La conmemoración del cuarto centenario del Quijote de 1605 ha provocado una multitud de actuaciones de naturaleza muy diversa, no todas vinculadas al Quijote como texto literario. Sin duda, las más beneméritas son las que tratan de poner la obra al alcance de nuevos lectores gracias a ediciones que aúnan rigor crítico y accesibilidad. Quien quiera leer la novela cervantina tendrá, pues, todas las facilidades para ello. El acontecimiento, sin embargo, no parece que vaya a tener las consecuencias del tercer centenario —tan próximo a fechas claves de nuestra historia y de nuestra literatura— en cuanto al papel otorgado al Quijote por las nuevas generaciones de escritores y en cuanto a la trascendencia de las respuestas críticas suscitadas entonces. El pasado literario no es ahora motivo de confrontación y no resulta probable que la novela cervantina se vaya a convertir en estandarte de grupos o generaciones de escritores. La respuesta de la crítica, por su parte, se caracteriza desde hace años por su heterogeneidad, tanto la que sigue las sendas de las nuevas teorías críticas como la que se atiene a acercamientos más filológicos o tradicionales.
Esta pequeña muestra crítica refleja también cierta variedad, aunque con predominio de uno de los aspectos en los que queda más por hacer: el estudio de la recepción del Quijote. La ocasión del Cuarto Centenario no podía dejar de aprovecharse para, además de plantearnos qué dice a los lectores de hoy, tratar de responder la pregunta de qué modo fue entendido y qué papel desempeñó. Persiguen ese propósito los artículos de Anthony Close, Dominick Finello, Carmen Riera, Montserrat Escartín, Christoph Strosetzki y el mío. En otras perspectivas, Alberto Blecua presenta la hipótesis —muy verosímil— de la autoría cervantina para dos nuevos textos: la epístola «Al lector» y la «Dedicatoria» (a nombre de frey Juan Díaz Hidalgo) de las Obras de Diego Hurtado de Mendoza (Madrid, 1610). Javier Blasco sitúa la aparición del Quijote en relación con otras ficciones recién publicadas o de próxima aparición y en el contexto histórico y biográfico de Cervantes, en especial con el mundo literario de la época. Las diferentes alusiones de Cervantes a Avellaneda le llevan también a acotar de una manera muy precisa el ámbito en el que debemos buscar al autor escondido en dicho seudónimo. Si Bénédicte Torres estudia el comportamiento no verbal de los personajes —en abierto contraste con la ilusión caballeresca— como expresión de la dimensión paródica, Mary Gaylord enfoca la relación entre el decir y el hacer en el Quijote poniendo de relieve no sólo la importancia de la dimensión lingüística de la obra, sino también el papel de lo verbal, la imitación de modelos lingüísticos, en la construcción del personaje (el paso de hidalgo de aldea a don Quijote). Por su parte, Anthony Cascardi examina, situándolas en su contexto, las dimensiones históricas y la conciencia política del Quijote. José Montero desvela la habilidad técnica de Cervantes para el endecasílabo y su capacidad para acomodarlo al tema y la estructura de los sonetos insertados en el Quijote. Finalmente, Gonzalo Pontón, desde la perspectiva de que los discursos teóricos están inmersos en la historia (nacen de un sustrato de obras y autores), se plantea el papel desempeñado por el Quijote en el desarrollo del pensamiento literario contemporáneo (formalismo ruso, estilística, teoría de la ficción y teoría del canon).