La Junta de Andalucía ha presentado a principios de año el Plan de Infraestructuras para la Sostenibilidad del Transporte (PISTA), calificándolo como la iniciativa más ambiciosa de la historia de la Comunidad en esta materia hasta 2013. El plan contará con una dotación económica de 30.000 millones de euros y, trufado del lenguaje políticamente correcto de la sostenibilidad, pretende incrementar en casi un 70% los kilómetros de autovías y autopistas, con 1.614 km más. ¿No querías sostenibilidad? pues toma dos tazas. Y es que sólo en clave irónica se puede hacer referencia a una aberración ambiental y social de este calibre.
Por supuesto, en palabras del presidente Chaves, se trata de “una gran apuesta de modernidad y sostenibilidad, una apuesta de cohesión territorial y por la competitividad creciente de nuestra economía, dentro de un planteamiento respetuoso y protector del medio ambiente”. Y ya puestos a ser sostenibles, se va a multiplicar por cuatro la superficie de las áreas logísticas, se impulsarán tres nuevos aeropuertos (Huelva, Campo de Gibraltar y un tercero en el entorno de Antequera), se duplicarán los kilómetros de red ferroviaria de alta velocidad… Más tazas.
En definitiva, parece que cala en las Comunidades Autónomas la filosofía del Plan Estratégico de Infraestructuras y Transporte estatal, el PEIT: discurso sostenible, cemento y asfalto a mansalva. Y es que, si en un burdo pero ilustrativo análisis al peso sumamos los kilómetros de autovías y autopistas previstos, la situación no puede ser más desoladora. El PEIT prevé la construcción de 6.000 km más –bastantes ya ejecutados–, a los que hay que sumar los más de 1.600 km andaluces, los 1.500 del Plan de Infraestructuras catalán, los 226 km del Plan de Carreteras 2007-2011 de la Comunidad de Madrid, y así hasta completar una larga lista.
Conviene recordar que estas caras e impactantes infraestructuras no se realizan en un desierto de autovías. Todo lo contrario: el Estado español es el cuarto del mundo en kilómetros de autovías y autopistas, sólo superado por EE UU, China y Alemania, aunque a este último país lo superaremos en cuestión de meses. También es bueno tener en mente que la mayor parte de estas obras se están realizando para recorridos en los que el tráfico estimado es casi tres inferior a la densidad de vehículos que los manuales de transporte consideran como razonable para desdoblar una carretera.
Es decir, estamos invirtiendo una enorme cantidad de fondos públicos en desarrollar aún más una red de autovías hipertrófica, a pesar de que estamos a la cabeza mundial en este tipo de infraestructuras. Mientras, por el contrario, nunca hay fondos para mejorar la educación, sanidad, asistencia social, investigación, etc., aspectos en los que estamos en el furgón de cola en comparación con los países de nuestro entorno. Y si nos fijamos en las gravísimas consecuencias que tiene esta política de carreteras desarrollista en la lucha contra el cambio climático o la protección de la biodiversidad, el balance es, sencillamente, deprimente.
Hay otro riesgo añadido. Ante el parón de la construcción residencial, las grandes constructoras están presionando aún más a las administraciones para gastar todavía más fondos en seguir asfaltando el territorio. Lo importante, es que no pare la máquina. Parece que aún nos quedan muchas más tazas hasta que la racionalidad se imponga en las políticas de transporte.