Según datos facilitados por los productores de música de España, asociados en Promusicae, el sector encadena su noveno año de pérdidas consecutivo. Promusicae afirma que "la industria discográfica española sigue sin vislumbrar el suelo de su caída. Las ventas cayeron durante el primer semestre un 12,3 por ciento respecto al mismo periodo del año pasado, hasta alcanzar un total de sólo 77 millones de euros. El mercado digital legal mantiene su tímida línea ascendente, sobre todo gracias a los nuevos modelos de negocio basados en la publicidad y la suscripción, pero no basta para paliar la sangría en el mercado físico de cedés".
Ante semejante panorama, que afecta a todos los estilos musicales, las compañías discográficas buscan desesperadamente un modelo, una fórmula que les permita seguir vivas. Los departamentos de música clásica de las grandes firmas de toda la vida están bajo mínimos, aunque algunos, como Sony en los últimos meses, luchen como gato panza arriba. Mientras tanto, algunas compañías independientes y pequeños sellos se recolocan como pueden en este difícil mercado.
Siempre utilizando datos genéricos, según Promusicae, a principios de la década pasada, los españoles se habrían gastado 250 millones de euros en música grabada durante la primera mitad del ejercicio. Si en 2010, en el mismo período, se ha llegado a reducir a 76,97 millones de euros, el descalabro es descomunal. Es cierto que el descenso ha sido paulatino a lo largo de los últimos años y que la crisis económica generalizada también juega a la contra. Aún así, el sector no ha sabido o no ha podido responder a las necesidades de una nueva realidad: el intercambio ilegal de archivos digitales, que ha propiciado su hundimiento. Y si no ha sabido hacerlo todavía, es porque cuesta mucho cambiar los hábitos, tanto de los consumidores como de las propias empresas discográficas. Es cierto que existe un intercambio ilegal masivo, pero también es indiscutible que el mercado quiere migrar hacia los soportes propios de Internet y abandonar progresivamente el soporte físico. De hecho, de los casi 77 millones de euros de ventas durante estos seis meses 57,1 millones corresponden al mercado físico y los 19,85 millones restantes provienen de las ventas digitales (en portales on line o a través de la telefonía móvil). Dicho de otra manera: el mercado digital sigue creciendo y representa ya el 25,8 por ciento de la cada vez menor cantidad de música que se vende en España. Pero, ¿qué sucedería si de una vez por todas, las discográficas cogieran el toro por los cuernos y se lo pusieran realmente fácil al cambio que se avecina? Porque esta vez se trata de un auténtico cambio de estrategia y de forma de hacer las cosas. No es igual que cuando se pasó del vinilo al disco compacto. Ya no hay un soporte físico, un producto que haya de ser fabricado, almacenado y distribuido. Todos los costes que eso conlleva han desaparecido. Algo parecido está sucediendo con las editoriales de libros y revistas. El papel tiende a su desaparición a favor de los libros electrónicos y los ordenadores. Sin embargo, la falta de valor, o quizás la avaricia, de los empresarios está frenando el proceso y favoreciendo el intercambio ilegal. ¿Por qué? Porque los precios de venta al público no se reducen a las cifras que deberían reducirse si se tiene en cuenta el bajo coste de la producción en soportes virtuales. Así, te encuentras que un libro en papel cuesta 24 euros en una librería pero si vas a comprarlo en soporte para tu libro electrónico te cuesta 20 euros, cuando el precio debería, quizás, reducirse a 5 euros, generando casi el mismo margen de beneficio que generaba el libro en papel a 25 euros. Si queremos que los consumidores "compren" en Internet, en lugar de intercambiar gratuitamente, debemos facilitar ese cambio.
Mientras tanto, seguiremos contemplando cómo las estanterías de discos y libros se van reduciendo en los grandes almacenes, y seguiremos escuchando cuánto sufren los empresarios del sector. Son tiempos nuevos que requieren nuevas formas de hacer las cosas. A ver quién le pone el cascabel al gato.