Litoral

Rock español. Poesía & imagen

Litoral nº 249, 1º Semestre 2010

Insolente, rebelde y libertino, el rock & roll se empecina en nutrir una imagen sin domesticar: un visado de eterna juventud enfrentado a las inexorables leyes de la biología. Pero, he ahí el prodigio, envejecen y se acartonan sus héroes mientras su legado y sus señas de identidad perduran. Varias generaciones han crecido imantadas por la electrizante fuerza cultural de esta música. Sus canciones les han servido de catón con el que han aprendido lo esencial de la vida: el rock ha sido academia y pupitre, el silabario de los hijos de la calle. Y no es necesario, cabe expresar con altanería, que un Nobel para Bob Dylan venga a certificar el alto vuelo de su taller literario como no hizo falta que se le extendiera diploma sueco alguno a Borges para reconocer su asombroso talento.

Hay, qué duda cabe, una poesía del rock en España. Pero tal aseveración también está abierta a la controversia. Es lo que este número de Litoral, coordinado por Manuel Bellido Mora, intenta alentar, avivando un debate sobre si, intrínsecamente o no, se le puede adjudicar tal rango a todo lo que se escribe en el infinito y promiscuo universo rockero, pues se comporta abierto a toda clase de mestizajes.

El binomio formado por música y letra constituye un vehículo con una insólita capacidad de transmitir emociones y de contagiar ideas. Tanto es así que, en bastantes casos, el modelo del mundo que tienen los oyentes, e incluso su imaginario sentimental, reside en estribillos y versos. Las canciones, frecuentemente, han sustituido a los libros entre los aficionados al rock. Y esto no debe tomarse como una peligrosa desviación, como algo perverso, porque encierran gran riqueza expresiva y sintáctica. Contienen metáforas, imágenes y recursos poéticos poco comunes. Otras veces, por el contrario, se decantan por la inmediatez expresiva, incluso por lo banal, prescindiendo de todo adorno. Por eso, exentas de la música, algunas composiciones palidecen, muestran su traslúcido vacío. Sin el armazón del ritmo, buena parte de la magia de las letras se evapora. Y sin embargo se mantiene intacto su poder de comunicación. Pero... ¿ y la voz? El timbre vocal, delicado o brusco, abriga y realza el valor literario de las letras. La cadencia del verso halla su mejor complemento en la melodía y en la forma de entonarlo con las peculiares características del cantante. Cuando, de ese encuentro, surge la armonía, la canción alcanza todo su sentido en el que escucha.

Sobre este apasionante tema con gran riqueza de perspectivas reflexionan aquí, entre otros, Sabino Méndez, Kiko Veneno, Santiago Auserón, Gabriel Sopeña, Miguel Ríos, José Ignacio García Lapido y Antonio Luque Sr. Chinarro.

 

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