The Rainmaker es el título de un filme de Francis Ford Coppola, estrenado en 1997. Se realizó a partir de la novela del mismo nombre de John Grisham, publicada en 1995. En España se tradujo como Legítima defensa, que define sólo algunos de los aspectos que dicha producción aborda. Entre los intérpretes figuran algunos sólidos actores estadounidenses, tan versados en la creación de personajes que denominamos "característicos", es decir aquellos que muestran una tipicidad y especificidad que les aparta de los convencionalismos que casi siempre muestran los que entendemos por héroes galanes y doncellas enamoradizas. A este repertorio pertenecen desde Matt Damon, hasta Mickey Rourke, Danny DeVito, Jon Voight, Dean Stockwell, Danny Glover y varios más que aparecen en el reparto.
La historia trata de un joven abogado, Rudy Baylor, que logra un trabajo muy particular en la ciudad de Memphis. Poco después abre un bufete propio en compañía de un pintoresco personaje, Deck Shifflet, interpretado por DeVito, un lince en la indagación de desafueros empresariales. Al paso le surge una historia de una joven agredida por el marido: un bestia jugador de béisbol que la golpea con un bate de aluminio. Tras varios incidentes, el beisbolista arremete contra el abogado y en la pelea muere accidentalmente. La chica asume el hecho como suyo y lo define como defensa propia. Esta tesis, cierta desde luego, es aceptada por la fiscalía.
Sin embargo este conflicto es mucho menos relevante que el otro, el que me lleva a escribir estas reflexiones. Un muchacho que pertenece a una familia humilde, padece una leucemia particularmente agresiva. Su única esperanza estriba en que le hagan un transplante de médula. Los padres han estado pagando un seguro médico privado, no hay otra en los USA, desde siempre, pero ahora esta empresa se niega a efectuar dicho tratamiento. Como quienes no la hayan visto preferirán desconocer los detalles, los callaré. Sólo señalo que el juicio descubre y muestra los procedimientos despiadados de los dirigentes empresariales, con su propietario a la cabeza, que sólo miran el lucro económico y en absoluto el bienestar de las personas, más bien las desprecian.
Este segmento de la película adquiere, visto ahora, una contemporaneidad inexcusable. El proyecto de ley de seguridad social presentado por el presidente Obama, intenta paliar en algo la conducta que supone convertir la sanidad en mercancía. Cuando un grupo minoritario del Partido Republicano de los Estados Unidos, el "Tea Party", lleva a su país al cierre Federal durante casi dos semanas para bloquear la ley, haciendo uso de un chantaje obsceno y cerril, muestra claramente el jaez de esa derecha miserable y abyecta, que sólo cree de verdad en la cuenta de resultados y favorecer a los más ricos, no existe ninguna espiritualidad en su práctica por más que invoquen a sus dioses.
Durante el tiempo que pasé en Chile, pude ver los efectos causados por aquella "vía libre" a la privatización de la sanidad y la educación que la dictadura de Pinochet otorgó a los neoliberales fanáticos de Milton Friedman: aquellos que plantean que todo es mercancía, que todo se compra y se vende y quien pueda pagarlo que lo tenga y quien no, al avío. Peor es, claro está, que lo haya pagado durante muchos años y que cuando, por derecho, les corresponde utilizarlo, les espeten sin recato: ¿Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema? Esto se ha dicho por parte de la viceconsejera de sanidad de la Comunidad de Madrid, sólo copio.
En Chile me describieron la situación con claridad. Un joven y su familia piden un crédito para que el chico o la chica puedan ir a la universidad. Una vez licenciado, trabaja durante veinticinco años para devolverlo. Es una forma evidente de sujeción al sistema apretando el gaznate, de control de las vidas de los ciudadanos haciéndolos reos de su dependencia. Otro amigo me contaba: tengo un seguro médico para mis hijos, mi mujer y yo. Me cuesta una barbaridad, pero cuando me tuvieron que intervenir tuve que pagarlo casi todo: mercancía y comercio, la educación y la sanidad como negocio.
Legítima defensa es por tanto un aviso a navegantes en nuestro país. Ante los procesos de privatización que aquí se llevan a cabo, la película es una terrible denuncia del negocio de la sanidad, peor aún cuando además ésta es corrupta, lo cual sucede con frecuencia: ¿Puede ser diferente si pretende ser negocio rentable? ¿No es constitutiva de la entraña intrínseca del sistema?
El director cede en algo: compone un final casi feliz; el culpable es detenido y encarcelado. La empresa se declara en quiebra. Los abogados no cobran, ¿pero qué pasa con los cientos de miles de personas que han pagado durante años a estos miserables que manejan la salud como negocio, y se ven ahora abandonados y humillados, con todo el dinero perdido y total desprotección?
Vemos aparecer en nuestras televisiones a ciertos personajes vestidos de forma impecable, bien afeitados, provectos de semblante la mayoría pero también los hay con el de jóvenes pijos en este bestiario mediático. Aseguran con aplomo que "no tenemos dinero para mantener nuestra sanidad pública", uno de los mayores logros de la población española. Aseveran que todo va a funcionar mejor y será más barato para el país. Es una cantinela conocida: desprestigian los servicios públicos para privatizarlos, haciendo de los compradores poco menos que salvadores benéficos, cuando están haciendo un negocio de lucro inconmensurable. Cuando tal sucede, estamos contemplando a enemigos de la ciudadanía, así como de una parte substantiva de la democracia. Sólo son los terminales mediáticos de los desaprensivos que les pagan y que callan cuando los servicios privatizados muestran un descenso de calidad o prestaciones y son más caros.
Privatizar la sanidad, rebajar las atenciones en la educación, la ciencia y la cultura, a la que se está llevando a los límites de la consunción, es de una gravedad difícilmente mensurable para el futuro de España y los españoles. Los viejos salvapatrias de horca y cuchillo de antaño, van ahora de corbata de seda y diseño, son neoliberales que incluso se atreven a hablar de "virtud" sin que el rubor les invada.
La ciudadanía debe saber y actuar en consecuencia. De momento, estamos en condiciones de hacerlo utilizando los recursos que nuestra democracia, con todas sus imperfecciones que son muchas, todavía nos proporciona. Legítima defensa define entonces el derecho que nos une y concita para oponernos a esta demolición del estado de bienestar. Explicita nuestro derecho a recurrir contra el atropello social que padece este país nuestro; repito: nuestro, que no es su feudo ni su finca aunque en ocasiones lo parezca.