La noche es un género literario que cultivan los vampiros y los asesinos en serie. Utiliza extrañas formas: la espesa veladura, el enigma, el fuego, donde escribe, entre luces negras, que la maldición del hombre está aún por llegar y cuando llegue será de noche.
Noche donde los mediocres mueren ahogados, los estúpidos utilizan el ardid de la afonía, los escrupulosos mienten mientras se masturban, de noche. Noches largas o cortas, amorales o místicas. Lo cierto es que establecen un mundo inverso en el que las virtudes declinan y los vicios se consideran excelencias.
Pero no hay que abusar de la noche: su putrefacción ilimitada dejó sin herederos al trono danés. No hay que olvidar que también por la noche asesinaron al Zar de Rusia, a su esposa, y a sus cinco hijos. Monarquías aparte, la noche es brutal para diletantes y revolucionarios. Cuando estallan las guerras siempre es de noche: tenebroso nocturno que desconoce el pavor y odia la paz del hombre. Noche de crímenes impunes donde un dolor nauseabundo persigue a los inocentes y premia a los culpables. Muerte y noche firman su gran alianza.
En contiendas íntimas la noche se rebela aliada de la traición. Sin ir más lejos, la otra noche, mi amante escondió sus mentiras en su corazón de hielo. Lo hizo como solían esconder los Médicis sus dagas florentinas, con una miserable sonrisa en los labios, sin apenas inmutarse, como un icono falso, peor que Judas Iscariote, a cambio de unas cuantas monedas, menos que treinta, y ninguna de oro.
Por eso me apuñaló, de espaldas, mientras yo me perdía sangrando en la noche perpetua.