Ínsula

Disparos de ficción: Juan Carlos Onetti, francotirador centenario

por Ana Gallego Cuiñas

Ínsula nº 750, Junio 2009

El 1 de julio celebramos el centenario del nacimiento de Onetti, uno de los mejores escritores que ha dado América Latina en el siglo pasado. La revista ÍNSULA ha querido sumarse a los homenajes que se prodigan a ambos lados del Atlántico con un monográfico dedicado a la vida y obra de este genio uruguayo. Porque Onetti sólo se parece a Onetti, y ha llegado a convertirse en una marca registrada. Marca de independencia, autonomía, intensidad, inconformismo, ludopatía, autoconciencia y fe obscena en el oficio literario. La narrativa que nos ha legado Onetti revela como ninguna el sinsentido vital, la incomunicación, marginalidad, frustración, sufrimiento y resignación humanos. Por eso Onetti no atrae a los lectores con anécdotas -la acción-, sino con los temas de su escritura. Así, su poética conmueve sobre todo a los que conocen la cara de la desgracia; a los que habitan en pozos o astilleros y saben que la vida es breve y está llena de adioses; a los que no temen a los infiernos ni a la realización de sus sueños; a los que son capaces de oír hablar al viento y pisar una tierra de nadie, poblada de tumbas sin nombre; a los que gustan vivir largas historias de una noche en las que se enamoran de novias robadas, tan tristes como ella, justo entonces, cuando ya no importa. En definitiva, los lectores de Onetti son siempre individuos osados, pasionales y adictos (crea una dependencia feroz de su letra) que devienen narradores ante relatos cimentados en silencios y vacíos plurales. O mejor: su ficción tiene la forma de una malla perforada por una miríada de disparos. Estos agujeros tienen un tamaño dispar -además de quemaduras y residuos de pólvora negra- y pueden ser cubiertos por el lector, que apretando el gatillo rellena orificios con su propia munición (preferiblemente Full Metal Jacket): «hay que disparar», sentenció Onetti en Tierra de nadie. Pero lo relevante no es tanto la interpretación (si algo nos enseña Onetti es que hay tantas realidades como subjetividades), sino la interrogación in perpetuum, la reflexión sobre las formas acribilladas de Onetti; sobre las figuraciones, y sentidos, que conforman esos huecos en asociación o separados. Pero también habría que poner atención a las características del arma que dispara -calibre, velocidad-, e intentar saber hacia dónde apunta y cómo lo hace.

La relación de Onetti con las armas es prolija. Jorge Ruffinelli, en una entrevista, menciona un truculento episodio en el que su particu - lar sombrero fue agujereado por una bala. Parece que el tiroteo ocurrió durante un viaje del uruguayo a Bolivia en 1956. Onetti explica: «De lo que me acuerdo es de eso: de tener a un indio con el rifle apoyado en mi barriga mientras me dice exaltado: «Te voy a matar, hijo de puta [...] Y la mujer atrás, llorando: «No lo matés, por favor, no lo matés». Yo tenía una indiferencia total, no de coraje, sino como un estado psicológico; ni sombra de miedo, como si estuviera soñando. Lo único que atinaba a decir era: «¡Pero cómo me vas a matar a mí, si soy uruguayo!»» (1976: 218). A continuación, le pregunta Ruffinelli: «¿Y el agujero en el sombrero?», y responde Onetti: «Debió ser un fragmento de la bala, que me tocó el sombrero. Luego, claro, la leyenda va creciendo, como el brazo de Valle Inclán» (1976: 218). Esta anécdota, además de dar buena cuenta del humor e ironía de nuestro autor centenario, refleja perfectamente los rasgos de su narrativa: la evasión hacia el sueño, la fragmentación, y la presencia de agujeros y puntos ciegos en sus textos, que paulatinamente van creciendo. Como señala Fernando Aínsa, se trata de «Una narrativa aposentada en un agujero cuya irresistible atracción gravitatoria nos empuja desde la oquedad de El pozo a la del húmedo nicho en «el cementerio marino» de la última página de Cuando ya no importe» (2002: 204).

Pero Onetti no es un disparador cualquiera, es un francotirador de élite que dispara con un fusil, desde un lugar oculto y distancia larga, al objetivo seleccionado. La presencia del francotirador tiene que pasar desapercibida, y sólo debe utilizar una bala por blanco. La posición, la perspectiva y el pulso son cruciales. Y de esta manera funciona el dispositivo literario de Juan Carlos Onetti. En sus disparos de ficción se evidencia la problemática de la resolución formal, de tal modo que todos los elementos que se trenzan en la narración dependen del desplazamiento y la arbitrariedad de los puntos de mira, que se subordinan al enfoque del sujeto de la enunciación. En su orbe literario las historias son relativas, parciales y arbitrarias, aunque la mayoría proceden de una imagen -objetivo- bien definida. Onetti apunta y dispara. Esto es, la imagen dispara la ficción y pone en marcha un mecanismo múltiple de infinitas conjeturas, adivinaciones, especulaciones, deducciones y reflexiones. Onetti continuamente da en el blanco. Sin embargo, aunque investiguemos la trayectoria de la bala, nunca estaremos seguros de la posición exacta del francotirador ni de la munición utilizada.

Calibre 38

Existe una extraordinaria fotografía del uruguayo en la que apunta indolente a la cámara con una pistola. Y es que Onetti es todo un personaje. Un personaje algo anacrónico (como la mejor literatura), esquivo, solitario y bastante huraño. Era un hombre de silencios en sus conversaciones, con cierta tendencia a la síntesis, «ente-resumen», que solía poner en guardia a sus interlocutores. Por estas razones -y algunas otras- concedió escasas entrevistas, hasta que se volvió más tolerante y permisivo en Madrid, donde permaneció exiliado desde 1975 hasta su muerte en 1994. Precisamente, a propósito de una de estas conversaciones madrileñas en las que aceptaba ser interrogado tumbado en la cama y parapetado de libros, Teresita Mauro cuenta la siguiente anécdota: «cada vez que intentaba hablar de su último libro, me apuntaba con el revólver calibre 38 -hermoso mechero que acaba de traerle Dolly como recuerdo de su gira musical por Suiza-. Obviamente me asegura que posee permiso para portar armas» (Mauro, 1990: 45). La imagen, que nos remite a la foto señalada, es reveladora: Onetti (nos) apunta (con la bala o la pluma) y (nos) dispara. Así es su imaginario narrativo: donde pone el ojo, pone la bala. Su precisión es absoluta a la hora de colocar palabras que sugieran mucho y susciten ambigüedad. Explica Onetti: «mi mejor ambición es conocer casi todas las palabras que están a mi disposición en el diccionario, que yo podría usar sin repugnancia [...] y emplearlas con tal exactitud que no admitieran sinónimos, y en el momento preciso. Esta ambición irrealizable alcanzaría, supongo, para llenar los años de vida activa de un escritor» (1976: 208). Esto se cristaliza en una escena de Cuando entonces, en la que Lamas comenta que su «escritorio ideal» debería tener una multitud de cajoncitos que vendrían a fungir de archivos para adjetivos, adverbios, sustantivos, etc. La palabra exacta tiene el poder de modificar un destino, como lo tiene una bala certera, del calibre 38, el más célebre y común en el mundo policial -tan caro a Onetti- desde los cincuenta a los ochenta. Un calibre «especial», como la prosa de Onetti, cuyo estilo «es tan eficazmente funcional desde la primera hasta la última línea que parece invisible, no estar allí, desaparecer en lo que narra, el supremo éxito de una ficción: no parecer escrita sino ocurrida, vivida» (Vargas Llosa, 2008: 139).

¡Bang!

El verdadero artista no debe pisar -habría de advertir el uruguayo- las huellas de otros, sino forjarse un camino propio. La trayectoria que siguió Juan Carlos Onetti no la encontró ni delante ni detrás de él, sino dentro. Y lo mismo sucede cuando leemos sus narraciones: Onetti aparece dentro de nosotros. Los lectores de este monográfico sentirán la expansión de la esencia onettiana creciendo en su interior a medida que vayan pasando las páginas. Los ensayos aquí presentados -con ilustraciones de Olga Rienda-, desde el primero de Mario Vargas Llosa hasta el último de Fernando Aínsa, dan cuenta de aspectos de su obra y su figura que no habían sido abordados anteriormente, arrojan nuevas luces y proponen insólitos cruces con motivos de su ficción, con otros autores u otras artes. Todos nos hemos convertido un poco en Onetti escribiéndolo. Así, hallamos diez francotiradores literarios (a los que agradecemos sobremanera su colaboración) que han disparado un sinfín de balas que vuelven a perforar la obra de este rioplatense universal, enriqueciéndola para sus lectores, neófitos o adictos. Porque Onetti es la marca registrada de un «escritor fracasado », que sigue triunfando y dura: «Durar frente a un tema, al fragmento de vida que hemos elegido como materia de nuestro trabajo, hasta extraer, de él o de nosotros, la esencia única y exacta. Durar frente a la vida, sosteniendo un estado de espíritu que nada tenga que ver con lo vano y lo inútil, lo fácil, las peñas literarias, los mutuos elogios, la hojarasca de mesas de café. Durar en una ciega, gozosa y absurda fe en el arte, como en una tarea sin sentido explicable, pero que debe ser aceptada virilmente, porque sí, como se acepta un destino» (Onetti, 1976: 22).

Ahora, sólo queda dar el disparo de salida: ¡bang!

Bibliografía citada

AÍNSA, F. (2002): «Una lección de piedad y resignación en el desamparo y la derrota. El melancólico despojamiento de certidumbres de la obra de Onetti», Actas del Coloquio Juan Carlos Onetti. Nuevas Lecturas críticas, París, UNESCO, pp. 213-216.

MAURO, T. (1990): «Conversaciones de Onetti», Juan Carlos Onetti, Barcelona, Anthropos, pp. 41-82.

ONETTI, J. C. (1976): Requiem por Faulkner y otros artículos, Buenos Aires, Calicanto.

VARGAS LLOSA, M. (2008): El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, Madrid, Alfaguara.

A. G. C.-UNIVERSIDAD DE GRANADA  

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