CLIJ (Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil)

ESTUDIO. Philip Pullman: el realismo de la fabulación

por Víctor Aldea

CLIJ (Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil) nº 194, Junio 2006

Tras el telón de humo literario de ciertos fenómenos editoriales adscritos a la llamada literatura juvenil, más allá de búhos y varitas mágicas, de brujas y armarios, de aprendices de héroe y huevos de dragón, a medio camino entre las bambalinas y el foso del escenario respira un coro de otras voces acaso de mayor calado literario que, poco a poco, seduce la curiosidad de nuevos lectores de todas las edades con historias cargadas de un cierto arrojo fantástico. Son historias que se alejan de fórmulas, que se nutren de obras clásicas, que reconocen influencias de sus autores y proponen una tercera dimensión que ayuda a dotar a sus artefactos literarios de una profundidad muy alejada de gran parte de los libros al uso con que las editoriales nutren la caducidad de sus catálogos.

En 1995 apareció en Inglaterra y en los Estados Unidos Luces del norte, el primer título de una trilogía que cogió al público anglosajón casi por sorpresa, a la que cinco años más tarde su autor puso punto y final, concluyendo lo que hasta la fecha se ha revelado como una de las series más ambiciosas, más admiradas y más denostadas a partes iguales por crítica y público en el ámbito de la LIJ: La Materia Oscura.

Apuntes biográficos

Philip Nicholas Outram Pullman nació el 19 de octubre de 1946 en Norwich (Reino Unido). Fue el mayor de dos hermanos y desde muy pequeño tuvo ocasión de vivir en distintos países (su padre era un piloto de la RAF que perdió la vida en un accidente aéreo en Kenia y cuyo trabajo le obligaba a pasar largas temporadas lejos de los suyos), lo que despertó en el futuro escritor el sentido de la imaginación y de la aventura, sentido que se vio atizado por las historias sacadas de la Biblia y de las anécdotas que le contaba su abuelo materno, que trabajaba como capellán en la prisión de Norwich Gaol. No en vano, Pullman siempre ha sostenido que la persona que más influencia ha ejercido en su vida fue su abuelo, con quien él y su hermano vivieron largas temporadas, pues su madre residía en Londres por motivos de trabajo y no disponía de tiempo suficiente para atender a sus hijos, lo que pudo provocar en el jovencísimo Pullman una cierta sensación de abandono que se convertiría en una constante en sus libros, en los que muchos de los personajes jóvenes tienen graves problemas en su relación con el mundo adulto en general y en la interacción con sus mayores en particular.

Tras enviudar de su primer marido, la madre de Philip y Francis volvió a casarse con otro piloto de la RAF y los dos hermanos se vieron empujados a abandonar la felicidad del pueblecito de sus abuelos maternos por Australia, hasta que la familia decidió regresar a Gales, donde su padrastro abandonó la Fuerza Aérea Británica para dedicarse a la aviación civil.

En 1965, con 19 años, Philip Pullman obtuvo una beca para estudiar en la Universidad de Exeter, en Oxford, y se licenció en Lengua y Literatura Inglesas. Sin embargo, su paso por la universidad resultó menos interesante de lo que había previsto pues, según declaraciones posteriores, los planes de estudio carecían de todo interés y las clases no ofrecían gran cosa. En 1972 Pullman vio satisfecha su ambición de convertirse en escritor cuando ganó un premio literario para narradores menores de 25 años que le permitió publicar su primera novela, The Haunted Storm, un «thriller metafísico», una obra de la que ahora el escritor prefiere no oír hablar, a la que siguió Galatea, aparecida en 1978.

Tras finalizar su formación, Pullman obtuvo trabajo de profesor en un colegio de Oxford. Responsable de la educación de chicos de edades comprendidas entre los 9 y los 13 años, uno de sus cometidos era organizar la función teatral anual del colegio y, puesto que el material de que disponía no era de su agrado, no tardó en ponerse a escribir sus propias obras, que hacían las delicias de sus jóvenes alumnos. Algunas de ellas se convertirían, con el tiempo, en libros como Spring-Heeled Jack, publicado en 1982, o El conde Karlstein, recientemente editado en castellano por Umbriel, que hacían las delicias de sus jóvenes alumnos.

En 1985 Pullman publicó La maldición del Rubí, la primera novela de lo que hasta la fecha constituye la tetralogía de Sally Lockhart, a la que siguieron Sally y la sombra del norte, El tigre en el pozo y La princesa de hojalata y en la que el autor da rienda suelta a las aventuras de una joven huérfana londinense de finales del siglo xix y recrea algunos de los escenarios más lúgubres de la época victoriana en la capital británica y en las colonias del Imperio. Pullman siempre ha reconocido la admiración que siente por las aventuras de Sherlock Holmes y se ha servido de la fascinación que en él despierta la sociedad decimonónica para proponer historias que narrativamente recuerdan algunas de las obras que tan en boga estuvieron durante la época, las llamadas penny dreadful, libros que presentaban argumentos muy melodramáticos con el objeto de arrastrar hasta sus páginas a verdaderas legiones de lectores.

Las aventuras de Lockhart combinan los elementos característicos de las primeras historias de detectives del siglo xix con elementos directamente tomados del cine y las novelas de aventuras del xx, ofreciendo una lectura muy personal de la cotidianidad de la vida en tiempos de la reina Victoria, lectura que despierta la curiosidad de los lectores actuales al proponerles una visión histórica que no se aleja demasiado de sus intereses ni de la realidad que los rodea. En su tetralogía, Pullman juega con un sentido trepidante de la acción, introduce multitud de giros argumentales para evitar que decaiga el progreso narrativo y utiliza sus páginas para poner de manifiesto algunas de las injusticias sociales que padecía la población inglesa menos favorecida y del velo de hipocresía bajo el cual la ciudadanía del momento avanzaba hacia los albores del siglo xx.

Los primeros libros para niños permitieron al escritor empezar a ganar dinero suficiente para cambiar de trabajo y aceptar un puesto en la universidad de Westminster, también en Oxford, donde se especializó en cursos para enseñar a contar historias dirigidas a un público infantil. Con la intención de ejemplificar la teoría de sus clases frente a sus estudiantes universitarios, Pullman se servía de la mitología griega y de las historias que componían el folclore de otras culturas; así buscaba captar y mantener el interés de sus discípulos. Muchas de esas historias aparecerían años después en los libros de la serie La Materia Oscura.

Maestro de la oralidad, Pullman siempre se ha considerado un cuenta cuentos antes que un escritor. Alguien dispuesto a contar una historia a quien quiera escucharla, un profesional que no tiene reparo alguno en desarrollar las peripecias de un personaje o de un grupo de caracteres de forma directa, sin dejarse arrastrar por barroquismos textuales y al que interesan más los acontecimientos narrativos que el alarde de una afectación estilística que construya un artificio literario cimentado más en la forma que en el contenido. Un ejemplo de ello queda patente en la adaptación teatral de la novela de Frankenstein o en el texto dramático basado en el personaje de Sherlock Holmes, que se publicaron a principios de la década de los 90, o en los libros para lectores menos avezados en los que el autor recrea cuentos clásicos como The Wonderful World of Aladdin and the Enchanted Lamp, Mossycoat, Puss in Boots o ¡Yo era una rata!, editado por SM en 2001, donde el texto se ve salpicado con ilustraciones que forman parte esencial del desarrollo de la narración.

El ritmo, la caracterización de los personajes en función de sus emociones, de su idiolecto y de sus acciones, y la creación de una tensión que hilvana capítulo tras capítulo son algunos de los rasgos que caracterizan sus obras, desde las más livianas hasta las que ofrecen un mayor empaque literario, entre las que destacan los libros que conforman la trilogía de La Materia Oscura: Luces del norte, La daga y El catalejo lacado.

Luces del norte

Conocemos a la heroína, Lyra Belacqua, una chica de 11 años, en principio huérfana, criada en el campus universitario de Oxford, donde profesores y científicos, bajo la autoridad de la Iglesia, investigan y experimentan. Uno de ellos, lord Asriel, acaba de llegar de las tierras del norte, donde ha encontrado pruebas de la existencia de una sustancia a la que se refiere como Polvo. Este Polvo —o Materia Oscura— será muy codiciado; unos quieren su poder, otros quieren destruir esta «arma». En todo caso, en su investigación, rodeada de misterio y desapariciones, participarán varios personajes de la historia, incluida la propia Lyra, y sus progenitores, lord Asriel y la señora Coulter, la máxima responsable de un proyecto, cuya finalidad es separar a los niños de sus daimonions, especie de representaciones del alma o de la conciencia que adoptan la forma de un animal. Para ello los someten a brutales experimentos pues así esperan poder realizar pruebas con el Polvo que brota tras practicarles la extirpación de sus daimonions.

Lyra, junto a su daimonion, Pantalaimon, se propone viajar al polo Norte, donde su padre descubrió el Polvo y donde hay «puertas», «puentes» al mundo en que se halla el origen de esa extraña sustancia. Su padre ha vuelto ahí con la intención de «cruzar» al otro lado para destruir la fuente del Polvo y ella lo seguirá. La acompañan en la aventura, además de sus «sospechosos» padres, brujas, un oso polar y demás personajes inquietantes. Por otro lado, la chica cuenta con un «arma» poderosa, el aletiómetro, una suerte de oráculo capaz de leer la verdad del pasado, del presente y del futuro.

Todo transcurre, en esta primera parte, en un mundo muy parecido al nuestro, pero con notables diferencias.

La daga

Lyra continúa su viaje en el otro mundo y llega a una ciudad, Cittàgazze, donde no hay adultos, ya que unas criaturas llamadas espectros se alimentan de sus almas. Allí Lyra conoce a Will, un chico de 12 años procedente de nuestro mundo y atrapado en ese otro. Will ha matado por accidente a un hombre que los acechaba a él y a su madre, y ahora quiere ir en busca de su padre, desaparecido hace años, que es el único que lo puede salvar. A Lyra le extraña que Will no tenga su daimonion al lado y deduce que debe de cobijarlo en su interior.

Deciden seguir la peripecia juntos, ayudarse a cumplir las misiones que los han llevado hasta allí y que tienen muchos puntos en común: ambos quieren encontrar a sus respectivos padres, que, curiosamente, son exploradores y estudian el origen del Polvo, pero al margen de los dictados de la Iglesia; y los dos chicos poseen «armas» poderosas que suponen una amenaza para el poder de la Iglesia. Lyra tiene el aletiómetro y Will se hará, en Cittàgazze, con un cuchillo —la daga— que puede cortarlo todo y que es capaz, incluso, de abrir ventanas a otros mundos.

Además, hay una antigua profecía, que habla de alguien que debe cumplir su destino sin conocimiento de ello; y ese alguien es la nueva Eva, Lyra. Su madre, la señora Coulter, que trabaja para la Iglesia (o Autoridad), toma la decisión de encontrar a su hija y poner fin a su vida, pues Eva no puede volver a caer en la tentación del pecado original.

En esta segunda entrega, pues, Lyra y Will irán de un mundo a otro recabando información sobre el Polvo, y el chico, sobre su padre; en su camino encontrarán aliados y enemigos de distinto pelaje. Al final, Lyra caerá en manos de la señora Coulter; Asriel intentará organizar un ejército para enfrentarse a la Autoridad y hacer realidad su sueño: la República del Cielo; y Will, después de encontrar a su padre, lo verá caer asesinado. Después su propósito es encontrar a Lyra, aunque entre tanto han aparecido dos ángeles —Balthamus y Baruch— que le apremian para que entregue la daga a Asriel.

El catalejo lacado

La señora Coulter retiene a Lyra en una cueva en las montañas del Himalaya. La chica que la cuida, la libera. Los dos ángeles, Balthamus y Baruch, le insisten a Will para que los acompañe hasta donde se encuentra lord Asriel, pero el joven está resuelto a dar con el paradero de Lyra. Baruch le ofrece su ayuda y por fin logra localizarla. Un ángel leal a alguien conocido con el nombre de «el Regente» los ataca, pero Will, daga en mano, termina con su vida y los tres huyen a otro mundo.

Van tras de Lyra muchos personajes: Will, el oso polar amigo de la chica, la bruja Pekkala, lord Roke, el capitán de los espías de Asriel, y un tal Luis Gómez, un sacerdote a quien la Iglesia encarga de encontrar a la nueva Eva y matarla.

Después de muchas vicisitudes, Will y Lyra se encuentran. Ella ha tenido unos sueños en los que se aparece su amigo Roger, desaparecido, que le pide que vaya a la tierra de los muertos. Mientras ella accede a este mundo, sus padres, que en ese momento claramente tratan de protegerla, viven una serie de peripecias para evitar que la Autoridad acabe con la chica. De hecho, acaban muriendo para salvarla. Por su parte, Lyra y Will descubren que están enamorados, pero tienen que separarse. Malone, una científica del mundo de Will, les explica que el Polvo desaparece porque Will ha abierto demasiadas ventanas a otros mundos y deberá cerrarlas todas salvo una, aquella por la que los espectros de la tierra de los muertos recobran su libertad para integrarse en el universo. Los dos amigos saben lo que eso significa: cada uno tendrá que regresar a su mundo, pues vivir de forma prolongada en un universo extraño los haría envejecer muy deprisa y morir en poco tiempo; jamás tendrán la oportunidad de volverse a ver, pero entienden que no les queda otro remedio y así obran. De todos modos, acuerdan encontrarse en el Jardín Botánico de sus respectivos mundos al mediodía el día de San Juan para poder sentir que están juntos. Will regresa a su mundo con Malone y una vez allí rompe la daga pensando en la separación de Lyra que, por su parte, ya en su mundo, se escapa con Pantalaimon hasta el Jardín Botánico, donde promete a su daimonion que tanto ella como Will están resueltos a ayudar a construir la República del Cielo en la tierra, una república que ambos entienden como aprovechar al máximo la vida terrenal que se les ha concedido, haciendo partícipes de ello a cuantos los rodean.

El comienzo de la trilogía

Desde sus inicios como narrador, Pullman siempre ha defendido a ultranza la fabulación como un elemento indisociable de la trayectoria vital de quien se acerque para escuchar o para leer sus historias: el cuentista debe ofrecerse al servicio de un argumento claro y de un sentido trepidante de la aventura y debe proponer un elenco de personajes dotados de autonomía suficiente que les permita disfrutar de una libertad de elección que, en ocasiones, puede quedar alejada de las filias o fobias del propio escritor. Con este grado de autonomía se consigue la verosimilitud y la coherencia de unos hechos y unas acciones que visten la progresión narrativa de los libros. La trilogía de La Materia Oscura procura dar buena cuenta de ello.

Crisol literario en el que confluyen distintas influencias, entre las que se cuentan el poema épico El Paraíso Perdido de John Milton (de donde Pullman sacó el título genérico de la trilogía), las obras del poeta visionario inglés William Blake, un breve ensayo filosófico del romántico alemán Heinrich von Kleist —Sobre el teatro de marionetas— e incluso personajes universales de la literatura infantil como los Mumin de la autora finlandesa Tove Jannson (de los que el autor se sirvió como modelo para crear a los mulefas), la trilogía es una obra en la que Pullman se propuso ofrecer su particular visión del mito del pecado original. Y lo hace a través de los ojos de dos preadolescentes, Lyra Belacqua y Will Parry, y de un despliegue de personajes, subtramas y arquetipos, todo ello barnizado con una pátina de reflexión filosófica que puede ser la razón por la que los libros han gozado del favor de un público tanto joven como adulto. La riqueza del texto, como ya sucediera con La historia interminable de Michael Ende, da pie a un amplio abanico de lecturas que permite a cada lector satisfacer sus propios intereses e identificarse con alguno o algunos de sus múltiples personajes.

Personajes

Aunque Pullman confía la acción de los tres volúmenes a Lyra y Will, sus dos protagonistas, también es cierto que ofrece una impresionante galería de caracteres que aparecen y desaparecen a lo largo de las más de mil páginas de la trilogía; muchos de ellos le permiten abrir nuevas tramas en el argumento principal de La Materia Oscura —como si se trataran de la daga mágica de Will que sirve para penetrar en mundos y submundos—, desarrollar nuevas posibilidades de interpretación y aportar nuevas informaciones a los acontecimientos que se relatan en los tres libros.

En función de esta ambición narrativa, no resulta casual la aparición de John Faa, el líder giptano, de Iorek Byrnison, el oso polar que se convierte en el mejor aliado de Lyra en Luces del norte, de Lee Scoresby, el aviador que ayuda a localizar al padre desaparecido de Will, de Serafina Pekkala, la reina de las brujas, o de Mary Malone, la monja convertida en científica de El catalejo lacado, cuyas enseñanzas abrirán los ojos a la pareja de jóvenes protagonistas acerca de la verdadera naturaleza de la misión en que se han enzarzado. Sin embargo, a pesar de esta nutrida galería de personajes hay dos que sobresalen: la señora Coulter y lord Asriel, los padres de Lyra (cuya consanguinidad la niña desconoce hasta bien entrada la acción desarrollada en la trilogía); ambos tienen una rica complejidad psicológica, atrapados entre el reconocimiento de su paternidad, sus propias ambiciones y el trágico sacrificio de sus vidas, en realidad, por amor a su hija.

Lyra y Will

Lyra Belacqua representa el espíritu más libre, menos juicioso y más impulsivo de toda la trilogía, y su irreflexión muchas veces se ve reconducida por las opiniones de Pantalaimon, su daimonion/alma/conciencia, que en los tres libros se esfuerza por canalizar el arrojo más primario de la chica. Pullman convierte a Lyra —que posee una capacidad innata para inventar, hilvanar y contar historias— en un personaje independiente, desconfiado, tozudo e incluso irrespetuoso ante la autoridad adulta, con un comportamiento propio de caracteres literarios como el Guillermo de Crompton, el Penrod de Tarkington o el Tom Sawyer de Twain.

Creerse huérfana hace que el único vínculo estrecho que es capaz de mantener sea con Roger, el chico de la cocina del Jordan College, y que le sirva de acicate para emprender sus aventuras tras enterarse de su desaparición. A lo largo del viaje, no obstante, Belacqua se verá obligada a asumir distintas responsabilidades (como cuando debe hacerse cargo del aletiómetro), las cuales desembocarán en la elección que deberá tomar con Will en la parte final del tercer libro; una elección que conlleva un gran sacrificio, gracias al cual la muchacha se muestra a lo largo de la trilogía como un personaje psicológicamente maduro y complejo, cargado de matices que evitan convertirla en alguien excesivamente bueno o en una rebelde sin una causa a la que encomendarse.

Si antes mencionábamos la facilidad con que Lyra es capaz de hilvanar historias y el provecho que durante toda la narración saca de su don, no es menos cierto que el momento de su encuentro con la harpía —en El catalejo lacado— marca un punto de inflexión, impone un cambio forzoso de actitud respecto del concepto de fabulación, cuando el monstruo mitológico es presa de la rabia y vocifera «¡Liar!», efectivo anagrama del nombre de Lyra, cuyo significado en inglés traduciríamos por «mentirosa» o «embustera», y que ni la traducción castellana ni la catalana han podido mantener, con la consiguiente pérdida de gran parte de la intención del escritor. A partir de entonces, la chica se ve obligada a tomar conciencia de que las mentiras ya no son la solución a un problema o a una peripecia; tan sólo aquellas historias que brotan de la propia experiencia vital de un personaje surtirán el efecto esperado, todo ello en un ejercicio muy unamuniano del concepto de «intrahistoria».

Will Parry, por su parte, aporta a la narración el equilibrio y la solemnidad ante determinadas situaciones que el carácter de Lyra en cierto modo descuida o rehúye. El joven Parry, un año menor que Belacqua, se muestra como alguien reservado, precavido, racional, mucho más introvertido que la chica, un personaje que se ha visto obligado a madurar más deprisa que la mayoría de los chicos de su edad al desaparecer su padre y tener que hacerse cargo de su madre mentalmente enferma; un chico que al principio de La daga mata a un hombre en legítima defensa por accidente, pero que, pese a aceptar las consecuencias de su acción, se niega a convertir el episodio en el centro de su vida y, en lugar de ello, es capaz de subsumirlo a su experiencia vital, lo que le ayuda a enfrentarse a la violencia cada vez que ésta se cruza en su camino. A medida que el relato progresa, Will descubre que vale la pena confiar en Lyra; los sentimientos que ella le despierta le dan la fuerza suficiente para contarle sus secretos más recónditos y sus inquietudes más íntimas, lo que le permite desarrollarse como persona completa, en un ejercicio de traslado del amor maternal al amor carnal, y madurar hasta el punto de aceptar la opción de destruir la daga de la Torre de los Ángeles que le hubiera permitido convertirse en regente del universo. Parry comprende la diferencia que existe entre el deseo de imponer la propia voluntad y la independencia de esa misma voluntad, en un eco directamente relacionado con la obra épica de Tolkien y la entidad autónoma del Anillo Único o con el pensamiento vinculado al concepto de la voluntad de poder.

Lord Asriel y la señora Coulter

Una de las bazas con las que Pullman más gratamente sorprende al lector es la hondura psicológica de los padres de Lyra. La inmensa mayoría de las novelas dirigidas a un público juvenil que se editan hoy en día presentan personajes claramente maniqueos, pero la trilogía de La Materia Oscura intenta evitar caer en este juego de buenos contra malos y, a cambio, ofrece caracteres atizados por las dudas, conscientes de lo erróneo de sus acciones, y capaces de rectificar y de sacrificar su vida para salvar la de sus semejantes. En este caso, los padres de Lyra Belacqua terminan aceptando que, pese a sus ansias de poder, el destino les tiene reservado el propio sacrificio para salvaguardar la vida de su hija.

Al principio de la historia, Lyra vive convencida de que lord Asriel, un bravucón déspota, malhumorado y dedicado a sus propios propósitos, es su tío. Aunque, a lo largo de la mayor parte de la trilogía, Pullman hace pensar al lector que el principal propósito del padre de Lyra es derogar a la Autoridad y arrebatarle el poder, al término del tercer libro queda claro que la verdadera intención de Asriel es instaurar lo que el escritor denomina la República del Cielo, una suerte de paraíso libre de la tiranía de la Autoridad y del Magisterio, dirigido por el libre albedrío, en el que la libertad de elección por parte de sus moradores pasa por encima del dogma impuesto por los poderes religiosos terrenales. Sin embargo, las acciones de Asriel no siempre responden a motivos tan altruistas, pues recordemos que él es el responsable de la muerte de Roger, el amigo de Lyra en el Jordan College de Oxford.

La señora Coulter, en cambio, se presenta ante la chica como una bellísima aristócrata que representa la feminidad que Lyra jamás ha conocido durante los años que ha vivido en el Jordan College de Oxford. Sin embargo, al final del primer volumen descubre que se trata de un personaje cruel y despiadado, agente de la Iglesia y amante del director del Jordan College, lord Boreal, el cual dedica sus esfuerzos a perfeccionar las técnicas de separación a que somete a los niños y a sus daimonions para obtener el secreto del Polvo, la principal preocupación de la mayoría de los personajes que aparecen en la trilogía. La forma en que lord Boreal lleva a cabo su labor recuerda a los experimentos que los nazis realizaron durante la segunda guerra mundial en civiles inocentes.

También es cierto que, en nombre del poder, al cierre de La daga, la señora Coulter parece dispuesta a sacrificar la vida de su hija para evitar una nueva tentación por parte de una segunda Eva, si bien capítulos después queda manifiesta la intención de protegerla de los intereses del Magisterio. No obstante, los métodos de los que se sirve para salvaguardar a su hija —mantenerla cautiva en una cueva bajo los efectos de sedantes— acaso resultan demasiado sospechosos para el lector y no parecen el mejor camino para satisfacer sus instintos maternales recuperados tras abandonar, al poco de nacer, a su hija al amparo de Ma Costa, una giptana.

A lo largo de toda la narración, Coulter se revela ante la mayor parte de los personajes como una peligrosa seductora, capaz de cautivar a jóvenes (al verla por primera vez Will, se queda fascinado por su belleza y por sus maneras) y adultos, a personajes de carne y hueso y a entidades sobrenaturales (como en el caso del enviado de la Autoridad, el ángel Metatron, a quien consigue engañar y, junto a lord Asriel, llevar hasta la muerte), algo que la convierte en un personaje muy próximo al arquetipo de mujer fatal, astuta, manipuladora, cono-cedora de las debilidades tanto de su propio sexo como del contrario y que no duda en aprovechar este refinado conocimiento para lograr sus objetivos.

Daimonions: la encarnación de la conciencia

En más de una ocasión, Pullman ha declarado lo satisfecho que se siente como escritor de haber sabido incluir la figura de los daimonions en la trilogía que más triunfos le ha procurado. Si bien es cierto que los daimonions no son en ningún caso una creación original de Pullman, sí es una verdad innegable que los personajes ofrecen matices y peculiaridades que responden a la fértil imaginación de su autor.

El origen de esa entidad se remonta con claridad al concepto socrático de «demonio» en el sentido de lo que hoy entendemos como «intuición» y a la idea cristiana del ángel de la guarda, a la existencia de una voz interior o de una conciencia que encauza las acciones y los pensamientos de quien la posee. La gran diferencia es que Pullman le concede a este concepto la corporeidad, lo hace visible, aprovechando la corriente de pensamiento propia del chamanismo de que los animales de compañía son algo más que meros animales. Según la tradición chamánica, el espíritu errante que se separa del cuerpo durante los episodios de trance adopta una forma animal, una forma que responde a la esencia vital del individuo. Sin embargo, en el uso que Pullman hace de estos personajes en sus novelas, semejante separación resulta imposible en los humanos (no así en las brujas), y el distanciamiento entre humano y daimonion es una de las experiencias más traumáticas a las que una persona puede verse sometida. Recordemos al respecto el episodio en que Lyra tiene que desprenderse de Pantalaimon en la orilla del río antes de cruzar hasta la tierra de los muertos en El catalejo lacado o el proceso de separación al que la señora Coulter somete a un grupo de pequeños en Bolvangar para sus propósitos experimentales en favor del Magisterio.

En el mundo de Lyra los daimonions adoptan precisamente esta tridimensionalidad, mientras que en el universo de Will (el nuestro) esta esencia individual permanece oculta a ojos de propios y extraños. Físicamente, las personas y sus daimonions comparten un vínculo que, aunque invisible, resulta esencial en su relación con el medio en el que viven. La energía que une a los humanos y a sus daimonions es muy poderosa y por esa razón al final de Luces del norte lord Asriel necesita separar a Roger de su daimonion, con el fin de aprovechar esa energía para tender un puente hacia un universo paralelo.

Una de las principales características que definen a los daimonions es que, salvo en contadas ocasiones, pertenecen al sexo contrario al del personaje humano que completan. Pullman, que en algunos momentos de la trilogía se hace eco del pensamiento oriental del I-ching, parece querer afianzar en la figura de los daimonions el equilibrio de fuerzas contrarias que establecen la armonía universal, la idea platónica de la división del alma humana en dos partes: la física y la intangible.

Si bien todos los humanos en el mundo de Lyra poseen un daimonion visible, la principal diferencia que existe entre los que acompañan a los niños y los que van junto a los adultos es el hecho de que los primeros tienen la capacidad de mutar constantemente, mientras que los segundos ya han adoptado la forma definitiva de un animal que representa el verdadero carácter del personaje. Durante la conversación que Lyra mantiene con uno de los personajes en el primer libro acerca de por qué llegará un momento en que Pantalaimon perderá la facultad de cambiar de forma, Jerry el marinero le cuenta que los daimonions que adoptan una forma definitiva ayudan a los niños a tomar conciencia de sí mismos en su camino hacia la vida adulta, convirtiéndose en un punto de apoyo a la hora de descubrir el lugar que cada uno ocupa en el mundo. Los daimonions simbolizan, en definitiva, la oposición entre la maleabilidad, la naturaleza mercurial y el potencial infinito de los niños y la realidad de ordinario estática de la vida de los adultos.

Pullman y la religión

Philip Pullman jamás ha ocultado los ecos religiosos que vertebran el esqueleto de su criatura narrativa. La figura del paladín más destacado de la lucha en contra de la Iglesia como institución tradicional recae en el personaje de lord Asriel, que harto de los excesos históricos cometidos por el Magisterio decide enfrentarse a la propia Autoridad, derogarla y establecer en un mundo paralelo lo que se conoce como la República del Cielo. La oposición de opiniones entre la defensa del libre albedrío de lord Asriel y el sometimiento a las reglas dictadas por la Iglesia por parte de la señora Coulter representa la división que termina en una contienda a muerte entre quienes defienden que la Iglesia siga adelante con la esclavitud impuesta a sus fieles y los que, por el contrario, buscan liberarse del yugo al que se ha visto sometida la humanidad desde el pecado original de Eva.

Para Pullman, el personaje bíblico de Eva obró bien al contravenir la prohibición expresa de comer la fruta del Árbol del Conocimiento. Con independencia de su obra literaria, Pullman considera que la Iglesia es la responsable de atizar la idea del pecado y de la tentación original para reprimir a sus fieles con el fin de someterlos con el sentimiento de culpabilidad que atenaza sus vidas. En las más de mil doscientas páginas de su trilogía, el autor decidió que Lyra y Will debían desobedecer las enseñanzas del Magisterio, si bien es cierto que quienes los apoyan, la mayoría de los personajes con los que se cruzan a lo largo de los tres libros, nunca cuestionan sus acciones y aceptan su proceder como algo bueno no sólo para ellos mismos, sino para todos. A medida que progresa la acción, los personajes de la trilogía toman conciencia de que si Lyra llega a experimentar el amor carnal como algo bonito, exento de toda culpa, ello echaría por tierra la autoridad represiva que el establishment eclesiástico lleva siglos encargándose de fomentar. Básicamente, ésa es la razón por la que el presidente del Magisterio, el padre Hugh MacPhail, decide poner fin a la vida de la joven, encomendándole el trabajo a otro religioso, el padre Luis Gómez, cuyo nombre castellano parece un guiño más que probable a la antigua Inquisición española que durante siglos se enzarzó en la caza de herejes, que finalmente perece a manos del ángel Balthamos.

El principal ataque por parte de Pullman contra la doctrina cristiana es la existencia de organismos dirigidos por seres humanos empecinados en reclamar la fuerza motriz del universo para sí mismos al precio que sea con el fin de que satisfaga sus propósitos, que poco tienen que ver con el cristianismo primitivo. Pese a las dotes de narrador de Pullman, en ocasiones el escritor carga de un modo implacable contra las creencias religiosas cristianas y contra sus representantes, en especial contra los sacerdotes, a los que describe como seres muy proclives a empinar el codo, malhumorados y déspotas y entre cuyas lindezas se cuentan la supervisión de actos de tortura o el afán de cometer asesinatos, como en el caso del padre Gómez. Esta manera de presentar a los personajes adscritos a los intereses del Magisterio termina convirtiéndolos en auténticas caricaturas, lo que en cierto mod conlleva la idea de que jamás han existido monjas o párrocos buenos, algo que hace un flaco favor a la creación de su autor.

Uno de los personajes que más ampollas ha levantado entre los detractores de Pullman es el de Mary Malone, una antigua monja que decidió colgar los hábitos al dudar de la existencia de Dios hasta el punto de terminar menospreciando a la Iglesia y a la religión cristiana de forma furibunda para convertirse en una eminente científica. El papel de Malone en la trilogía es fundamental, pues ella personifica la serpiente que induce a Lyra a cumplir su destino de convertirse en la segunda Eva. Sin embargo, a diferencia de la tentación representada por el áspid bíblico, Malone se distancia de la figura de Satán al no incitar ni a Lyra ni a Will a desobedecer ninguna prohibición (recordemos que la chica debe cumplir su sino sin tener conocimiento de ello), sino que se limita a contarles historias (¿reflejo del propio Pullman?) que suscitan en los protagonistas de la trilogía el deseo de experimentar los instintos afectivos que han ido medrando a medida que se desarrollaba su viaje iniciático.

El segundo gran punto de desacuerdo entre los lectores de la trilogía es el proyecto literario de Pullman al que denomina la República del Cielo, una personal revisión del tradicional reino de los cielos cristiano, donde habitan aquellas personas que han aprendido a valorarse a sí mismas y al prójimo y donde la culpa y la vergüenza ante el sexo que la Biblia fomenta deberá reemplazarse con la aceptación del goce y el placer de la carne. En lugar de acudir a sacerdotes y al libro sagrado en busca de consejo, las personas deberían aprender a confiar en sus propios instintos para obrar como es debido, con el fin de alcanzar un estado de armonía consigo mismas y con sus semejantes. En realidad, el mensaje que Pullman deja entrever con esta revisión del paraíso es su defensa del personaje de Eva, a la que considera una heroína por atreverse a buscar las cosas por sí misma, actitud que el escritor piensa que es la base de toda verdadera educación.

El argumento principal que los detractores de Pullman esgrimen ante la idea de esta República del Cielo es la incoherencia frente al ideal de que cada uno debe seguir sus propios instintos, pues para alcanzar la bondad y valorarse a sí mismas es necesario que las personas conozcan el mal y sepan distinguirlo del bien. En la sociedad occidental el principal paladín de esta distinción es la moral cristiana, cuya fuente de inspiración es Dios. Sin una autoridad a la que seguir como modelo, el mundo caería presa de la anarquía, ante lo cual Pullman defiende su proyecto con unos cuantos personajes que aparecen en su trilogía, como el oso Iorek Byrnison o la científica Mary Malone, que representan el peso de una autoridad ganada, jamás asumida ni impuesta, y que hacen uso de su arbitrio con un gran sentido de la responsabilidad, algo muy alejado de la imposición cristiana del Dios todopoderoso.

Otra de las cuestiones extensamente debatidas tras la publicación de la serie de Pullman es el sentido del Polvo y su verdadera naturaleza. Si bien el autor en ningún momento aborda el tema de forma expresa y jamás ofrece abiertamente su propia interpretación de la Materia Oscura, sí es cierto que tras la lectura de los libros queda más o menos explícito que esta sustancia desprendida por los adultos representa un tipo de conciencia colectiva, algo así como un legado humano en constante evolución desde la primera caída de Eva en el Jardín del Edén, una suerte de recordatorio de lo que para la Iglesia representa el paso de la inocencia a la experiencia.

Para la Iglesia, el Polvo se refiere al pecado original que se ceba en las personas al alcanzar la edad adulta, razón por la cual la institución financia y fomenta los experimentos de la señora Coulter relativos al proceso de separación de los personajes prepubescentes de sus daimonions a lo largo de la trilogía para lograr que los niños permanezcan en un estado de inocencia indefinido, en un ejercicio muy parejo a la operación a la que se sometió a los castrati italianos entre los siglos xviii y xix. En cualquier caso, sea cual sea el significado de esta Materia Oscura, lo cierto es que Pullman considera el Polvo como la sustancia que forma una unidad con el universo (recordemos la maldición que Yahvé lanzó sobre Adán al echarlo del Paraíso que le desterró con las palabras «polvo eres y en polvo te convertirás») y que la muerte representa un proceso jovial de reintegración con este polvo universal.

Los lectores y La Materia Oscura

Como escritor, uno de los mayores logros de Pullman es haber obtenido el favor de sus lectores a través de la creación de personajes dotados de una importante carga psicológica que los aleja del mimetismo literario y del arquetipo maniqueo de otras obras. Lyra y Will se erigen como piedras de toque de la complejidad argumental, pero no sólo ellos, sino la mayor parte de la pléiade de personajes que pueblan los mundos paralelos en los que transcurre la acción de la trilogía. Si bien las razones por las que los adultos forman parte de los seguidores de Pullman pueden diferir de las que empujan a los lectores más jóvenes a acercarse a la trilogía, lo cierto es que tanto en un segmento como en el otro los motivos deberían rastrearse en la identificación con los protagonistas, en las razones que los llevan a obrar como lo hacen y en los ideales que defienden y por los cuales se arrojan al vacío en más de una ocasión.

Durante la infancia y la adolescencia los niños y los jóvenes a menudo viven bajo la idea de que en realidad son personas especiales, herederos de una fuerza ignota que, con el paso del tiempo, los hará aparecer ante el mundo como los elegidos, asombrando a cuantos los rodean. No es menos cierto que, en algunos casos, esta idealización del «yo» probablemente llegue a prolongarse hasta la madurez, cuando el cúmulo de experiencias se encarga de demostrar a los adultos que la mayoría de nosotros no somos, al fin y al cabo, más que peones en la sociedad en que vivimos. Durante los dos primeros libros de la serie, Will y, sobre todo, Lyra, viven en esta noción de espejismo permanente de la que, por curioso que parezca, no da la impresión de que tomen conciencia al término de su aventura, cuando obvian regocijarse en la heroicidad de su logro de salvar el mundo y desbaratar los planes de cuantos enemigos se han ido cruzando a lo largo de su periplo.

Esta fantasía individual opuesta al gregarismo colectivo es lo que promueve la empatía que gran parte de los lectores establece con los protagonistas de la aventura: mientras que los niños y los adolescentes ven en las peripecias de Lyra y Will una prolongación de las cuestiones que atenazan su día a día, los adultos proyectan en ellos el reconocimiento de su desarrollo vital que también ellos experimentaron.

Lyra y Will son caracteres fuertes, muy comprometidos con su causa, que en ningún momento permiten que la tragedia a la que sobrevivieron durante su infancia los transtorne ni someta la visión que puedan tener ante el despliegue de su futuro. Ambos descartan cualquier influencia negativa que, en el fondo, pudiera entorpecer su desarrollo como individuos sociales. Bien es cierto que los problemas a los que deben hacer frente resultan extrínsecos a sus personas y, a excepción de los remordimientos que siente Will al tener que dejar a su madre enferma al cuidado de otra persona y que va aprendiendo a canalizar a medida que avanza la narración, ni se convierten en fantasmas psicológicos ni redundan en traumas que no han podido resolver.

En realidad, el mensaje implícito en sus aventuras es que cualquiera puede lograr cuanto se proponga siempre que adopte la actitud adecuada.

La gran diferencia que hay entre los libros de Pullman y los de muchos otros escritores es que las novelas en las que aparecen este tipo de personajes se ciñen al patrón de la redención y la recompensa finales, en el que el bien somete al mal en una suerte de batalla cósmica en la que el lector ya conoce de antemano de qué lado estarán los vencedores. Pullman, de forma consecuente con los planteamientos sobre los cuales asienta los pilares narrativos de La Materia Oscura, se aleja de este final feliz y concluye su narración con la separación forzosa de sus dos protagonistas, rompiendo el previsible esquema de que al final los héroes de la peripecia superan todos los obstáculos y reciben su recompensa. En las últimas páginas de El catalejo lacado Lyra y Will deben renunciar a su amor y volver cada uno a su mundo, pues permanecer en un universo extraño acabaría con ellos. La narración llega a su fin y el sacrificio definitivo se manifiesta como el auténtico propósito de sus vidas.

El cierre de la trilogía, pues, se convierte en un acto de expiación en el que la experiencia de las aventuras llega a su fin y sus protagonistas deben recuperar la calma y el sosiego psicológico de sus vidas anteriores al descubrimiento del aletiómetro y de la daga de la Torre de los Ángeles. Pullman se revela, así, como un escritor moralmente comprometido con su particular visión del pecado original y de las implicaciones en las que éste pueda redundar, en relación ya no tanto con sus personajes como con sus lectores.

El Oxford de Lyra

Tres años después de la publicación del tercer volumen de la trilogía, Pullman regresó al mundo de la Materia Oscura y publicó un librito bautizado con el título El Oxford de Lyra en el que el escritor recuperaba el personaje dos años después del final de El catalejo lacado. El volumen, en el que se incluye un mapa del Oxford de Lyra y otros elementos como anuncios publicitarios, páginas de una guía turística o la reproducción de una postal que Mary Malone le mandó a la madre de Will, está ilustrado con grabados del británico John Lawrence y ofrece a los seguidores de Pullman un cuento titulado «Lyra y los pájaros», en el que la heroína de la Materia Oscura rescata al daimonion de una bruja, que le pide que la ayude a encontrar a un famoso alquimista, Sebastian Makepeace. La intención secreta de la bruja es matar al que acaba resultando un charlatán, y hacer responsable a la chica del asesinato.

Pullman escribió «Lyra y los pájaros» con el propósito inicial de incluir el relato en El libro del Polvo, pero su editor le convenció de la conveniencia de convertirlo en un texto independiente como primer adelanto de su próxima obra.

Recepción de la serie

Tras la aparición del primer volumen de la trilogía, la obra de Pullman no ha cesado de dar alegrías a su creador. Ya en 1996, al año siguiente de la publicación de Luces del norte, el escritor fue merecedor de dos premios importantes: el Guardian Children's Fiction Award y la Carnegie Medal y, en 2001, El catalejo lacado obtuvo los premios Whitbread Children's Book of the Year y Whitbread Book of the Year, la primera vez que un libro dirigido tanto a adultos como a niños se alzaba con un reconocimiento tradicionalmente otorgado a obras escritas para el público adulto. Ello puso de manifiesto que la obra de Philip Pullman es capaz de atraer a lectores de todas las edades, algo que cimentó su renombre nacional e internacional y que, a finales de 2002, le hizo merecedor de un nuevo galardón, el Eleanor Farjeon Award por sus logros a la hora de ayudar a cambiar la percepción que los adultos tienen de la literatura infantil y juvenil. En 2005 se concedió al autor el Premio Astrid Lindgren en reconocimiento a toda su carrera y a su aportación a la literatura.

La trilogía de La Materia Oscura ha sido adaptada en distintas ocasiones para la radio (existe en formato CD una grabación íntegra de la obra leída por el propio Pullman y por un elenco de actores) y en diciembre de 2003 se estrenó en Londres una versión teatral de los libros de Lyra y Will firmada por el dramaturgo británico Nicholas Wright, dividida en dos partes y cuya duración alcanzaba las seis horas que obtuvo un gran éxito por parte de crítica y público.

En febrero de 2002, la productora norteamericana New Line Cinema , la misma que produjo la trilogía de El señor de los anillos dirigida por Peter Jackson, adquirió los derechos cinematográficos de la primera de las novelas de La Materia Oscura con opción a comprar las dos siguientes; sin embargo, la película sigue en etapa de preproducción y por el momento pocos más son los datos que han trascendido acerca del proyecto.

Sea como fuere, lo que sí es cierto es que Pullman sigue trabajando en el que será su siguiente proyecto, el ya mencionado The Book of Dust, un libro de cuentos en la línea de El Silmarilion o de la colección de relatos de los «Cuentos Inconclusos» de J. R. R. Tolkien, con el deseo expreso de no ser una secuela al uso y cuya intención es profundizar en las historias de algunos de los personajes que aparecen en su trilogía, ofrecer algunas respuestas a muchos de los interrogantes que no se cerraron en La Materia Oscura, con la consecuente propuesta de nuevas incógnitas para sus lectores, y abrir ventanas a nuevos mundos con su particular daga de la Torre de los Ángeles: el albedrío de su imaginación.

*Víctor Aldea es escritor y estudioso de la LIJ.

Por razones de espacio, este artículo sólo analiza las obras relacionadas con La Materia Oscura, a saber, Luces del norte, La daga, El catalejo lacado y la última aportación de Pullman a la serie, el librito titulado El Oxford de Lyra, todas ellas editadas en nuestro país por Ediciones B. Reservamos para un futuro artículo el resto de la abundante obra de este prolífico autor, así como un estudio sobre la polémica suscitada por el propio Pullman tras el encono de sus declaraciones en relación con Las Crónicas de Narnia, de Clive Staples Lewis

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