Política Exterior

Otro plan para Darfur. UE, China y EE UU, ¿quién toma la iniciativa?

por Josep Borrell

Política Exterior nº 119, Septiembre / Octubre 2007

En torno a Darfur la actividad política y diplomática se acumula y acelera. El 16 de julio, mientras acabo de escribir estas líneas, se inicia una nueva cumbre internacional en Libia convocada por Sudán. Es la réplica a la reunión en París, el 26 de junio, del Grupo de Contacto ampliado, convocada por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, que quiere para su país el papel de catalizador de una solución al drama de Darfur.

La reunión tuvo un plantel de alto nivel: el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, con China y Rusia, pero sin representantes ni de Sudán ni de la Unión Africana (UA). La cita de París no produjo ningún acuerdo operativo. Pero en Addis Abeba dos representantes especiales, de la ONU y de la UA, tratan de coordinar sus esfuerzos para revivir los acuerdos de paz de mayo de 2006. China ha nombrado su propio representante y la Unión Europea ha cambiado el suyo. Y –parece que esta vez va en serio– el gobierno sudanés ha autorizado el despliegue de la “fuerza híbrida ONU/UA”.

En el Parlamento Europeo comparecieron dos premios Nóbel de la Paz, Desmond Tutu y Jody Williams, para analizar la situación en Darfur y las responsabilidades del gobierno de Jartum. Williams no pudo acceder a la región para elaborar el informe encargado por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU porque las autoridades sudanesas le negaron el visado. El Parlamento Europeo decidió entonces el envío de una misión que he tenido el honor de presidir.

Durante la primera semana de julio, y gracias a la colaboración del Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA), pudimos visitar varios campos de refugiados a ambos lados de la frontera entre Sudán y Chad: los de Kindring 1 y 2 en El Geneina, capital de Darfur oeste; Kebkabiyah en Darfur norte; Kibigou en Goz Beida (Chad), con 250.000 refugiados sudaneses; y Koloma, con 140.000 desplazados chadianos.

Observamos la vida en los campos y sus instalaciones. Encontramos a los jefes de las tribus de refugiados, así como a las nuevas organizaciones que surgen a medida que se debilita la autoridad de los líderes tradicionales. Mantuvimos reuniones con los responsables de las agencias de la ONU, trabajadores de las ONG y sus centros de coordinación, con los mandos de la AMIS (fuerza de la UA en Sudán), con las autoridades territoriales chadianas y sudanesas y con Abdul Mohamed, coordinador del foro DDD (Darfour-Darfour Dialogue).

En Jartum tuvimos ocasión de reunirnos con el secretario de Estado de Asuntos Exteriores, el presidente del Parlamento y varias comisiones parlamentarias, los líderes de los partidos de la oposición, el embajador de China, el ex líder guerrillero, Minni Minnawi, firmante de los acuerdos de paz de Abuja, así como con intelectuales y representantes de organizaciones civiles, periodistas y responsables de las ONG.

Los gobiernos de Sudán y Chad nos dieron todas las facilidades para desplazarnos dónde y cómo hemos querido o podido. No ha habido limitaciones y los encuentros fueron francos y vivos, especialmente con los parlamentarios que reflejaron el “negacionismo” oficial sobre la tragedia de Darfur.

El regreso de la zona coincidió con el ecuador del plazo para cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio, básicamente orientados a reducir la pobreza y la desigualdad en el mundo. Pocos sitios más adecuados que Darfur, esa gran herida abierta en el corazón de África, para comprender la importancia de los objetivos que la comunidad internacional enunció solemnemente al cambiar de milenio.

Pasados siete años, en Asia las cosas van notablemente mejor, China e India conseguirán cumplirlos, América Latina quizá también, pero África subsahariana no avanza, sino que retrocede. Y los extremos del abismo de la creciente desigualdad mundial se deben al sida en África austral y a la guerra en Somalia y Sudán.

Sudán ha sido uno de los grandes escenarios bélicos africanos. Cuando a principios de 2003 acababa la guerra civil de 20 años entre el Norte y el Sur, comenzó la revuelta en Darfur. Desde entonces, la guerra ha afectado a 4,5 millones de personas, producido cerca de tres millones de refugiados y entre 250.000 y 400.000 víctimas, sin que nadie pueda precisar cuántas son.

En Darfur, una meseta desértica tan grande como España, poblada mayoritariamente por la tribu africana de los fur, convivían seis millones de habitantes de distintas tribus arabo-africanas, hoy enzarzadas en un conflicto que muestra el horror que es capaz de causar la manipulación cínica, con finalidades políticas, de las fricciones étnicas.

Se suele presentar la guerra de Darfur como un conflicto por los recursos naturales escasos, agua y tierra cultivable, que enfrenta a grupos étnicos diferenciados, agricultores africanos y pastores nómadas árabes. Por eso se dice que esta guerra es la primera causada por el cambio climático. Ciertamente, ha sido el cambio en las condiciones climáticas lo que ha alimentado un conflicto con una dimensión étnica (africano/árabe) díficilmente perceptible, puesto que ambas comunidades están ent reme zcladas, entre agricultores sedentarios y pastores nómadas.

Pero, en su inicio, la guerra en Darfur fue la revuelta de una periferia subdesarrollada y marginada contra un centro que acapara el poder político y económico en un momento en el que empieza a explotarse el maná petrolero. Los acuerdos de paz Norte-Sur dejaron a Darfur al margen del reparto del poder político en Sudán.

Las raíces del conflicto vienen de lejos. Ya en la incorporación de Darfur a Sudán, en 1916, se diferenciaban los awad el-beled (hijos del país) de los awad-al-gharb (hijos del Oeste). Como todo el Sahel, Darfur sufre la sequía de mediados de los años ochenta, que causó 100.000 muertos y empujó a las tribus nómadas hacia las tierras más ricas de los agricultores sedentarios. Desde entonces, empiezan a surgir los grupos armados árabes, los janjaweed, utilizados por el gobierno sudanés para hacer frente a la rebelión de 2003.

Los conflictos con los vecinos también han influido. Libia lanzó la idea de la supremacía árabe en el cordón saheliano y armó a tribus árabes que fueron derrotadas por el ejército chadiano hace 20 años, pero que acompañaron todas las convulsiones de Darfur hasta 2003. No todas las tribus árabes han participado por igual en la destrucción de los poblados de las tribus africanas, matando y violando para provocar un éxodo de la población, en lo que EE UU califica de genocidio y la ONU de crimen contra la humanidad. Los árabes abbala, pastores de camellos, especialmente pobres y marginales, han sido parte activa, pero los árabes baggara, criadores de vacas, han permanecido básicamente al margen del conflicto.

Todo se complica tras el fracaso de los acuerdos de paz de Abuja, en mayo de 2006. Los grupos rebeldes se han dividido en múltiples facciones enfrentadas entre sí. Los janjaweed no han sido desarmados, se han fragmentado e incluso enfrentado al gobierno porque se sienten abandonados después de haberlos embarcado en la destrucción de sus lazos tradicionales. El conflicto se ha extendido a los países vecinos, degenerando en una guerra de todos contra todos, con un vandalismo sin ninguna raíz política. Entre todos han convertido Darfur en una tierra sin ley.

Para hacer frente a esta situación, la ONU está desplegando en la región la mayor operación de ayuda humanitaria de su historia. Durante este año, 5,5 millones de sudaneses (2,9 millones en Darfur) recibirán 682.000 toneladas de comida, con un coste de 684 millones de dólares, de los cuales hoy sólo está financiado el 75 por cien. Gracias a ello, se los mantendrá vivos, aun en condiciones muy precarias. El esfuerzo logístico para acumular y repartir esos alimentos y para organizar la vida en los campos es enorme; se hace gracias a unos 12.000 trabajadores humanitarios que son, cada vez más, blanco de los ataques de las milicias.

El depósito de alimentos del campo de refugiados de El Geneina distribuye 10.000 toneladas mensuales de productos básicos, como lentejas, aceite, maíz y sorgo. Los Transáis del ejercito francés completan, a través del aeropuerto de Abeche, las reservas necesarias para la época de lluvias que ahora empieza. Pero las condiciones de seguridad han empeorado, los ataques a los civiles continúan, con 170.000 desplazados más en 2007, y la capacidad de las organizaciones humanitarias está en el nivel más bajo de los últimos tres años. Si las condiciones de seguridad no mejoran, será imposible distribuir los alimentos almacenados en zonas en las que el acceso es ya muy difícil. La situación puede ser dramática si la violencia impide a los trabajadores humanitarios seguir en el terreno.

El centro de coordinación de la ONU en Al-Fashir estima que una de cada cuatro personas no tiene acceso a la ayuda debido a las condiciones de una guerra que es ya de todos contra todos, sin frentes ni líneas claras de división entre combatientes, con las milicias árabes menos controladas que nunca por el gobierno sudanés, y un vandalismo puro y simple que se instala en un país desértico descompuesto por la violencia y la pobreza.

En el campo de refugiados de Koloma, en Chad, se han reagrupado unos 140.000 desplazados por los ataques a sus aldeas. Los jefes de las tribus atacadas no saben identificar a sus atacantes, genéricamente denominados “milicianos”, árabes provenientes de Sudán, a pesar de los acuerdos de paz entre los dos países, o rebeldes chadianos o simples bandidos sin ninguna referencia política. No volverán a sus tierras sin protección y, cuando se les pregunta sobre la capacidad de la policía o del ejercito para proveer seguridad, su risa suena macabra en el desierto.

El papel de la AMIS, unos 7.000 hombres, merece especial consideración. En realidad, poco pueden hacer para proteger a la población civil. El coronel nigeriano al mando de un destacamento expresa su frustración, al afirmar que, más que un soldado, es un predicador, porque a las bandas armadas sólo puede amenazarlas con informar de su actitud. Y ciertamente no es con informes de destino incierto y nulas consecuencias como se conseguirá parar la violencia en Darfur. Los escasos efectivos de la AMIS, sin equipamiento suficiente, con un mandato que no les permite utilizar las armas para hacer respetar el alto el fuego y con numerosas bajas, bastante tienen con protegerse a sí mismos y no gozan de demasiada confianza entre la población civil.

A la AMIS se le había encargado desde el principio una misión imposible: mantener la paz en un contexto en el que no se respetaban los acuerdos de paz ni había un alto el fuego. Ha hecho lo que ha podido, perdiendo poco a poco operatividad y la confianza de la población ante una guerra que se ha convertido en una forma de vida para numerosos grupos organizados sin ninguna agenda política. Pero mientras no haya otra solución mejor, la AMIS debe ser apoyada. La UE lo ha hecho financiando la práctica totalidad de su despliegue; unos 445 millones de euros, más que los 322 millones de ayuda humanitaria propiamente dicha. El mayor peligro es una interrupción de su financiación y la Comisión Europea reconoce que, antes de fin de año, se producirá un “agujero” de dos meses, a razón de 23 millones de euros al mes, que no se sabe cómo pagar. Sirvan estas cifras como elemento de comparación con los 10 millones de euros que Sarkozy se comprometió a aportar en la reunión de París.

Los oficiales de la AMIS, de varias nacionalidades, con los que nos reunimos se quejaron de que hacía meses que no recibían su sueldo, a pesar de que el presupuesto comunitario ha pagado religiosamente sus compromisos… El comisario de Desarrollo y Ayuda Humanitaria, Louis Michel, nos informa de que la Comisión ha enviado expertos financieros a Addis Abeba para ayudar a la UA a mejorar su gestión. De momento, no se atribuye la demora a comportamientos irregulares…

Hoy la situación en los campos está relativamente estabilizada, aunque su seguridad no está garantizada por nadie, ya que el sistema es frágil y vulnerable. Si se rompiese la cadena de ayuda, se produciría una tragedia de enormes consecuencias porque los refugiados no tienen más recurso que la alimentación básica que reciben del PMA y la relativa protección de los campos.

Otro de los problemas en la región es el settlement phenomenon (asentamientos de población), como resultado de un desplazamiento que en algunos casos dura ya cuatro años y no tiene perspectiva de acabar. Ello redunda en una violencia autóctona entre refugiados, presencia de grupos armados establecidos en el interior de los campos, desarrollo de nuevas estructuras tribales y formas de organización también nuevas. Además, los campos de desplazados de larga duración entran en competición económica con las ciudades a cuya vera se han establecido. Con oportunidades económicas escasas, surge una fuente de tensión añadida, especialmente con los jóvenes que no tienen acceso a la educación ni al trabajo. Toda una transformación cultural, sociológica y económica que está incubando una bomba de relojería.

Y todo converge en aumentar la violencia y la inseguridad. Por una parte, el gobierno sudanés niega la gravedad del problema y, por otra, no tiene la voluntad ni los medios para actuar con la energía necesaria. Sin un mínimo de seguridad, no es posible imaginar un desarrollo económico y ni siquiera un proceso de negociación que conduzca a la paz.

¿Cómo aumentar la seguridad? Sólo con una fuerza exterior, numerosa, adecuadamente equipada y con un mandato claro que les permita intervenir para proteger a la población civil. La cuestión del mandato es fundamental. El oficial ruandés al frente del destacamento de Kebkabiyah nos muestra sus helicópteros de ataque y se pregunta para qué los quiere si no los puede utilizar. Aconseja que no se manden más soldados sin un mandato que les permita intervenir.

Hasta ahora el gobierno de Sudán se había opuesto al despliegue de una fuerza de la ONU con estas características, argumentando que la amplificación mediática del drama de Darfur no era sino una excusa de los occidentales para intervenir militarmente al viejo estilo colonial. Este reproche se expresó de forma clara en el Parlamento Europeo, donde la situación en Darfur se valora de forma muy diferente a la que tuvimos ocasión de presenciar in situ.

La versión oficial reduce el problema a un conflicto étnico-económico por los recursos naturales entre agricultores africanos y pastores árabes en el que Jartum no tiene ni arte ni parte. Nuestros colegas parlamentarios progubernamentales acompañan esta argumentación con la negación sistemática e irritada de las cifras de víctimas, refugiados y asistidos por el PMA, criticando de forma exacerbada el trabajo de las ONG y la actitud de los gobiernos occidentales por su participación en la guerra de Irak.

La novedad es que ahora el gobierno sudanés no sólo no se opone, sino que pide el despliegue de esa fuerza híbrida de unos 17.000-20.000 soldados, quizá porque la situación se ha vuelto tan compleja que ya no puede controlarla, o quizá porque cree que, a la hora de la verdad, no seremos capaces de desplegarla efectivamente y que no merece la pena pagar el coste político de oponerse. Puede que tenga razón y, después de tanto exigir y reprochar a China que impidiese acuerdos en el Consejo de Seguridad, el mundo demuestre su impotencia para resolver el drama de Darfur y dar contenido a esa “obligación de proteger” que tantas veces hemos proclamado.

En la forma de ejercer esta “obligación de proteger” los países occidentales han estado, y siguen estando, profundamente divididos. EE UU y Reino Unido son partidarios de imponer sanciones al régimen de Jartum. La UE es contraria a las sanciones y busca soluciones dialogadas. Los intereses de Washington, embarcado en su guerra contra el terrorismo, y los de Pekín, lanzada a fuertes inversiones en el petróleo de Sudán, también han dificultado la coherencia internacional en la búsqueda de una solución capaz de poner fin a una guerra que dura ya cuatro años.

La presión para que se llegara al acuerdo de paz de Abuja hace un año ha resultado también contraproducente. Ese acuerdo nació debilitado porque lo firmaron muy pocos grupos rebeldes, y la sociedad de Darfur, insuficientemente representada en las negociaciones, no lo hizo suyo. El principal, y casi único firmante, Mennawi, fue recibido por George W. Bush en la Casa Blanca después de unas negociaciones dirigidas por el nuevo presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick. Pero Mennawi ha visto poco después cómo sus partidarios se enfrentaban entre ellos y ahora corre el riesgo de quedarse aislado en Jartum, donde ejerce como consejero especial del presidente, Omar al Bashir.

Mennawi reprocha a EE UU y a la UE la presión para firmar en solitario, además de no haber cumplido su compromiso de convocar una conferencia de donantes para lanzar un programa de inversiones en Darfur que impulsara la paz. Pero en las actuales condiciones de anarquía, un programa de reconstrucción es inviable. También se lamenta, y en eso le secundan las autoridades sudanesas, de que los jefes rebeldes que no firmaron el acuerdo de paz sean recibidos como héroes en las capitales europeas, que dicen seguir apoyando esos acuerdos. Esta incoherencia es una muestra más de la complejidad de la situación para la que no existe solución milagrosa.

Sin embargo, es urgente ensayar todas las soluciones posibles, porque la demora se mide en más muertos y mayor violencia. Es fundamental el despliegue de la fuerza híbrida, aun sabiendo todas las dificultades a las que tendrá que enfrentarse. Es imprescindible relanzar las negociaciones para un acuerdo de paz más comprensivo. Y es necesario presionar a todas las partes para que dejen de buscar una victoria militar que nadie puede alcanzar. En particular, hay que presionar al régimen de Al Bashir, que continuará con la guerra, aunque sea subcontratándola a milicias irregulares, y desoirá las exigencias internacionales mientras crea que no va a sufrir represalias.

El análisis de costes y beneficios que hace Jartum sólo se puede modificar si se imponen sanciones multilaterales o si es creíble la posibilidad de que se decidan. Ello requiere un acuerdo entre EE UU y China que hoy es más posible que ayer a medida que se acercan los Juegos Olímpicos de Pekín y China entienda que sus intereses e inversiones en Sudán se ven amenazados por un conflicto sin salida en Darfur que puede desestabilizar la región.

Todos estos factores están en juego. Pero después de las últimas posiciones del gobierno de Sudán, la pelota esta ahora en el tejado de la comunidad internacional y, en particular, en el de Europa. En los próximos meses veremos qué hacemos con Darfur, pero nadie podrá decir, como en Ruanda, que no sabíamos lo que podía ocurrir.

La referencia a Ruanda aporta un poco de esperanza al dolor de Darfur. A principios de los años noventa, Ruanda era el compendio de todas las terribles desgracias que estereotipan a África, genocidio incluido. Hoy es un país seguro y bien gobernado, con un crecimiento económico sostenido. Después de su descenso a los infiernos, se puede hablar del milagro ruandés. La esperanza no esta prohibida, pero Darfur no saldrá solo de su infierno. A todos nos toca hacer una parte del milagro.

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