Ínsula

Francisco Ayala en Ínsula

por Luis García Montero

Ínsula nº 718, Octubre 2006

El tono de los escritos de Francisco Ayala suele caracterizarse por una calculada inteligencia, un pudor reflexivo que esconde los deseos de reivindicación o los desahogos sentimentales en las bodegas de la objetividad. Sin embargo, al fallecer su amigo José Luis Cano, sintió la necesidad de dedicarle un artículo en El País (17 de febrero de 1999), en el que no quiso templar sus críticas a la farsa de la vida cultural española, cargada de prestigios superficiales y de ingratitudes profundas. Ayala reivindicaba a José Luis Cano, reconociendo su importantísima labor cultural durante los años más duros de la posguerra: «Ahora ha desaparecido José Luis sin que, en medio de la marabunta de tantos farsantes, gritones, arribistas y desaprensivos, se le haya apenas recompensado por lo mucho que con callado sacrificio hizo a lo largo de toda su vida en pro del decoro y dignidad de las letras españolas». No es habitual ese tono herido e hiriente en Francisco Ayala, pero brotaba en este caso desde lo más hondo de su experiencia histórica.

El escritor granadino había apostado durante sus años de exilio por la superación de cualquier nostalgia paralizadora. Seguir viviendo, seguir en el presente, significaba no sólo abrir los ojos a la realidad americana en la que una mayoría de exiliados necesitaba reconstruir sus destinos, sino también permanecer atentos a la situación interior de España. Más que en la mitología sentimental del país perdido con la derrota de la II República, Francisco Ayala se interesó en conocer las transformaciones, los síntomas, los matices de cada voz y de cada grupo, las posibles ventanas abiertas en la sociedad franquista, aquellos huecos que permitieran establecer un diálogo de aire limpio bajo el cielo sórdido de la dictadura. Ayala era consciente de que resultaba imposible el estancamiento decimonónico pretendido por las consignas oficiales. Sabía, además, que la situación internacional había cambiado con la Segunda Guerra Mundial, y que la unificación tecnológica del mundo invitaba a buscar horizontes culturales amplios, modelos de pensamiento que debían entrar en diálogo y en tensión con otras tradiciones culturales. Ya en los primeros ensayos escritos en el exilio advirtió que parecía aconsejable una unión latina (España incluida, por supuesto), para hacer frente a los nuevos poderes que procuraban ordenar la realidad. Recordemos que Argentina vivía entonces una época dorada, con un bienestar económico sin sombras y una industria cultural de primera magnitud, dispuesta a rivalizar con los otros puntos de referencia del progreso mundial. No era extraño, pues, que la revista argentina Ínsula propusiese a debate público, en 1945, la pregunta «¿Es posible una unión latina?». Y tampoco era extraño que el autor de Razón del mundo (1944) contestase de forma decidida: «¿Que si considero deseable la unión latina? No ya deseable, sino condición de nuestra ulterior existencia como factores de cultura. Faltando alguna organización como esa, que incorpore nuestro peculiar sentido de la vida en una estructura provista de aptitud histórica, no nos restaría sino servir de campo de la actuación de los pueblos que, activados por un poder político incontestable, están sintiendo la tentación de elevarlo a criterio y medida de toda cultura».

Cuando Francisco Ayala puso en marcha la revista Realidad , en el Buenos Aires todavía deslumbrante de 1947, quiso con especial interés dar información de la vida cultural española, reseñando él mismo algunos libros significativos, como la novela Nada de Carmen Laforet, o publicando artículos y cartas enviadas desde España. Fue la actitud de alguien consciente de que la historia no podía paralizarse ni siquiera bajo las banderas, tan pobres como prepotentes, del franquismo. Pensaba, además, que sólo la dinámica interior permitiría el surgimiento de un nuevo país democrático al que pudiesen regresar los exiliados. Ayala, por ejemplo, no dudó en aceptar el diálogo que propuso, desde el interior, José Luis L. Aranguren en su famoso artículo «La evolución espiritual de los intelectuales españoles en la emigración» (1953), publicado en Cuadernos Hispanoamericanos . Como era lógico, las consideraciones de Aranguren levantaron muchas suspicacias, que se matizaron en una «Respuesta de los intelectuales españoles en la emigración a José Luis L. Aranguren », publicada en Cuadernos Americanos , en julio-agosto de 1954. Pero la opción personal, reflexiva y solidaria, de Francisco Ayala quedó reflejada en una carta a su amigo Max Aub, con fecha del 15 de junio de 1953: «Todos los esclarecimientos sobre el artículo de Aranguren coinciden con el cuadro que por otro lado ya me habían pintado. Yo no creo, dada la situación, que sea lo mejor echarse encima, y cerrarse a la banda, desanimando así las buenas voluntades que son resquicios únicos por los que aquella gente respira, ya que nada de eso tiene importancia práctica en orden al régimen imperante, tan indiferente a las opiniones de los intelectuales de allí como a las nuestras. Por eso, la contestación colectiva que habéis pensado, en Cuadernos Americanos, me parece mal. Por eso y porque creo que si hay un error en el artículo de Aranguren consiste en englobar a los intelectuales y sacar conclusiones generales que ni siquiera aproximadamente son ciertas. No hay tal grupo. La única aglutinación es la de carácter político, y esa no vale para los efectos actuales y a la fecha de hoy».

Podemos afirmar que la revista española Ínsula , bajo la dirección de su amigo José Luis Cano, fue para Francisco Ayala la voz de diálogo más clara y más fiable de la vida cultural española de la posguerra, un referente de seriedad literaria en tiempos de silencio o mediocridad, y de comunicación honrada con los escritores del exilio en años de olvido y negación. Por eso no dudó el pudoroso escritor granadino en elevar el tono a la hora de reconocer en 1999 todo lo que había hecho Jose Luis Cano «en pro del decoro y dignidad de las letras españolas». Y es que, ya en diciembre de 1949, en el número 48, la revista había publicado una reseña de Los usurpadores, firmada por Ricardo Gullón. Poco después, en el número 51, Gullón escribía sobre La cabeza del cordero, uno de los libros de Ayala más perseguidos por la censura franquista. Defender en marzo de 1950 la calidad del escritor, la mesura de sus puntos de vista y su conciencia crítica, suponía un acto de libertad editorial e independencia que no pasó desapercibido a los responsables culturales del franquismo.

Desde entonces fue constante la presencia de Ayala en Ínsula , a través de las colaboraciones del escritor (cuentos y artículos de crítica literaria), o de reseñas de sus libros, estudios de fondo sobre su narrativa, ent revistas , noticias de actualidad, homenajes, etc. En este número dedicado a Francisco Ayala con motivo del centenario de su nacimiento, hemos intentado recoger una muestra significativa de la presencia del escritor en Ínsula . Los diversos ejemplos dan cuenta de una evolución cultural iniciada en años difíciles, cuando la revista buscó los primeros contactos con los escritores exiliados al final de la Guerra Civil, y concluida en una época de reconocimientos, homenajes y normalidad. Distintas situaciones reflejadas por las reseñas históricas de Ricardo Gullón, o por la entrevista con José R. Marra-López en 1963, el mismo año en el que el crítico publicaba su Narrativa española fuera de España. 1939-1961 , o por las reseñas de un jovencísimo José- Carlos Mainer, que dedicó sus primeras apariciones en público a la reivindicación de los escritores del exilio. Y así hasta el homenaje que la revista le dedicó en 1999, números 625-626, bajo el lema «El sentido y los sentidos».

La presencia de Francisco Ayala en Ínsula confirma lo que el propio autor escribió en 1986 para celebrar los cuarenta años de la revista: «Los esfuerzos realizados aquí por un puñado de jóvenes escritores para asomarse al mundo y abrir una rendija de luz, bien merece el calificativo, no ya de tenaces y denodados, sino incluso de heroicos. Desde fuera, no es que los viéramos nosotros como una esperanza —a tanto no hubiera podido llegar por aquellas fechas el optimismo de nadie—, pero sí, desde luego, como un aliento de vida espiritual e intelectual con el que podíamos entablar siquiera una tenue corriente de solidaridad». Poco a poco el aliento tenue se convirtió en realidad normalizada. Enhorabuena a Francisco Ayala. Enhorabuena a Ínsula .

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