El jueves día 26 de marzo en el Palacio de la Moncloa, sede de la Presidencia del Gobierno, tuvo lugar el acto de entrega de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio al actor Manuel Alexandre por parte del Presidente, José Luis Rodríguez Zapatero. Estuvieron presentes los entonces ministros de Educación y Cultura, Mercedes Cabrera y César Antonio Molina, junto a otros cargos de entorno presidencial y medio centenar de invitados. De todo ello damos cuenta en las páginas que siguen.
Aquel encuentro se desarrolló en un clima afable y amistoso. Nada hacía presumible que ambos ministros no disfrutaran de la confianza del Presidente en el ejercicio de sus funciones. Tuve ocasión de mantener una breve conversación con César Antonio. Le dije que aunque sabía que estaba muy ocupado, me parecía importante que nos viésemos para hablar de unas cuantas cosas. Me respondió que era cierto, que tenía una agenda repleta, pero que íbamos a reunirnos en breve. A la salida del Palacio yo estaba con Helena Pimenta y vino hacia mí para despedirse. Me repitió: "Te llamo y nos vemos pronto".
Días después, el viernes 3 de abril, telefonearon desde su secretaría y me dieron cita para el 6 de mayo, "porque la agenda de abril estaba completa". El lunes 6 de abril salí de Madrid con Luis de Tavira, director de la Compañía Nacional de Teatro de México. Nos recluíamos para hacer juntos un trabajo de adaptación. La mañana del martes recibí una llamada: "Pon la televisión, ha habido cambio de gobierno y están hablando de los nuevos ministros. Han quitado al de cultura".
A los pocos minutos supe que la nueva ministra era la señora González Sinde, presidenta de la Academia de cine. Horas más tarde que el ex-ministro de Cultura se encontraba en El Cairo inaugurando una exposición en compañía del Embajador Antonio López, buen amigo mío, y que hubo que enviarle un avión militar para que al día siguiente pudiera entregar su cartera como mandan los cánones. La sorpresa inopinada debió ser mayúscula, cuando recibió una llamada en la capital egipcia comunicándole su cese.
La pregunta que surge de inmediato es ¿Por qué? Las razones que se apuntan parecen incidentales, aunque las tensiones surgidas a propósito del Instituto Cervantes puedan tener un calado de mayor envergadura. Las rabietas de un grupo de gentes del cine que constituyen un segmento privilegiado del medio, no podrían ser nunca razón suficiente. Un hombre que pretende ser ponderado, como el señor Rodríguez Zapatero, no se dejaría arrastrar por cuestiones tan superficiales y de simple apariencia o tacticismo barato. Entonces, volvemos a preguntarnos, ¿Por qué?
Nadie sabía nada ni nadie, en un plano institucional, ha sido preguntado, ignoro si alguien lo fue de modo personal. No tengo nada contra la nueva ministra a la que no conozco sino de nombre y a la que deseo, sinceramente, una buena gestión para bien de todos. Su actividad de guionista no parece sin embargo basamento suficiente a priori, para un cargo de dicha complejidad. Pesa en su contra en nuestro ánimo que el señor Rodríguez Zapatero nos obsequió en su primer gobierno, con aquel personajillo deplorable que fue Carmen Calvo: una ministra desastrosa en todos los órdenes que nos hizo perder tres años preciosos. Su simple recuerdo nos pone los pelos como escarpias.
Ciertamente el mundo de la cultura es más, mucho más que el cine. No se puede limitar a este campo el pensamiento cultural del Presidente del gobierno. Sería lesivo para el conjunto de los agentes culturales y para la ciudadanía. Por eso le pedimos que medite sobre lo que es un Ministro de Cultura. Nos sentimos zarandeados por este cambio que no comprendemos, que reduce tácitamente a la ciudadanía al vasallaje. Un gobierno democrático no puede hacer las cosas porque sí, ni pensar en la eliminación de este Ministerio como si fuera cosa de nada.
No obstante debo subrayar una vez más que mucha culpa la tenemos las gentes de la cultura, que no adoptamos actitudes consecuentes para articular formas de organización que dignifiquen a quienes trabajan en los diferentes campos, garanticen su integridad conceptual y desarrollen la conciencia cívica de la población. Todos los que se dedican al halago banal y la adulación servil en aras de sus intereses particulares, son los peores enemigos del gobernante y de la democracia. Desgraciadamente, nuestro país tiene una larga tradición de conductas similares. Pero la modernización y el desarrollo democrático no consisten tan sólo en construir grandes infraestructuras, ni en alcanzar apariencias de confortabilidad, sino en cambiar actitudes y comportamientos de quienes ocupan cargos públicos, y en esto nos queda mucho camino que recorrer.
Sería importante que el Presidente del Gobierno de hoy y también los que el futuro nos depare, hablaran con entidades y personas responsables sobre la cultura y su sentido, para que no se vea reducida a pura mercancía y a numerales económicos. Que abriera sus ojos a un paisaje más amplio que el del cine. No hacerlo nos acarreará una marcha paulatina hacia la mediocridad y el medro de los aduladores. Él decide y a él deberemos pedir cuentas.