No puedo evitar casi nunca, en los comienzos de algo que toca personajes y cosas muy amadas, referirme a mí mismo. Sé que algunos lectores llevan algún tiempo perdonándomelo.

No conocí en realidad, hasta ya entrado en años, los jardines de Kensington —«... están en Londres, donde vive el rey», explicaba Barrie a un niño llamado David—, pero había pasado prácticamente toda la vida soñando con ellos. Una fotografía de un libro me contó que en esos jardines donde vivió Peter Pan había una estatua que lo representaba tocando orgullosamente la flauta, como el dios que le prestó el nombre, y a sus pies había una amplia representación escultórica de los niños, las hadas y los piratas que compartieron sus aventuras. Me constaba que los otros niños también andaban por allí. En la foto del monumento se podía ver a dos bien abrigados que toqueteaban el pedestal donde estaban grabados los personajes de sus sueños. Yo soñé también con esa estatua tras la que asomaban arbustos. Cuando yo mismo toqué el pedestal y, cuando luego envié a mi hijo a Kensington Gardens con el plano que aparece en el cuento de Barrie, eran árboles altos los que sobrepasaban la cabeza de Peter, donde llevan posándose los pájaros (que son niños, ¿o deberíamos decir que los niños son pájaros?; después lo veremos) desde hace casi ochenta años.

Hay libros y huellas infantiles que no se borran nunca. Seguiré soñando hasta el final con los jardines y la estatua, como si sólo los conociera por un libro. Y respecto al libro, que son dos, ya lo explicaremos, eso forma parte ya tan intensamente de mis recuerdos, que hacer ahora este recorrido por sus paisajes me supone emprender una verdadera travesía por mí mismo. Una verdadera excursión al País de Nunca Jamás, donde realmente están todos los jardines. Más que en Londres, «donde vive el rey», están en los sueños de todos los niños, o sea en la memoria de todos los adultos, que olvidaron la capacidad de volar, pero no aquella isla donde vive Campanilla, la princesa Tigridia, ambas enamoradas sin esperanza de Peter Pan, y los seis niños perdidos, y el capitán Garfio («el único a quien temía el cocinero, y el cocinero era el único a quien temía Flint»), y la tripulación del Jolly Roger, y las sirenas... Bueno, ya está bien. Vayamos a nuestro trabajo.

Una época fértil y dilatada

Nos referimos una vez más a la era victoriana, como en Dickens, como en Kipling, autores que hemos tratado en ocasiones anteriores. Una época dilatada, al menos si atendemos a la larga vida de la soberana que le da nombre, la cual fue reina de Gran Bretaña e Irlanda desde 1837 hasta 1901.

En la casi interminable era victoriana, los autores anglosajones son muchos y excelentes, lo que no sólo puede ser explicado por la longitud. Etapas ha habido equivalentes en duración si elegimos un número de años, y no tan fructíferas.

Citaremos aquí a dos escoceses, por enlazar ya con James Matthew Barrie. Primero Walter Scott, que si bien murió unos años antes de que Victoria subiera al trono, es quizás el fantasma más ilustre que iluminó a los escritores que le sucedieron en el noble arte de contar aventuras. Y desde luego el hijo predilecto de la brumosa Escocia. Todos los caballeros andantes, buena parte de los piratas, casi la totalidad de las princesas, los guerreros cruzados y sus antagonistas sarracenos, son prácticamente copyright de Walter Scott. Perdón, de sir Walter —honor real que también disfrutó su paisano Barrie—, al que los años venideros deben gran cantidad de inspiración romántica.

En Edimburgo nació, como sir Walter, Robert Louis Balfour Stevenson, y vivió de lleno el reinado de Victoria, aunque buscara para su salud lugares más soleados y exóticos. Sin duda, la obra maestra de Stevenson (una de sus obras maestras, seamos justos), nos referimos a La isla del tesoro, tiene bastante que ver con significativas fantasías que habitan el mundo de Peter Pan.

Pero aquí, antes de caminar al son de la flauta de Peter, y volar con él si nos vuelve a enseñar (sabíamos hacerlo cuando niños, pero el tiempo asesina esos poderes maravillosos), antes de perdernos en los bosques de Nunca Jamás, debemos hablar del autor y del mundo que le tocó vivir. Ya habrá tiempo de perdernos por los fascinantes, y terribles a veces, vericuetos del sueño.

El tiempo de Barrie fue el tiempo que en España transcurre desde poco antes de la Primera República hasta el segundo año de nuestra Guerra Civil. Y que en la cultura e historia no inglesa supone, por ejemplo, la Guerra de Secesión norteamericana, por un lado, y Mark Twain. Hasta la Primera Guerra Mundial. Y Victor Herbert, padre de la opereta norteamericana, por otro lado.

En los casi ochenta años de la vida de J. M. Barrie, [ 1 ] el Japón tuvo su primera embajada en Estados Unidos y comenzó el Imperio nipón tal como teóricamente continúa hasta hoy. Tuvo lugar la guerra ruso-japonesa, la Primera Guerra Mundial y el pacto anticomunista germano-nipón. Y Kenji Mizoguchi, uno de las máximos realizadores cinematográficos japoneses, dirige por lo menos sus primeras catorce películas.

En Rusia, la guerra del 14, la revolución de 1915 y la definitiva de 1916. El místico y dicen que brujo Rasputín. El reformador Kerenski, que sucedió a los zares y fue desterrado por los bolcheviques. Tolstói y Nabokov, patriarca el primero de las letras rusas, nómada el otro, cortadas sus raíces, condenado a otras tierras y a otra lengua. Es, como se ve, la mutación en dos Rusias. Da para mucho el tiempo entre nacimiento y muerte de nuestro autor. Da para tanto que, según cotejamos tamaños sucesos históricos, el juego nos parece cada vez más un artificio. ¿Será que la verdadera realidad está en lo más concreto, o por lo menos en lo más íntimo? Tenemos que recurrir pronto a la flauta del muchacho fantás-tico para creernos lo que decimos. Pero los sueños se cimentan en la vida. En el caso de James Matthew Barrie, sus acontecimientos, los de su modesta existencia, constituyen la causa más inmediata de su obra.

Un hijo que no pudo ser padre

Una sombra desde la infancia de James: su hermano David. El niño al que Barrie cuenta la primera historia de Peter Pan se llama también David, proyectando su sombra en los niños posteriores con los que Barrie quiso devolver la vida a su hermano, o perpetuar su propia infancia. Nunca pudo tener hijos. Acabó adoptando los de unos amigos (seamos precisos: los de una mujer amada que tenía otro marido), uno de los cuales también se le moriría.

El hermano muerto a los 14 años, mientras patinaba sobre hielo, era el segundo de una prole de diez. James fue el último, tercero de los varones. La madre, Margaret, [ 2 ] prefería a David sobre todos. Empeño del menor sería desde entonces sustituir ese amor materno, «hacer de David», ganar el cariño roto de Margaret, ser verdaderamente hijo. Quizá tener realmente madre. Tales fantasmas de ese problema son el núcleo de una inevitable interpretación psiquiátrica de Peter Pan.

Desde entonces, mucho antes de convertirse en escritor, de serlo incluso famoso y distinguido oficialmente, todas las niñas de sus libros —posiblemente todas las mujeres de su vida— serán madrecitas para los niños perdidos. En esta denominación caben aquellos niños que, aunque hayan encontrado la fascinante vida aventurera junto a Peter Pan, huyeron de sus casas, se cayeron de su cochecito en el parque, no saben volver al hogar. O encontraron cerrada su ventana al intentar el regreso.

Barrie, ya lo dijimos, pertenecía a una familia numerosa. Cuando quiso ocupar en ella el puesto —y el afecto— del hijo desaparecido, no fue posible. Lo cuenta de modo acongojante en la citada biografía de Margaret. Tan parecida, metáforas aparte, al episodio de Peter Pan en los jardines de Kensington titulado «La hora de cerrar». O al relato de ese episodio que hace más tarde a Wendy en el capítulo llamado «El cuento de Wendy». Un suceso terrible —Peter regresa, volando, a su casa, pero la ventana tiene barrotes, y su madre otro hijo—, del que en el segundo libro dice el autor: «No estamos muy seguros de que esto fuera verdad». Pero quienes hemos leído el primero sabemos que sí lo era. Respecto a lo de los dos libros, ya explicaremos en qué consiste. Verdaderamente hay dos Peter Pan. Todo se contará en su momento.

Tuvo Barrie una esposa, Mary Ansell, joven y atractiva actriz, con la que se casó en 1895. Se separaron sin descendencia. James estuvo enamorado de Sylvia Llewelyn Davies, mujer de un abogado, a la que conoció dos años después de su boda con Mary. Barrie llevaba a los hijos de esta pareja de paseo, les contaba maravillosas historias, y para ellos convirtió los jardines de Kensington en el primer borrador del País de Nunca Jamás. A la muerte del padre, a quien Sylvia seguiría pronto, James adopta a los cinco niños. No había podido ser el hijo que había querido, pero pudo ser padre. Esta vez sería incluso madre de los hijos de otros. Antes de que éstos creciesen —George, Jack, Peter, Michael y Nicholas—, antes de que se convirtieran en personas mayores (como los niños de su libro, transformados en oficinistas, maridos, lores o jueces) por haber abandonado el País de Nunca Jamás, nuestro autor hizo con ellos una mezcla inmortal. Barrie les escribió en 1928: «He crea-do a Peter Pan frotando violentamente a unos con otros, como hacen los salvajes que producen una llama con dos palos. Eso es Peter Pan, la llama nacida de vosotros».

A los 77 años, periodista, orador, autor teatral y novelista célebre, muere este escocés bajito —realmente consiguió no crecer—, [ 3 ] que fue el responsable de uno de los mas inolvidables personajes literarios de su época. Y quizá de todos los tiempos. Felices aquellos que en este libro vais a conocerle por primera vez. Nunca lo olvidaréis. Dichosos los que volvemos a encontrarlo. Quizá reaprendamos a volar un poquito. Lo justo para dar unas vueltas por el aire de nuestra habitación. Sin que nos vea nadie, claro.

Barrie volvió a Escocia, donde seguramente oyó hablar por primera vez de las hadas. Le enterraron en Kirremuir en 1937, en una modesta sepultura.

Su obra

James Matthew Barrie escribió primero narraciones sobre su tierra natal, y publicó en 1891 su primera novela: The Little Minister, la cual sería adaptada al teatro. Éste fue una de sus pasiones. Los triunfos que obtuvo en la escena han sido eclipsados por su Peter Pan, cuento, libro posterior más amplio, y versión teatral, de que hablaremos luego en concreto.

Entre sus mayores éxitos están The Wedding Guest (1900), Quality Street (1901) y El admirable Crichton (1902), comedias sentimentales, ligeras como el polvillo de las alas de un hada, donde el amor y el paso del tiempo desempeñan un papel decisivo. Después de varias comedias breves, se despidió del teatro en 1904 con The Boy David, una obra radicalmente distinta sobre el personaje bíblico. Y con el nombre de su hermano muerto jamás olvidado. Margaret Ogil-vy (1894) fue su más celebrada obra narrativa. Sentimental Tommy (1896) y Tommy and Grizel (1900) son dos novelas que se continúan, con un personaje central que «amaba tanto ser niño, que no podía crecer».

Y hablemos ya de la que fue su famosísima creación.

Peter Pan

Pan es el dios de los pastores y rebaños, perteneciente al cortejo de Dioniso en la mitología griega. Tiene medio cuerpo de cabra [ 4 ] y toca la flauta. En Roma se le identifica con Silvano, el dios de los bosques, y con Fauno, rey de florestas, también distinguido tocador de flauta, que tiene un poder muy influyente en los sueños. Hemos de pensar que si en muchas de sus características míticas Peter es directo heredero de tales criaturas, no comparte su mismo afán lascivo por la posesión de ninfas y demás elementos femeninos de su campo de acción. ¿O sí? La representación de Peter como «la juventud y la alegría» (así contesta al capitán Garfio cuando en la pelea final le pregunta quién es) si enlaza bastante al personaje con su antepasado mitológico.

En 1902 escribió Barrie un libro de relatos maravillosos, inspirados fundamentalmente en leyendas escocesas, titulado The Little White Bird. [ 5 ] De ahí extractó su primera narración sobre Peter, Peter Pan en los jardines de Kensington (1906), publicada con exquisitas ilustraciones de Arthur Rackham —que incluso se autorretrató caricaturizado en la figura de un duendecillo que se esconde tras un tulipán—, y en 1911, Peter Pan y Wendy, texto que dio lugar a una versión teatral que todavía hoy se representa con éxito. En 1928, la obra teatral se publicó también en forma de libro.

Comenzar a hablar de Peter Pan por Wendy y su familia, «que viven —of course— en el número 14», sería como empezar a vestirse por el sombrero. La frase es muy parecida a una de Barrie que se encuentra en el capitulo 11 de su primer libro sobre Peter Pan. Podemos reproducir las frases consecutivas a la que glosábamos: «... Peter ha existido desde hace mucho tiempo, aunque siempre tenga la misma edad, lo que en definitiva tampoco importa mucho. Peter no tiene más de una semana y, aunque nació hace mucho, no ha celebrado nunca un cumpleaños, ni probablemente lo celebrará. La razón de ello es que dejó de existir cuando tenía siete días. Huyó por la ventana y regresó volando a los jardines de Kensington». [ 6 ]

En este primer libro, encantador y bastante triste, hay un precioso mapa de los jardines dibujado por Rackham, que todo niño debe consultar para conocer su geografía fantástica. Lástima que posteriores dibujantes no hicieran lo mismo con el País de Nunca Jamás. Pero menos mal que todos lo tenemos bien impreso en nuestros sueños infantiles.

Allí Peter reaprende a volar, vive con los pájaros, atraviesa el río Serpentina gracias a un billete de banco que echó al agua el poeta Shelley, [ 7 ] conoce a las hadas, se convierte en su orquesta, y decide prescindir de las madres en un capítulo estremecedor. Pero, en el fondo, busca sustituirlas por ninfas que acceden a vivir con él. ¿Busca Peter una madre o una pareja?

Maimie, la niña de este libro, prefigura a Wendy, y de ella Barrie utilizará elementos como la casita construida a su alrededor y la confusión entre beso y dedal, pero su separación es más dolorosa. Por fortuna, Wendy llegaría, y las Wendys sucesivas, la hija, la hija de la hija de Wendy, irán a hacer la limpieza primaveral a casa de Peter. No todas las primaveras, porque él es muy desmemoriado y hay años en que se olvida de ir a buscarlas. Eso ya pertenece al segundo libro.

Del primero nos quedan aún por señalar algunas cosas, aunque no todas, claro. Que los vientos tienen color. Que Peter ya es un solitario desde el principio (aquí ni siquiera tiene a los niños perdidos), pero «a veces se caía y rodaba como un trompo de pura felicidad». Que las hadas nunca hacen nada útil (ya sabremos luego que por cada niño que no crea en ellas morirá una, aunque pueden escapar a la muerte si otro niño afirma su fe), y que se pinchan el cuello para conseguir tinta con su sangre azul. Que el perro San Bernardo de Barrie se llamaba Porthos, igual que uno de los tres mosqueteros. Y que las golondrinas son las almas de los niños muertos.

Pero Peter creció —un poquito sólo, no hay que asustarse—, se puso una ropa entre duende y Robin Hood (en el libro primero iba desnudo, y para el teatro, dado su nuevo tamaño, y para presentarse ante las damas, no era correcto), y se instaló en el País de Nunca Jamás, más divertido aún que los jardines de Kensington. Había pieles rojas, sirenas, fieras. Y piratas. El capitán de éstos estudió en Eton y cambió su nombre de caballero inglés por el de Garfio... Todo esto corresponde al otro libro. Había aparecido Wendy. Niña-mujer que hechizará a Peter y despertará los celos furiosos de un hada.

Referencias literarias

Claro que hay erotismo en Peter Pan. Lo hay en la propia Wendy, en el sustrato freudiano de la necesidad maternal de ambos personajes. En sus besos llamados dedales. Y en la figurita, atrayente aunque diminuta, del hada Campanilla. Embonpoint, que dice textualmente el autor. Las hadas, como las niñas de los libros infantiles, son siempre muy sexys. Véase Alicia.

Hay también otras muchas cosas que nos remiten a otros modelos literarios: los piratas son como parodias de los de Stevenson. Incluso la referencia a El Cocinero es bastante probable que sea por John Silver «el Largo», cocinero de La Hispaniola en La isla del tesoro, el barco que en su día mandara el capitán Flint, también citado en el libro. El propio Garfio, que persigue vengativo a quien le arrebató una mano, y es a su vez perseguido por el animal que probó su carne, constituye un homenaje a Melville por el capitán Ahab de Moby Dick, novela que precede a Peter Pan sesenta años. Y es inevitable no recordar a los siete enanitos al contar a los niños perdidos, de los que Wendy será su Blancanieves.

La reina Mab, gobernadora de las hadas —e incluso nombre para un estilo de muebles— en los dos escenarios de los dos libros, nos retrotrae al shakespeariano Sueño de una noche de verano. Aunque Maimie se quedará en el parque una noche de invierno. Pero que nada de lo dicho parezca quitar un ápice de personalidad propia a la obra de Barrie. Que, igual que hizo un niño con varios niños, construyó un libro con muchos sueños.

Este libro —Peter y Wendy— es una historia de amor. También de soledad, y finalmente una fábula sobre el tiempo. Todos esos temas le hacen especialmente inmortal, eterno, incapaz de envejecer, como su protagonista. Y su humor, la habilidad de su acción, el encanto de su estructura de narración fantástica, le convierten en un relato perfecto para los niños. O quizá más aún para los adultos que también lo recuerdan de su niñez, como su protagonista.

En lo más hondo de la memoria, las personas mayores (femeninas, sobre todo. Los chicos parece que olvidan más fácilmente, también como el propio Peter Pan), tienen guardado el recuerdo de Peter Pan. Hablamos en principio de los personajes del libro. Barrie nos cuenta que a la madre de Wendy, y a Wendy luego cuando es mayor, no se les ha olvidado del todo Peter Pan. Quienes han dejado atrás la infancia conservan aromas, sueños, de aquella época en que se podía volar, correr aventuras, creer en las hadas... Hay quien prefiere no haber sido mayor nunca. Ése no tiene que recordar nada, de hecho olvida todo con muchísima frecuencia. Pero da igual, ése vive el continuo presente de ser niño. Ése es Peter Pan. Sólo él. Los demás, los padres de Wendy, nosotros, el género humano en general (ya no hablamos sólo de los personajes del libro), sólo a veces tenemos el atisbo de un recuerdo. Un olor, un sonido, la voz de un personaje maravilloso. O algo que descubrimos en la mente de nuestros hijos cuando, aprovechando que duermen, ordenamos sus recuerdos y sus sueños. Como si se tratase de la ropa en un armario. Allí suele aparecer Peter Pan. Y la experiencia común a personajes y lectores adultos hace misteriosamente adorable este cuento.

Esa capacidad de retroceso, de llevarnos al pasado, de sentirnos salvajemente niños, es el mayor secreto de su magia perdurable. Todos sentimos que en otro tiempo fuimos como esos niños, y conocimos a Peter. Y a todos los otros personajes que lo acompañan en Nunca Jamás. Algo enternecedor y profundamente melancólico. Porque ya no lo somos. Porque ya no podemos salir volando por la ventana. Porque ni somos niños ni podríamos serlo aunque quisiéramos. Eso es privilegio únicamente de Peter Pan. Que, a cambio, nunca ha sido mayor. Y es de suponer que no podría serlo aunque quisiera. De todas formas, él no quiere. Ésa es su gloria. Y quizá también su tristeza.

Respecto al relato, en su estructura aventurera, rebelde y móvil, está su atractivo: se trata de un viaje. Que a su vez es una huida, una escapatoria de la realidad y de las obligaciones. Un abandono incluso de los padres. Personas a las que se quiere, pero siempre figuras que representan el control, la autoridad y el deber. Aunque, como en este caso, sean unos padres tan graciosos como Barrie los ha dibujado. El viaje es, pues, una transgresión. Y eso siempre da gusto.

Durante la vacación en Nunca Jamás, aparte de diversión, sentimentalismo, travesura y suspense (¿qué más se puede pedir?) hay también tragedia. Los niños perdidos, y los piratas, y los indios, matan. No sólo juegan. Se pasa por ello como quien no quiere la cosa, pero la moral establecida aquí no existe. Cualquiera sabe qué otras cosas hubieran podido ocurrir en ese país soñado si el autor no perteneciese a una época puritana, y si el destinatario del libro no fuera la infancia, entendida de una forma convencional. Porque, realmente, el niño sin cortapisas ni idealismos, el niño de verdad puede ser tan cruel como aquí. Ya lo es a veces, pero muchísimo más. Recuerde quien la haya visto la excelente película Viento en las velas. [ 8 ] Allí, la situación clásica de niños en manos de un pirata da la vuelta para ofrecernos la otra cara de una estremecedora realidad.

Transgresión, pues, y suspendidas las leyes convencionales. Luego, vuelta al hogar, moraleja inevitable. Pero mantenimiento a pesar de todo de la rebeldía imperecedera del protagonista. Que, en realidad, como todos los grandes héroes, está solo.

La ventana: por ella se puede uno escapar. Si alguien la cierra, el peligro, la travesura, se eliminan. Como en Drácula. El riesgo está siempre fuera. El confort, la vida honesta, en casita. Pero siempre hay alguien que, intencionadamente o sin darse cuenta, abre las ventanas.

Y un último detalle concreto, un signo que es definitivo: el reloj. El tiempo que parece no transcurrir en Nunca Jamás, realmente está latiendo. En el tictac del cocodrilo que persigue a Garfio. Y en la mala conciencia que a veces asalta a Wendy: ¿cuánto hace que se fueron de casa? ¿Cómo estarán papá y mamá? El tiempo es el argumento paralelo de la aventura. El mayor enemigo de la diversión, el recordatorio habitual de las obligaciones.

Y el tema obsesivo de Peter. Y de su autor. Con el tiempo se crece. Qué horror.

No perdamos más el tiempo. Unos pequeños datos que redondeen este trabajo. Y a volar, muchachos.

Imágenes de los sueños

Los ilustradores más conocidos que representaron plásticamente a los personajes de Peter Pan han sido Arthur Rackham, F. D. Bedford, Flora White, Mabel Lucie Atwell y Michael Foreman.

La citada estatua en los jardines de Kensington es obra de George Frampton, y fue colocada junto a patos, niñeras, chicos y ardillas, en mayo de 1912.

En 1924 se hizo una película muda sobre el relato. Y en 1953 la que dirigió Hamilton Luke para los estudios Walt Disney. Una de las mejores obras disneyanas, por la cual conocen al personaje todos los niños del mundo, incluso más que por el texto literario. Que todos los niños del mundo sigan conociéndolo a través de este libro.

«Y así será siempre, mientras los niños sean alegres, inocentes y sin corazón.» De esta manera termina el famoso y magnífico cuento del que hemos hablado hasta ahora. Juan Tébar es escritor y crítico literario. El artículo se publicó como Apéndice en Peter Pan y Wendy, colección Laurín, de Anaya, 1989.

NOTAS

  • [ 1 ] . Nació en Kirremuir, Escocia, en 1860. Murió en Londres en 1937. Fue rector de la Universidad de St. Andrews. Y chancellor de la de Edimburgo. Titulado baronet, ingresó también en la Orden del Mérito. Patrocinó la expedición de Scott al Antártico. Dejaría los derechos de Peter Pan a un hospital infantil en Londres.
  • [ 2 ] . Margaret Ogilvy (1896) fue un libro de Barrie donde contó la biografía de su madre, fantasma importante en la vida y la obra del autor, tan preo-cupado por la figura Madre, o por su ausencia, como Peter Pan.
  • [ 3 ] . A los 20 años no pasaba del metro cincuenta. Tuvo dificultades con las chicas. Se refugió en los niños. Quizá se hizo misógino. Pero, como todos los misóginos, siempre amó a las mujeres.
  • [ 4 ] . En Peter Pan en los jardines de Kensington, el niño protagonista, que toca la flauta para los bailes de las hadas, recibe de Maimie —la primera de sus novias imposibles o madrecitas— el regalo de una cabra. Barrie prescindió de este atributo pánico en la posterior y definitiva composición del personaje.
  • [ 5 ] . «El gran pájaro blanco» es como llamarán los niños perdidos a Wendy al verla por primera vez volando sobre Nunca Jamás. El pájaro ha crecido. Peter Pan también, desde el primer libro, aunque ya se queda para siempre en esa talla.
  • [ 6 ] . Peter regresó a los jardines porque antes de nacer había sido pájaro —como todos los niños—, y voló desde los jardines al vientre de su madre. Al abandonarla, ya dejó de ser niño; y como había dejado de ser pájaro, fue desde entonces un «Medio medio» o «Mitad y mitad» o «Medias tintas», según las traducciones.
  • [ 7 ] . Percy B. Shelley (1792-1822), escandaloso, célebre y exquisito poeta inglés, padre consorte de Frankenstein y su monstruo. Tales criaturas fueron inventadas por su esposa, en una célebre reunión en casa de los Shelley donde también estaba lord Byron. Noventa años antes de que se publicara el primer libro sobre Peter Pan. Tenía, pues, una edad considerable, nuestro personaje, aunque pareciese un bebé, cuando el poeta —que, como todos ellos, no podía ser considerado adulto, dice Barrie— facilitó a Peter su primera excursión aventurera por los jardines.

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