En 1935, la editorial Molino publica Travesuras de Guillermo (Just William, 1922), el primero de los libros de la serie de Guillermo Brown, (William Brown en el original) que alcanzará un rotundo éxito en nuestro país y llegará, con los años, a contar con más de treinta títulos. Su autora, Richmal Crompton (1890-1969), una escritora británica especializada en libros infantiles —también escribió novelas de terror para el público adulto—, logró retratar, con un lenguaje dominado con maestría y un estilo literario intachable, la Inglaterra rural de la primera mitad del siglo xx a través de los ojos de un niño travieso de eternos 11 años al que Fernando Savater se refiere como «el único anarquista triunfante que los tiempos han consentido». [ 1 ]
Cada libro cuenta con unas diez historias que se suceden sin continuidad ni orden aparente pero que juntas conforman las aventuras de Guillermo, un auténtico especialista en meterse en todo tipo de líos, envuelto en las más absurdas, divertidas y caóticas situaciones.
Prototipo de niño travieso y feliz
Uno de los mejores recuerdos de mi infancia son los momentos en los que mi padre me leía los libros de Guillermo Brown. Fueron muchas las tardes en las que escuché, de voz de mi padre, las aventuras de Guillermo y su banda, y sus libros aún me han seguido acompañando muchas noches a lo largo de todos estos años.
Los niños de la posguerra española crecieron con las historias de Guillermo. De hecho, en ningún país alcanzó la serie de Guillermo tanto éxito como en la España de los 50. Comparto la opinión de Savater cuando afirma que «la represión de los niños durante la España franquista los identificaba con la postura rebelde y anarquista de Guillermo». [ 2 ] Pero también para muchos de los españoles que crecimos en los años 80, Guillermo se convirtió en un fiel compañero de aventuras. La editorial Molino reeditó la colección entre 1979 y 1980 y publicó nuevos títulos, dando ocasión a esos niños de la posguerra, que por entonces ya se habían convertido en padres, a transmitir el espíritu de rebeldía y libertad de Guillermo Brown a sus propios hijos.
A punto de alcanzar la primera década del nuevo siglo, creo que no hay mejor momento que el presente para invitar a los pequeños a conocer a Guillermo Brown. Rodeados de televisión, ordenadores y consolas de videojuegos, con una tendencia cada vez mayor a la inactividad, la pasividad y el consumismo, no se me ocurre mejor adalid que Guillermo y su mundo de acción, imaginación y aventura para recordar a nuestros hijos lo que es ser un niño feliz que vive la infancia de una manera plena.
Si hay algo que se puede afirmar con rotundidad de Guillermo es que es un niño inmensamente feliz, que apura la vida hasta su último aliento y consigue sacarle todo su jugo. Es un niño increíblemente optimista y destila alegría de vivir por los cuatro costados. Su inquebrantable optimismo sólo rivaliza en «tamaño» con su asombrosa imaginación.
Leyendo las aventuras de Guillermo nos invade una maravillosa sensación de energía y afectividad positiva; sus aventuras insuflan aliento vital, ganas de vivir: si realmente existe algo parecido a la felicidad completa, entonces está en Guillermo. De hecho, son constantes a lo largo de los libros las alusiones a estados emocionales intensamente positivos: «Guillermo se sentía enormemente feliz», «Regresó a casa mojado, sucio y alegre», «Cada uno se fue a su casa, maltrecho y magullado, pero feliz a más no poder», «Guillermo se divirtió ruidosamente», «Se había divertido de lo lindo», «Se sentía extremadamente feliz aquel día», «Aspiró el aire y lanzó un agudo silbido como himno de exaltación, triunfo y alegría de vivir», o «Y en el corazón de Guillermo anidaba una radiante felicidad».
En un entorno rural, sin ninguna de las prestaciones urbanas y tecnológicas de las que disponen los niños de hoy en día, Guillermo nunca se aburre, siempre inventa algo nuevo para hacer. La imaginación desbordante es uno de sus grandes dones. Es un niño activo e inquieto, que nunca se siente tan feliz como cuando trastoca por completo su propia identidad: pirata, bandido, piel roja, contrabandista, salteador de caminos, explorador, maquinista, deshollinador, buscador de tesoros escondidos, gitano, náufrago. Encuentra con facilidad aventuras y pone emoción en ellas. Se compromete en todo lo que hace y disfruta como pocas personas saben hacerlo en esta vida. La siguiente escena tiene lugar cuando asiste a una pantomima con su hermano mayor: «Para Guillermo la tarde fue de una felicidad sin nubes. Rió con tal entusiasmo que en un par de ocasiones creyó haberse roto una costilla, vitoreó al protagonista, siseó al traidor y aplaudió hasta mucho después de que hubieran terminado de hacerlo los que estaban a su alrededor».
Para Guillermo la vida es una novela romántica y gloriosa. Lo único que le pide es emoción, movimiento y la compañía de sus amigos. Todas aquellas cosas en las que Guillermo toma parte tienen la singular virtud de convertirse en algo completamente distinto de lo esperado. Posee una enorme determinación e iniciativa y existen pocas cosas a las que no sepa hallarles aplicación. No es un niño que actúe de manera corriente, le gusta el colorido, el romanticismo, la aventura. Los obstáculos no le vencen, siempre se las arregla para superarlos. Guillermo nunca hace las cosas a medias, muy pocas veces se deja apocar por las circunstancias, y rara es la ocasión en la que se da por vencido:
«—¿Divertirme? —estalló Guillermo—. ¿Cómo es posible semejante cosa si apenas le dicen a uno “diviértete” le salen con que “no seas travieso”? En cuanto empieza uno a divertirse, le advierten que “no sea travieso”. Lo que yo quisiera saber es cómo “es posible” divertirse sin ser travieso.
—Pues la gente se divierte sin serlo, Guillermo —afirmó la señora Brown, suavemente.
—¡Quiá! —replicó Guillermo—. Sólo se lo figuran. “Es imposible” divertirse sin hacer travesuras. Basta atenerse a la lógica para comprenderlo».
El aspecto de Guillermo no es agradable: pequeño y anchote, con el pelo de punta y el rostro cubierto de pecas, es frecuente encontrarle con el traje cubierto de polvo, la corbata debajo de la oreja, el rostro sucio y las rodillas llenas de arañazos. Para Guillermo la limpieza perfecta es incompatible con la felicidad. Como exclama un pintor al verle: «Precisamente lo que yo necesitaba; un muchacho de verdad que parezca un golfo, por añadidura. Un niño sucio, bribón, con la corbata torcida y el cuello lleno de mugre».
Adora los verdes prados, los caminos y los bosques de su pueblo, escenario de trepidantes aventuras, y no puede vivir sin la compañía de su banda de fieles compañeros, con los que lucha, pelea, se mete en terreno vedado y urde planes atrevidos para desafiar al mundo entero.
Le gustan las cosas que hacen ruido: globos chillones, trompetas, silbatos, cornetas, y los animales poco comunes: orugas, insectos, ratas blancas. Sus bolsillos son un mundo mágico, siempre llenos de los objetos más extravagantes: cortaplumas, peonzas, trozos de masilla, caramelos, piedras, cordeles, tizas, gomas, peonzas, navajas, lagartijas… Guillermo también utiliza su gorra como receptáculo para algas, seres acuáticos, piedras, tierra, barro y masilla:
«—¿Para qué sirve una gorra si no es para llevar cosas en ella? Es una tontería llevarla sólo en la cabeza. Nadie usa las gorras para ponérselas sólo en la cabeza».
Niño elocuente, imaginativo y lector
A pesar de ser un niño de acción, Guillermo es un gran lector de novelas de aventuras y de misterio. A menudo deja volar su imaginación y termina identificándose por completo con los personajes de los libros que lee: bandido, detective, ladrón, contrabandista... todo es posible en su mundo imaginario. En no pocas ocasiones se anima a escribir cuentos, poesías, obras de teatro que, en su opinión, rivalizan con las de los más afamados artistas:
«—A propósito, ¿quién era Shakespeare?
—preguntó de pronto Guillermo.
—Un poeta —contestó Douglas—. Y bueno, vivió y murió.
—¿No hizo nada?
—Escribió poesía.
—Eso no es “hacer” —dijo Guillermo con desdén—. Yo sé hacer poesía; quiero decir si no “peleó” o algo así».
Guillermo posee unos recursos oratorios que dejarían pálido de envidia a cualquiera. La versatilidad de su talento verbal es literalmente inagotable. Posee una lógica tan aplastante que resulta inmensamente difícil luchar contra sus argumentos. Además, Guillermo, por regla general, no tiene más que decir una cosa para creérsela él mismo. Su elocuencia, conocida y temida por todas las personas que le tratan, termina llevándole siempre lejos del asunto que trata, por lo que todos no dudan en cortarla en cuanto pueden. Su madre suele ser objeto de muchas de estas reflexiones:
«—Ya has comido bastante pastel, Guillermo —dijo la señora Brown.
—¡Bastante! —protestó Guillermo—. ¡Si apenas lo he probado aún! ¡No hacía más que empezar a comer cuando me miraste! Es pastel corriente. No me hará daño. No lo comería si me hiciese daño. El azúcar es muy “bueno” para la salud. Los animales lo comen para estar sanos. Los caballos lo comen y no les hace daño y los loros y todo eso lo comen y no les hace ningún daño».
La conciencia de Guillermo es un órgano singular: necesita mucho para despertarse, pero cuando lo hace, exige acción inmediata. En él la gratitud no es una cualidad pasiva, sino activa, y exige ser expresada de forma tangible. Por eso, cuando le está agradecido a alguien su espíritu no descansa hasta que ha convertido esa gratitud en acción. Mucha gente asegura preferir la franca enemistad de Guillermo a su gratitud, pues cuando sale abiertamente a vengarse de otra persona, por lo general es menos desastroso que cuando se decide a ayudarla. Y es que, aunque le inspiran las mejores intenciones, Guillermo invariablemente estropea todas las situaciones en las que se ve involucrado; el destino parece complacerse en colocarlo en situaciones singulares y el mundo en general se empeña en no comprenderlo. Por lo menos, así le parece siempre a Guillermo.
Desde el punto de vista de los adultos de su alrededor, las cosas que hace Guillermo son de locos, sin sentido, absurdas. Pero el lector, que conoce a Guillermo, sabe que detrás de todo lo que hace hay un motivo. No es un niño travieso sin más, es un niño con unas cualidades extraordinarias que tiene una forma de entender la vida muy personal y siempre actúa en consecuencia. Si Guillermo fuera, en efecto, poco más que un niño que hace de las suyas, sus aventuras podrían resultar divertidas, pero no producirían ese sentimiento de conexión e identificación profunda que provocan en los lectores infantiles.
A primera vista, puede parecer extraño el éxito que cosecharon durante años los libros de Guillermo en nuestro país, teniendo en cuenta que el marco en el que transcurren sus aventuras es radicalmente distinto al nuestro. No obstante, resulta sorprendente la facilidad con la que el lector se introduce en las circunstancias vitales de Guillermo. Como señala Fernando Savater, «el mundo afelpado y verde de una pequeña ciudad inglesa, más pueblerina que urbana, con sus cottages, su vicario y señora, sus enredos de peniques, guineas y medias coronas, sus invernaderos, sus absurdos tés benéficos, todas las constantes referencias a una cultura e historia extrañas, el aire antañón de los, por otro lado, excelentes dibujos de Thomas Henry, cada una de estas cosas y su conjunto debieran habernos distanciado soberanamente de las peripecias de Guillermo». [ 3 ]
La realidad es que este escenario diametralmente opuesto al español no supone obstáculo alguno para que el pequeño lector se sienta identificado con ellas, muy al contrario, existe una sensación de comunión completa y total con este personaje, que se convierte en un igual, un amigo; no hay niño o niña que conozca estos libros y no haya soñado con convertirse en el quinto miembro de la banda de Guillermo.
Guillermo y su mundo
Guillermo comparte gran parte de sus aventuras con sus tres fieles amigos: Pelirrojo, Douglas y Enrique. Los cuatro forman una banda llamada los Proscritos, de la que Guillermo es líder. Los Proscritos (Outlaws) son unas figuras legendarias de la época de Ricardo I Corazón de León y de Robin Hood, muy celebradas en Inglaterra por las canciones populares que han glorificado sus hazañas. Eran partidas de valientes que estaban fuera de la ley o de la sociedad, que habitaban en los bosques y tenían su propia forma de gobierno y moral.
Los Proscritos tienen una fe incondicional en Guillermo, pues todo lo que él organiza ofrece enormes posibilidades; nunca se sabe cómo va a acabar la cosa, son actos a los que vale la pena asistir pues rara vez acaban según lo previsto. Para los Proscritos, la acción y la aventura es la esencia de la vida, y ésta carece de interés sin un elemento de peligro y emoción.
Pelirrojo es siempre el primero en contagiarse del entusiasmo de Guillermo; es su segundo de a bordo, su fiel compañero. Douglas es el más sombrío, el que siempre advierte de los peligros, aunque no necesita mucho empujón para embarcarse en cualquier aventura; Enrique es el que se toma la vida más en serio y, en ocasiones, tiene encontronazos con Guillermo, que se solucionan fácilmente con una rápida pelea cuerpo a cuerpo.
Todo es posible para los Proscritos: la lucha grecorromana, la búsqueda de tesoros, las operaciones culinarias, el juego leones y domadores, el juego de los pieles rojas... Los Proscritos saben ser colonizadores, buscadores de oro, capitanes de bandidos, caníbales, náufragos, indios, romanos… cualquier cosa. Su bebida favorita es el agua de regaliz, que elaboran agitando trozos de regaliz en agua. Se reúnen secretamente en un cobertizo abandonado que se halla a poca distancia de la casa de Guillermo, que hace las veces de cuartel general. El techo del cobertizo tiene goteras, al suelo rara vez le faltan sus buenos cinco o seis centímetros de barro, las ventanas están rotas y las paredes se componen principalmente de ventilación, pero los Proscritos sienten un entrañable afecto por el lugar y es el escenario de muchas de sus correrías.
Pocas son las aventuras en las que Guillermo se embarca sin la compañía de su fiel compañero Jumble (en inglés significa mezcla, embrollo, revoltijo), un perro de cien mil razas, de espíritu orgulloso y guerrero, que tiene un encanto peculiar. Jumble es travieso y cariñoso, y siempre está dispuesto a seguir a su amo en todos sus juegos. Guillermo convierte a Jumble en tigre, en perro pastor, en cazador de ratas… y el animal siempre está dispuesto a no defraudar a su amo.
Guillermo se aburre soberanamente en el colegio, no le encuentra utilidad alguna, para él no es más que una forma de perder el tiempo. Asiste a una escuela mixta porque sus padres esperan que la influencia femenina logre dulcificar un poco su carácter. Hasta la fecha, sin embargo, la dulcificación no se ve por ninguna parte.
Aun cuando, desde el punto de vista de los adultos, los Proscritos son irritables y maleducados, en el mundo de los niños, los Proscritos son aristócratas y hagan lo que hagan, sus compañeros de colegio los admiran y, si les es posible, los emulan.
Sin embargo, no todos los niños sienten simpatía por los Proscritos. El origen de la enemistad entre Guillermo y sus secuaces y Huberto Lane y los suyos se pierde en la más remota antigüedad, parece haber existido desde tiempo inmemorial. Huberto Lane es obeso y pálido, de lágrimas fáciles, egoísta, lento en poner en peligro su seguridad personal, dado a quejarse a sus padres y a sus maestros cuando se le molesta. Pero, cosa rara, tiene sus partidarios. Huberto posee recursos inagotables, sus bolsillos siempre están llenos de caramelos y la despensa de su casa siempre rebosa de riquísimos y malsanos pasteles. Las ingeniosas estrategias que una y otra banda conciben y desarrollan para ponerse en apuros ocupan muchas de las historias de Guillermo y resultan realmente entretenidas.
Guillermo y el mundo de los adultos
Para Guillermo, las personas mayores pertenecen a una exasperante y tiránica «raza» que siempre parece dispuesta a quitarle a la vida todo su atractivo. Las cosas de los adultos son tan misteriosas que ni siquiera intenta comprenderlas.
No hay duda de que hay una barrera infranqueable entre el mundo de Guillermo y el de los adultos, que sólo algunos personajes rompen, pero nunca los principales. Odiado por cocineras, doncellas, jardineros y labriegos iracundos, todos ellos contribuyen al peligro y la emoción sin los cuales la vida resulta insoportable para Guillermo y sus amigos. Hay algunos adultos con los que congenia, generalmente se lleva bien con la gente tímida que se ve dominada por él; a ellos les brinda su amistad incondicional y se desvive por ayudarles, lo que siempre resulta al revés. Destaca entre todos ellos, el pintor Archibaldo Mannister, que aparece en varias aventuras. Archie es tímido, inseguro, desordenado y despistado, y basta con mirarlo para comprender que necesita que alguien lo respalde. Los Proscritos le profesan un afecto especial y se han constituido como sus adalides, por lo que, dentro de sus posibilidades, tratan de protegerlo contra las adversidades que el destino parece complacerse en enviarle, aunque en casi todas las ocasiones esta ayuda termina siendo un completo desastre.
La actitud normal de la familia de Guillermo hacia él es de aprensión. Le conocen de sobra y saben que sus buenas intenciones terminan siempre aguando cualquier tipo de acto que se organice, por eso, tratan de evitar de todas las maneras posibles que esté presente en reuniones familiares, cenas, fiestas y otros eventos, aunque nunca lo logran. Guillermo termina apareciendo y desbaratándolo todo; eso sí, siempre con la mejor de las intenciones. En realidad, Guillermo se desvive por sus parientes y con mucha frecuencia concentra todos sus esfuerzos en ayudarles, aunque, como ya se ha dicho, el resultado no sea nunca el esperado.
La señora Brown es la única persona del mundo que nunca pierde la fe en Guillermo. Durante once años ha ostentado el cargo de madre de Guillermo y eso le ha enseñado a tener paciencia y a confiar en que todo acabará saliendo bien. De ella ha heredado Guillermo parte de su glorioso optimismo. El señor Brown es un hombre de negocios con oficina en Londres que se presenta como una figura distante, un hombre que está siempre ocupado en sus quehaceres y demasiado cansado para pasar tiempo con Guillermo.
Su hermana Ethel, es una jovencita racional y seria de 19 años. Con el cabello rojo y los ojos azules, es muy bonita y nunca le faltan admiradores. A Guillermo le cuesta horrores comprender a su hermana, su forma de pensar no puede ser más opuesta a la de él. Su hermano Roberto, de 18 años, es un adolescente enamoradizo que traba amistad con la muchacha «más hermosa que ha visto en su vida» una vez por semana, por término medio. Su relación con Guillermo es fría y siempre trata de mantenerlo lejos, pero Guillermo parece tener especial olfato para aparecer cuando menos se lo espera y termina echándole a perder muchas de sus conquistas.
Guillermo y el sexo femenino
Para Guillermo, las personas de se-xo femenino son un misterio completo. Salvo en el caso de su madre, no concibe qué motivo hay para que existan. Su actitud hacia las niñas es de indiferencia rayana en el desdén. Sin embargo, a pesar del desinterés que finge por el sexo opuesto, es muy susceptible a la belleza y a los encantos femeninos. En no pocas ocasiones, unos ojos azules o unos cabellos ensortijados le hacen perder la cabeza y emprender las más delirantes aventuras por congraciarse con la portadora de tan bellos atributos. Además, Guillermo tiene mucho éxito entre las niñas, le admiran por su valor y aplomo, y rara es la ocasión en que no consiguen que se rinda a sus encantos.
Hay dos personajes femeninos importantes en las aventuras de Guillermo: Juanita y Violeta Isabel.
Violeta Isabel Bott es uno de los personajes más entrañables y especiales de todos los que rodean a Guillermo. Es una niña de 6 años, de rostro angelical, cabello rubio ensortijado y ojos azules. Habla con un característico ceceo y está dotada de un carácter fuerte y dominante, así como de una voluntad de hierro. Los Proscritos temen y respetan a Violeta Isabel, se sienten completamente impotentes contra sus armas, pues saben que siempre termina consiguiendo todo lo que quiere; les ha quebrantado el espíritu por completo y aceptan su presencia como un mal inevitable. Violeta Isabel, a su vez, adora a los Proscritos, les profesa un cariño incondicional y se pega a ellos sin que nadie la invite, aceptando su falta de cordialidad como parte de su encanto. Las aventuras en las que ella toma parte son, sin duda, de las más frescas y divertidas.
Juanita es el primer y mejor amor de Guillermo, que siente cierta debilidad por ella; le gustan los hoyuelos de sus mejillas y su cabello castaño ondulado y, en sus momentos de mayor sentimentalismo, incluso sueña con que esté a su lado como reina de piratas o capitana de ladrones. Juanita, a su vez, adora el desgarbo y el descuido de Guillermo. Le considera el héroe más grande que ha conocido el mundo y está completamente convencida de que él es capaz de hacer cualquier cosa en el mundo mejor que ninguna otra persona. En opinión de los Proscritos, las niñas complican todas las situaciones en las que son admitidas, sin embargo, Juanita es distinta. No tiene la rudeza ni la personalidad de Violeta Isabel, es tranquila, dócil y siempre dispuesta a ayudar. Por eso ella es el único miembro femenino de los Proscritos y aun cuando no los acompañe en sus aventuras más osadas y peligrosas, es su mayor simpatizante y su persona de confianza, y siempre se puede contar con su ayuda para enfrentarse con el mundo hostil e incomprensivo.
Recuperar sus aventuras
En esta época en que vivimos, en la que las bases de la infancia parecen estar cambiando, parece importante permitir que nuestros hijos conozcan a este personaje aventurero, vital y optimista, a este niño feliz por excelencia que es Guillermo Brown.
Tenemos la sensación de que los niños de hoy en día ya no son tan niños como antes, que viven una infancia algo deslavada, light, en la que están no ausentes, pero sí borrosos, algunos de los pilares básicos que han sustentado esta etapa de la vida en generaciones anteriores: la imaginación, la aventura, lo físico, lo simbólico...
Es hora de recuperar a ese niño tan de verdad que es Guillermo Brown. «Monarca, glorioso e irresistible, Guillermo, pirata, piel roja, capitán de bandoleros, director de pista; Guillermo el Victorioso, Guillermo el que eternamente quedaba por encima de todos.»
Yo, por mi parte, me sigo permitiendo, casi veinte años después, continuar acompañando a Guillermo en sus incontables aventuras, y siempre me invade una inmensa alegría cuando me imagino a este amigo de la infancia correteando eternamente por los prados junto a su querido perro Jumble, con el pelo de punta, el traje cubierto de polvo y los bolsillos llenos de cachivaches, dispuesto a reunirse con su banda de Proscritos en el viejo cobertizo.
No quiero terminar sin permitir al lector que disfrute de uno de los mejores pasajes de la saga, por su humor, su inteligencia y frescura. Pertenece a «Guillermo y los antiguos romanos», del libro Los apuros de Guillermo:
«Guillermo, Douglas, Enrique y Pelirrojo regresaban juntos del colegio. Reinaba gran excitación en el pueblo. Una Sociedad Arqueológica estaba haciendo excavaciones en el valle y había descubierto restos de una antigua quinta romana.
—Y están encontrando pedazos de cacharro y cosas por el estilo —dijo Enrique.
—De poco sirven si están rotos —murmuró Guillermo.
—Sí; pero apuesto a que los vuelven a pegar con cola.
—A los cacharros, cuando están pegados con cola, se les cae el agua —dijo Guillermo, con infinito sarcasmo—. Lo sé porque lo he probado. Sea como fuere, no veo yo de qué sirve encontrar cacharros rotos. Yo podría darles la mar de cacharros rotos, que sacaría de la basura, si eso es todo lo que quieren. Nuestra criada siempre está rompiendo cacharros. Ésa sí que hubiera resultado una romana antigua excelente. A mí me parece que los romanos no deben de haber sido gran cosa, a pesar del bombo que se les da, cuando se pasaron la vida rompiendo cacharros.
—No se pasaron la vida rompiendo cacharros —exclamó Enrique, exasperado—. Los cacharros sólo se rompieron al ser enterrados.
—Bueno —contestó Guillermo con voz de triunfo—. ¡Mira que enterrar cacharros!... Casi es tan estúpido como romperlos. Eso de que una raza de hombres, como dicen que eran los antiguos romanos, se pasara la vida enterrando cacharros… Siempre me ha parecido que había algo raro en eso de los romanos… y luego nos dicen que los consideremos grandes cuando lo único que han hecho es enterrar pedazos de cacharro… A mí no me han gustado nunca, prefiero un pirata o un piel roja, ea.
—Bueno, pues están encontrando dinero también —dijo Enrique, defendiendo con firmeza la fama de la raza desaparecida.
—¿Dinero de verdad? —inquirió Guillermo, con interés—. ¿Dinero que puede uno gastar?
—No —contestó Enrique, irritado—; dinero romano, naturalmente… Lo están encontrando por todas partes.
—¡Hay que ver! —exclamó Guillermo, con desdén—. ¡Romper cacharros y tirar por todas partes dinero que nadie puede gastar!». n
* Beatriz Vera Poseck es estudiosa de la literatura infantil y juvenil.