ADE-Teatro

Malos tiempos...

por Manuel F. Vieites

ADE-Teatro nº 109, Enero-Marzo 2006

«De pensarlo me estremezco,

de imaginarlo me turbo,

de repetirlo me asombro,

de acordarlo me consumo.»

Calderón de la Barca, El gran teatro del mundo .

Hubiera deseado cambiar el título de esta breve reflexión y pedir disculpas por no haber tenido fe en su momento, en aquel momento mágico en que se abrían tantas esperanzas y en el que, como en el 82, pensábamos que se iniciaba, de verdad, un nuevo ciclo. Aquel momento en que alguien clamaba en nombre de tantas y tantas personas: “¡No nos defraudes, José Luis!” ¡¡¡Qué no diría, de haberme equivocado!!!

En los territorios de la cultura, la realidad, que es terca, ha demostrado que los cantos de sirena eran eso, y sólo eso, y que seguimos como estábamos, más allá de los cambios protocolarios de nombres y despachos, que están muy bien en los primeros días por su impacto mediático pero que carecen de mayor valor si no van acompañados de los correspondientes cambios en programas, en actitudes y en los hechos. Y de eso justamente no andamos sobrados, más bien estamos en la más absoluta indigencia. Seguimos pues como estábamos, o peor, porque día a día comprobamos que no sólo no hemos tocado fondo sino que todavía queda mucho para llegar al fondo, con lo que las perspectivas empeoran considerablemente, día a día.

En mi intervención en el Congreso de la ADE, celebrado en Pamplona, mostraba mi desazón, profunda y sincera, por tener que presentar una ponencia que, en un estado democrático, debiera ser presentada, motu propio, por las personas que tienen la responsabilidad de imaginar, diseñar, proponer y consensuar planes de desarrollo de las artes escénicas, y que además cobran, y no poco, por ello. Concluía aquella intervención reclamando la elaboración de una Ley del Teatro, porque creo que ha llegado la hora de someter el funcionamiento del teatro, y de los teatros, al imperio de la Ley, para acabar con tanta arbitrariedad, con tanta discrecionalidad y con ese caminar sin rumbo y a trompicones que se ha convertido en la pauta dominante desde hace bastantes años. Una Ley que sirva para regular, estructurar y vertebrar, y que se convierta en un instrumento para potenciar nuestro sistema teatral que en estos momentos presenta una situación sumamente preocupante, casi terminal.

Hablo de una Ley nacida de la deliberación y del consenso entre las instituciones implicadas, sobre todo la administración central, la autonómica y la local, que establezca funciones, responsabilidades, marcos de colaboración y vaya acompañada de una memoria económica que permita que el espíritu y la letra se transformen en hechos. Hablo de una Ley que permita regular todos y cada uno de los aspectos del campo teatral y que determine con precisión y claridad los rumbos a tomar en cada caso particular, desde las finalidades de los teatros públicos y sus pautas de funcionamiento, hasta los medios para potenciar y consolidar las prácticas teatrales no profesionales, tan importantes en la creación y consolidación de tejido teatral. Una Ley para crecer y mejorar y que lejos de convertirse en corsé se transforme en ese motor que precisamos, como aquellas dinamos, poderosas y llenas de fuerza creativa, con las que soñaban los futuristas. Y sabiendo que desde el gobierno no se van a tomar iniciativas en esa dirección, y mucho menos desde el INAEM, debieran ser los partidos políticos y la sociedad civil quienes asuman ese reto. Mejor estar sometidos a la Ley que vivir al albur de la improvisación y el desatino.

Inquieta y preocupa mucho la inanición del INAEM, porque, al final, el curso de los acontecimientos ha demostrado que en la actualidad los habitantes de la Plaza del Rey se limitan a administrar las pocas paredes que les ha dejado el traspaso de competencias y, por lo que sabemos y no se nos comunica, no hay otras iniciativas, más allá del supuesto diseño de una “agencia”, que, de haber sido acometido y estar en proceso, debiera haber generado desde hace tiempo contactos y encuentros con los agentes sociales propios de la sociedad civil teatral. Hablamos, claro está, de debate y deliberación, principios sobre los que José Luis Rodríguez Zapatero nos prometió construir su gobierno y la acción diaria de su gobierno, y por eso algunos le votamos y le hicimos campaña, con entusiasmo incluso.

Nos preocupa, y mucho, el miedo, el pánico al debate y a la confrontación de ideas que percibimos, porque ese miedo, en el fondo, supone una defensa cerrada de la democracia formal, aquella que practican los sectores más liberales y conservadores del cuerpo social, todos aquellos que, obtenido el crédito electoral, reniegan de cualquier posibilidad de disentir, y nos niegan nuestra capacidad y nuestro derecho de ciudadanos y ciudadanas a no estar de acuerdo y a poder decirlo. Votar y callar. Esa parece ser la máxima en la que se ha instalado este gobierno, o al menos algunos sectores del mismo, particularmente en el Ministerio de Cultura. Y eso es preocupante, porque al final no sabremos ver las diferencias existentes entre Pilar del Castillo y Carmen Calvo, más allá de que la actual titular del MC afirme ser devota del “heavy metal”, lo cual se puede entender como una gracia o un despropósito, según el contexto. Seguramente mañana nos saldrá con que le gustaría tener una banda de Rock&Roll como cantaban Loquillo y Los Trogloditas. Pues bueno...

Comprendo que en Moncloa y aledaños, en el Grupo Parlamentario y en otras instancias del partido actualmente en el gobierno, no sienten bien estas y otras críticas, pero quisiera recordarles que esa fue la actitud que también tomamos cuando José María Aznar prologaba, desde la FAES, aquel volumen que Eduardo Galán titulaba Una nueva política teatral , un libro que se convertía en el programa teatral del Partido Popular. No callamos entonces, ante la indiferencia de muchos, y tampoco callaremos ahora, sobre todo porque entendemos que las cosas que en este momento nos ocupan y preocupan, el gobierno de los teatros, se pueden hacer mucho, muchísimo mejor. Y hay personas muy preparadas para hacerlo, conocedoras del campo, comprometidas con el cambio que esta sociedad precisa en el ámbito de las artes escénicas.

Algunas de las personas que votamos al actual gobierno, y que además nos situamos en la órbita del partido que lo sostiene y con el que colaboramos lealmente, entendemos que es necesario y urgente un cambio de rumbo. Y aclaramos que pedimos un cambio radical, de 180 grados, porque en cualquier momento nos sale la señora ministra anunciando un cambio de 360º, tan ufana y simpática ella misma, en su mismísima y prístina mismidad. Y si para que ese cambio se pueda producir es necesario proceder al cambio de personas, pues cámbiense las personas, y lo decimos en plural además. Se puede pedir más alto, pero no más claro...

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