El Ciervo

Conversaciones: Martín Riquer

por Lorenzo Gomis

El Ciervo nº 630-631, septiembre-octubre 2003

Martín de Riquer (Barcelona, 1914) es uno de los grandes especialistas en Cervantes y en lírica provenzal. Su magisterio abarca sin embargo muchas otras materias, literarias o no. En esta conversación nos lo muestra.

Martín de Riquer nos recibe en su casa en Barcelona. Tras hablar sobre el contenido general de la charla, aclara que más que hablar de él, prefiere hablar de los demás. Empezamos pues por Cervantes.

Lorenzo Gomis: ¿Cómo era Cervantes?

Martín de Riquer: En Cervantes hay que buscar varios aspectos. Primero, y esencial: parece que Cervantes era simpatiquísimo. Todas las referencias que hay sobre él dicen que era un hombre de un gran ingenio y humor. Incluso en los momentos más dolorosos de su vida, en el cautiverio de Argel, mantenía el espíritu de sus compañeros de desgracia con su ánimo. Aunque parece que al principio de su vida fue un ingenio menor.

Jordi Pérez: ¿Y cómo llegó entonces a escribir el Quijote?

M. de Riquer: Cervantes era autor de unas poesías no precisamente buenas, de una novela pastoril, La Galatea, que si hoy la leemos es porque la escribió Cervantes ­si no no la leería nadie­, y que tuvo muy poco éxito, ya que no se volvió a reeditar hasta el siglo XVIII. Cervantes cayó en la moda de la novela pastoril. Todo esto le venía más o menos de su estancia en Italia como soldado, donde evidentemente leyó mucho. Lo que está claro es que Cervantes era un gran lector. En todas sus obras se refleja una gran densidad de lecturas, y no sólo de novelas caballerescas, de las que tuvo que leer muchas porque sino no las hubiera satirizado con tanto acierto. También leyó libros espirituales, de una tendencia más o menos erasmista. No es que él fuera un erasmista, pero el erasmismo era algo que estaba imbuido en todas las clases superiores. Cervantes fue el hombre que tuvo el gran acierto de escribir el Quijote. Acierto sorprendente. Porque aquel autor, hasta entonces un ingenio mediocre al que algunos incluso tomaban el pelo, que quería ser poeta y no lo era, sale con una novela que en un año tiene tres ediciones, en seguida se traduce al inglés. Y eso la primera parte. Una primera parte que para nosotros ahora, que conocemos el libro entero, la encontramos inferior a la segunda.

J. Pérez: ¿Por qué?

M. de Riquer: Hay motivos importantes. La primera parte acontece en una España indeterminada, donde no pasa nada de particular: unos rebaños, un barbero que va de un pueblo a otro, unos alguaciles que llevan a unos condenados a las galeras, un oidor que llega a una venta. Lo que narra Cervantes en la primera parte pudo suceder en la Castilla del siglo XII o hasta en el XIX, cuando se inventó el ferrocarril, que cambió el panorama externo. En cambio, la segunda parte es un libro comprometido. Plantea problemas nacionales importantísimos.

J. Pérez: ¿Cuáles?

M. de Riquer: Primero, la expulsión de los moriscos. Plantear la expulsión de los moriscos era plantear el problema que tenía dividida a la opinión española: unos eran partidarios y otros no. Cervantes era partidario de su expulsión cuando escribió El coloquio de los perros. Pero luego vio la expulsión de los moriscos. Y es una cosa muy diferente tener una teoría de que hay que expulsar a una raza a ver la desgracia y cómo se llevaban a aquellos infelices al norte de África y a Turquía. Por eso la segunda parte del Quijote es impresionante. Se da la curiosa paradoja de que alaba el decreto de expulsión pero presenta el dolor que causó.

Después, más adelante, en Barcelona hay unos bergantines turcos que se acercan y disparan; salen las galeras de la Generalidad, disparan, hay muertos: muertos en el Quijote. La novela cambia totalmente. De una novela desgajada del tiempo se pasa a otra que se sitúa en 1614, que es la fecha de la segunda parte. Fue la estancia de Cervantes en Barcelona en 1610 la que influyó en la segunda parte. Por ejemplo conoció el problema de los bandoleros. Cervantes topó con una figura como la de Rocaguinarda. Acordaos que en el capítulo en que aparece Rocaguinarda don Quijote se eclipsa. Llena todo el episodio la figura gallarda y criminal, porque lo es, de Rocaguinarda. Su figura fue tan importante porque se acogió poco después al indulto del virrey Pedro Manrique y murió de capitán de tercios en Italia. Unos tercios que reunieron con los bandoleros. El sistema servía para acabar con el bandolerismo: ¿qué vas a hacer con un hombre que hace 30 años que está en la montaña con un trabuco asaltando masías y viajeros? ¿Cómo le vas a decir que ahora vaya a labrar o a hacer de carpintero? No, por eso hicieron milicias, dejando los mandos a los mismos jefes bandoleros, lo que fue una gran solución política.

L. Gomis: Hay un dato curioso que ha destacado en alguna parte: en el Quijote nunca es domingo. ¿Por qué?

M. de Riquer: Sí, tantos días que pasan y ninguno es domingo. A Cervantes quizá le pareció muy fuerte poner a don Quijote frente al altar. Pasan tantos días seguidos y nunca van a misa. Rezan el rosario vagamente, pero nunca van a misa. Y Cervantes sí que iba.

J. Pérez: ¿Y por qué le parecía fuerte poner al Quijote ante el altar?

M. de Riquer: Como el loco entre los titiriteros, no era una escena fácil.

J. Pérez: Apunta Dámaso Alonso en el prólogo a su Aproximación al Quijote que estamos ante la primera novela moderna pero que a la vez es la última donde en el héroe se da la grandeza de la fe en los ideales.

M. de Riquer: Esto es una especie de tópico. Es la última novela medieval, mejor dicho, es el puntillazo a la novela medieval. Pero al mismo tiempo abre un tipo de novela moderna. Porque sobre todo lo que no ocurre en la novela medieval es la presencia del escritor. Cuando leemos el Quijote siempre tenemos a Cervantes a nuestra vera, está escribiendo al lado nuestro. Recordad que muchas veces emplea la frase: "Olvidábaseme decir". No es una figura retórica, no, es que se le olvidaba decir una cosa y la dice ahora. Como nos pasa a nosotros hablando. Escribe a tu lado, esto le da un carácter desconocido en la literatura anterior. Antes de Cervantes, encontramos a un escritor que escribe en su casa y a un lector que lee en la suya. Aquí no, aquí Cervantes está escribiendo a nuestro lado.

LA LÍRICA PROVENZAL

J. Pérez: En otro de los ejes de su obra, en la lírica de los trovadores, también se da un enorme cambio respecto a lo que se hacía antes.

M. de Riquer: Hay una boutade sobre esto que dice: cuando las damas dejaron de saber latín, nacieron los trovadores para que fueran entendidos. Lo importante de la poesía trovadoresca es que es el primer movimiento europeo en lengua hablada, escrito por una colectividad y con la personalidad del escritor. No es una canción popular, que no sabes quién la ha escrito. En cambio, Guilhem de Peitieu, el primer trovador conocido, ya habla de sí mismo en el siglo XII.

J. Pérez: Esto es un cambio, más que literario, sociológico.

M. de Riquer: Es un cambio sociológico, sí, completamente. La jerarquía feudal se traslada a la jerarquía amorosa, el enamorado pasa a ser el vasallo y la señora, la dama, lo domina. Por esto en la poesía provenzal no hay poesías a solteras, porque las solteras no tienen personalidad jurídica. La dama del trovador siempre es una señora casada. El cambio de lo que es llamado amor cortés es increíble.

J. Pérez: Y de ahí la poesía trovadoresca pasa a Sicilia y Cataluña.

M. de Riquer: En Sicilia son unos imitadores, como lo son en Cataluña. La escuela siciliana luego se expresará en italiano. En Cataluña se empleará el provenzal catalanizado. Hasta que llegamos a Ausias March: "Lleixant a part l'estil dels trobadors". March quiere dejar aparte el estilo de los trovadores. Jordi de Sant Jordi, un poquito anterior a March, podía ser aún un trovador. Existe un fenómeno curioso en el catalán medieval: en verso se escribe provenzalizado y en prosa se escribe en catalán puro, el catalán hablado. A los poetas catalanes les costaba desprenderse de la tradición provenzal, estaba muy arraigada. Siempre se escribía en endecasílabos, que es algo terrible. Toda la poesía catalana hasta Ausias March está en endecasílabos. No había una polimetría que le hubiera dado más posibilidades. En Andreu Febrer hay un poco de polimetría, porque toma el lai francés.

J. Pérez: El mismo Andreu Febrer que tradujo la Divina Comedia al catalán.

M. de Riquer: Sí, un hombre curiosísimo. Nació en Vic, fue alguacil de Alfonso el Magnánimo, es decir, un cargo que hoy llamaríamos comisario de policía. Se sabe que fue a París a prender rebeldes y extraditarlos, y que los trataba con crudeza. Y después se pone aquí en Sant Cugat del Vallès a traducir la Divina comedia, y la traduce de un modo francamente maravilloso. La han criticado mucho, pero yo encuentro que no lo merece, a pesar de que recurre a italianismos. Traducir la Divina comedia en verso en 1429 es extraordinario. Me acuerdo una vez en Catania (Sicilia) hablando de la traducción de la Divina Comedia de Febrer, leí en catalán varios cantos. Con estupefacción de los italianos, porque oían la Divina comedia pero en una lengua extraña, en una lengua que les recordaba el siciliano. Es un gran acierto porque la traducción de la Divina comedia de Enrique de Villena al castellano es ilegible. En cambio, en prosa se escribía un catalán puro. El mismo Ramon Llull, que escribe una prosa catalana purísima, cuando se pone a hacer versos lo hace ya en provenzal.

J. Pérez: De Ramon Llull ha dicho que escribió el mejor catalán de la historia.

M. de Riquer: Es que es una gran suerte que el creador de la prosa catalana fuera un filósofo, alguien que sabía perfectamente lo que es un sujeto y un atributo. Alfonso el Sabio, su contemporáneo, que crea el castellano, escribe frases yuxtapuestas, no se atreve a un período largo. Ramon Llull se atreve a frases que llenan una página y es porque sabe que nunca perderá el sujeto. La prosa de Ramon Llull es extraordinaria, maravillosa, no se ha superado.

L. Gomis: ¿Por qué llamaban a Ramon Llull lo foll, el loco?

M. de Riquer: La vida de Ramon Llull es una vida sorprendente. Destruyó su obra poética por su conversión, o más que conversión, asumió un fin religioso en su vida y lo que era obra profana, amorosa, la destruyó. En la obra de Llull se encuentran muchas frases sacadas de los trovadores. Era un trovador de Dios.

L. Gomis: ¿Y Ausias March cómo era?

M. de Riquer: Es una persona muy compleja, con unos grandes problemas de conciencia. Lo podríamos resumir como el creador del creyente pecador. Es decir, en aquellas poesías a la dama muerta, imitando a Petrarca, Ausias March se plantea un terrible problema: una mujer ha muerto, ¿y si está condenada por su culpa? Plantear este problema es de una valentía extraordinaria. El terrible dolor de pensar que eres culpable de que haya un alma condenada. Esto en poesía no creo que muchas veces se haya planteado.

L. Gomis: De la Edad Media qué es lo que más le gusta.

M. de Riquer: Sobre todo la novela y la epopeya. La novela medieval es una maravilla. Con la novela aparece el hermoso libro. En el cantar de gesta, en la épica, el relato empieza con un "Escuchad, oíd" ante la multitud. En cambio la novela se inicia: "Yo, Chrétien de Troyes, me dirijo a ti, María de Francia, y a ti lector, que estás leyendo", con unos libros perfectamente decorados y miniados. Además, en la epopeya si llegas tarde te pierdes el principio; en la novela no, puedes volver atrás, releer, y tienes el libro en la mano: la literatura complementada por el arte del libro. Algo sensacional. Esto ahora sólo pasa en escasos y carísimos ejemplos de bibliofilia. Que son además libros que no se leen.

L. Gomis: La figura del editor también ha cambiado mucho a lo largo de la historia.

M. de Riquer: Antes era impresor-editor. Lo que no existía era una publicidad del libro, era boca a boca. No me imagino un anuncio en Valladolid: 'Compre el Quijote'. La promoción no existía. Pero eso ha pasado en todo el mundo. Y sigue pasando: ¿cuantos libros leemos porque nos los recomienda un amigo?

J. Pérez: Respecto a la edición del Tirant lo Blanc usted hizo un cálculo donde demostraba que desde la primera edición a la última el porcentaje de ejemplares vendidos respecto a la población ha sido el mismo.

M. de Riquer: Sí. Hice un cálculo sobre la edición mía del Tirant respecto a los pobladores de Cataluña, Valencia y Mallorca y salía un porcentaje similar a la de la primera edición.

J. Pérez: ¿Eso significa que crecen los lectores porque crece la población?

M. de Riquer: Exacto, hay más gente. Una edición de tres mil ejemplares en 1480 no la podías publicar. El Quijote sí, pero lo hizo en varias ediciones. El éxito del Quijote fue portentoso.

NOS DIVERTIMOS MUCHÍSIMO

J. Pérez: En cuanto a la Historia universal de la literatura que escribió con José María Valverde...

M. de Riquer: Nos divertimos muchísimo.

J. Pérez: En el prólogo Valverde escribe: "Ciertamente la vida es corta y la literatura universal es inabarcable". ¿Cómo se escribe una literatura universal?

M. de Riquer: No sé. Lo que recuerdo es que nos los distribuimos, él prefirió la parte del león porque quería quedarse una serie de autores. Yo pensé que menos trabajo para mí. Y me encontré que tenía que desarrollar la poesía provenzal, el roman courtois...

J. Pérez: Desde la literatura griega.

M. de Riquer: Sí, Grecia y Roma siempre me han gustado porque yo de joven quería ser helenista; estudié griego con Carles Riba. Esta preparación de autores griegos y latinos ha influido mucho en mí, porque había leído muchos libros de investigación literaria sobre Píndaro, Esquilo. Llegué a aprender la técnica de estos helenistas y latinistas y pude aplicarla. Yo siempre decía a mis alumnos en clase: si no conocéis las literaturas griega y latina, nunca podréis conocer las literaturas románicas. Son su prehistoria.

J. Pérez: Y para escribir la historia universal, ¿cómo se puede hablar de todo lo que uno ha leído?

M. de Riquer: Hay un día terrible, que es el primero, delante de la máquina: 'Voy a escribir un libro de 700 páginas; ahora empiezo'. Pero como decía Menéndez Pelayo y tenía toda la razón, el señor que empieza un libro es un discípulo de sí mismo cuando lo acaba. Esto es verdad, porque aprendes tanto.

L. Gomis: Se nota la naturalidad con la que está escrito.

M. de Riquer: Esto de la naturalidad se debe a la práctica universitaria, a tantos años de dar clases procurando ser claro. Yo a veces pensaba: esto que estoy diciendo no es exacto, no es así, pero si explico la verdad, ¡es tan complicada! Expliquémoslo aunque sea un poco equivocado, pero que quede claro, que se acuerden. Sacrificarlo todo a la claridad, esa es la labor didáctica. No te puedes poner en una cátedra a hacer lucubraciones y referencias que no pueden seguir los alumnos. Además, si son lucubraciones muy raras seguramente son mentira.

J. Pérez: Es además una historia universal que persigue que el lector lea la obra original.

M. de Riquer: Sí, por supuesto, por eso hay antologías al final de cada capítulo.

J. Pérez: Incluso desde el prólogo se pide que el lector acuda a la obra original a pesar de que luego no comparta sus opiniones.

M. de Riquer: Sí, sí, porque hay libros que no me gustan y los he tenido que tratar, con cierto respeto. Hay libros que me entusiasman y he tenido que moderarme. Lo que pretendo ahí, como en mi libro sobre Cervantes, es dar a una persona inteligente, de carrera, a un médico, a un arquitecto, a un ingeniero, los elementos para que pueda leer el Quijote, y después si quiere interpretarlo ­Sancho es el materialismo, don Quijote el idealismo- que se lo haga él, pero yo no se lo diré.

J. Pérez: ¿Por qué?

M. de Riquer: Porque no, yo explico lo que pasa, no hay más cera que la que arde. Y Cervantes no ha dicho nunca que Sancho sea el materialismo, y si se lo hubieran afirmado se hubiera quedado de piedra picada. Porque además no olvidemos que el Quijote tiene interpretaciones diversas. Cuando salió era un libro de risa, la gente se partía de risa leyéndolo. Después, los románticos se pusieron a llorar como sauces llorones leyendo el Quijote, porque veían las desgracias del idealismo contra la realidad. Es decir, y esto es lo bueno de la obra maestra, cada época lo interpreta a su modo. Y esto va sumando interpretaciones. Yo sólo veo lo que dice la obra y dejo la interpretación a los lectores. La literatura es explicar la obra literaria, dar pistas para entenderla. Explicar qué es, que no es fácil.

J. Pérez: ¿Y nuestra época qué interpretación del Quijote ha hecho?

M. de Riquer: Nuestra época ha hecho interpretaciones del Quijote manicomiales, como siempre. Fijaos que Shakespeare siempre ha tenido grandes comentaristas e intérpretes, y una pandilla de locos que han dado interpretaciones absurdas. Es muy fácil ponerse a decir fantasías del Quijote.

NO HE TRABAJADO NUNCA

J. Pérez: Siempre dice que el trabajo le ha divertido mucho.

M. de Riquer: Es que yo considero que no he trabajado nunca, porque me lo he pasado tan bien, y eso no es trabajo. Por ejemplo el estar comiendo y pensando a ver cuándo se acabará la comida para largarme y seguir trabajando. El estar angustiado mientras no podía trabajar. También me he divertido tanto dando clases que tampoco se puede considerar trabajo.

L. Gomis: Los alumnos parece que también se lo pasaban bien.

M. de Riquer: Los alumnos han seguido con mucho cariño. Nunca, ni en los momentos más crispados de la vida universitaria, he tenido ni la más pequeña protesta ni rebelión. Tal vez porque yo siempre les he tratado con mucho respeto. Y además porque es una continuidad. El primer día que daba clase a un curso me los miraba, había 30 o 40 alumnos, y me decía: 'Si dentro de diez años uno de estos no conoce la literatura mejor que yo, el que habrá fracasado seré yo'. Porque si el alumno debe ir siempre detrás del maestro estaríamos aún en tiempos de Aristóteles.

J. Pérez: Según ha dicho los mejores años para ejercer la docencia fueron entre el 40 y el 60. Sin embargo, usted dictó cursos hasta 1984. ¿Qué cambios ha habido en la universidad para que las clases empeoraran?

M. de Riquer: El gran cambio fue la masificación hacia los 60. En los 40 y 50 tenía quince o dieciséis alumnos, estábamos todos alrededor de una mesa, con libros, hablábamos, comentábamos, yo sabía perfectamente cómo se llamaban todos ellos. Aquello era lo que luego fueron los seminarios, pero entonces era cada clase. Ahora con 50 o 60, no puedes individualizar o hablar directamente con uno porque se arma un guirigay extraordinario. Cambió mucho, mucho. Además, en aquellos años en que teníamos pocos alumnos convivíamos mucho, hacíamos excursiones, nos íbamos a Montserrat, salíamos los domingos, y esto contribuía a conocernos mejor.

L. Gomis: El modo de examinar también ha cambiado.

M. de Riquer: A mí me gustaba mucho examinar oralmente. El examen oral tiene una ventaja sobre el escrito. Si en el escrito no entienden la pregunta, ya desde el principio escriben un disparate. En el oral puedes decirle: no era esto, era aquello. Y además una profesión donde una de las salidas es dar clase, tienes que demostrar que sabes expresarte. Yo a veces les hacía dar una clase en el curso. Se ponían en mi tarima y yo desde el final les corregía: 'Más alto, más claro, no se entiende'. Tenían que cuidar la dicción.

J. Pérez: Para usted, como profesor en una clase, 'no debes demostrar ni demasiada erudición ni tampoco vulgaridad. Debes dirigirte al público como si hablaras con un amigo o un pariente, explicando la obra literaria y siempre intentado contagiar el entusiasmo en el espectador'.

M. de Riquer: Lo principal es el entusiasmo. El alumno debe salir de tu clase diciendo: 'Caramba, este libro me lo voy a leer'. Recuerdo un día en el que hablaba del Orlando furioso de Ariosto, y pregunté: '¿Quién ha leído el Orlando furioso?' No lo había leído nadie. Y dije: 'Señores, tengo el gran honor de felicitarles. Les felicito porque aún os queda en esta vida el placer de leer el Orlando furioso'.

J. Pérez: Durante su juventud, ¿la filología románica se estudiaba sin tener en cuenta las fronteras de los países?

M. de Riquer: En mi tiempo se estudiaban juntas hasta el Renacimiento, y desde entonces cada una iba por su lado, cuando cada literatura adquiere una personalidad nacional. Después también hice una experiencia, que fue bien pero que no ha cuajado, que consistía en explicar la literatura al revés. En el primer año, literatura contemporánea, en el segundo la clásica y en el tercero medieval. Cuando llegaban les hablabas de una literatura próxima, con la que no tenían problemas de lengua, no tenían problemas de situación social. Después la época clásica. Y al final la medieval, un mundo feudal y distinto. Esto lo experimentamos algunos años, pero no sé por qué no se continuó. Quizá es muy difícil introducir una novedad revolucionaria.

J. Pérez: El futuro del catalán también es tema de debate últimamente.

M. de Riquer: Una cosa está clara, mientras se publiquen tantos libros en catalán no hay ningún peligro. Más negro lo tenía en el siglo XVII.

L. Gomis: Si tuviera que dar ahora una clase, ¿qué tema escogería?

M. de Riquer: Depende. Quizá sobre Cervantes, o sobre otra cosa que me gusta mucho: la evolución de la novela medieval. Es una novela que al principio es en verso corto y tiene unos 600. Pero de repente, en 1230, aparecen las novelas en prosa, que ocupan diez o doce volúmenes. Esto se debe a un fenómeno curiosísimo, que es la aparición del papel. Antes se escribía en tabletas de cera, y no se podían meter diez mil tabletas de cera y llevarlas al copista. En cambio con el papel, sí. El papel hace cambiar la literatura, porque te da la posibilidad de ir escribiendo, de poner lo escrito a un lado, de volver atrás, corregir, si no te salía bien tirarlo a la papelera, se podía escribir una prosa larga perfecta porque el papel da más juego.

J. Pérez: Y luego la imprenta.

M. de Riquer: La imprenta lo que hace es sustituir al juglar. Ya nadie debe ir por los pueblos cantando el Tristán, por unas pocas perras te lo compras. Pero en el estilo literario no creo que influyera mucho. Creo que ha influido más el ordenador. Porque en el ordenador puedes escribir lo que te va saliendo de la mente sin pensar en la sintaxis. Entonces ya tienes las ideas en la pantalla. Luego ahí hay que poner sintaxis, hay que evitar repeticiones, pules tantas veces como quieras.

NOVELAS DE DETECTIVES

J. Pérez: Dicen que para disfrutar de verdad lee novelas de detectives.

M. de Riquer: Para pasármelo bien por las tardes, Agatha Christie y sus seguidores, la novela de misterio y detectives. A mí me gustan las novelas de crímenes, pero crímenes en ciudad. Me han servido mucho, porque te obligan a un ejercicio de imaginación. Es una lucha entre tú y el autor. A ver si ganará él o yo. Él me está engañando, a ver si lo descubro. Es una lucha constante. Además como Agatha lo hace muy bien, nunca le puedes decir: '¡Trampa, me has engañado!' Y esto para deducciones literarias, para averiguar quién es el autor de una obra, esta mentalidad de detective, va muy bien.

J. Pérez: Usted que lee novela negra...

M. de Riquer: ¡Negra no! De detectives. La novela negra norteamericana no me gusta. Siempre de detectives: los seguidores de Conan Doyle.

L. Gomis: Conan Doyle, Agatha Christie, ¿quién más?

M. de Riquer: Hay otros imitadores, pero ahora no recuerdo los nombres. Hay uno ruso muy divertido, otro que la acción pasa siempre en Sicilia, Andrea Camilleri. Es divertidísimo.

J. Pérez: Por lo que dice parece que la lectura de los clásicos medievales sea un 'trabajo' y que en cambio las novelas de detectives sean una verdadera diversión. ¿Hay varios tipos de lecturas?

M. de Riquer: La facultad de leer nos permite muchas cosas. Y gracias a Dios somos gente civilizada y que leemos. Aunque no es corriente, no nos hagamos ilusiones. Estoy seguro que en muchas casas de Barcelona, y en los mejores barrios, el único libro que tienen es el listín de teléfonos.

J. Pérez: ¿Y cómo se puede animar a la lectura?

M. de Riquer: No, no, no se puede.

J. Pérez: ¿No se puede transmitir la inquietud de la lectura?

M. de Riquer: No. Viene en gran parte por la familia. Nosotros nos podemos preguntar: ¿cuándo he aprendido que Buenos Aires es la capital de Argentina? Nunca, fue de comer en casa, que un día una tía nuestra se fue a Buenos Aires. Hay cosas que no se aprenden en el colegio. Que existe Shakespeare, o que existe Cervantes se lo explican a cualquier palurdo en el bachillerato, pero eso no es nada. Lo que tenemos que procurar es que en nuestra casa se hable de libros. Tampoco es necesario que todo el mundo lea libros, no es necesario.

J. Pérez: Ha dicho que a pesar de que los editores realizan grandes libros y que si no las vendieran no las harían, "la cultura de la televisión provoca que mucha gente no lea un solo libro". ¿Tiene algo que ver la televisión con que se lea poco?

M. de Riquer: Al contrario, tal vez ayuda a leer. Porque la gente que ve los programas infectos de televisión tampoco leería. En cambio, la gente que ve un programa de libros o cultural o una novela filmada, se animan con la tele. Por ejemplo, la segunda vez que leí Guerra y paz de Tolstoi fue tras haber visto la película. Pensé qué bonito es, lo volveré a leer. Gracias a la televisión consigues darle un rostro a un personaje y así ya los tenía figurados, lo que me facilitó seguirles la pista durante la lectura. Todo es bueno.

J. Pérez: ¿Y las novelas de detectives en la pantalla?

M. de Riquer: El problema es que no te dan tiempo a reflexionar sobre las pistas. Además al malo le ponen cara de malo. Y el protagonista de la película no será el asesino, ni se morirá al principio.

LA RELIGIÓN SUBE Y BAJA

J. Pérez: Para usted la religión sube y baja. En algunas épocas tiene mayor presencia y en otras menor presencia. Se entiende que hoy tiene menor presencia.

M. de Riquer: Es evidente que tiene menor presencia, pero esto no es para desesperarse. La historia da muchas vueltas. Hubo una época en que aquí no se podía decir "adiós" porque contenía la palabra "dios"; y nos despedíamos con "salud".

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