fracasado
seré yo'. Porque si el alumno debe ir siempre detrás del maestro
estaríamos aún en tiempos de Aristóteles.
J. Pérez: Según ha dicho los mejores años para ejercer
la docencia fueron entre el 40 y el 60. Sin embargo, usted dictó
cursos hasta 1984. ¿Qué cambios ha habido en la universidad
para que las clases empeoraran?
M. de Riquer: El gran cambio fue la masificación hacia los 60.
En los 40 y 50 tenía quince o dieciséis alumnos, estábamos
todos alrededor de una mesa, con libros, hablábamos, comentábamos,
yo sabía perfectamente cómo se llamaban todos ellos. Aquello
era lo que luego fueron los seminarios, pero entonces era cada clase. Ahora
con 50 o 60, no puedes individualizar o hablar directamente con uno porque
se arma un guirigay extraordinario. Cambió mucho, mucho. Además,
en aquellos años en que teníamos pocos alumnos convivíamos
mucho, hacíamos excursiones, nos íbamos a Montserrat, salíamos
los domingos, y esto contribuía a conocernos mejor.
L. Gomis: El modo de examinar también ha cambiado.
M. de Riquer: A mí me gustaba mucho examinar oralmente. El examen
oral tiene una ventaja sobre el escrito. Si en el escrito no entienden la
pregunta, ya desde el principio escriben un disparate. En el oral puedes
decirle: no era esto, era aquello. Y además una profesión
donde una de las salidas es dar clase, tienes que demostrar que sabes expresarte.
Yo a veces les hacía dar una clase en el curso. Se ponían
en mi tarima y yo desde el final les corregía: 'Más alto,
más claro, no se entiende'. Tenían que cuidar la dicción.
J. Pérez: Para usted, como profesor en una clase, 'no debes demostrar
ni demasiada erudición ni tampoco vulgaridad. Debes dirigirte al
público como si hablaras con un amigo o un pariente, explicando la
obra literaria y siempre intentado contagiar el entusiasmo en el espectador'.
M. de Riquer: Lo principal es el entusiasmo. El alumno debe salir de
tu clase diciendo: 'Caramba, este libro me lo voy a leer'. Recuerdo un día
en el que hablaba del Orlando furioso de Ariosto, y pregunté:
'¿Quién ha leído el Orlando furioso?' No lo
había leído nadie. Y dije: 'Señores, tengo el gran
honor de felicitarles. Les felicito porque aún os queda en esta vida
el placer de leer el Orlando furioso'.
J. Pérez: Durante su juventud, ¿la filología románica
se estudiaba sin tener en cuenta las fronteras de los países?
M. de Riquer: En mi tiempo se estudiaban juntas hasta el Renacimiento,
y desde entonces cada una iba por su lado, cuando cada literatura adquiere
una personalidad nacional. Después también hice una experiencia,
que fue bien pero que no ha cuajado, que consistía en explicar la
literatura al revés. En el primer año, literatura contemporánea,
en el segundo la clásica y en el tercero medieval. Cuando llegaban
les hablabas de una literatura próxima, con la que no tenían
problemas de lengua, no tenían problemas de situación social.
Después la época clásica. Y al final la medieval, un
mundo feudal y distinto. Esto lo experimentamos algunos años, pero
no sé por qué no se continuó. Quizá es muy difícil
introducir una novedad revolucionaria.
J. Pérez: El futuro del catalán también es tema
de debate últimamente.
M. de Riquer: Una cosa está clara, mientras se publiquen tantos
libros en catalán no hay ningún peligro. Más negro
lo tenía en el siglo XVII.
L. Gomis: Si tuviera que dar ahora una clase, ¿qué tema
escogería?
M. de Riquer: Depende. Quizá sobre Cervantes, o sobre otra cosa
que me gusta mucho: la evolución de la novela medieval. Es una novela
que al principio es en verso corto y tiene unos 600. Pero de repente, en
1230, aparecen las novelas en prosa, que ocupan diez o doce volúmenes.
Esto se debe a un fenómeno curiosísimo, que es la aparición
del papel. Antes se escribía en tabletas de cera, y no se podían
meter diez mil tabletas de cera y llevarlas al copista. En cambio con el
papel, sí. El papel hace cambiar la literatura, porque te da la posibilidad
de ir escribiendo, de poner lo escrito a un lado, de volver atrás,
corregir, si no te salía bien tirarlo a la papelera, se podía
escribir una prosa larga perfecta porque el papel da más juego.
J. Pérez: Y luego la imprenta.
M. de Riquer: La imprenta lo que hace es sustituir al juglar. Ya nadie
debe ir por los pueblos cantando el Tristán, por unas pocas
perras te lo compras. Pero en el estilo literario no creo que influyera
mucho. Creo que ha influido más el ordenador. Porque en el ordenador
puedes escribir lo que te va saliendo de la mente sin pensar en la sintaxis.
Entonces ya tienes las ideas en la pantalla. Luego ahí hay que poner
sintaxis, hay que evitar repeticiones, pules tantas veces como quieras.
NOVELAS DE DETECTIVES
J. Pérez: Dicen que para disfrutar de verdad lee novelas de
detectives.
M. de Riquer: Para pasármelo bien por las tardes, Agatha Christie
y sus seguidores, la novela de misterio y detectives. A mí me gustan
las novelas de crímenes, pero crímenes en ciudad. Me han servido
mucho, porque te obligan a un ejercicio de imaginación. Es una lucha
entre tú y el autor. A ver si ganará él o yo. Él
me está engañando, a ver si lo descubro. Es una lucha constante.
Además como Agatha lo hace muy bien, nunca le puedes decir: '¡Trampa,
me has engañado!' Y esto para deducciones literarias, para averiguar
quién es el autor de una obra, esta mentalidad de detective, va muy
bien.
J. Pérez: Usted que lee novela negra...
M. de Riquer: ¡Negra no! De detectives. La novela negra norteamericana
no me gusta. Siempre de detectives: los seguidores de Conan Doyle.
L. Gomis: Conan Doyle, Agatha Christie, ¿quién más?
M. de Riquer: Hay otros imitadores, pero ahora no recuerdo los nombres.
Hay uno ruso muy divertido, otro que la acción pasa siempre en Sicilia,
Andrea Camilleri. Es divertidísimo.
J. Pérez: Por lo que dice parece que la lectura de los clásicos
medievales sea un 'trabajo' y que en cambio las novelas de detectives sean
una verdadera diversión. ¿Hay varios tipos de lecturas?
M. de Riquer: La facultad de leer nos permite muchas cosas. Y gracias
a Dios somos gente civilizada y que leemos. Aunque no es corriente, no nos
hagamos ilusiones. Estoy seguro que en muchas casas de Barcelona, y en los
mejores barrios, el único libro que tienen es el listín de
teléfonos.
J. Pérez: ¿Y cómo se puede animar a la lectura?
M. de Riquer: No, no, no se puede.
J. Pérez: ¿No se puede transmitir la inquietud de la
lectura?
M. de Riquer: No. Viene en gran parte por la familia. Nosotros nos podemos
preguntar: ¿cuándo he aprendido que Buenos Aires es la capital
de Argentina? Nunca, fue de comer en casa, que un día una tía
nuestra se fue a Buenos Aires. Hay cosas que no se aprenden en el colegio.
Que existe Shakespeare, o que existe Cervantes se lo explican a cualquier
palurdo en el bachillerato, pero eso no es nada. Lo que tenemos que procurar
es que en nuestra casa se hable de libros. Tampoco es necesario que todo
el mundo lea libros, no es necesario.
J. Pérez: Ha dicho que a pesar de que los editores realizan grandes
libros y que si no las vendieran no las harían, "la cultura
de la televisión provoca que mucha gente no lea un solo libro".
¿Tiene algo que ver la televisión con que se lea poco?
M. de Riquer: Al contrario, tal vez ayuda a leer. Porque la gente que
ve los programas infectos de televisión tampoco leería. En
cambio, la gente que ve un programa de libros o cultural o una novela filmada,
se animan con la tele. Por ejemplo, la segunda vez que leí Guerra
y paz de Tolstoi fue tras haber visto la película. Pensé
qué bonito es, lo volveré a leer. Gracias a la televisión
consigues darle un rostro a un personaje y así ya los tenía
figurados, lo que me facilitó seguirles la pista durante la lectura.
Todo es bueno.
J. Pérez: ¿Y las novelas de detectives en la pantalla?
M. de Riquer: El problema es que no te dan tiempo a reflexionar sobre
las pistas. Además al malo le ponen cara de malo. Y el protagonista
de la película no será el asesino, ni se morirá al
principio.
LA RELIGIÓN SUBE Y BAJA
J. Pérez: Para usted la religión sube y baja. En algunas
épocas tiene mayor presencia y en otras menor presencia. Se entiende
que hoy tiene menor presencia.
M. de Riquer: Es evidente que tiene menor presencia, pero esto no es
para desesperarse. La historia da muchas vueltas. Hubo una época
en que aquí no se podía decir "adiós" porque
contenía la palabra "dios"; y nos despedíamos con
"salud".