Política Exterior

Libertad y seguridad

por Jorge Dezcallar

Política Exterior nº 102, noviembre / diciembre 2004

Para conseguir mayor seguridad y libertad hay que reducir, por una parte, la amenaza y, por otra, nuestra vulnerabilidad; lo primero se logra con medidas para combatir el terrorismo y sus causas. Lo segundo, haciéndonos más fuertes ante esa amenaza.

El problema que plantea el necesario equilibrio entre seguridad y li­bertad no es nuevo ni teórico, sino que afecta de modo directo a nuestra vida diaria. Sólo el pasado 9 de julio podían leerse en la prensa tres noticias que corroboran esta afirmación:

- La Cámara de Representantes del Congreso norteamericano rechaza­ba la pretensión de un grupo de congresistas demócratas de revocar varios artículos particularmente controvertidos de la llamada "Patriot act", adop­tada tras el 11 de septiembre de 2001 para luchar contra el terrorismo. Se trataba de aquellas disposiciones que permitían al FBI controlar el conteni­do de correos electrónicos o solicitar la relación de libros prestados (y el nombre de los prestatarios) en bibliotecas públicas. Todo ello sin previa autorización judicial.

- El Tribunal Internacional de Justicia de La Haya declaraba que Israel te­nía derecho a defenderse de los ataques terroristas pero que debía hacerlo dentro del respeto a la ley y al Derecho internacional. Por ello, declaraba ilegal el muro que Israel construye dentro de los territorios ocupados de Cisjor­dania, por considerar que vulnera el derecho de los palestinos a la autodeter­minación, el trabajo, la salud, la educación y la libertad de movimientos.

- En Alemania, los ministros de Justicia y del Interior rumian una pro­puesta para extender el control de las conversaciones con abogados, médicos y periodistas dentro del esfuerzo de la lucha contra el terrorismo. Naturalmente la idea ha sido recibida con críticas, incredulidad o indignación, según los casos, por sus potenciales destinatarios.

Es lógico que esto sea así. Europa nunca ha sido ni más libre, ni más próspera ni segura que en la actualidad y vive un momento dulce tras la ampliación de la Unión Europea a 25 miembros, con una población de unos 450 millones de personas y el 25 por cien del PIB mundial. Es una Eu­ropa que ha renacido de las cenizas de dos guerras mundiales y de una brutal separación continental impuesta por el comunismo y su telón de acero. Si lo ha logrado ha sido sobre la base de valores compartidos como la libertad, la democracia, la solidaridad, el imperio de la ley y el respeto por los derechos humanos y las libertades individuales, lo que, por cierto, implica también la no discriminación y la protección de las minorías amenazadas por la creciente hostilidad hacia grupos musulmanes a partir del 11-5 y el 11-M.

Y el aislamiento no es una solución. Va contra la historia de una Europa culturalmente abierta al mundo, contra sus intereses económicos y cultura­les y además, es imposible en un mundo progresivamente más globalizado.

Una relación estrecha en el campo de la seguridad entre Europa y Esta­dos Unidos es una necesidad para ambos y así lo reconoce nuestra relación transatlántica y nuestra colaboración en el seno de la OTAN. Washington tiene razón cuando critica un cierto hedonismo autocomplaciente por parte de Europa que parece dar su seguridad por descontada y que invierte poco en defensa, lo que conlleva la irresolución de sus propios asuntos -como los derivados de la explosión nacionalista de la ex Yugoslavia- y se vea obligada a pedir ayuda al amigo americano. Es lo de Marte y Venus.

Pero también EE UU debe ser consciente de que su política uni lateral is­ta, y con frecuencia arrogante, no sólo no facilita la solución de las crisis si­no que las complica para sus aliados. Ejemplo evidente es la "intervención preventiva" en Irak, que ha producido una seria brecha entre europeos que afortunadamente parece ahora reducirse.

La verdad es que Europa afronta hoy muchos y variados problemas. Desde crisis lejanas que pueden afectar también a nuestra seguridad, como Cachemira, Corea o los Grandes Lagos, hasta los conflictos más próximos a nuestras costas, como el de Palestina que enfrenta a árabes e israelíes en los confines orientales de nuestro Mediterráneo. Sin olvidar las crisis intraeuro­peas como la antes citada que pervive en Serbia. Otros problemas tienen que ver con la injusticia que prevalece en el mundo de principios del siglo XXI para vergüenza generalizada: un mundo donde 45 millones de personas mue­ren de hambre al año, donde la mitad de la población vive con menos de dos euros al día y donde África ve como empeoran de año en año las condicio­nes de vida de sus gentes.

Otra fuente de preocupación es la proliferación de armas de destrucción masiva (ADM), de terrorífico potencial destructivo y enormes consecuen­cias psicológicas. Baste recordar que unas pocas esporas de ántrax paraliza ron la vida parlamentaria y educativa de EE UU durante unos días o que unos gramos de gas sarín, diseminados en el metro de Tokio por la secta Verdad Suprema, produjeron 12 muertos y miles de heridos.

Sin olvidar que Europa es el objetivo principal del crimen organizado que mueve drogas, armas e inmigrantes ilegales a través de las fronteras, junto con inimaginables cantidades de dinero negro que hacen oscilar las dé biles economías de países poco estructurados. El 90 por cien de la heroína que se consume en Europa viene de Afganistán. A ello se añade la preocupa­ción por los llamados "Estados fallidos" como Liberia o Somalia, cuya fraca­sada estructura administrativa pasa a ser controlada por clanes mafiosos o terroristas en lo que quizá sea la peor de las pesadillas: la combinación entre Estados fallidos, crimen organizado, terrorismo y ADM, con todas sus poten­ciales y devastadoras posibilidades.

Combatir el terrorismo desde el respeto a la ley

El principal problema de Europa es el terrorismo y en particular el de origen islamista, que preocupa hoy mucho más que el residual anarquista, tipo las 5C italianas, o nacionalista al estilo de ETA o el IRA. Mientras éstos afortu­nadamente decrecen, el terrorismo de raíz islamista aumenta y sentimos su amenaza cada día con mayor fuerza.

Más que de un choque de civilizaciones -aunque pueda acabar en él si todos fracasamos- se trata de un choque dentro del islam entre tradicio­nalistas y aperturistas provocado por procesos de modernización fallidos que le han conducido a copias miméticas de modelos occidentales no siem­pre exportables. El resultado ha sido corrupción política e ineficacia eco­nómica que alimentan una insatisfacción intelectual y nutre sus raíces en la pobreza (atentados de Casablanca de 2003), la desigualdad de oportunidades, el desempleo universitario y la conciencia de desprecio que ven materializada en lo que perciben como doble rasero de Occidente al tratar w problemas. De ahí su deseo de regreso a los orígenes, al paraíso perdi­do, a la época en la que el islam era admirado por sus matemáticos, geó­metras y poetas en contraste con la situación actual a la que se ha llegado r no ser fieles con las propias tradiciones y esencias culturales. En definitiva, una búsqueda en el pasado de soluciones a los problemas y frustraciones del presente.

En este caldo de cultivo nace y crece A1 Qaeda, muy "tocada" en su capacidad organizativa y operativa por los duros golpes a que se ha hecho acreedora tras los execrables crímenes que ha cometido, pero que conserva toda su lozanía y peligro como idea-fuerza.

Estoy convencido de que A1 Qaeda no dirigió los atentados del 11-M y Osama bin Laden se enteró por los medios de comunicación. Pero no me cabe duda de que A1 Qaeda es la fuente de inspiración, orientadora, de lo que ocurrió en Atocha. Señaló a España como objetivo en octubre de 2003 y dejó que un grupo local interpretara esta indicación y actuara en consecuencia en una acción barata, espectacular, de gran impacto y con absoluto desprecio por el dolor que ocasionó a los millares de víctimas y a sus familias.

Son grupos difíciles de detectar, durmientes hasta que se activan o que, simplemente, se ponen en marcha ante el impacto de ciertas noticias en espíritus comprometidos y fanatizados. Grupos que usan, y usarán cada vez más, las facilidades que ofrece la globalización en materia de co­municaciones e información y que buscarán objetivos más blandos, más fáciles, con utilización de medios cibernéticos o de ADM si tienen acceso a ellos. Son grupos que aprenden de la experiencia ajena, y así quienes se suicidaron -al menos en parte- en Leganés, aprendieron de Mohamed At­ta y sus cómplices a no dejar pistas telefónicas, postales o informáticas.

En todo caso, se trata de una amenaza nueva, diferente, que exige de todos nosotros un gran esfuerzo de adaptación para afrontar con eficacia el reto que supone para nuestra forma de vida. Y he­mos de combatirlo dentro del respeto a nuestros valores y la observación de nuestras leyes. No hacerlo, implicaría dar a los terroristas una primera victoria.

Para conseguir más seguridad debemos redu­cir el riesgo y ello sólo lo podremos lograr dismi­nuyendo por una parte la amenaza y por otra nuestra vulnerabilidad. La amenaza desciende combatiendo a los terroristas y a sus causas. La vulnerabilidad disminuye haciéndonos más fuertes ante el peligro terrorista.

A los terroristas se les combate de muchas maneras. En primer lugar con conceptos claros, sabiendo de qué se habla y, en este sentido, y por en­cima de las dificultades semánticas e ideológicas, es muy importante disponer de una definición de terrorismo comúnmente aceptada. Es lo que, al me­nos en el ámbito europeo, se ha conseguido con la decisión marco del Consejo Europeo de 13 de junio de 2002, que define el delito terrorista. Esta claridad conceptual falla cuando tratamos de extenderla a Oriente Próximo donde para muchos países se oscurecen las fronteras entre los terroristas y los "luchadores por la libertad". Es un terreno que exige seguir trabajando, aun conociendo las enormes dificultades de la tarea.

Otra forma de luchar contra los terroristas es mejorar la cooperación policial, dando a Europol más competencias en este ámbito y desarrollando la cooperación judicial, como hemos hecho en la UE potenciando Eurojust, con ánimo de crear un espacio judicial europeo basado en la confianza mu­tua. Un gran paso en esta dirección se ha dado en nuestro continente –en buena medida por presión e inspiración española-, con la llamada "Euro-or­den", u orden europea de arresto, que facilita los procedimientos de extradi­ción de los terroristas y evita que se aprovechen de nuestras legislaciones para evadir la justicia.

También se lucha oportunamente contra los terroristas con la creación de equipos conjuntos de investigación policial, a condición de que sean fle­xibles y no caigan en la burocratización de tener que pasar por Bruselas cuando el procedimiento se pueda acordar directamente entre dos países vecinos. La creación de un Banco Central de Datos sobre personas y grupos implicados en actividades terroristas también sería de gran utilidad. Se dis­pondría de un fondo permanentemente actualizado con datos proporciona­dos por los países miembros que podrían obtener así información en tiempo real de enorme valor para las investigaciones.

La experiencia española contra ETA -muy exitosa durante los últimos años- demuestra que es necesario separar a los criminales de su entramado social de apoyo y financiación. Todo lo que sea luchar contra las vías de financiación de los terroristas, el lavado de dinero y sus relaciones con el cri­men organizado, será enormemente rentable.

Y, sobre todo, los terroristas deben saber que nunca van a ganar, que nunca nos van a derrotar porque nosotros somos más fuertes y tenemos la razón y la ley de nuestra parte. Por eso no entiendo muy bien anunciar de antemano que si hay un atentado terrorista antes de unas elecciones, éstas podrían retrasarse. A lo mejor resulta inevitable, pero creo que habría que evitar proclamarlo y darles así ideas

La lucha contra el terrorismo exige el desarrollo de las capacidades de inteligencia -salvo excepciones no se combate a los terroristas con tanques- y de la cooperación internacional en este asunto, porque si lo espera­mos dentro de nuestras fronteras llegaremos siempre tarde a combatirlo.

Cooperación internacional

Esta cooperación internacional debe hacerse en tres ámbitos: entre euro­peos, con EE UU y con los vecinos árabes. Dentro de Europa hay unos foros informales de cooperación entre servicios de inteligencia, pero más interés tiene el Centro de Situación (Sitcen) de la secretaría del Consejo, . así como el proyecto de Célula de Análisis Conjunto entre inteligencia y seguridad para el estudio de la amenaza. El plan estratégico elaborado prevé más de 100 medidas concretas para mejorar la eficacia de nuestra lucha antiterrorista, a desarrollar por las próximas presidencias de Holanda, Luxemburgo y Reino Unido.

Con Washington hubo problemas referidos a los distintos niveles en la protección de datos y a la vigencia en algunos Estados americanos de la pena de muerte, lo que impedía la extradición sin garantías sobre la vida del extraditado. Pero afortunadamente se ha progresado con la firma de acuer­dos en los dos sentidos.

Con los países árabes -sobre todo los más próximos- debemos ser conscientes de que combatimos en la misma trinchera y tenemos los mis­mos enemigos, los terroristas. Es un fenómeno que les amenaza también a ellos y que conocen. La cooperación de Marruecos ha sido significativa en la persecución de los terroristas del 11-M y que en buena parte eran origina­rios de Tánger y Tetuán. Todo lo que sea progresar hacia una definición co­mún del terrorismo, en especial con los países de Oriente Próximo, ayudará en la tarea

Pero si nos limitamos a luchar contra los terroristas, nos quedaremos a mitad de camino. Un terrorista es el producto de una situación y si el te­rrorismo nunca se justifica, a veces cabe explicarlo. Por eso hay que analizar sus causas y luchar contra lo que contribuye a crearlo. En este terre­no es en general válido todo lo que nos lleva a un mundo mejor, más justo y equitativo, lo que ayuda a fomentar sistemas de buen gobierno y de im­perio de la ley, lo que refuerza un sistema multi lateral eficaz para la reso­lución de controversias como las Naciones Unidas y la lucha contra los transgresores de la ley, como hace la Corte Penal Internacional. Los ejem­plos podrían multiplicarse pero quiero destacar dos. Por una parte, con­tribuir a una solución del conflicto entre israelíes y palestinos neutraliza­ría una de las principales raíces del terrorismo islamista, siempre dispuesto a sublimar en violencia la frustración y vergüenza que les opri­me; lo que interpretan como permanente humillación del mundo árabe por Occidente (¡mucho más que Irak!). Por otra, y a otro nivel diferente, ayudar a los países árabes a luchar contra el terrorismo dentro de su pro­pio país, mediante las llamadas "cláusulas antiterroristas" que la UE in­cluye en muchos de sus acuerdos, y que tienen por objetivo cuestiones tan diversas como procurar un óptimo control de fronteras o la reforma y modernización de la policía, contribuyendo a dotarles de mejores meca­nismos para afrontar el problema.

Para reducir la vulnerabilidad Al mismo tiempo que se lucha contra los terroristas y las causas subyacen­tes al fenómeno del terrorismo, es preciso trabajar para reducir nuestra vul­nerabilidad frente al fenómeno. Por ello, lo primero que hay que hacer es in­formar correctamente a la opinión pública para que comprenda la magnitud del reto a1 que se enfrenta. La gente reacciona con cordura cuando se le ex­plican las cosas con claridad y debe saber que hoy el mundo y Europa en particular- es más seguro que antes porque, salvo imprevistos, no corremos el riesgo de una confrontación nuclear con destrucción mutua asegurada in­cluida en el programa. Pero es un mundo también más incierto, donde las amenazas son multiformes y donde frente a unos terroristas que eligen el qué, el cuándo y el cómo, debemos ser conscientes de que no podemos pro­tegerlo todo siempre, a menos que se creara un moderno leviatán en el que el ojo omnipresente de un "gran hermano" orwelliano lo vigile todo el tiempo, lo que significaría el final de nuestro sistema de libertades y un éxi­to indudable para los terroristas que habrían logrado llevarnos a ese escena­rio de pesadilla.

Disminuir nuestras vulnerabilidades implica también más apoyo social a aquéllos que deben velar por nuestra seguridad: los servicios de inteligen­cia y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Deben recibir comprensión en su difícil tarea, medios materiales y humanos, apoyos legales cuan­do sea necesario (por ejemplo, acceso a los datos protegidos por la ley, con las debidas garantías). Desde luego, implica también exigir la adecuada coordinación entre ellos, insuficiente en casi todos los países, aunque eso no sirve de excusa. Esto se intenta últimamente y ojalá se tenga éxito.

En el plano supranacional y especialmente, en el europeo, hay muchas medidas concretas en las que la Comisión Europea ha propuesto crear una agencia que se ocupe de trabajar para hacer nuestras fronteras más seguras, como es desarrollar una política común de información , incluir datos bio­métricos en visados y pasaportes, lograr una política común en materia de visados y tomar medidas de protección de las redes de transportes (para el aéreo se tomaron en julio de 2003 y ahora se trabaja en el transporte maríti­mo), y de infraestructuras críticas como las cibernéticas y de transporte de energía y de agua.

Sin descuidar tampoco el control de los polvorines y explosivos y el control de las substancias nucleares, biológicas y químicas (NBQ), suscepti­bles de utilización por grupos terroristas, como hicieron hace poco en Londres con la ricina. También hay que reforzar los controles sobre las exporta­ciones legales de armas y luchar contra las ilegales a cargo de grupos vinculados al crimen organizado (proliferación).

En definitiva, disminuir la vulnerabilidad exige también, como es lógico, aumentar todo aquello que tiene que ver con protección civil: reacción in­mediata de diagnóstico ante un atentado, disponibilidad de antídotos, coordinación de medios y respuestas a escala nacional e internacional. En este sentido es destacable la eficaz reacción del servicio madrileño de salud cuando los atentados del 11-M atestaron nuestros hospitales con decenas de muertos y millares de heridos.

Y todo esto hay que hacerlo, como se decía al principio de estas líneas, respetando la ley. La legislación sobre derechos humanos no se opone a que los Estados tomen medidas para defenderse del terrorismo. Sólo exige que se cumpla la normativa en vigor y, más concretamente, que las restricciones adoptadas se limiten al mínimo indispensable, que sólo se tomen cuando sea absolutamente necesario, que sean limitadas en el tiempo, se revisen de forma regular, se definan con la mayor precisión para evitar eventuales abu­sos por el ejecutivo y, finalmente, que estén sometidas al control del poder judicial y del Parlamento.

En cualquier caso, la eficacia de las medidas que se adopten para com­batir el terrorismo no puede medirse por el número o por la extensión de las restricciones que impongan sobre las libertades y los derechos individuales, en el sentido de que no es cierto que más restricciones supongan más seguridad, de la misma manera que más reuniones no significa necesa­riamente que la cooperación sea mejor. Como ya he señalado antes, tampo­co más aviones o más tanques se traducen en menos terrorismo.

Porque si la lucha contra el terrorismo se hace en algún momento al margen de las leyes que se inspiran en nuestro sistema de valores, ese día habremos perdido la batalla. Jorge Dezcallar, ha sido hasta este año director del Centro Nacional de Inteligencia; hov es embajador de España cerca de la Santa Sede.

Todos los artículos que aparecen en esta web cuentan con la autorización de las empresas editoras de las revistas en que han sido publicados, asumiendo dichas empresas, frente a ARCE, todas las responsabilidades derivadas de cualquier tipo de reclamación