Ínsula

Los Baroja y Andalucía

por Pío Caro Baroja

Ínsula nº 719, Noviembre 2006

La bajada a Andalucía

El bajar a Andalucía y al Mediterráneo ha supuesto para los distintos miembros de mi familia encontrar nuevos horizontes, una luz y un aire distintos, unos colores y unos olores en paisajes amplios con paños de olivares, celajes claros y pueblecitos blancos que tan maravillosamente pintó mi hermano Julio. Con las pupilas abiertas de par en par hemos llegado a Andalucía a respirar olores de datura o damas de noche, embriagados como amantes que sienten en la piel la caricia suave de la brisa del mar. Mi hermano Julio, uno de los últimos en bajar, ha dejado escritas estas sensaciones, igual que antes lo hiciera su abuelo Serafín, sus tíos, mi madre o yo mismo. Amando a esta tierra ligada a nuestras vidas desde siempre, desde hace ya cientos de años.

Los primeros en bajar fueron los Caro de Tavira, vizcaínos de cuchillo y horca que lo hicieron en 1212 a la batalla de las Navas de Tolosa. Eran parientes mayores del Duranguesado, tenían torres de linaje en lo que es hoy Vizcaya, y a instancias del rey de Castilla Alfonso VIII, bajaron con ocho mesnadas de criados y deudos con el pariente mayor Diego López de Haro a luchar contra los moros. Con ese motivo cambiaron el viejo escudo de armas, con la espada desnuda en alto, por el de la orla con ocho calderos, seguramente cargados de habas cocidas y carne de jabalí seca para alimentar a sus guizones. En la batalla, cuenta la Historia, lucharon en primera fila y cuando llegó el reparto y botín les tocaron extensos paños de olivar y se afincaron en Andalucía, en la campiña sevillana y fueron enterrados en Carmona en la iglesia de Santa María la Mayor, la vieja sinagoga, con su escudo y sus ocho calderos de cobre planeados a mano ya vacíos, por supuesto. Descendiente de ellos fue Eduardo Caro, el viejo magistrado de la Audiencia de Sevilla y su hijo, también Eduardo, mi abuelo, que casó en Málaga con Julia Raggio, descendiente de una familia linajuda de Génova llena de orlas de marqueses y cardenales, que debió de llegar a comerciar al puerto de Málaga a comienzos del siglo XIX , al igual que otras familias italianas instaladas en estos puertos como los Caffarena, los Mapeli y los mismos Picassos, o Alberti, genoveses.

Siglos después de que llegaran los Caro de Tavira a la batalla de las Navas de Tolosa, y se asentaran en Carmona donde yacen sus restos, bajaron los Baroja esta vez hasta Sevilla en diligencia y luego por vericuetos en ancas de mula hasta el minado de Río Tinto, en Huelva. Fue mi abuelo Serafín Baroja y Zornoza quien llegó al poblado en 1886, recién casado con Carmen Nessi y con su suegra Gertrudis Goñi y Alzate. De ello dejó constancia Serafín en una serie de dibujitos que se encuentran en Itzea, de los que habló mi hermano Julio y yo mismo en mis apuntes sobre aquel abuelo fantástico. Y para que esta memoria no se olvidara escribió además una ópera, Pudente, que sucedía en tiempos del emperador Trajano, en la que los mineros de Tarsis entonaban sus gorgoritos con canciones y zortzicos de sus amigos músicos y versolaris. Total nada.

El viaje en diligencia desde Madrid a Sevilla y luego a lomos de caballería fue para los tres personajes un acontecimiento en sus vidas, cruzar con el cascabeleo de los collarones de las mulas entre paños de olivares, respirar nuevos aromas, oír nuevas voces con nuevos acentos y nuevas canciones, y nuevos sabores fue para ellos un descubrimiento de sensaciones agradables y extrañas. Mi abuela, muchos años más tarde, me mecía en la cuna entonando viejos fandanguillos y tanguillos oídos entonces, y me adormecía con cuentos de caballistas y bandoleros, que ya su hijo Pío había descubierto y descrito en ambientes camperos entre mozas de tronío como «La Aceitunera» en su preciosa novela La feria de los discretos y Pacheco el bandolero romántico. Quizá de aquí mi ligazón infantil con los poetas andaluces del 27 y sobre todo con Fernando Villalón:

Diligencia de Carmona, la que por la vega pasas caminito de Sevilla con siete mulas castañas, cruza pronto los palmares no hagas alto en las posadas, mira que tus huellas huellan siete ladrones de fama. Diligencia de Carmona, la de las mulas castañas.

La vida de Serafín en la mina fue de trabajo, de fantasía y de grandes ilusiones perdidas cuando el gobierno decidió vender la mina a los ingleses. Pero Serafín se llevó muchos recuerdos que aflorarían a lo largo de su vida, para empezar dos hijos Darío (1869) y Ricardo (1870), allí nacidos, dos hijos andaluces y un nombre, Pudente, que encontró escrito en la pared de una galería y que le sirvió nada menos que para escribir el libreto de una ópera. Su hijo mayor, Darío, moriría en Valencia con veinticuatro años, y Ricardo, de nación andaluza, al que el pintor Daniel Vázquez Díaz llamaba «paisano», fue hombre de ingenio como su padre, y a lo largo de su vida también dejó muestras de amor por esas tierras, como puede verse en los cuadros que pintó hacia 1928 a raíz de su viaje a Córdoba, cuadros y grabados que hoy día lucen en el Museo de Córdoba, y que regaló a su amigo y compañero Julio Romero de Torres cuando éste decidió hacer un museo con sus obras en la famosa plaza del Potro. Recordemos que Ricardo fue gran amigo de los hermanos Romero de Torres y que Julio fue uno de los que contribuyeron con Ricardo a sufragar los gastos de la epístola florida que escribió Valle-Inclán y que facilitó la boda de la malagueña Anita Delgado con el Marajá de Kapurtala. ¡Ahí es nada!

Don Pío y Andalucía

Pero fue Pío el más andaluz de todos. Don Pío tuvo siempre en Córdoba fervientes admiradores a raíz de la publicación de su novela La feria de los discretos (1905), y que frente al «andalucismo» risueño y vulgar o las estilizaciones e imágenes de «la España de pandereta », la novela sirvió de reactivo para mostrar una imagen más seria y profunda de Andalucía, cosa que reconocieron de pleno poetas distintos en temperamento y técnica a Pío Baroja, con Juan Ramón Jiménez en cabeza. Y se ha dicho y repetido que es una de las mejores novelas que se desarrollan en Andalucía.

La feria de los discretos se fecha en El Paular, en junio de 1905. Su acción tiene lugar en Córdoba durante la Revolución de 1868. Pío estaba fuertemente impresionado por una estancia prolongada en la vieja ciudad, que era la que más le gustaba de Andalucía, ideó una figura de héroe muy suya, la de Quintín, y en torno a él ajustó el fruto de sus observaciones, conversaciones y lecturas, hechas en la propia Córdoba, donde pudo tratar a bastantes supervivientes de la época crítica en que se centra la novela. La feria de los discretos es la feria de los oportunismos, en un mundo violento y romántico: en consecuencia es también una novela romántica, con su simbolismo moral como colofón. Pero acaso sean la riqueza en detalles y la interpretación muy personal de Andalucía lo que le dan más valor. Quintín, el personaje creado por don Pío, es un hombre práctico y sin escrúpulos que nos recuerda en parte o repite en César Moncada, de su otra novela mediterránea César o Nada . Quintín nace del amor de un Marquesito y la hija de un ventero de la serranía; su muerte y su amor entre olivares romeros y tomillos es de lo más bonito escrito por el autor, imagen clásica del bandolerismo andaluz, unidas y enlazadas en la acción con las aventuras del caballista romántico Pacheco y la moza de tronío. Amoríos que se mezclan en un ambiente de ciudad aristocrática vieja, con la Revolución del 68 como fondo, que muchos años después repite don Pío en el mismo terreno con otras novelas con nostalgia cargadas de historias y recuerdos, en su trilogía La selva oscura . La novela está enriquecida con cosas vistas, oídas y leídas sobre el campo andaluz, que el escritor teje con ambientes y personajes propios y prototipos. Yo estuve durante algún tiempo trabajando sobre esta novela para hacer un guión de cine, pensando que había una gran película, al que llamé Muerte en el olivar , por entender que era para el gran público.

Pero anteriormente don Pío ya había tocado en su quehacer literario a Andalucía en su novela marinera Las inquietudes de Shanti Andía (1911), donde llega esta vez por mar, suponemos que a bordo de la fragata La bella Vascongada, con don Ciriaco Andonaegui de capitán y Shanti Andía de joven piloto. La fragata llega a la bahía de Cádiz un día luminoso; allá lejos se ven Rota y Chipiona brillando al sol con sus caseríos blancos, y la costa baja con arenales rojizos hasta el Puerto de Santa María, y, en el fondo, los montes de Jerez y Grazalema, violáceos al anochecer. Capitán y piloto desembarcan en el puerto desde donde inician nuevos derroteros. Ahora es Cádiz el escenario de amores y nostalgia; los recuerdos van unidos. Hay en esta novela un capítulo intitulado «La palmera y el pino» que describe el primer sentimiento amoroso de un sencillo joven vascongado por una niña resabiada y dicharachera gaditana. Otra vez el País Vasco y Andalucía tantas veces unidas por mar y por amor. Es Cádiz el centro de nuevas aventuras marineras. No en balde los tíos de don Pío, hermanos de su abuela Gertrudis y de Doña Cesárea, Justo y María Goñi, eran pilotos de altura que iniciaban su singladura a las islas Filipinas desde Cádiz. Pesaban mucho en don Pío los objetos y recuerdos de la tía Cesárea en la calle del Puerto de San Sebastián (objetos que se conservan en la «sala verde» de Itzea) para pasar sobre ellos sin cargarlos de literatura. Don Pío escribe:

Desde cerca de la Maestranza contemplábamos la bahía de Cádiz, el mar, como un lago azul, se rizaba apenas por el viento: en los barcos comenzaban a brillar las luces, y en el puerto resplandecía una fila de faroles: el cielo de otoño, un cielo azul y rosa, sin una nube, iba oscureciendo. Las luces de San Fernando comenzaban a reflejarse en el mar.

Pero don Pío vuelve varias veces más a Andalucía, ahora a Sevilla y por tierra, aprovechando las correrías de Aviraneta en su novela La ruta del aventurero (1916). Era el 27 de septiembre de 1823 cuando llegaba una rueda de presos a la capital de Andalucía, y entre ellos el tío de su madre, Eugenio de Aviraneta. Todos fueron a parar a la subdelegación de policía. A don Eugenio lo llevaron al Salón de Cortes, un antiguo cuartel de artillería que antes había sido colegio de los jesuitas «De este lugar», cuenta don Pío, «se escapó Aviraneta deslizándose con una manta desde la ventana, y tomó camino de Gibraltar por Utrera, cruzó Ubrique internándose en la sierra de los Gazules, llegó a Jimena y después a Algeciras, donde embarcó hacia Tánger. De allí fue a Alejandría, a Misolonghi, donde se puso al servicio de Lord Byron». Don Pío escribe con orgullo «el único español que figuró en sus filas». Es allí, en la Cárcel de Cortes sevillana, donde lo ve Thompson, según lo cuenta novelablemente don Pío en El viaje sin objeto. Años mas tarde, en 1836, Aviraneta regresa a Cartagena y presencia la Revolución en Málaga con la muerte de Donadio, el 20 de julio de ese año, como escribe en Silueta s Románticas, «La gran emboscada de Málaga» . Pero aún hay más, porque también va a la prisión de El Puerto de Santa María, y poco después de salir de la cárcel es nombrado don Eugenio delegado de Hacienda y sube a Arcos de la Frontera con Ros de Olano y se entrevista con Narváez y duerme en el palacio de los Duques de Arcos (allí dormí yo también más de cien años después). Y otra vez vuelve don Pío a estas tierras en 1932, cuando va siguiendo la ruta del General Gómez (ver La expedición de Gómez) . Pío conocía bien el terreno andaluz; había estado en busca de sol, y recorrido Córdoba, Sevilla, Málaga, Cádiz, El Puerto de Santa María, Chipiona y Rota.

Pero me quedo con las ganas de hablar sobre otra novela La ruta del aventurero (1916), que corresponde al tomo VI de Las memorias de un hombre de acción, compuesta por dos novelitas que produce gran agrado leerlas, aunque se distancian algo del terreno andaluz y de la acción directa de Aviraneta, que no obstante participa en ambas.

Según la imaginación del escritor, son obra de un inglés singular y algo chalao, como dirían en Andalucía, un viajero romántico por esta España que tanto gustó a los escritores-viajeros o viajeros-escritores de los siglos XVIII y XIX , llamado Juan Hipólito Thompson, hijo de un taxidermista de Londres y que casa en Andalucía, donde debió de pasar gran parte de su vida. Las narraciones atribuidas a tan singular personaje son El convento de Montsant y El viaje sin objeto . La maravillosa novelita El convento de Montsant sucede en Ondara, lugar en la costa levantina llena de luz cegadora, con una historia de amor mediterráneo, de la que Visconti hubiera realizado una atractiva película, con rapto de monjita por militar enamorado y la complicidad de otros actores perfectamente dibujados, y mujeres que cautivan y nuestro inglés fantástico, con un fondo y una escenografía románticos, con la figura de Lord Byron al fondo. Historia que siempre me acompañó en mis sueños cinematográficos y que marca con dolor un punto de mi fracaso, por ser una de las obras más bonitas de don Pío, emparentada por este mar con su Laberinto de las sirenas.

En El viaje sin objeto, el protagonista es J. H. Thompson, el inglés más barojiano de todos, un personaje curioso y divertido, uno de esos ingleses que aparecían de pronto en sus novelas. Thompson recorre España de norte a sur, como sucedía con todos los viajeros que venían y vienen a España, incluso Brenan, para llegar a Andalucía, donde años después de sus aventuras se casa y monta un negocio en Málaga, dedicado al comercio de uvas, probablemente de uvas pasas. Toda la última parte de su viaje desde Madrid hasta su embarque con los filohelenos camino de Missolongui, se desarrolla en Andalucía. Las cosas que le suceden a este inglés fantasioso y ameno están siempre respaldadas por un marco de sucesos históricos y personajes reales que don Pío inserta en sus historias. Por otro lado, la descripción de las ciudades por las que pasa el amigo Thompson son de la España etnográfica de esos años: costumbres, formas de vivir y personajes populares que el inglés carga con los tópicos habituales: frailes trabucaires, bandoleros románticos, navajas y caballos, niñas y damas de melindre, y benefactoras que protegen a este inglés rubio y fantasioso. Sevilla, Sanlúcar, Trebujena, se describen y forman parte de una trama divertida entre la lucha política, violenta, con oficiales franceses petulantes y milicianos populares, gentes fanáticas o liberales, clásica del siglo XIX , todo ello con el baúl del romanticismo con el que viajaba don Pío por España.

Para Alcarrazas, Chiclana; para trigo, Trebujena, Y para niñas bonitas, Sanlúcar de Barrameda.

En su otra novela, Los contrastes de la vida, también de la serie de Las memorias de un hombre de acción, hay la historia de El niño de Baza , un gitanillo audaz y pinturero.

Pero volvamos otra vez a repetir la historia, porque en Los visionarios , novela última de la trilogía La Selva oscura , escrita a raíz de la caída de la monarquía, hace un reportaje muy de aquellos días, realizando un análisis de las causas de la caída del rey Alfonso XIII, con una crítica muy clara sobre los Borbones españoles. La novela se origina con un viaje a Andalucía en la que entra por Sevilla, describiendo la ciudad y sus personajes, completada con la vida en el campo andaluz, entre braceros y señoritos, con ideologías opuestas, de anarquistas y comunistas, y unas notas sobre el brote de la sociedad libertaria de La mano negra, cuyos hombres fueron juzgados y algunos ejecutados. Son especialmente literarios los capítulos dedicados a los caballistas y bandoleros más conocidos, con toda la literatura que creó el novelista Fernández y González sobre el tema, y la historia de esa asociación de braceros y campesinos, narrada por un viejo bracero anarquista que perteneció a ella. En ese mismo volumen va también otro reportaje sobre un tema distinto y situado en otro lugar de España, titulado Los milagros de Ezquioga , que le valió para que los elementos clericales del país se enfurecieran y le hicieran furibundas críticas e insultos. En la parte final de la novela vuelve a Andalucía con más reportajes sobre la situación política en Córdoba, muy distinta de su primera visión cordobesa de La feria de los discretos . Pero hay en las dos una semilla romántica sobre la libertad y el comunismo libertario: en La Feria , encarnada en Pacheco el bandolero, y en Los visionarios en todos esos braceros del campo andaluz.

Está claro que fue Córdoba la ciudad de Andalucía que más le atrajo a don Pío. El libro séptimo de Los visionarios se titula La ruina de la casa de los Baena, una historia sobre la rivalidad de dos familias de terratenientes, una de ellas con solera aristocrática y su hundimiento económico, precisamente en los años en los que anarquistas y sindicalistas luchaban por el reparto de tierras y las mujeres por el amor libre. Se cuenta en ella otra intentona popular por hacerse con la administración de un pueblo y su fracaso con la muerte de sus personajes más caracterizados, y el final de las tres mujeres de esta familia que antes fue rica y prestigiosa. Es una historia familiar muy andaluza, trágica y campera con parecida línea a las de otras narraciones barojianas en las que se mezcla el romanticismo revolucionario en esta sociedad fundamentalmente agrícola. Son novelas o narraciones del campo andaluz, con gran riqueza de personajes, visionarios los llamó don Pío. Esta novela fue presentada en el Ateneo de Madrid, en una jornada de la llamada «crítica de masas» que terminó con gran bronca en la que el autor fue abucheado por un grupo de reventadores dirigidos por el periodista Fernández Armesto, y defendido por un joven comunista llamado Félix Pumarega, según recordaba Francisco Pina, que asistió a la turbulenta sesión, y que Pío recuerda también en sus Memorias , en La galería de tipos de la época .

Pero aún hay más; en su novela Las noches del Buen Retiro escrita en Itzea en 1933, y publicada al año siguiente, hay en su final un viaje romántico del protagonista Jaime Thierry en busca de su amor perdido, Concha Villacarrillo, esta vez a un cortijo de Córdoba, donde está Rosa con su marido y sus hijos. Es una vuelta de don Pío otra vez a la campiña cordobesa, donde llega cargado de historia viva, de recuerdos y de romanticismo.

Recordemos que esta novela pertenece a la trilogía La juventud perdida, y es obra de madurez y de nostalgia hacia el tiempo pasado, «perdido» dice, novela que evoca su juventud madrileña con los arcos voltaicos, los coches de caballos, y las noches del Real con amores y desafíos. Novela por la que sentía predilección mi madre, que llegó incluso a escribir un guión cinematográfico que nunca hizo, y que me hubiera gustado realizar como un sueño de vida junto a ellos.

En su libro de versos Canciones del suburbio, publicado en 1944, hay recuerdos de Andalucía y tres poemas seguidos que apartando la rima podían ser escritos en prosa barojiana y que ocupan el centro de la publicación: el primero se titula «Vagabundos de Andalucía », el segundo es «Arcos de la Frontera», y el tercero es la romántica «Despedida de Diego Corrientes»:

Me voy, para no volver, a la otra sombría orilla; me voy para siempre, amigos, dejadme que me despida y diga al pueblo con pena: ¡Puerto de Santa María, no te volveré a ver más yo que tanto te quería!

Queda aparte naturalmente la biografía que escribió sobre Juan Van Halen, cuya sepultura se encuentra en el Puerto de Santa María.

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