ADE-Teatro

Amestoy, Ignacio: Ederra; Alonso de Santos, José Luis: El álbum familiar.

por Federico Martínez Moll

ADE-Teatro nº 130, Abril / Junio 2010

Amestoy, Ignacio: Ederra; Alonso de Santos, José Luis: El álbum familiar. Edición de Eduardo Pérez-Rasilla y Guadalupe Soria Tomás. Madrid: Publicaciones de la ADE, 2009 (Serie Premios Lope de Vega nº 18). 204 páginas.

Hay algo de fundacional en estas dos obras, un disparo de salida o una marca de inicio: podría decirse que con ellas se vistió de largo, en el plano teatral, la denominada "Generación de la Transición".

Sin entrar a discutir la coincidencia exacta con las características que suelen aplicarse en el plano artístico y literario al término "generación", parece apropiado admitir, como hacen Eduardo Pérez-Rasilla y Guadalupe Soria en su introducción, que en efecto los dos títulos que integran este volumen dieron visibilidad a un grupo más o menos amplio de autores que, además de su coexistir en términos cronológicos, desarrollaron su escritura teatral a partir de un sentido de la libertad, del compromiso político y personal con la sociedad de esos años, del ejercicio de la memoria histórica y, en el plano formal, del "cuestionamiento de los paradigmas teatrales al uso" y "el recurso al metateatro". Nombres como los de José Sanchis Sinisterra, Josep María Benet i Jornet, Rodolf Sirera, Fermín Cabal y Miguel Medina Vicario, formarían parte -en una relación no exhaustiva- de este grupo generacional, junto los dos autores que nos ocupan: Ignacio Amestoy y José Luis Alonso de Santos.

Fue precisamente Amestoy quien bautizó a este grupo como "generación del 82", tomando como emblema el año en que el PSOE llegó al poder tras ganar las elecciones. El mismo en que estas dos obras resultaron premiadas en el Lope de Vega, aunque en realidad su galardón correspondía a la convocatoria del 81, que se falló con algunos meses de retraso.

Ederra está impregnada de un hálito de tragedia y de teatro ritual, y en ella late una decidida voluntad política. El personaje protagonista que da título al drama, heredera de la estirpe de Antígona y Medea, toma el carácter de símbolo de "la juventud que no acepta el orden (¿el desorden?) establecido e impuesto", en palabras de los editores. Heredera de un pasado violento, amenazada por esa misma violencia y por su propia tentación de sucumbir a ella, Ederra se convierte en una especie de "ángel exterminador", investida por su propia idea de pureza.

Amestoy se inspiró lejanamente en el asesinato de los marqueses de Urquijo y, como una metáfora de la sociedad de su tiempo, construyó un argumento que desvela la violencia física, sexual y verbal de una familia pretendidamente respetable, de origen nobiliario. El ambiente hostil y asfixiante impulsa a Ederra a la búsqueda de salidas, a la estrategia de enfrentamientos y alianzas con su hermanastro y su cuñada, a la rebelión que finalmente se tiñe de sangre. Ederra es una obra compleja y atrayente, abierta a múltiples lecturas, y en la que es posible descubrir ecos literarios y teatrales entre los que sobresalen los de Shakespeare  y Genet.

También El álbum familiar de José Luis Alonso de Santos, que recibió el accésit de esa convocatoria, posee un trasfondo de ajuste de cuentas con el pasado. El argumento se sustenta en su mirada a la sociedad española de posguerra, mostrada a través de los recuerdos. El autor se convierte así en protagonista y guía de la historia a través de su Yo, niño y adolescente. Y las fotografías del álbum que da título a la obra se suceden, como un ejercicio de memoria en el que las imágenes y los personajes se mezclan, se agolpan y difuminan. En consecuencia, la estructura del relato aparece fragmentada a partir de la discontinuidad de tiempos y espacios, que se trasponen con una lógica onírica. La obra navega entre la pesadilla y el sueño, entre la angustia y la ternura, como para fijar de una vez por todas las imágenes de aquella época gris y reconocer que definitivamente habían quedado atrás.

Alonso de Santos escribió aquí la que podríamos considerar su obra más personal, intimista incluso, y ciertamente atípica comparada con el resto de su producción teatral. Aunque también conviven en ella muchas de las bondades que han caracterizado sus trabajos de mayor éxito, en especial la construcción de los diálogos, el manejo del lenguaje y la inclusión de un humor agridulce, que maneja como contrapunto a las situaciones más dramáticas o sentimentales.

Con el rigor y la solvencia que acostumbra, la edición de Eduardo Pérez-Rasilla, esta vez en compañía de Guadalupe Soria, sitúa las dos obras en su contexto histórico y da noticia de la acogida que tuvieron en sus estrenos. Su introducción es una magnífica y didáctica guía de lectura que recorre, de manera sucinta pero certera, la escritura teatral de ambos autores, y se detiene en un análisis detallado y en profundidad de las características temáticas y formales de los textos editados. Dos obras que al correr de los años, se revelan altamente representativas de algunas de las líneas que marcaron el teatro español de la Transición.

No parece descabellado afirmar que es este un libro en el que alienta el espíritu de aquel período. "No nos han dejado ser felices. Nos amordazado, vendados los ojos y taponado los oídos" dice la Ederra de Amestoy. Y el joven Yo de Alonso de Santos grita: "¡Vámonos! ¡Vámonos de aquí para siempre! ¡Tenemos que poder salir! ¡Tenemos que poder marcharnos de aquí! ¡Marcharnos de aquí! ¡Marcharnos! ¡Marcharnos! ¡Marcharnos!..."

Su herencia es ya asunto de nuestros días.

 

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