A veces las noticias nos llegan de sopetón, reclaman urgencia y este artículo editorial debe reducirse en aras del bien común. Así ha sido en este caso. El Instituto Metroscopia nos ha ofrecido los datos de una encuesta de opinión de alcance nacional. La importancia que revisten las conclusiones, en las que el teatro aparece como la actividad artística hacia la que los ciudadanos reclaman atención prioritaria por parte del Ministerio de Cultura, nos eximen de otras explicaciones. Es obvio que hemos debido darle las páginas precisas a esta cuestión.
Después, con la presente entrega cerrada, se nos vino encima el golpe de Estado de Honduras. No es difícil establecer que la ADE rechaza con total contundencia este atropello a la legalidad constitucional de un país latinoamericamo. No hacemos sino sumarnos a las condenas adoptadas por Naciones Unidas, la Unión Europea, el Gobierno español e incluso el Jefe del Estado, que no suele pronunciarse tan expresamente en asuntos de esta índole.
Nuestros colegas hondureños nos han hecho llegar un comunicado de "repudio enérgico al golpe de Estado" y de "no reconocimiento al gobierno de facto representado por el señor Roberto Micheletti". Tenía prioridad a todas luces. Entre otras cosas porque a pesar del pronunciamiento en contra del golpismo de instituciones, partidos, Gobierno y Jefatura del Estado en nuestro país, la extrema derecha mediática visible, y la que lo es aunque se disfrace de cierto moderantismo, no ha perdido tiempo para el destilado de sus esencias. Hemos podido oír necedades bárbaras capaces de sonrojar a cualquier demócrata mediano que las escuche.
Otra vez el viejo argumento de que esta acción ha llegado antes de un golpe civil que se perpetraba por parte del Presidente Zelaya, ha vuelto a esgrimirse. Por tanto no es un golpe de Estado, dicen. Argumentos de este jaez se utilizaron respecto a la rebelión militar en España en 1936, remitidos a la Olimpiada Obrera que iba a celebrarse en Barcelona que no era sino excusa para iniciar la revolución. El llamado golpe civil consistía, eso sí, en la convocatoria de un referéndum, una consulta democrática. ¿No será que esos oligarcas y sus militares indecentes -decir gorilas es un insulto para los simios-, lo que temían era el posible resultado del referéndum?
Por lo que puede oírse todos los días en boca de los energúmenos, algunos -como el director de un semanario- ya no se esconden de asegurar lo bien que vivíamos con Franco, produce estremecimiento pensar lo que dirían si en España se aplicaran medidas que pretendieran abrir un horizonte diferente a la rutina miserable que nos acuna con su hedor de mediocridad. Si con lo que ahora hay se dice lo que se dice, figúrense lo que se diría si hubiera aquí un gobierno ilustrado, de izquierdas y patriótico en el sentido sumo de la expresión.
Y por esto dedicaré la coda de este breve editorial, casi de circunstancias al calor de actualidades más urgentes, a una reflexión que es histórica pero que se vincula sin dificultad al presente. Durante el último año he retornado con cierta especificidad al periodo de la Ilustración, y más en concreto a la Ilustración española. Puede que con el tráfago de nimiedades que nos toca soportar a diario, en donde parece que a cada momento lo banal se torna categoría, remembrar la Ilustración pueda considerarse una desmesura frívola. Pero en aquel periodo se gestó, a mi entender, la posible modernización de España y su fracaso fue una losa de atraso civil con que vivió nuestro país posteriormente, y llega hasta hoy.
Recordaré un personaje que me parece ejemplar por lo que hizo y lo que le hicieron: don Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada (1702-1781), riojano y de familia hidalga sin recursos. Era un ilustrado pero se le ha considerado conservador. ¿Es cierto este calificativo? Reformó la Hacienda en términos positivos, estableciendo el impuesto sobre catastro, que no pudo aplicarse totalmente por la oposición de la alta nobleza. Creó el "Giro Real", procedimiento para la exportación de capitales y antecedente del Banco de San Carlos. Realizó obras públicas para mejorar carreteras y vías fluviales. Creó fábricas, impulsó el comercio con las colonias americanas cuya pretensión final era acabar con el monopolio, quiso acabar con la corrupción, etc.
Pero su gran proyecto fue el de conseguir que España dispusiera de una marina de guerra que pudiera parangonarse con la de Inglaterra. El asunto era de capital importancia para la defensa de nuestras costas, incluidas las de América y el Caribe en particular, y así mismo ser salvaguarda de los convoyes de mercantes que hacían la ruta atlántica. Ensenada puso en marcha una empresa que reunía científicos y técnicos de aquí y de Europa, una sabia estrategia respecto a los servicios secretos, concentración y formación de trabajadores especialistas, etc. Además dispuso la adecuación de los tres arsenales navales: Cartagena, Ferrol y la Carraca, que son los hoy operativos.
No lo haré largo aunque lo merece. Pues bien, este gobernante extraordinario que estaba construyendo un horizonte de dignidad y desarrollo económico para España, fue cesado por Fernando VI como fruto de miserables intrigas palaciegas. El instigador fue el Embajador Inglés, Keene, y participaron directamente Carvajal y Ricardo Wall. El primero, un ministro del gobierno; el segundo embajador de España en Londres. La historia es prolija; la excusa: que Ensenada había cursado órdenes de guerra a espaldas del Rey, pero dichos documentos nunca se han encontrado. La realidad: Inglaterra quería a toda costa que el plan de Ensenada fuera desechado y España dejara de construir barcos, garantizándose de este modo su dominio en el mar.
En julio de 1754 se consumó el golpe. Ensenada fue destituido, detenido y desterrado de la Corte. El gobierno pasó a dirigirlo un irlandés, Ricardo Wall, comprometido en la conjura. Todos los ensenadistas fueron desterrados a su vez, o relevados de sus puestos. Los traidores habían triunfado en toda regla y los patriotas sucumbido a la insidia. Volvió a la Corte por un breve periodo en 1760, durante el reinado de Carlos III. Tras el Motín de Esquilache en 1966 fue desterrado nuevamente, esta vez a Medina del Campo que fue su cárcel durante los últimos quince años de su vida.
El ejemplo es sencillo: desde entonces, con la derrota de los intentos de los ilustrados por el cerrilismo de la alta nobleza, la Inquisición los elementos retrógrados de la Iglesia y el apoyo de un pueblo mantenido en la ignorancia, el servilismo y el fanatismo, se garantizaba la promoción de los mediocres, el imperio de los mediocres, y esa mediocridad iba a presidir la vida española, con escasos periodos de Ilustración renovada. Entre tanto, los hijos más ilustres de España, los más sabios, los más eficaces, los más tesoneros, los más capacitados, los más lúcidos, los más generosos en el esfuerzo, los que sí querían el desarrollo de España en el progreso y la civilidad, se veían recluidos a estar en los márgenes. Y así nos ha ido y nos va.