Ínsula

Introducción

por Teresa Gómez Trueba

Ínsula nº 705, septiembre 2005

En este divertido fragmento inédito, destinado por Juan Ramón Jiménez a un libro, también inédito hasta la fecha, titulado Recuerdos, parece mostrarse el poeta muy consciente de la opinión y el extraño efecto que tanto su aspecto como su comportamiento tendían a suscitar en los demás:

… basta que una vez se haya dicho que yo soy un loco para que la idea haya quedado en el sol del día o en la luna de la noche. Los chiquillos, sobre todo, no lo olvidan y tiene verdadera gracia el sentimiento confuso que ellos tienen de mí: un hombre pálido, con barba en punta, con nariz aguileña, con cabello partido, como Jesucristo. Recuerdo estas expresiones. De una chiquilla: “¡ay! se parece a San Juan” —al San Juan de la Iglesia del pueblo, con su manto grana y su palma de oro—; de otra: “Es un hombre que riñe mucho” —yo no riño nunca—; de un chiquillo a otro al asomarse a una ventana de mi cuarto: “Mira, ahí está siempre un hombre leyendo disparates…

Y a mí me invade una gran dulzura, preñada como de llanto…» [ 1 ] .

Es el de Juan Ramón Jiménez un caso insólito en el panorama de la poesía española del siglo xx. Por un lado, casi unánimemente aclamado por la crítica como uno de los más importantes poetas españoles contemporáneos (baste echar un vistazo a los ya clásicos trabajos que en su momento le dedicó Ricardo Gullón), atribuyéndosele incluso la paternidad de una nueva e influyente concepción poética que marcaría en lo sucesivo el devenir de la poesía española en manos de las nuevas generaciones. Por otro, es Juan Ramón para muchos lectores —más o menos conocedores de su obra— un personaje oscuro y bastante antipático. La leyenda negra forjada durante años en torno a la figura de Juan Ramón parece continuar viva. Son muchos los que se preguntan por qué, cómo explicar esa incomprensión que supuestamente padeció en vida, pero que también ha seguido sufriendo mucho tiempo después de su muerte. Sin embargo, llegados a estas alturas, discutida tantas veces la presunta culpabilidad o inocencia de Juan Ramón en tantas riñas, tantas polémicas y malentendidos con los otros poetas de su época, a la luz del fragmento transcrito, así como de otros testimonios similares del propio autor, quizá debamos sospechar que no le disgustaba tanto a Juan Ramón Jiménez ese papel de aislado y solitario, poeta un tanto maldito e incomprendido por parte de sus contemporáneos. En realidad, creo que ya es hora de olvidarnos de su ya casi mítico mal carácter, que tan poca importancia tiene para la historia de la literatura, de las numerosas controversias protagonizadas con sus discípulos (a no ser que éstas nos alumbren algún aspecto de sus respectivas concepciones poéticas, como ocurre sólo algunas veces), o de si fue un buen marido con Zenobia —chismes, al fin y al cabo, de la historia literaria— y centrarnos solamente en su Obra .

Pero dejando a un lado la cuestión de su antipatía, de su «locura»…, tampoco su obra ha salido siempre bien parada ante el juicio popular. Si nos asomamos a algunos clásicos manuales de literatura española del siglo xx, observamos con sorpresa que en ocasiones Juan Ramón ha sido prácticamente silenciado. En otras, apelando al hermetismo de buena parte de su escritura, convertido en un «raro». Y, aun en el peor de los casos, y seguramente debido a una lectura parcial centrada casi exclusivamente en su primera época, superficialmente asociado con una obra excesivamente delicada y sentimental, dicho esto en el peor sentido de la palabra. No cabe duda de que la gran popularidad de Platero y yo y su errónea identificación como un libro «tierno», «suave», «blando», en equívoca asociación a la obra de los mismos calificativos que su autor le confiere al burro protagonista, han hecho a nuestro autor el flaco favor de dejar en la sombra para muchos lectores una inmensa y ambiciosa, como pocas, obra poética, bastante diferente —o al menos en apariencia— al mundo retratado en la popular historia del burro de Moguer.

Con todo ello no quiero decir que haya sido Juan Ramón un poeta descuidado por la crítica. No tenemos más que echar un vistazo a la útil bibliografía elaborada por Antonio Campoamor (Moguer, Fundación Juan Ramón Jiménez, 1999) para comprobar que ésta es prácticamente inabarcable y que, a pesar de todo lo dicho, siempre ha suscitado este autor el interés de muchos estudiosos de todo el mundo. Son numerosísimos los trabajos de toda índole que se han dedicado a su poesía, así como las ediciones y traducciones de la misma que siguen apareciendo casi medio siglo después de su muerte. Y, curiosamente, mientras muchos de esos trabajos mantienen cierto tono de reivindicación para Juan Ramón del papel que merece ocupar en la historia de la poesía española contemporánea, pervive aún esa resistencia popular a reconocerle un puesto al lado de otros grandes, como pueden ser Antonio Machado o el mismo Lorca y, por qué no decirlo, también cierta resistencia a leer su obra, si exceptuamos los mismos y pocos poemas muy conocidos que una y otra vez figuran en todas las antologías. Sin duda, respecto a esto último, habría que añadir que la lectura de los dos excelentes poetas recién mencionados resulta algo más fácil que la de nuestro autor.

Este monográfico sobre Juan Ramón Jiménez se suma a todo ese caudal de trabajos y, una vez más, con la misma intención reivindicativa. Aparece fundamentalmente este número con motivo de la inmediata publicación, en la colección que dirige Claudio Guillén, «Biblioteca de Literatura Universal», para la editorial Espasa Calpe, de una edición de la Obra poética (en verso y prosa) de Juan Ramón Jiménez, que coordino junto al profesor Javier Blasco y en la que colabora una amplia nómina de especialistas, encargándose cada uno de ellos de la edición (introducción y notas) de al manos un libro de entre todos los publicados. Convencidos de que esa errónea valoración popular de la obra de Juan Ramón se debe en no poca medida a un no muy favorable estado editorial de la misma, nos gustaría que esta nueva edición contribuyera a poner a Juan Ramón en el candelero (buena ocasión además para ello, si tenemos en cuenta que están a punto de cumplirse los 50 años de la concesión del Nobel), pero ante todo con el propósito de que sea más y mejor leído.

Si es verdad, como decía más arriba, que a Juan Ramón se le ha editado mucho en estos últimos 50 años, también lo es que hoy por hoy muchos de sus libros más importantes son inaccesibles, agotadas tanto la edición de Primeros libros de poesía y Libros de poesía, que Agustín Caballero o Francisco Garfias propiciaron en la editorial Aguilar, la edición colectiva dirigida por Ricardo Gullón para la editorial Taurus, con motivo del Centenario del nacimiento, así como los extensos volúmenes antológicos de prosa publicados también por Garfias en Aguilar o por Arturo del Villar en Seix Barral. Tampoco existen ediciones críticas de sus libros más importantes y muchos de los que él planeó con cuidado y esmero a lo largo de su vida siguen siendo inéditos y desconocidos para el lector. Es verdad que se ha emprendido con gran éxito (Sánchez Romeralo con La realidad invisible , o Alegre con los textos de Lírica de una Atlántida ) la reconstrucción y edición de algunos libros que el poeta dejó inéditos, pero es todavía mucho el camino que resta por recorrer en este campo.

Nuestra edición vuelve a ofrecer la posibilidad de lectura para muchos libros de verso que estaban agotados; reconstruye la casi totalidad de libros de prosa poética inéditos hasta este momento o sólo parcialmente editados y, con el amplio sistema de notas que acompañan a los textos, pretende orientar —nunca condicionar— la siempre difícil lectura de su obra. Con esta edición nos proponemos también traer un poco de orden en la confusión que presenta el estado editorial de la obra juanramoniana. Es cierto que no han dejado de aparecer nuevas ediciones de sus libros y que esas ediciones salen a veces con el atractivo añadido de recuperar textos inéditos de sus archivos, pero el panorama editorial de su obra, lejos de hacerse más claro, ha ido confundiéndose con el paso del tiempo. El continuo goteo de inéditos a lo largo de todos estos años no siempre ha venido acompañado de una correcta ubicación de los mismos. El caso es que, para el lector actual, el conjunto conocido de la obra de Juan Ramón Jiménez supone una compleja maraña de títulos que se cruzan y solapan. Sin la pretensión de resolver aún todos los problemas que existen al respecto (todavía es bastante el camino que queda por hacer, e imposible además de llevar a cabo en su totalidad hasta que no contemos con una catalogación y digitalización de los archivos del poeta), en el caso de la obra en prosa poética, en nuestra edición hemos pretendido ubicar correctamente los libros hasta donde nos ha sido posible, teniendo en cuenta los planes editoriales juanramonianos. En lo que respecta a la obra en verso, se han publicado solamente los libros que Juan Ramón dio en vida, dejando para más adelante el trabajo de publicar y situar en el lugar adecuado los libros de verso que quedaron inéditos.

Teniendo en cuenta la complejidad del diseño editorial que el autor ideó para la agrupación de su Obra Completa, si la previa labor ecdótica por parte del filólogo es siempre importante, más quizá lo sea en el caso de Juan Ramón Jiménez que de ningún otro autor del siglo xx. Así en este número se incluyen dos artículos (el de José Antonio Expósito Hernández sobre los problemas editoriales de la obra en verso y el mío sobre los problemas editoriales de la obra en prosa) que tratan de revisar el estado editorial de su obra y los problemas que éste ha planteado y sigue planteando, haciendo una propuesta para llevar a cabo de la manera más adecuada la reconstrucción y edición de ambos corpus poéticos. Por su parte, Carlos León Liquete revisa y plantea soluciones para los problemas de edición de la poesía última, al tiempo que nos da una serie de claves para entender la poética juanramoniana de aquellos años. En otro artículo, Alfonso Alegre nos da noticia de la edición que está preparando del Epistolario de Juan Ramón, analizando todos los problemas textuales que plantea la reconstrucción de este proyecto. Y hay que decir que, dada la importancia que Juan Ramón Jiménez otorgaba a la edición de sus cartas dentro de los proyectos de edición de sus Obras Completas, queda demostrada una vez más la compleja y ambiciosa concepción juanramoniana de la Obra, en la que Vida y Obra tienden a borrar sus fronteras, en un Todo, inmenso o, más bien, infinito.

Convencida de que una correcta edición de la obra que ubique a los textos en el lugar que les corresponde, siempre teniendo en cuenta los planes editoriales juanramonianos, alumbra nuevas lecturas e interpretaciones de la misma, se completa este monográfico con una serie de artículos que pretenden revisar y poner al día el estado crítico de la obra de Juan Ramón. Graciela Palau de Nemes nos ofrece nuevos documentos biográficos del poeta, en adelanto del esperado Diario 3 de Zenobia Camprubí, completando y aclarando aspectos de los últimos años de la vida de ambos en América; algunos bastante polémicos, como el del posible regreso de Juan Ramón a España antes de su muerte. También acerca de la biografía de los últimos años de Juan Ramón nos habla Luis López Álvarez en un artículo sobre su actividad en el exilio y su compromiso con la República, experiencia trágica, pero que paradójicamente le abre a nuevas vivencias que, además de sacarle de cierto aislamiento en el que estaba viviendo en Madrid, dilatan su obra «hacia regiones insospechadas».

La inusitada extensión de la obra poética juanramoniana, abarcando varias etapas fundamentales de la historia de la poesía española del xx, incluso siendo en ocasiones precursor de ellas, han hecho siempre de nuestro autor un poeta de difícil encasillamiento para los autores de manuales, que por lo general se conforman con desecharlo a una intermedia, difusa y poco definida «Generación del 14». Durante años, a medio camino entre el Modernismo y la Vanguardia, y superando incluso a ésta con sus últimas obras, tan ambiciosas como difíciles y poco leídas, la relación de nuestro autor con ambos movimientos fue bastante compleja, entre pionera y disidente. Los trabajos de Richard Cardwell y Francisco Javier Díez de Revenga nos ayudan a poner las cosas en su sitio a este respecto. El caso de Juan Ramón Jiménez y su difícil ubicación en las Historias de la Literatura nos acerca a la polémica Modernismo-98, hoy parece que bastante superada, una vez que la mayor parte de los críticos han reconocido lo pernicioso que resultó para la historiografía literaria española del siglo xx la popular dicotomía entre esos dos movimientos estéticos. Cardwell nos habla de un Juan Ramón plenamente integrado en el Modernismo español, pero de un Modernismo de mayor alcance, muy distinto a aquel estrecho y superficial del que, casi en términos peyorativos, se habló durante años. Por su parte, Díez de Revenga aclara algunos puntos del distanciamiento de Juan Ramón con los jóvenes vanguardistas, especialmente Gerardo Diego; un distanciamiento, creo, más personal que estético.

Sabido es que gran parte del pensamiento estético que Juan Ramón Jiménez fue vertiendo en infinidad de textos —conferencias, aforismos…— versaba acerca de las diferencias entre el verso y la prosa en la creación poética. Juan Ramón dedicó a lo largo de su vida tanto tiempo y esfuerzo a escribir prosa —poética o no— como a escribir poesía en verso. Pero, si exceptuamos a Platero y yo, aquella ha sido durante años bastante desconocida para el lector. La razón es evidente: sorprendentemente nuestro autor nunca se decidió a publicar en vida tantos y tantos libros de prosa poética como fue proyectando y escribiendo. Desde el pionero trabajo de Michael Predmore sobre la obra en prosa de Juan Ramón Jiménez (Madrid, Gredos, 1966), el interés por esta importante parcela de su obra ha ido creciendo entre los críticos, se han incrementado las ediciones de prosa y los trabajos sobre la misma, y también en este número se le ha querido prestar especial atención. La decisión de Juan Ramón al final de su vida de prosificar sus poemas en verso (llevada a cabo por Sánchez Romeralo en Leyenda ) sigue siendo decisión muy discutida por críticos y lectores. En esta línea, Howard Young ahonda en el revolucionario pensamiento juanramoniano sobre la prosa como vehículo idóneo de expresión poética, y en los motivos de ese relativo desconocimiento por parte de los lectores del Juan Ramón prosista. John C. Wilcox, que ha preparado la edición del libro Crímenes naturales, para la edición de Obra poética (en verso y prosa), de Espasa Calpe, nos demuestra en su trabajo lo dicho más arriba: una adecuada edición de las desconocidas prosas juanramonianas alumbrará nuevas facetas de su escritura, revelándonos a un Juan Ramón Jiménez bastante ignorado. En el trabajo de Wilcox se nos habla de un Juan Ramón que se muestra, sobre todo en sus prosas tardías, sobrecogido y atraído a un tiempo por el lado más horroroso y espantoso del mundo; muy distinto, por lo tanto, de ese otro más conocido, cantor de la plenitud y la belleza.

A modo de apéndice, se cierra este monográfico con una entrevista de Carmen Cañete Quesada a la poeta cubana Serafina Núñez, una de las retratadas por el poeta de Moger en Españoles de tres mundos, donde habla extensamente de Juan Ramón, recordando la amistad que mantuvieron durante la estancia del poeta en Cuba.

NOTAS

  • [ 1 ] Se trata de un original autógrafo conservado en el Archivo Histórico Nacional de Madrid.

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