ADE-Teatro

Y después de la crisis, ¿qué?. Reflexiones sobre el soplido del lobo y la casa del cerdito

por Alberto Fernández Torres

ADE-Teatro nº 136, Julio / Agosto 2011

Todos hemos visto, especialmente en los últimos años, amplios reportajes fotográficos y televisivos sobre los efectos de violentos tsunamis, terremotos y otras catástrofes naturales. Su conversión en espectáculo a través de los medios de comunicación se encuentra cada vez más codificada como género y empieza a exigir el uso sistemático y recurrente de algunas fórmulas retóricas. Una de ellas es la presentación del antes y del después de la catástrofe. Sea con imágenes "reales", sea con la ayuda de brillantes simulaciones de ordenador, las páginas de los diarios y las pantallas de los televisores nos muestran los perfiles o las vistas aéreas de edificios en pie y, a continuación, los esqueletos retorcidos, fragmentados o anegados de esos mismos inmuebles, una vez devastados por la catástrofe.

Nos muestran el antes y el después, pero rara vez -salvo, quizá, con ocasión del aniversario del incidente- el después del después; es decir, en qué estado se hallaba la zona meses o años después de la catástrofe. El motivo de este olvido ha sido ampliamente estudiado por los teóricos del periodismo y viene a consistir en que un hecho actual e insólito se considera noticia, al igual que sus efectos inmediatos; pero no así sus consecuencias o secuelas a largo plazo... salvo que otro hecho insólito las ponga otra vez de actualidad. La noticia generalmente no se sigue porque, una vez que puede ser seguida, es decir, avanzada, ya no es noticia.

No obstante, aunque las reglas del periodismo nos hurten normalmente las imágenes del después del después de una catástrofe, es fácil suponer cómo deben ser. O, al menos, cómo no deben ser.

Indudablemente, las imágenes del después del después serán bien diferentes de las que nos muestran el antes. Quiero decir que a lo mejor habrá casas de nuevo en el lugar de la zona,  pero que con toda seguridad no serán iguales a las que estaban allí antes edificadas. O quizá se haya decidido no construir nada de nuevo en ese lugar, ante el temor de que se produzcan en él catástrofes estacionales. O quizá se hayan desarrollado nuevos edificios, más sólidos, más altos o más bajos, pero en todo caso mejor preparados para resistir terremotos. O quizá los solares hayan caído en las garras de la especulación y antiguas casas de pescadores, es un poner, se hayan visto sustituidas por hoteles de cinco estrellas... En todo caso, es obvio que el perfil, el panorama o el paisaje de la zona jamás volverán a ser idénticos a los que existían antes de la catástrofe. Quizá mejores, quizá peores; pero nunca iguales.

Paul Krugman, un premio Nobel de Economía, sostiene que las crisis económicas pueden y deben ser analizadas, al igual que las catástrofes naturales, como sistemas complejos. No me extenderé aquí en sus razonamientos, porque nos llevaría muy lejos, pero son francamente consistentes. Y una de sus conclusiones más relevantes es que, en las crisis económicas, al igual que en los sistemas complejos que se ven sometidos a modificaciones estructurales, la desaparición de los factores que las causan jamás devuelve el sistema afectado al mismo estado inicial que éste presentaba antes de la catástrofe.

Un consenso tan amplio como incompleto

No se impaciente el lector, que ahora mismo empezamos a hablar de teatro. Viene la anterior reflexión a cuento -si es que viene- de las reacciones mentales y factuales que está teniendo una buena parte de los agentes de nuestro sector frente a los efectos de la crisis económica sobre el sistema teatral.

Cualquier encuesta que hagamos sobre su opinión al respecto arrojará como resultado abrumadoramente mayoritario que los impagos de los Ayuntamientos es el peor efecto de esa crisis y un factor que amenaza con destruir una parte no precisamente menor o irrelevante del tejido empresarial y profesional del sector.

Quienes así piensan tienen obviamente razón. De manera sorprendente y seguramente reveladora, la crisis económica no se he llevado por delante el mercado teatral español (las cifras de ingresos y de localidades vendidas muestran de momento una relativa fortaleza, sobre todo en términos comparativos con otros sectores culturales), pero los impagos de los Ayuntamientos y los recortes de los presupuestos públicos amenazan con conseguir lo que la desfavorable evolución del consumo privado nacional no ha logrado.

Las cifras -o, al menos, la pavorosa magnitud de las estimaciones- son de sobra conocidas. A finales del año 2009, se hablaba ya de que las deudas por impagos o por morosidad de larga duración de los Ayuntamientos superaban los 6 millones de euros; y la excelente encuesta anual de la Asociación de Empresas de Artes Escénicas de Andalucía (ACTA) señala en su última edición que el nivel de morosidad municipal que soportaban las empresas y compañías teatrales andaluzas en ese mismo año superaba ya el 12% y que más del 47% de los pagos efectivos se conseguía sólo con plazos de más de 6 meses.

En un sector sostenido básicamente por PYMES que disponen de muy baja capitalización y de suficientes alternativas de financiación, fuertemente dependiente de los recursos públicos y en el que más del 70% de las empresas tiene un presupuesto anual de menos de 50.000 euros, las consecuencias de ese fenómeno no pueden ser más que devastadoras; ni conducir a otro final que no sea la desaparición de un elevado número de empresas. Un síntoma: entre 2009 y 2010, el número de peticiones de subvención solicitadas al INAEM cayó en más de un 17%; y los rumores que corren por la Corte apuntan a una caída del mismo tenor en 2011. Salvo que pensemos que, en medio de la crisis y de la falta de recursos, a las compañías teatrales les ha dado un inútil ataque de solidaridad patriótica y han decidido seguir trabajando sin ayudas públicas, a fin de que éstas puedan dedicarse a la solución de problemas sociales más urgentes, la hipótesis más plausible es que un buen número de las empresas más profesionales del sector ha decidido echar el cierre. Bueno, el INAEM parece más proclive a pensar que el descenso en el número de peticiones de subvención se debe más bien a una imparable oleada de concentraciones empresariales y proyectos de coproducción, pero, qué quieren que les diga, hipótesis por hipótesis, la primera me parece más consistente.

Un problema de visibilidad

De modo que sí, que es cierto que los impagos de los Ayuntamientos son el elemento más grave y pernicioso que nos ha traído la crisis económica. Los agentes del sector no se equivocan a la hora de señalar la herida por la que éste se desangra. Pero ¿aciertan plenamente con el diagnóstico? Me temo que no. Pocas veces como en ésta, los árboles impiden ver el bosque. O el humo impide ver el bosque y los árboles.

Esta perturbación visual tiene, al menos, dos consecuencias que pueden ser tan graves como el factor que las origina. La primera es pensar que las cosas volverán a su estado inicial -fuera éste bueno o malo- una vez desaparecida la causa. En otras palabras, que una vez que remita la crisis, los Ayuntamientos empezarán a pagar sus deudas, el sector entrará consecuente e irremediablemente en un proceso de espectacular reactivación y los profesionales y empresas que lo habían abandonado volverán a él con bríos redoblados. Pues, si así ocurre, enhorabuena a los premiados.

Sin embargo, no hay ningún motivo para pensar que vaya a ser así, igual que nada hace pensar que las casas devastadas por el tsunami vayan a erguirse de nuevo hasta recuperar exactamente el mismo estado que tenían antes de la gigantesca ola. Tras las crisis económicas, las cosas no vuelven a su ser, porque en economía -y de economía del teatro estamos hablando- las cosas no son, sino que están. Dicho de otra forma: tras la crisis, el sector podrá probablemente recuperarse, pero jamás volverá a ser como antes, porque estará en una situación completamente diferente.

El segundo error de apreciación es pensar que los impagos de los Ayuntamientos están teniendo las consecuencias que están teniendo considerados en sí mismos, es decir, sin tener en cuenta la realidad sobre la que están influyendo. Sin embargo, lo cierto es que sus consecuencias están siendo cada vez más devastadoras -a pesar de algunos elementos moderadores que no es cosa de abordar aquí por obvios límites de espacio- porque actúan sobre un sector cuya financiación y cuyos ingresos dependen de manera excesiva de los recursos públicos; porque la programación y contratación de espectáculos por parte de los espacios de propiedad municipal se hace generalmente con criterios anacrónicos de politiqueo cultural y al margen de cualquier consideración sobre la evolución del mercado, la creación de públicos y las exigencias de calidad; porque en ellos no hay compañías residentes que puedan, al mismo tiempo, disponer de mayor fortaleza profesional y económica, generar demanda estable en el entorno y asegurar una programación a largo plazo; y porque las ayudas públicas están sistemáticamente orientadas a facilitar el desarrollo de proyectos puntuales y no a reforzar la estructura del sector a largo plazo.

En efecto, si no fuera porque la gravedad del caso aconseja no pasarse en el ejercicio de la ironía, este artículo sólo podría tener un título, de naturaleza obviamente paródica: "no son (sólo) las deudas de los Ayuntamientos, estúpido". Éstas hubieran tenido consecuencias graves en cualquier situación y sector, pero para adquirir el carácter destructor que están teniendo en el nuestro necesitaban que éste fuera especialmente vulnerable a esas consecuencias. La casa del cerdito no se cae sólo porque el lobo feroz sople muy fuerte, sino porque está hecha de madera.

O actuar de inmediato, o dejar que la crisis "limpie" el sector

De las crisis, como de las catástrofes, se sale siempre. Pero bien, lo que se dice bien, se sale sólo actuando.

Hay que ser un liberal realmente descriteriado -o Pedro Solbes- para considerar que las crisis pueden tener por sí solas el efecto beneficioso de "limpiar el sistema". O que cualquier "limpieza" del sistema es buena por sí misma. Viene a ser como pensar que, sin proactividad alguna, las casas se construirán espontáneamente, en las condiciones y plazos necesarios, una vez que pase el tsunami; o que en una fila interminable de hoteles de lujo es esencialmente mejor y la única alternativa deseable, en términos sociales y económicos, a un pueblo de pescadores.

Traducido a nuestro sector, vendría a ser como pensar que los impagos municipales terminarán por ser básicamente buenos porque, al eliminar un elevado número de agentes y profesionales, se reducirá inevitablemente el minifundismo del sector y la situación de sobreproducción que éste padece actualmente, impulsando su fortalecimiento espontáneo merced a la multiplicación de sólidas concentraciones empresariales y eficaces coproducciones. No sé si usted se lo cree, querido lector. Yo, desde el luego, no.

Así pues, dejemos la confianza en la infinita capacidad de autolimpieza del sistema para Milton Friedman -otro premio Nobel, por cierto- o para el consenso de Washington. La única posibilidad de salir razonablemente ilesos de la catástrofe es actuar. Pero no se trata sólo que actuar. Se trata también de actuar de otra manera. Abusando del recurso a la analogía, la solución a los edificios devastados por un terremoto no es construir de nuevo edificios con las mismas calidades que los anteriores, sino inmuebles mejor preparados para resistir sacudidas de tierra. La solución a los efectos de la crisis sobre el sector teatral no es (sólo) inyectar de nuevo recursos públicos, sino hacerlo de otro modo y promover en él cambios estructurales que lo hagan más fuerte y resistente.

"¿En este momento?", me dicen algunos compañeros de aquí y de allá. "Hombre, en medio de esta situación, con la que está cayendo, no es posible... Esperemos a que pase la crisis y ya entonces nos pondremos a ello..."

Con el debido respeto, este razonamiento, a pesar de su aparente lógica y contundencia, es de una necedad difícilmente superable. Es como si fuéramos al médico con una hernia estrangulada y, al escucharle que hay que operar de inmediato, le dijéramos: "pero, hombre, ¿cómo me va a operar ahora, con lo que me duele el vientre?".

Es precisamente ahora -no sólo en medio de la crisis, sino para salir de la crisis- cuando importa actuar a fondo en el sector. Y no valdrá sólo con levantar otra vez la casita de madera. Porque el lobo siempre vuelve.

 

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