Se estrenó hace unas semanas la célebre película El código Da Vinci. Nuestro crítico de cine, Manuel Quinto, habla de ella con poco entusiasmo en la página 37. La historia es rocambolesca: unos investigadores descubren que la divinidad de Jesús se la inventó el emperador romano Constantino y que Jesús se casó con María Magdalena y tuvo hijos. Este secreto lo conserva la secta del Priorato de Sión. Para que no salga a la luz, un monje del Opus Dei intenta asesinar a los intrépidos investigadores. El autor, Dan Brown, sagazmente, dice que el priorato de Sión, el Opus Dei y las descripciones son verdaderas. Pero nada más.
En cambio, según parece, el público se cree esta historia, lo que perjudicaría su fe en la Iglesia. Días antes del estreno, el jesuita Gerald O'Collins, en una conferencia en el Vaticano sobre catolicismo y literatura, dijo con razón que “es un juicio sobre todos nosotros que la gente crea que El código Da Vinci es real”.
El Opus Dei ha intentado poner al mal tiempo buena cara. En una carta a los medios de comunicación dice que “es un episodio lamentable, pero pasajero. Los cristianos han reaccionado siempre ante la falta de respeto con una actitud pacífica buscando el diálogo y evitando el conflicto”.
El Vaticano sin embargo se ha enfadado más. El cardenal de Génova, Tarcisio Bertone, ha pedido que los católicos no vayan a verla para “dar una lección” a los productores. El cardenal Bertone también se siente menospreciado ante otras religiones: “Me gustaría que Dan Brown escribiera un Código Da Vinci sobre el profeta Mahoma a ver qué pasa”. No sabemos si las palabras del cardenal traslucen envidia por el islam o temor por lo que le pudiera ocurrir a Brown.
Por su lado, otro cardenal, Francis Arinze, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, ha pedido que los cristianos no pueden quedarse ante la película “de brazos cruzados” y “perdonar y olvidar”. Es curioso que esta frase proceda de un cardenal de la Iglesia cuya función es difundir el mensaje de Jesús. Dan buen ejemplo los cardenales.