El desastre de Fukushima pone de forma dramática sobre el tapete un debate nuclear que había perdido cierta fuerza en la sociedad. En los últimos años parecía que el discurso de la incuestionable seguridad de las centrales nucleares en los países más ricos y con más poder tecnológico había venido calando en muchos sectores sociales. La tragedia que ha vivido el pueblo japonés ha roto esta burbuja de ilusión.
Las declaraciones de los expertos pronucleares, que fueron mayoritarias en los medios durante los primeros días de la crisis nuclear de Fukushima, pasaron de asegurar que no existía ningún riesgo a repetir hasta el cansancio que "hay que aceptar que no hay ninguna actividad sin riesgo".
El riesgo de un suceso es el producto de la probabilidad estimada del mismo por los costes que acarrearía si sucediese. Aún en el caso de que la probabilidad de un accidente nuclear grave sea baja, en la medida que los daños en el caso de que se produzca son altísimos -los daños del accidente de Chernóbil se valoran en al menos 320.000 millones de euros, sin contabilizar el enorme sufrimiento humano-, el riesgo resultante es muy alto, inasumible e inaceptable en una sociedad que se preocupe por las personas.
Sin embargo, los "expertos" continúan insistiendo en la necesidad de asumir riesgos si queremos disponer de energía. Ignoran estos expertos que de forma reciente se han publicado desde diferentes ámbitos (fundaciones universitarias, fundaciones políticas o movimiento ecologista, por ejemplo) propuestas y estudios que muestran que es posible satisfacer unas necesidades energéticas compatibles con lo que nuestro planeta puede dar, sin nucleares.
Lo malo es que los políticos y las instituciones dicen que sólo tomarán decisiones basadas en los informes técnicos de los expertos. ¿Se refieren a estos mismos que minuto a minuto iban negando y declarando imposible aquello que sucedía unos instantes después, cuando no lo hacían incluso después de que hubiese sucedido?
Tenemos un problema de expertos. Los expertos en economía que no vieron venir la crisis actual continúan asesorando para resolverla a base de recortes sociales. Los expertos que señalaban la imposibilidad de que sucediera lo que sucedió en Japón, prometen que jamás pasará en España.
Si a la vez que crece el conocimiento científico sobre los problemas se agotan más los bienes de la naturaleza, se deterioran los ecosistemas que nos sostienen, las desigualdades económicas crecen, los bancos y empresas se recuperan a costa de los salarios, las pensiones o los servicios públicos...¿no será que el problema es otro?
No necesitamos sólo expertos independientes de los intereses de los mercados, necesitamos también una mirada política, en el pleno sentido de la palabra, sobre la realidad. Una nueva mirada que priorice a las personas, su bienestar y su posibilidad de vivir en un medio sano, antes que la obtención de beneficios para unos pocos. Ese es el gran problema socioambiental al que tenemos que responder.