ADE-Teatro

La hora de las verdades

por Juan Antonio Hormigón

ADE-Teatro nº 123, Noviembre / Diciembre 2008

Debo reconocer que hay algo que me produce una cierta irritación a la hora de escribir un editorial para nuestra Revista. No es infrecuente que el tema abordado sufra derivaciones o transformaciones que modifican en aspectos de mayor o menor envergadura parte de lo que se ha dicho. La periodicidad y el tiempo que media entre escritura y aparición impresa, juegan en este caso en nuestra contra. Todo ello tiene aspectos positivos pero también otros negativos que son los que me provocan esa "cierta irritación" de la que hablaba.

La rapidez con que se han venido produciendo los sucesos desde el pasado septiembre, me han llevado a esperar al último momento para redactarlo. He podido contar así quizá con algunas confirmaciones fehacientes, pero seguimos estando expuestos a cualquier contingencia que pueda originarse.

I

Hay dos cuestiones que encuentro relevantes y merecedoras de atención, así como la imagen que de ellas se ha dado y se da en los medios, televisivos sobre todo, La primera de ellas han sido las elecciones en Estados Unidos y el triunfo de Barak Husein Obama. Se trata de una buenísima noticia sin duda, aunque cualquiera es mejor que lo que había. Obama ha aparecido en la campaña como un personaje de temple firme, discurso fluido, centrado en temas que inquietaban a la ciudadanía. Su discurso de aceptación de la nominación como candidato fue excelente, no sólo por su bien construida estructura o su competente factura formal, sino ante todo por su contenido que señalaba su deseo de recuperar el tono democrático de la sociedad estadounidense, así como una nueva formulación de las relaciones entre capital y trabajo.

El hecho de que Obama despierte numerosas simpatías y que muchas personas a lo largo y ancho del mundo lo miren con beneplácito y esperanza, no asegura que no vayamos a tener crueles decepciones. Al fin y al cabo se trata de un Presidente de los USA y por tanto sujeto a presiones que no podemos imaginar, por parte de quienes han tenido secuestrado el gobierno de ese país para su propio beneficio. Son muchos los que allá y acá consideran a Bush como el peor presidente de la historia de su país, lo cual ha potenciado la dimensión de Obama como un liberador. Pero quizás muchos piensen que las miserables condiciones que ha dejado su antecesor puedan resolverse sólo con buenos deseos y eso no será así.

Con ser importante el proceso de movilización que ha generado y que finalmente le ha conducido a la victoria, los problemas que afectan a la sociedad estadounidense son de una magnitud inmensa y de complejidad notable. Obama se encuentra con dos guerras abiertas, la ignominia de Guantánamo, un desfondamiento económico de proporciones difíciles de medir todavía y una serie de mitos familiares de los que muchos participan y que ya no son ciertos. Estados Unidos no puede seguir creyéndose el amo del mundo y rigiendo sus acciones por criterios unilaterales. Ni tan siquiera será pronto la primera economía mundial porque el crecimiento y progreso de China es por el momento vertiginoso. El mundo ya no podrá ser unipolar, felizmente, y los sueños imperiales sólo son quimeras. ¿Quién va a ser capaz de decirle a buena parte de la ciudadanía que ya no son lo que les quisieron hacer creer que eran? Si Obama lo lograra pondría a su país de nuevo a la altura de la civilidad y no de la barbarie, como hizo Bush.

Curioso ha sido sin duda el tinglado mediático que ha rodeado el proceso electoral estadounidense, allí porque ya lo era y aquí porque hemos llegado a las más altas cotas de sustitución del debate político por el espectáculo televisivo. La degradación de la política tal y como se orienta en la mayor parte de estos programas es un hecho ostensible. Pero además se vertieron opiniones que eran como para quedarse boquiabiertos. Con tono exultante tuvimos que oír lo admirable que era ese país, la solidez de su sistema electivo, la calidad de los debates, el buen tono de los candidatos, etc.

Algunas de estas cuestiones son ciertas y otras radicalmente falsas. De pronto se nos pretendía hacer olvidar el fraude notorio de las elecciones del 2000 en las que Bush se hizo de forma ilegal con la presidencia, las notables fallas de la mecánica electoral y del propio reparto, la incongruencia entre el voto popular y el del colegio electoral, los desmanes belicistas, locura imperial y atentados contra el derecho internacional y de gentes que los gobiernos de ese país llevan practicando durante décadas, etc.

Obama lo sabe y por eso ha afirmado que nunca autorizará la tortura. Lo saben todos: un excelente reportaje sobre la CIA que emitió la Segunda cadena de TVE, en el que hablaban desde Secretarios de Estado hasta antiguos agentes, dejaba al desnudo lo que esta entidad hizo contra la justicia, el derecho, el constitucionalismo y las personas. No creo que se nos deba poner a los españoles el ejemplo de lo que se hace en Estados Unidos en esta y otras muchas cuestiones. Los muchos problemas que debemos corregir acá no deberían pasar nunca por la imitación de aquello. Cuando se hace no nos trae sino más problemas o desgracias.

La elección de Obama ha movilizado al grupo de denodados agentes mediáticos, que se sitúan en la extrema derecha aunque no se confiesen como tales. Hemos oído en algún caso calificarlo como un radical peligroso, aunque sea un fanático quien lo afirme. En otros tildarlo de conservador, con expresiones radiantes como ¡Menuda sorpresa se van a llevar! Les hemos oído afirmar: "Cuando Obama le diga -al Presidente del gobierno- que mande tropas a Afganistán..." Estos patriotas de pacotilla encuentran de lo más normal que el presidente del gobierno de España sea un lacayo del de los Estados Unidos. Esta ha sido la historia de los últimos tiempos.

¿Por qué algunos que se denominan periodistas pueden faltar a la verdad o mentir deliberadamente con total impunidad? Día tras día esta dinámica coordinada de intoxicación no tiene reposo. Pregunta: ¿Por qué sólo esta derecha fanatizada tiene espacios monográficos televisivos a su disposición, con un invitado diferente para aparentar pluralismo? Ciertamente, Televisión Española es ahora un paraíso del pluralismo y el equilibro. Algo hemos ganado.

II

La otra gran cuestión que nos ha afectado en este periodo es lo que denominamos "crisis". El aspecto que presenta es el de una implosión del sistema al llegar al límite de lo soportable la voracidad de muchos responsables de bancos financieros, los de carácter más especulativo.

Mucho se ha hablado y se seguirá hablando de este asunto, grave sin duda, pero quisiera hacer tan sólo unas pocas reflexiones:

1.- Escuchaba hace unos días a Mario Conde afirmar: "Esta es una crisis cuyo origen nadie nos ha explicado". En eso creo que muchos estaremos de acuerdo. Sabemos que surge en Estados Unidos, las entidades que la detonan, pero seguimos ignorando de verdad qué es lo que ha pasado. Tardaremos en conocerlo de verdad.

2.- Después de que los detentadores del sistema aparecieran noqueados, que se anunciara el final del capitalismo y temblaran los cimientos de todo un tinglado construido sobre falsedades, a los pocos días se puso en acción a sus agentes mediáticos. Esta pobre gente que en su mayoría saben poco pero hablan con la seguridad de quien parece dominarlo todo, comenzaron a defender el libre mercado como lo único posible y lo más benéfico para la humanidad. Obviando de donde nacía la crisis existente, se hizo hincapié en esta cuestión. Pocos días antes de la reunión de Washington, el saliente Bush hizo un discurso reclamando la misma cuestión. Nadie hablaba ya de juzgar a los responsables, de ajustar cuentas con los causantes de la catástrofe. Ahora se trataba de sustentar el sistema a toda costa. Claro que aquí toda esta parafernalia tuvo algo de grotesco. ¡Qué cosas se han oído!

3.- Todo apunta a que la ansiedad y urgencia por adoptar medidas que salgan al paso de la crisis, lleva camino de hacer olvidar el origen y la sanción de los responsables. ¿Hasta dónde habría que llegar? El catedrático de Filosofía del Derecho Francisco J. Laporta ( El País , 12-XII-2008) lo explicaba de modo sencillo y directo: "En el reino de la economía de mercado suceden cosas pero nadie es responsable. Es el reino de la impunidad. Esto, por cierto, contrasta con algunas otras de nuestras actividades cotidianas presididas muchas veces por una obsesiva, a veces incluso obscena, búsqueda de la responsabilidad. (...) El reino de la vida económica, por el contrario, parece impenetrable al juicio de responsabilidad. Hay crisis, recesión, pobreza, paro, lo que sea, pero nadie los ha producido. Se han producido solos".

4.- Emergen no pocas contradicciones. Un gran empresario explicaba que dada la escasa capacidad de ahorro de los españoles, los bancos tuvieron que pedir dinero a entidades extranjeras a fin de asegurar el desarrollo del país. Los cuantiosos recursos con que el gobierno ha acudido en su ayuda están destinados a que los bancos sufraguen sus deudas. Sin embargo por otra parte, no es del ahorro de lo que se habló antes. La mentalidad que se creó utilizando de forma preferente los medios de comunicación, fue la de gastar y gastar: consumir era la palabra sagrada. Porque el motor del sistema, se decía, es el consumo. Es difícil consumir sin tiento y ahorrar con prudencia al unísono. ¿Hay quién hable del cambio necesario de mentalidad?

5.- El peligro sobre la cultura planea sin recato. En cuanto se tercia y suele ser a menudo, alguno de los agitadores mediáticos se lanza a la denostación de todo tipo de actividades relativas a la cultura, de los actores, directores de cine, pintores, también contra la cinematografía, el teatro o las artes plásticas. Además de la sensación de miedo y desconfianza que han extendido y exacerbado entre la ciudadanía, intentan convertir el medio cultural en una serie de gentes que recibe prestaciones gubernamentales por nada, ya se sabe que son gente que no trabaja y si lo hacen es para expeler mamarrachadas.

Los niveles de ignorancia son tan evidentes que sólo produce sonrojo. Con la cantidad de estudios y publicaciones que existen -también en España- sobre el funcionamiento, organización y financiación de la cultura en los países europeos o en Estados Unidos, parece mentira que tengamos que soportar una y otra vez esta pontificación ignara sólo que dicha con énfasis y que en nada se ajusta a la verdad.

Buena muestra de lo que sucede la protagonizó un empresario como José Antonio Segurado que dijo: "Señores, no se puede negar que el cine, el teatro, las artes plásticas en el mundo han progresado gracias a las contribuciones públicas", mientras el rector de una Universidad, privada, eso sí, y neoliberal fanático, respondía: "De eso habría mucho que hablar".

Algo que produce una mezcla de hastío y repugnancia es la actuación de este grupo de agitadores mediáticos que actúan al unísono y repitiendo expresiones similares, como si se impartieran consignas. Los hay de todas las especies. Un energúmeno clama a voces porque en el pasado franquista las cosas funcionaban mejor; un sonriente y untuoso catedrático de economía como el anterior, se afana por recomendar como agua de mayo abaratar el despido como solución de la crisis; otros varios de diferentes pelajes piden la disminución de impuestos y del gasto público; una dama de abundante cabellera reitera su odio visceral contra todo lo que suene a levemente progresista y ya no digamos al señor Rodríguez Zapatero; otra más bien de perfil pijo, se pronuncia una y otra vez contra todo aquello que se propone desde el gobierno y apoyan las mayorías parlamentarias, aunque da muestras de saber poco de las materias.

Todos coinciden en algo: Rodríguez Zapatero tiene la culpa de todo lo malo, todo en él es negativo, supongo que es parte de su labor política a favor del PP, aunque en realidad son sus peores enemigos. Así es este aguerrido grupo de sabuesos mediáticos erigidos en defensores de los pobres, preocupados angustiadamente por el paro y espadas flamígeras a la búsqueda de corruptos, socialistas o sindicalistas. Que lucen después coches impresionantes y un tren de vida de alto porte. Pero quizá sea tan sólo otra contradicción

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