Cada vez queda menos petróleo. Resulta día a día más evidente, como se argumenta en un artículo [ 1 ] de esta misma revista, que el petróleo fácilmente accesible escasea y que cada vez cuesta más extraer la enorme cantidad de crudo que necesita el metabolismo económico mundial. Esto hace que se recurra progresivamente a la explotación de zonas más remotas e inaccesibles para tratar de obtener más oro negro. Es lo que ocurría en la plataforma Deepwater Horizon, que extraía petróleo a 7 kilómetros bajo la superficie del mar, en un lugar del Golfo de México con 1,5 kilómetros de profundidad.
Cada vez se corren más riesgos. Es claro que, en la medida que se apuran más los límites de la técnica para llegar a yacimientos remotos, las posibilidades de accidente aumentan. Cuanto más movemos de aquí para allá el petróleo extraído en grandes barcos, los riesgos de siniestro se acrecientan. Pero si, además, la extracción se hace maximizando los beneficios a costa de minimizar las precauciones, la probabilidad de accidente grave se multiplica. Ésta y no otra era la situación de la plataforma petrolífera de BP, que se llevó por delante la vida de once personas al hundirse el pasado 20 de abril, en la que no funcionaron muchos sistemas de seguridad sencillamente porque no existían. En la que no han servido los sistemas de control público porque en muchos casos habían sido eliminados por la Administración Bush -y no exigidos nuevamente en la de Obama- y además estaban gestionados por funcionarios corruptos. En la que se ha puesto de manifiesto que no existía ningún plan para hacer frente a la situación gravísima que se ha generado. Y en la que la fe en la técnica no ha servido hasta ahora más que para ver cómo fallaban los improvisados sistemas para sellar la tubería reventada.
Así que nos encontramos cada vez con más impactos, con más daños a la naturaleza, con más perjuicios a la base de nuestra subsistencia, como muy bien están comprobando los pescadores y empresarios turísticos del Golfo de México. El vertido está fuera de control, y las estimaciones de su magnitud van de los 800.000 litros al día que reconoce la petrolera BP hasta ocho veces esa cifra según otras estimaciones. Pero lo peor es que no se ve clara ninguna solución a corto plazo: una nueva perforación que pudiera permitir sellar la fuga actual tardaría nada menos que tres meses en llevarse a término. Y las soluciones que se están aplicando, como los dispersantes tóxicos que se están vertiendo en ingentes cantidades, no está claro que no supongan un problema aún mayor para el equilibrio ecológico en la zona.
Las características del fuel que sale de la tubería submarina son muy distintas a las del fuelóleo que transportaba el Prestige en su trágico periplo frente a las costas atlánticas ibéricas. Efectivamente, el vertido frente a las costas estadounidenses es de un petróleo mucho más ligero que, mientras está siendo enviado al fondo marino por los dispersantes, no está provocando las imágenes terribles que todos tenemos en nuestro recuerdo en la Costa da Morte, ocasionadas por un crudo mucho más denso.
Está claro. Cada vez urge más cambiar el sistema energético dependiente del petróleo por otro más austero y basado en fuentes limpias y renovables.