ADE-Teatro

El agrio aroma de la traición / Eduardo III: una obra de Shakespeare

por Laura Zubiarrain / Juan Antonio Hormigón

ADE-Teatro nº 106, julio-septiembre 2005

El agrio aroma de la traición

Hace unos días, un colega de una entidad de gestión cultural de las que existen en España, nos dijo sin ambages: "el Gobierno nos ha traicionado". En su opinión, las gentes de la cultura merecían ser tratadas de otro modo, con más respeto y consideración por parte del Gobierno. Pero ante todo debía haber respondido a las expectativas generadas en circunstancias tensas, cuando gran parte del mundo cultural se movilizó contra la guerra o mostró su desacuerdo con la opacidad y ausencia de iniciativas del ministerio del ramo en la pasada legislatura.

Todos creaíamos que iba a producirse un cambio de actitud, de comportamiento por parte de los responsables de los diferentes departamentos, que se generarían proyectos en el ámbito cultural y las líneas de acción, habría una participación activa de la sociedad civil cultural, etc. No ha sido así, más bien todo lo contrario, y el estupor nos invade día a día. En muy diferentes ámbitos de la cultura se repite con insistencia que parece que todos los enemigos se hayan reunido en el Ministerio de Cultura.

Quizás el Presidente del Gobierno esté mal informado, pero es cierto que las decisiones primeras fueron suyas. Ignoro si ha concedido el valor que tiene la declaración de editores y libreros pidiéndole que asuma las cuestiones de cultura y educación. ¿Se ha preguntado por qué? Sabe por ejemplo ¿cómo se han formado las comisiones que han dictaminado sobre el interés y proyectos merecedores de cooperación? Conocemos algunas y es sonrojante que se llame a "cualquiera", sin ninguna idea de lo que va a tratar, y que éste o ésta se permita emitir opiniones contundentes sin conocer el asunto al que se hace referencia. Nunca antes se había llegado a algo así.

La dimensión de este asunto es mucho mayor que la simple decepción y el escepticismo que cala en los sujetos culturales. Todo esto le pasará factura si no es capaz de corregirlo de inmediato. Lo sabemos por experiencia. La cuestión no consiste en recibir en la Moncloa a ilustres agentes culturales como Bisbal y adláteres, ni asistir a cenas frías con determinadas gentes que por el momento es mejor no citar para evitarnos el sonrojo, ni asistir al Festival de Mérida para que la cámara lo recoja con propiedad. Todos sabemos que no tiene demasiado interés por la cultura, pero es obligación suya gobernar bien y cumplir las expectativas que abrió. Será una lástima que una vez más la cultura, no el espectacularismo, salga herida y maltratada de este envite y se engrose el número de quienes decidan no votar de una vez por todas.

 

Eduardo III: una obra de Shakespeare

Hace tres años, en uno de los folletos en los que la Royal Shakespeare Company informa de sus programaciones semestrales, descubrí con notable sorpresa el anuncio del estreno en Stratford de una obra de Shakespeare titulada Eduardo III . Mi sorpresa me hizo pensar en un principio en un incomprensible error, pero pude comprobar de inmediato que no era así. Se trataba en efecto de una obra del escritor inglés recientemente reconocida como tal e incluida en el canon shakespeareano.

Me puse al poco tiempo al habla con Antonio Ballesteros, profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha y autor de extraordinarias traducciones de obras de Ford, Congreve, Aphra Behn y próximamente de Fielding, a quien le planteé la cuestión, así como el interés que tenía e hizo suyo, por conocerla, traducirla y publicarla. Unos meses después la traducción estaba hecha, acompañada de una extensa introducción minuciosa y esclarecedora acompañada de las notas pertinentes.

Cuando este número de nuestra revista ADE-Teatro aparezca, el libro estará ya publicado con el nº 67 de nuestra colección Literatura Dramática . Ballesteros establece en la introducción antes aludida los aspectos filológicos y críticos de su edición. Cita como fuentes textuales primarias el Primer Quarto (1596) y el Segundo (1599). En ambos casos la obra se publicó sin que constara el nombre del autor, cosa habitual en aquellos años. Como referencias próximas señala las ediciones recientes de Eric Sams para la Yale University Press (1996), la de Giorgio Melchiori para The New Cambridge Shakespeare (1998) y la de Warren para la Royal Shakespeare Company (2002), ya bajo el signo explícito de su autor. Esteblece igualmente los criterios seguidos para la elaboración de su edición.

Lo que constituye un portento de fidelidad y recreación aunadas es la traducción llevada a cabo por Ballesteros. El original está escrito en versos blancos, cuya estructura ha seguido en el plano formal procurando recrear los elementos rítmicos originales. Sin embargo es sobre todo en la búsqueda metafórica, las equivalencias de expresiones intraducibles, el vigor dramático de la textura idiomática, etc., donde su trabajo alcanza cotas de extraordinaria altura. El valor literario se salvaguarda en su fidelidad pero igualmente en las tensiones inherentes al diálogo, las descripciones de la batalla naval o los combates terrestres en Crécy y Poitiers, la explosión de las pasiones amorosas, etc. Todo ello confiere a su texto una potencialidad escénica notable.

Cuando esta revista se haya publicado se habrá presentado a su vez este volumen. Tuvo lugar en el Teatro Español de Madrid el 5 de julio. Coincidiendo con ello se habrá realizado también la dramatización de la obra, de cuya dirección he tenido el placer de ocuparme. En el reparto de este acontecimiento histórico en nuestros anales teatrales, por ser la primera ocasión en que asistimos a una versión escénica de esta nueva obra shakespeareana, figuraron Héctor Colomé como Eduardo III ; Nuria Gallardo como la Condesa de Salisbury; Francisco Casares como el Rey Juan II ; Juan Manuel Navas como Príncipe de Gales ; Rosa Vicente como la Reina Filipa : Miguel Palenzuela como Lord Audley , junto a Fidel Almansa, Vicente Gisbert, Moncho Sánchez-Diezma, Carolina Lapausa, Julio Escalada, Claudio Sierra, Pablo Calvo, Ángel Amorós, Mariano Venancio y Carlos Rodríguez. Intervino igualmente Mario Gas en un breve personaje, el de un Francés que arenga a sus conciudadanos ante el peligro de guerra. La lista se cerró con tres jóvenes directores, Jara Martínez, Juana González y Antonio Castro, las dos primeras ya licenciadas, y un actor, Jorge Martín.

Escribo estas líneas antes del inicio de los ensayos. Confío en que consigamos lo que pretendemos en el plano artístico. En las notas de dirección que debo escribir en un futuro inmediato, analizaré todo ello. Sin embargo puedo señalar ya el estupendo trabajo relativo al diseño de la escenografía y el vestuario de Tomás Adrián; el magnífico espacio sonoro elaborado por Ignacio García; el esfuerzo y minuciosidad de Carlos Rodríguez en la realización de la breve filmación que clausuró la dramatización y la constancia y entrega siempre generosa de mi ayudante, Salomé Aguiar. Aunque desconozco todavía hasta dónde podremos llegar, es una suerte poder trabajar con profesionales como estos y por ello me considero afortunado.

Eduardo III tan sólo ha sido traducido al italiano. La española es por tanto la segunda que se hace a cualquier lengua. Nunca la ADE había podido ser protagonista de un hecho editorial como éste. No creo que nadie se sorprenda si les digo que nos sentimos felices y orgullosos por ello.

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