ADE-Teatro

La condición de la democracia (Editorial)

por Juan Antonio Hormigón

ADE-Teatro nº 97, septiembre-octubre 2003

La constatación inicial que podemos hacer es que la condición democrática contiene mecanismos electorales para escoger a los gobernantes por parte de la ciudadanía, pero a su vez una extensa serie de procesos y mecanismos garantes de su participación y corresponsabilidad en la toma de decisiones y en el ejercicio de la opinión. Los elementos de índole antidemocrática instaurados desde los centros de poder gubernativo, económico, mediático, político, etc., pueden reducirlos a simple anécdota, convirtiendo el conjunto en un puro formalismo carente de fundamento. Alcanzar un desarrollo estimulante de las estructuras e instrumentos de la democracia es uno de los grandes retos a que se enfrentan nuestras sociedades.

 

1

Un amigo escritor, alto cargo en una institución cultural importante, me asegura con vehemencia que basta con que se produzca el acto electoral para que la democracia exista. No declara, porque lo da por supuesto, que se refiere a unos sistemas electorales concretos, cuanto más estadounidenses mejor, desdeñando cualquier otro mecanismo electoral. Le respondo que ese es un instrumento más, que la democracia es algo más profundo y complejo que el simple acto electoral.

Añado que no pocas dictaduras -cito la de Stroessner en Paragüay, por poner un ejemplo- han coexistido con la supervivencia de partidos y elecciones periódicas. Del mismo modo que con alguna frecuencia constatamos que individuos elegidos en procesos electorales aceptablemente limpios incluso, adoptan comportamientos autoritarios y antidemocráticos. En casos concretos así se han instaurado dictaduras

Desde hace años ya, diferentes politólogos han reflexionado sobre la profunda crisis del sistema democrático tal y como está planteado. Somos muchos los que opinamos que el sistema democrático propone una serie de derechos y garantías deseables y defendibles, pero también que cuando se hace caso omiso de sus fundamentos y pervierte sus mecanismos, se esclerosa en un simple retoricismo formalista.

La idea de que las elecciones son en definitiva lo único que determina la democracia, trae como consecuencia la práctica detestable del electoralismo que emerge esplendoroso en todas las formas de populismo. La democracia supone entre otras cosas, el ejercicio de labores ideológicas de las formaciones políticas respecto a la ciudadanía, a fin de transmitirle sus propuestas programáticas para la gobernación, sus concepciones de la existencia, las relaciones internacionales, etc., para que los ciudadanos/electores escojan la opción que consideren más justa y apropiada a sus convicciones. Ciudadanos/electores que por otra parte, aunque no militen en ninguna formación política, tienen en que su voz es valorada y el tejido social democrático posibilite su participación en las tareas gubernativas por caminos muy diferentes.

El electoralismo conduce al abandono de todos estos planteamientos. Prima la obtención de los votos a cualquier precio, sin un firme compromiso alguno posterior. La consecuencia más ostensible es el abandono de la política que se ve sustituida por la publicidad. Se publicita un dirigente o un partido como si se tratara de un producto. Lo que dice o propone es lo de menos, pues se limita a emitir una serie de mensajes para la compra del voto. Quizás por eso es frecuente que el discurso de ciertos políticos suenen más a la retahíla de un vendedor que a una propuesta para la gobernación de la comunidad. Quizás por eso las campañas las diseñan expertos en marketing y carecen deliberadamente de calado político. Ideología sí tienen, porque una actitud así responde al segmento de la derecha que ya no cree en nada salvo en el poder en sí mismo y el dinero como objetivo vital.

La primera vez que oí hablar explícitamente de electoralismo en España, fue curiosamente a un dirigente, entonces carrillista, del PCE, en una encuentro masivo que se celebró en el Pozo del Tío Raimundo. Eran todavía tiempos de semiclandestinidad y aquel sujeto hizo una proclama del electoralismo. Duró en aquella formación lo justo: fue candidato en las primeras elecciones generales y no resultó elegido; se trasvasó al PSOE y lo fue en las siguientes. Debió sentirse satisfecho.

A fines de los años ochenta, un alto cargo del PSOE en la Comunidad de Madrid nos espetó una variante a un grupo de gente de teatro. En una reunión celebrada en un ministerio, ante una serie de preguntas y comentarios críticos que hacíamos nos señaló que ya votábamos en las elecciones y que hasta las siguientes no teníamos nada que decir. Para este otro sujeto todavía en activo, la actividad política de los ciudadanos debía reducirse a votar y después callar.

En la actualidad asistimos en nuestro país a una impregnación electoralista de grandes proporciones en el Partido Popular, aunque no es el único. En la abdicación de aquellos principios que dicen fundamentar sus comportamientos políticos, estriba parte del problema. Mucho más grave es sin embargo la eliminación del discurso y el debate político, en una actitud simplificadora que conduce a su substitución por un permanente enunciado de expresiones rotundas, que asemejan un prontuario aprendido con prisa por todos en el departamento de Aoportunidades y publicidad@, similar al reclamo vocinglero de los charlatanes de feria, con mis excusas anticipadas hacia los profesionales que a ello se dedican. Las intervenciones del señor Arenas son a mis oídos el paradigma de lo que acabo de enunciar.

 

2

Sentado frente a mí se encuentra un veterano hispanista que transmite sus saberes en una prestigiosa universidad estadounidense. Hablamos de diversas cuestiones, incluida la guerra de Irak y la situación interna de Estados Unidos. Nada parecido al tono contundente de las conversaciones mantenidas en España sobre dichos temas. De pronto me dice: "No creas que allá puedo hablar como hago contigo. Sólo lo hago con algún amigo de mucha confianza. Hay que tener mucho cuidado con lo que dices. Además las televisiones cuentan todas lo mismo y no informan de lo que sucede. Durante la guerra sólo veía la BBC para tener noticias". Me dijo más cosas de este mismo tono.

Este profesor es una persona liberal y humanista, ajena a toda estridencia y ponderada en sus afirmaciones. Confiaba y creía en la democracia estadounidense, al menos en algunos aspectos. No es esa su opinión en la actualidad. Hace ahora algo más de dos años, en medio de una comida familiar, me expresó sin ambages: "Estados Unidos vive una degradación social terrible". Me puso varios ejemplos relacionados con los objetivos y valores de muchos estudiantes, cuáles eran los objetivos en su vida... Me sonreí, no era todo aquello para mí precisamente una sorpresa.

¿Puede existir la democracia cuando los ciudadanos tienen miedo, cuando no se les valora por el trabajo que realizan o su contribución a la comunidad desde cualquier ámbito sino por su anuencia servil a quienes detentan el poder? Es evidente que un ciudadano que siente temor hacia el poder está fatalmente constreñido en su ejercicio democrático.

 

3

Un notable investigador y publicista literario, que ostenta un cargo directivo de un importante evento cultural que se celebra año tras año -tuvo desempeños de importancia también con los gobiernos socialistas-, me dice: "(Es que escribes unos editoriales!" Le respondo: ")Digo algo que no sea verdad?". "No, no, claro", murmura. Deduzco que lo que le inquieta o molesta no es que sea pertinente e incluso evidente lo que escribo, sino que se diga por escrito. La perturbación se produce quizás porque sus contradicciones quedan mucho más al descubierto.

En el diario El País del 8 de agosto, leo que Al Gore, vicepresidente con Clinton, pronunció una conferencia en Nueva York en la que "criticó la falta de honestidad y de competencia de Bush, pero también el fracaso de los demócratas como oposición. Lamentó la inanidad del Congreso y la falta de auténtico debate parlamentario antes de la invasión de Irak, en la que, afirmó, se cometieron fallos estratégicos y errores históricos. (...) enumeró las mentiras de Bush, que prefirió calificar de falsas expresiones. (...) Creo que estas cosas ocurren porque los actuales gobernantes se sienten en posesión de la verdad y no tienen interés en conocer ningún dato que pueda contradecirles. (...) Este es el peor gobierno que EE. UU. ha soportado en más de 200 años de historia, dijo, y su política económica no es una política normal, sino una forma de saqueo.

¿Por qué el propio Al Gore y el partido demócrata no hablaron antes?, pienso. Todo indica que tenían miedo a una opinión soliviantada y azuzada por unos medios de comunicación puestos al servicio de un poder electoralmente ilegítimo y no de la verdad, la prudencia, la democracia o la causa de la humanidad. Ya sé que todo esto les da risa, a ellos y a quienes se autodefinen como pragmáticos, pero hay que repetirlo una vez más para hacer ostensible lo evidente. El electoralismo potencial del Partido Demócrata ha puesto por encima la salvaguarda de unos cuantos votos a la defensa de unos principios básicos, como son los de la democracia, y ésta ha salido herida profundamente de este embate. Siempre les queda el recurso de hacer películas en las que se muestre que su sistema es la perfección de las perfecciones. Colijo de por otra parte que muchos de quienes denuncian el antiamericanismo aquí, en realidad piensan que los Estados Unidos son la extrema derecha republicana. En ocasiones se les escapa.

 

4

¿Puede existir una democracia saludable cuando los gobernantes mienten? El hecho de que el sistema se fundamente con frecuencia en la mentira y la desinformación, arduamente disfrazadas de proclamaciones de honradez y de acopio informativo, no hace sino agravar el problema. Todo ello se acompaña de la creencia reverencial por parte de ciertos representantes del pueblo y de sectores de la ciudadanía, de que los gobernantes dicen la verdad. Bien es cierto que cuanto más conservadores son o más de derechas si se prefiere, mayor es la credibilidad que se les otorga.

En la mentira ahora ostensible, urdida y propalada respecto a la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. algunas instituciones británicas han dado muestras de un funcionamiento democrático saludable. Curiosamente, bastantes diputados que apoyaron al Primer Ministro Blair votando en el parlamento la invasión y la guerra, dicen ahora que no lo hubieran hecho de haber sabido lo que ahora saben y de haber tenido los datos que ahora tienen. )No los sabían ni tenían? )Hasta dónde se extienden las mentiras? Lo peor de casos como éste es que los muertos y asesinados ya no podrán darse nunca el placer de modificar su postura.

Como decía al inicio, las condiciones de la democracia son diversas e imprescindibles: respeto escrupuloso a las minorías parlamentarias y a las opiniones políticas dispares, tanto de los cargos electos como de la ciudadanía; ausencia de miedo político y social de los ciudadanos; responsabilidad de las diferentes formaciones en la selección de candidatos y confección de las listas electorales; aceptación leal de las reglas de juego establecidas, eludiendo los modos ineducados, los insultos, las actitudes despectivas, chulescas o de altanería estúpida hacia el oponente; asunción de que la democracia se sustenta sobre los pactos y los acuerdos; diálogo entre las fuerzas políticas y entre gobiernos y la sociedad civil. A todo ello habría que añadir un largo etcétera, más difícil de alcanzar que de enumerar.

5

La más grave de todas las agresiones a la democracia estriba en hacer caso omiso del resultado electoral. No reconocerlo supone negar la naturaleza del propio proceso electivo. Intentar confundir a los incautos asegurando incluso a gritos y en sede parlamentaria, que se han "ganado las elecciones" cuando solamente se ha sido el partido más votado, minoría mayoritaria se denomina, es una actitud de trileros de la política. Negar o vituperar el legítimo derecho a los pactos entre diferentes fuerzas políticas a fin de estructurar mayorías de gobierno, intrínseco al funcionamiento democrático, supone un rechazo de las reglas de fuego.

Peor aún, lo que explica las actitudes expuestas, es considerar que España les pertenece, que ellos son dueños de castillos, vidas y haciendas, y que no van a consentir que unos facinerosos, todos los que no son ellos, vayan a gobernar aquello. Esa sí que es una práctica anticonstitucional que da la impresión de contener cosas todavía más oscuras.

Todos los artículos que aparecen en esta web cuentan con la autorización de las empresas editoras de las revistas en que han sido publicados, asumiendo dichas empresas, frente a ARCE, todas las responsabilidades derivadas de cualquier tipo de reclamación