Litoral

Agua. Arte & Literatura. Editorial

por Lorenzo Saval

Litoral nº 259, 2015

Nada puede remplazarla, está en todas partes y es esencial para todas las formas de existencia. Esos dos átomos de hidrogeno y uno de oxigeno son la vida, nos dan el derecho a existir, a evolucionar y a desarrollarnos.

En la literatura y el arte, el agua se manifiesta de muchas maneras, y nosotros quisimos buscarla desde los tiempos más remotos como el elemento básico para la formación de las culturas. Excelsa es el agua, dijo Píndaro, y así quisimos tratarla en este Litoral, como algo sublime que mereciera toda nuestra atención y reflexión en cada uno de sus estados físicos y en todas las situaciones, posiciones y circunstancias en las que se nos apareciera. Empezando por esas partículas de agua que se encuentran suspendidas en la atmósfera, dando forma a las nubes, cúmulo de gotas que luego se precipitan en forma de lluvia para sembrar la vida en este planeta.

Y ese agua dulce que cae del cielo, mandada por quien sabe que Dios, para tenernos en vilo en este mundo, también está dentro de nosotros, unos cuantos litros llevamos encima y algo menos cuando nos desbordamos en sudores, lágrimas y alegrías. El agua nos conoce mejor que nadie, es la primera que interpreta los sueños cuando nos lavamos la cara por la mañana y luego nos acaricia con una suave y tibia transparencia en la bañera. Nos humedece y sabe consolarnos ante esa primera y más urgente ausencia que es la sed.

Y esos tres átomos que constituyen el agua también conocen la naturaleza mejor que nadie, porque la han modelado a su antojo, encendiendo los cielos, provocando nevadas y lluvias, dibujando ríos y lagos y cayendo por las cascadas con estruendo.

La poesía ha reconocido siempre el sonido del agua, cuando el grifo gotea y llueve y los paraguas se abren en la calle con cierta melancolía. Las gotas son notas mal escritas que desafinan siempre la primera vez que las escuchamos. José Emilio Pacheco decía que una gota está poblada de seres que combaten, se exterminan, se acoplan y que gritan en vano sin poder salir de ella, yo le creo porque les he sentido gritar en el tejado, acoplándose, fluyendo en los ríos y durmiendo en los estanques de los parques.

El hombre siempre ha necesitado domarla, dominarla y guardarla. La ha hecho prisionera en embalses pozos y piscinas, la ha metido en cañerías, botellas y mangueras, la ha hecho girar en máquinas y molinos y en ese fluir también el hombre la ha ensuciado, contaminado y negado. Pero el agua como todo ángel es terrible y ha sabido vengarse provocando inundaciones y sequías, erosionando la piedra, hundiéndonos, pero también apagando el fuego.

Este Litoral, este viejo barco, que ha tenido pintado el mar en el humo de las chimeneas, se sumerge en otras aguas, las únicas que nada podrá reemplazar. 

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