Al cumplirse veinticinco años de la publicación de La historia interminable,
nos acercamos a las distintas versiones cinematográficas que se han hecho
hasta ahora de la novela de Michael Ende. Una aproximación que, como la
obra literaria misma, abrirá más caminos de los que pueda dejar
cerrados y no pretende acotar los distintos temas dentro de unos límites
estrictos, dado que el reino de fantasía tampoco los tiene.
Hace un cuarto de siglo, Michael Ende escribió una obra que, con la perspectiva
del tiempo, se ha convertido en un clásico de la literatura fantástica.
Cuenta la peripecia del joven Bastian, que roba un ejemplar de La historia interminable
de la librería del señor Koreander y se refugia en el desván
del colegio para leerla, adentrándose así en el mundo de Fantasía.
Allí conocerá a los singulares personajes que lo pueblan y acabará
entrando físicamente en el relato y salvando de la destrucción a
ese uni-verso imaginario, al darle un nombre a la Emperatriz Infantil. Tras correr mil aventuras y pedir otros tantos deseos,
Bastian regresará finalmente al mundo real, del que se había evadido
por medio de la lectura, como sostiene básicamente el propio libro.
Claro que, al resumir así su argumento, se hace un flaco favor a la obra
de Ende, porque La historia interminable es mucho más que una hábil
acumulación de anécdotas divertidas. Habrá que empezar aludiendo
a la impresión material del texto en dos colores, tal como lo conocimos
en España —en otra espléndida traducción de Miguel
Sáenz— a través de la cuidadosa edición de Alfaguara:
tinta rosa para los párrafos que se refieren al mundo real y verde para
los pertenecientes al de Fantasía. Comienzan así un apasionado canto
a la lectura y una defensa del mundo de los sueños frente a la realidad
cotidiana, matizados y enriquecidos uno y otra por innumerables sugerencias paralelas:
la posibilidad de que el lector modifique la obra valiéndose de sus propias
experiencias y recuerdos; el tema clásico del doble, personificado en este
caso por Bastian y Atreyu; la capacidad del ser humano para contar historias,
y también para olvidarlas; las relaciones entre ficción y rea-lidad;
la importancia del pasado sobre los actos futuros… Éstos y otros
aspectos jalonan una novela sobre la que se han elaborado múltiples interpretaciones.
La existencia de un discurso político de fondo, o de una determinada dimensión teológica
en el texto, por ejemplo, han dado pie a numerosos y acalorados debates. Aquí
nos interesa más, sin embargo, la relación que puede haber entre
la historia que se cuenta y el sujeto que asiste a ella. Porque la idea de un
relato que cambia según el lector que lo asimila, y que además se
basa en la fantasía de éste —el hecho de que Bastian conozca
el pasado del reino de los fantasios sólo puede explicarse si Fantasía
es, en realidad, su propia imaginación—, enlaza a la perfección
los dos campos que son objeto de nuestro análisis: el cine y la literatura.
Uno de los mayores méritos de la novela consiste precisamente en introducir
ese denso entramado intelectual en una narración tan bien construida como
apasionante y fácilmente comprensible para lectores de todas las edades.
Un texto que permite una doble aproximación, y que funciona como ese espejo del Oráculo del Sur que atraviesa el protagonista:
en plena sintonía con una de sus ideas motrices, la obra cambiará
dependiendo de quién la lea, además de enfrentar a cada lector con
sus propios miedos. Tal vez por eso, algunos sesudos críticos, aislados,
afortunadamente, han mostrado siempre cierta indiferencia hacia este relato, que
consigue explicar determinados temas —como la tan posmoderna tendencia a
jugar con los límites entre la realidad y la ficción, por ejemplo—
de una forma mucho más brillante que bastantes estudios teóricos.
Y, además, divirtiendo.
Veinte años son muchos años
Un lustro después de la publicación original, cuando la novela
llevaba vendidos cuatro millones de ejemplares y había sido traducida
a veintisiete idiomas, unos avispados productores alemanes decidieron sacar
partido de aquel éxito. Y lo hicieron poniendo veintisiete millones de
dólares sobre la mesa —tantos como traducciones, precisamente—
e intentando imitar al pie de la letra el modo de producción hollywoodense.
Para ello contrataron a Wolfgang Petersen, director entonces muy valorado, como
autor de la aclamada El submarino (1981), y que hoy es más conocido por
alardes tecnológicos tan espectaculares como vacuos: La tormenta perfecta
(2000) y Troya (2004). La música de Giorgio Moroder —con una pegadiza
melodía cantada en inglés, pensando en el mercado internacional—,
la colaboración del propio Michael Ende en el guión y un despliegue
de medios inusual para un film europeo, debían hacer el resto.
La película comienza cuando un Bastian apolíneo, interpretado
por el delgadísimo Barret Oliver —en abierto contraste con el protagonista
«realmente gordo» de la novela— despierta una mañana,
después de haber soñado con su madre muerta. Tras una conversación
bastante sensiblera con su padre, el joven es perseguido por tres chicos de
su colegio, que lo obligan a meterse en un contenedor de basura. Ese incidente
servirá de excusa para justificar la entrada de Bastian en la librería
del señor Koreander, aunque es un recurso innecesario, que sólo se explica como guiño
a las convenciones del cine comercial, igual que ocurre con el goteo de situaciones
sentimentaloides que salpican el desarrollo del film. Menos mal que, desde el
momento en que el protagonista se refugia en el desván, la película
remonta el vuelo, alcanzando momentos de notable brillantez narrativa: para
sugerir que Fantasía es en realidad la imaginación del propio
Bastian, cuando aparece Atreyu el cazador vemos cómo aquél mira
sorprendido su mochila, en la que se puede distinguir una pegatina de un cazador
de búfalos.
Sin embargo, más allá de éste y otros hallazgos —las
transiciones entre los dos mundos son probablemente lo mejor del film—,
de una narración algo académica pero que nunca se hace pesada,
y de un final que llega sólo hasta la mitad del argumento de la novela,
la verdad es que La historia interminable ha resistido mal el paso del tiempo,
quedando inevitablemente anticuada en muchos aspectos. Las críticas del
momento, por ejemplo, subrayaban admirativamente su despliegue de efectos especiales.
Y hoy, para unos espectadores acostumbrados a las más avanzadas veleidades
digitales, Fújur se parece más a un perro de trapo que a un dragón
de la suerte, por ejemplo; los temibles ojos de Gmork dan más risa que
miedo; los paisajes supuestamente inabarcables de Fantasía —algunos
de ellos, por cierto, rodados en Almería y Huelva— resultan artificiosos,
mientras que otros tienen toda la vetusta apariencia del cartón-piedra;
y los vuelos de Bastian a lomos de Fújur «cantan» más
que esas efigies pechugonas rodeadas por un insufrible efecto «flou».
El propio Michael Ende, después de intervenir en la elaboración
del guión, y de obtener por ello una considerable cantidad de dinero,
pidió que se retirara su nombre de los títulos de crédito,
ya que, en su opinión, la película resultante era «un gigantesco
melodrama comercial hecho de cursilería, peluche y plástico»…
Con todo, y a pesar de sus defectos y de la tajante descalificación del
escritor, se puede decir que esta primera versión de La historia interminable,
firmada por Wolfgang Petersen, fue bastante digna, no sólo en comparación
con la mayoría de las adaptaciones de textos de similar categoría,
sino de modo muy especial si se contemplan las dos «continuaciones»
que iban a aparecer después.
Cómo se destroza un texto literario
La primera de esas «secuelas» —y no en el sentido de «segunda
parte» con que suele utilizarse incorrectamente este término, sino
en su acepción literal de «trastorno o lesión que queda
como consecuencia de una enfermedad»— fue dirigida en 1990, con
el título de La historia interminable II. El siguiente capítulo,
por George Miller, a quien no debe confundirse con su homónimo, también
de origen australiano, autor de la trilogía Mad Max, Las brujas de Eastwick
(1987), El aceite de la vida (1992), o la más reciente Babe, el cerdito
en la ciudad (1998).
El siguiente capítulo arranca con una serie de cabriolas narrativas que
pretenden salvar el problema que supone continuar una historia que había
quedado cerrada en la película anterior y recuperar el hilo de la novela,
cuando Bastian emprende su viaje por Fantasía.
En el texto, al joven le es concedida la facultad de pedir todo lo que desee
a cambio de sus recuerdos, lo que le irá alejando cada vez más
de ese «dulce porvenir» que es en el fondo el mundo real. La novela
desarrolla este tema de forma progresiva, sin explicar desde un principio lo
que ocurre y permitiendo así que el lector lo descubra poco a poco. En
el film, los guionistas se inventan una máquina, parecida a los dispensadores
de caramelos de los años cincuenta, donde van cayendo unas bolitas que
son los recuerdos de Bastian. Debieron de pensar que semejante prodigio de sutileza
requería una explicación, y decidieron que la bruja Xayide —que
ha dejado de ser el personaje intrigante y misterioso que era en el original
para convertirse en una muñeca plastificada, con mirada y diálogos
de actriz porno— lo mostrara con claridad a unos espectadores a quienes
los productores suelen considerar completamente tontos. Si a ese invento se
le añade un tipo disfrazado de gallina, el resultado es delirante. Pero
no acaban ahí los despropósitos: una estética «pop»
sacada de los videoclips de la cadena especializada MTV, un guión deslavazado
que no deja lugar para la sugerencia, la desafortunada invención del
«vacío» como fenómeno amenazante análogo a
la «nada» de la novela, y la inclusión de personajes como
el hijo del Comerrocas, nada menos, completan un cuadro atroz.
De mal en peor
Y cuando podíamos pensar que la pesadilla cinematográfica había
terminado para los protagonistas del universo ideado por Ende, tropezamos con
una nueva versión, en este caso basada sólo en los personajes
y no en el argumento de la novela. Se titula Las aventuras de Bastian (La historia
interminable III) y la dirigió en 1994 Peter Macdonald, que ya había
mostrado cumplidamente su sensibilidad en lindezas como Rambo III (1988). Esta
vez Bastian tiene una hermanastra que toca la guitarra cual cantautora, una
simpática madrastra y un nuevo año escolar por delante. En su
primer día de colegio, vuelve a ser perseguido por una pandilla llamada
Los Bestias, que capitanea el temible ¿actor? Jack Black (Escuela de
rock, 2003), y tiene que refugiarse en la biblioteca de la escuela, donde naturalmente
—maravillas del guión— trabaja en la actualidad el señor
Koreander… Antes de que lleguen sus perseguidores, Bastian consigue introducirse,
literalmente, en el volumen de La historia interminable, volviendo así
a Fantasía, donde reencuentra a antiguos compañeros. Entre ellos,
un muy cambiado Comerrocas, su hijo y —otro hallazgo— su mujer,
para que la familia esté completa. Por si faltaba algo, y ya en plan
sexista, la amante esposa lleva unos rulos de piedra y friega el suelo del hogar
con primor, mientras los dos hombres de la casa suben a una moto —que
no bicicleta— y se marchan a correr aventuras al ritmo de la canción
Born to be wild. Tras esta sucesión de disparates, Los Bestias llegan
a la biblioteca, toman el libro y se dedican a cometer, no se sabe muy bien
cómo, todo tipo de desmanes en el reino de Fantasía, con lo que
se cierra un bucle conceptual de inusitada profundidad: ahora la amenaza no
es «la nada», ni «el vacío», sino «lo bestial»…
Triste desenlace, hasta el momento, para la peripecia cinematográfica
de La historia interminable.
Doblemente triste, la verdad: porque, sarcasmos al margen, la poderosa creación
literaria de Michael Ende merecía sin duda un mejor trato en la pantalla,
y porque, en unos tiempos en los que la fascinación por los ordenadores
hace que muchos directores olviden lo que es hacer cine para plegarse a los
dictados comerciales de un sistema que pretende adormecer al espectador a base
de fogonazos sin sentido, para que piense lo menos posible —sin caer en
la cuenta, por ejemplo, de que los dueños de la industria del cine son
también los de la informática—, se hace más necesario
que nunca recuperar el tipo de aventuras cargadas de significado que propone
Ende. Porque los ordenadores, que bien utilizados pueden devolver al cine, bajo
unas nuevas formas, mucho de la magia que parece haber perdido, necesitan de
cineastas con cerebro y de historias verdaderamente fantásticas. Y si
son interminables, mucho mejor. Por eso sería deseable que alguien se
atreviera a realizar, con los medios técnicos de que se dispone hoy,
la versión «definitiva» de una novela que figura ya, por
derecho propio, en un lugar destacado de la imaginación colectiva. Pero
ésa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión.
Ernesto Pérez Morán es crítico de cine.
Ficha técnica
La historia interminable, de Michael Ende. Il. Roswitha Quadflieg. Trad. Miguel
Sáenz. Madrid: Alfaguara, 1982/2005.
Existe ed. en catalán (La història interminable). Trad. Francesca
Martínez. Barcelona: Alfaguara/Grup Promotor, 1988/2003.
Versiones cinematográficas
La historia interminable (Die unendliche Geschichte/Never Ending Story)
Dir.: Wolfgang Petersen. Prod.: Bernd Eichinger, Bernd Schaefers y Dieter Geissler (Alemania, Estados Unidos, 1984). Guión: Wolfgang Petersen y Herman Weigel (basado en la novela La historia interminable, de Michael
Ende). Intérpretes: Barret Oliver (Bastian), Noah Hathaway (Atreyu), Thomas Hill (Koreander), Gerald McRaney (Padre de Bastian), Moses Gunn (Cairon), Tami Stronach (Emperatriz Infantil).
La historia interminable II (El siguiente capítulo) Never Ending Story II (The Next Chapter) Dir: George Miller. Prod.: Dieter Geissle (1990). Guión: Karin Howard (basado en la novela La historia interminable de Michael Ende). Intérpretes: Jonathan Brandis (Bastian), Kenny Morrison (Atreyu), Clarissa Burt (Xayide), John Wesley Shipp (Padre de Bastian), Martin Umbach (Nimbly), Thomas Hill (Koreander), Alexandra Johnes (Emperatriz Infantil).
Las aventuras de Bastian (La historia interminable III). Die unendliche Geschichte
III (Rettung aus Phantasien)/The Never Ending Story III (Escape from Fantasia) Dir.: Peter Macdonald. Prod: Dieter Geissler y Tim Hampton (Alemania, 1994). Guión: Jeff Lieberman (basado en los personajes de la novela La historia interminable, de Michael Ende). Intérpretes: Jason James Richter (Bastian), Melody Kay (Hermana de Bastian), Jack Black (Slip), Freddie Jones (Koreander), Kevin McNulty (Padre de Bastian).