Isabel Rey es una de las pocas sopranos españolas que tienen el honor de haber pisado teatros de la talla del Covent Garden londinense, La Fenice, la Ópera de Viena o el Liceu. Actualmente, prepara su debut como Violetta en su refugio madrileño, donde nos recibe para contarnos sus planes de futuro y repasar algunos de los momentos más apasionantes de su extensa carrera. Y es que la Rey es una de esas personalidades que, tras una mirada imposible de olvidar, tiene mucho que ofrecer. Juzguen ustedes mismos.
Una de las primeras palabras que salen al repasar su carrera es "viaje", ¿estamos ante un hobby convertido en trabajo o se trata más de una obligación profesional?
Es más una obligación que nada (risas). La música me ha hecho viajar a muchos sitios y ahora le he perdido un poco el placer al asunto. Muchas veces voy a lugares que me gustaría poder visitar pero no tengo tiempo.
¿La niña que cantaba en los Pequeños Cantores de Valencia soñaba con pisar plazas como Nueva York, Tokio, Venecia, Berlín o Londres?
Todavía no. Era un sueño que no tenía fotos. Cuando estaba en el coro sabía que quería cantar, pero era un modo muy abstracto de pensar en la profesión. Hoy en día sigue siendo así, no me importa el dónde mientras pueda seguir haciéndolo.
Precisamente en su ciudad tardó bastante tiempo en debutar en el Palau de les Arts.
Bueno, solo he cantado en concierto, que no considero que sea debutar. Nunca he cantado ópera en Valencia. Es aquello de no ser profeta en mi tierra. Tanto el Palau de les Arts como el de la Música no me incluyen en sus quinielas, pero hay que aceptarlo.
Cambió la costa levantina por Suiza, donde reside. ¿Echa de menos el mar?
Tengo mi residencia en Suiza, pero vivir, vivir, no vivo en ningún sitio porque estoy viajando constantemente. En Zúrich tenemos el lago, que me quita el mono de mar, por lo menos.
En la Ópera de Zúrich ha debutado los roles de mayor peso en su carrera, supongo que le tiene un aprecio especial.
Sí. Aparte es el teatro en el que he crecido como artista, me he formado y he vivido mi pasión por el canto y la ópera.
¿Qué diferencia ve entre el quehacer musical de ahí y el español?
Diferencias hay muchas. Ahora estoy leyendo un libro sobre Margarita Xirgu que habla sobre la vida en la Barcelona del 1900 y de que las únicas actividades de esparcimiento que había eran el teatro, la ópera, el cine y poco más. En Zúrich pasa un poco eso todavía, pero lo diferente es que en esos países alemanes no se han perdido las ganas de ir al teatro o la ópera en favor del cine o el fútbol. He cantado 21 años ahí y se hace ópera todas las noches menos los lunes, que descansamos. Los domingos hay un concierto por la mañana y dos funciones de ópera.
Supongo que cada día la ópera que se interpreta es distinta.
Sí. Hay fácilmente cinco títulos a la semana y siempre está lleno. La gente se comunica y escribe al Teatro, cuando las cosas les gustan o no. Hay mucha interacción y van la ópera a ver cómo pueden divertirse esa noche. Todo es distinto, aunque creo que con la labor del Liceu, el Maestranza o el Real el público español va a llegar a ese futuro.
Quizás es que tampoco hay la tradición suficiente, ¿no cree?
Hay muchas cosas que han dejado de enseñarse en las escuelas y muchas que no se han enseñado nunca. Es un error dejar la disciplina musical fuera. En esta sociedad, en la que prima tanto lo visual y lo estético, algo tan bello debería estar más en los planes de estudios. Al igual que la empatía, que debería estar en primero de párvulos (risas).
Próximamente debutará La Traviata en Zúrich, ¿un sueño hecho realidad?
Emocionalmente es parte de mi vocación. No recuerdo cuándo la escuché por primera vez pero sí que con 15 años mi padre me regaló la partitura y con 16 ya me la sabía. Es uno de esos roles en que siempre he pensado que sería una buena intérprete colaborando en la creación de un personaje al que, pese a estar muy visto y cantado, creo que puedo dar un punto especial.
¿Quién es Violetta para usted?
Violetta es la culminación de un sueño y es un personaje muy completo, ya que es la mujer frívola por necesidad: su enfermedad no va a dejarle mucho tiempo e intenta vivir la vida a prisas, sin meditarlo. No se da la concesión de creer en el amor y cuando ve que alguien puede amarla y se entrega vive una pasión extraordinaria que le da la fuerza de renunciar a él. Me parece un personaje de resignación y de amor puro. El modo en el que muere, por una vez no seré asesinada (risas), es trágico y muy bello.
Decía antes que es un rol muy dificultoso, sin embargo hizo su debut en 1987 con La sonnambula, que no es cualquier cosa.
¡La sonnambula es dificilísimo! (risas) Margarita Xirgu decía que la juventud y la inexperiencia, asociadas con la ilusión y la confianza en uno mismo, hacen cosas extraordinarias. Además fue muy bonito porque fui premiada la temporada siguiente en Bilbao como mejor actriz, y eso que fue la primera cosa que hice. Fue muy especial, aunque nunca se ha vuelto a cruzar en mi camino.
¿Qué ha cambiado de la Isabel Rey de 1987 a la de 2011?
Pocas cosas. Quizás, lo que más, el peso de la responsabilidad. He perdido un poco la valentía y la locura de la juventud. Ahora cuando subo al escenario soy más consciente de que el público espera algo de mí, y yo espero muchísimo de mí misma. Soy terriblemente exigente, aunque la ilusión, la emoción del escenario y la locura por salir no han variado en absoluto.
Sé que es muy amiga de Carreras, con el que colabora en su Fundación, ¿me lo podría definir a grandes rasgos?
José Carreras es el gentleman por excelencia. Es un caballero en lo personal y en lo musical. He aprendido muchísimo de él y le tengo un cariño muy profundo.
Otro gran tenor con el que tuvo relación fue con Alfredo Kraus, ¿cómo fue la experiencia?
Tuve menos relación pero la inmensa suerte de poder cantar con él mi primera y su última Lucia di Lammermoor, que por nuestras edades era algo muy difícil de prever. Fue muy cariñoso conmigo, muy cercano y me dio muchos consejos. Él sabía que yo cantaba en Zúrich y me pidió para ese rol.
Tampoco es un papel sencillo el de Lucia ya que pasajes como la famosa escena de la locura son muy complicados, ¿no es así?
Sí, pero la mayor dificultad de esa escena es el tema de la tradición de la cadencia, que fue inventada por un cantante en algún momento. El problema es que el público se ha acostumbrado a ella y parece que si no la cantas no eres capaz de hacerlo. Es como el mi sobreagudo de la cadencia del Caro nome de Rigoletto, que son notas populares e introducidas por algún cantante. Pero el hecho de no cantarlas no significa que no seas bueno.
En cuanto a fidelidad respecto a la partitura destaca el nombre el Montserrat Caballé en detrimento de otras sopranos, ¿aboga más por seguir al pie de la letra lo escrito por el compositor o prefiere introducir sus propios elementos?
Cada uno debe hacer suya una partitura. Es como en el fútbol. Un portero no puede pretender ser un goleador como Messi, por ejemplo. Montserrat tiene el grandísimo don de hacer unos pianos extraordinarios, un centro carnoso bellísimo y no posee la coloratura de la Sutherland, pero la Sutherland tampoco tenía ni el centro, ni el color, ni el terciopelo de la Caballé. Cada cantante trae la partitura a su terreno. Un agudo no define a un cantante.
Con el fallecimiento de Sutherland, el pasado mes de octubre, ¿considera que ha desaparecido una generación de artistas?
Sí, ha fallecido una forma de cantar. Cada vez que desaparece uno de estos grandes cantantes me da una pena terrible no solo porque desaparece la voz y la personalidad, sino porque se pierde su técnica de canto. Estos intérpretes que son capaces de cantar hasta las edades de Plácido, Kraus, Pavarotti, Caballé o Nucci tienen "la técnica", que es la italiana de la que tanto se habla y solo si la has puesto en práctica en un escenario o lo has recibido de un colega puedes aprenderla. No se enseña en los conservatorios.
Caballé, de la que recibió clases, es su gran fuente de inspiración, ¿qué es lo que más le llama la atención de ella?
Tiene el sonido más bello que se pueda imaginar, el don de la expresividad, de emocionar, de transportarte al cielo. Es un ser excepcional. Aparte, tiene los ojos más maravillosos que ha dibujado Dios. Para mí es el espejo en el que me miro, esa búsqueda de la belleza.
También ha sido alumna de Kraus, Scotto o Cotrubas, entre otros. Ahora es usted quien imparte clases magistrales. ¿Qué le aporta la actividad docente?
Me fascina dar clases aunque me da pena ver que hay muchos cantantes que no han oído hablar de términos básicos o que no tienen un conocimiento claro de cómo se respira.
¿Se aprende de los jóvenes estudiantes?
No de todos, pero sí. Sobre todo enseñando y tratando de ayudar. Tengo que decir que es un trabajo muy duro el de las clases magistrales porque tienes muy poco tiempo para localizar un problema, si lo hay, e intentar dar la solución adecuada. En cambio, cuando oyes una voz que no tiene problemas, canta, expresa y hace coloratura no hay que tocarla.
Tras estar en contacto con cantantes españoles, ¿cómo ve la actual escuela de nuestro país?
Tenemos muy buenas voces y mucha ilusión, pero por mi propia experiencia estamos muy perdidos en cuanto a cómo se canta. Tenemos que acostumbrarnos a escuchar y a tener referencias de sonido muy claras para construir nuestra afinación, que debe trabajarse mediante la posición de la voz, y eso no se enseña, por lo que tenemos esa carencia hoy en día.
En su extenso repertorio ha cantado desde Händel a Stravinski pasando por Mozart o los belcantistas. ¿Ese largo recorrido responde a una búsqueda experimental o es que simplemente le gusta hacer un poco de todo?
Soy muy curiosa y me gusta mucho estudiar cosas nuevas. Si me ofrecen algo que no conozco pero que vocalmente me va, ¿por qué no voy a cantarlo? Hay carreras que se hacen con el mismo repertorio y hay otras que se hacen como la mía, a base de aprender cosas e introducir papeles. De hecho durante un tiempo en Salzburgo por la mañana estudiaba Pélleas et Malisande y por la tarde el King Arthur de Purcell.
En cuanto al Barroco veo que lo ha apartado de su repertorio, ¿a qué se debe?
Aunque me gusta mucho, las experiencias que he tenido últimamente han sido con maestros que me han hecho quitar el vibrato y otras exigencias historicistas. Y lo siento, pero no las puedo compartir porque el Barroco fue un periodo de exageración en todas las artes. ¿Por qué iban a quitar el vibrato de la voz? No me cuadra. Hoy en día estoy trabajando para abrir el espacio y que la voz me suene libre y ellos me piden que, en muchos casos, la estrangule.
El gran papel de su carrera es Susanna, de Las Bodas de Fígaro, ¿qué podría decirme de ella?
Susanna me aporta el humor, el placer, la libertad, el poder volverme loca en el escenario y hacer prácticamente todo lo que quiera. Es una mujer inteligente, dispuesta y muy de acuerdo con la vida que lleva. Ha sido uno de esos roles con los que me he encontrado a mí misma. La canté por primera vez en Zúrich, junto a Lucia Popp, y desde entonces he tenido un éxito muy grande con ella.
Tengo entendido que se despedirá de ella en breve.
Sí, en Viena y me da mucha pena porque no he podido cantarla nunca en Valencia y es un dolor personal que tengo con el Palau de les Arts. Pero por edad y recorrido vocal creo que estoy más cerca de la Condesa que de Susanna (risas).
¿Qué ha aportado al rol?
Creo que eso lo deben decir otros, pero creo que con Harnoncourt aprendí a hacer la Susanna con la pasión que Mozart tenía dentro, en lugar de con la frialdad del método.
Harnoncourt es, sin duda, uno de los grandes, ¿cómo es su metodología?
Es exhaustivo. Es de los poco maestros que tienen una concepción muy clara de la forma que quiere darle a la partitura, ya sea un concierto, una sonata o una ópera. Te da todos los ejemplos que te puedas imaginar y no para de probar y de buscar hasta que das con ella. En una ocasión me dijo: tienes que imaginarte que cuando haces el salto del Deh, vieni, non tardar saltas en una piscina llena de Salsa Cumberland, tal cual. ¡Tuve que ir al supermercado a por la Salsa a para ver qué era! Tiene una imaginación desbordante y creo que es uno de los músicos más creativos que existen sobre la faz de la tierra.
Con él grabó La Finta Giardinera en un montaje bastante moderno ¿cree que las producciones deben traerse a la actualidad o lo bueno es dejar su esencia con la ambientación original?
Depende de la propuesta. En el caso de La Finta no tenía ningún problema, porque la historia es un poco intrascendente y la puedes poner en cualquier periodo histórico, pero hay otras cosas más difíciles. No puedes trasladar el derecho de pernada a ninguna otra época, ya que en nuestros días no existe. Por otro lado, nadie se cree que saltando de un rascacielos en Manhattan alguien sobreviva para luego montar a caballo y huir a Sevilla. Hay puestas en escena que ponen al cantante en la tesitura de volverse loco para explicar lo que está pasando. Creo que nunca debe perderse el respeto a las obras de arte que son las óperas. Si quieres hacer una propuesta rompedora, sexual o vulgar, compón tu propia obra.
Y en cuánto a intérpretes, ¿qué le parecen esas cantantes tan divas y estiradas?
Fíjate, el otro día leía una entrevista de Colin Firth que decía que él no había querido llevar su carrera como la de tantos artistas de Hollywood porque no quería convertirse en lo mismo que algunos. Creo que en el escenario somos seres especiales, somos divinos, si es que llegamos a serlo. Una diva, para mí, es una cantante profesional que tiene un gran éxito, canta muy bien, tiene una gran cultura y viste bien, o no. Pero la gente tiene la idea de la mujer estrafalaria, estirada y caprichosa que un día cancela y no se sabe por qué, pone requisitos extraños, y trata a sus colegas de una manera altanera. A eso se le llaman divas. Siempre digo que cuando uno baja del escenario tiene que quitarse el maquillaje y darse una ducha, como todo el mundo.
Cuándo se interpretan roles de la gran opéra de Donizetti, Rossini o Bellini, en que cada noche te están matando o te estás suicidando, ¿no termina uno por volverse un poco loco?
No, porque tienes claro que estás desarrollando un trabajo. El público no lo sabe pero te aprietan los zapatos, se te seca la garganta, te pica el maquillaje y sudas, se te cae una gota en el ojo o te pasa como a mi en Rigoletto, que estaba metida en un saco y el barítono estaba cantando encima y me estaba sudando en la boca. Es imposible volverse loco con este trabajo. Sí es cierto que hay papeles que te llegan muy a dentro. Me pasó con los Diálogos de carmelitas o cuando hice El triunfo del tiempo y el desengaño en el Real, en que tenía que tomar pastillas para dormir porque la música no cesaba en mi cabeza. Pero generalmente creo que cuando llegas a casa y te ves en el espejo con esa cara de cansado se te quita todo.
¿El ajetreo profesional le permite combinar bien sus compromisos con la vida personal?
Hay momentos en que sí y otros más difíciles. Por ejemplo, ahora que he estado haciendo I Masnadieri tenía descansos de dos o incluso tres días entre funciones, pero después de una ópera así al día siguiente necesito estar quieta y callada porque has dado mucho la noche anterior. Es un trabajo muy exigente y una vida muy sacrificada. Por suerte mi marido viaja conmigo.
¿De qué ha dotado a la Amalia de I Masnadieri?
Según lo que me han dicho lo he dotado de belcantismo. Hoy en día se ha trasladado el verismo para atrás y los Verdi se cantan como si fuesen veristas. Se pierde un poco la realidad, que en la mayoría de los casos es belcantista. Ha sido una de esas óperas que jamás en la vida pensé que cantaría, como ocurrió con Simon Boccanegra. Por otro lado, siempre he dicho que tengo voz mozartiana pero corazón pucciniano. De hecho, uno de mis sueños es hacer Manon Lescaut y la Butterfly.
¿Y qué hay de Turandot?
Turandot es un rol durísimo. De momento creo que podré hacer Liù, cosa que me satisface, pero quién sabe. Quizás mi naturaleza me dé la fortuna de hacer una Turandot o una Tosca, no lo sé.
Precisamente el Boccanegra iba a cantarlo con Domingo cuando tuvo que ser intervenido, aunque ya había cantado años atrás con él Tamerlano. ¿Qué tal trabaja?
Cantar Simon Boccanegra con él es algo que está pendiente en la temporada de Zúrich. Mucha gente piensa ¿por qué un hombre de setenta años se mete en un repertorio nuevo como es el barroco? Simplemente por necesidad artística, es un hombre que necesita tener retos y descubrir la música. Es el profesional más grande que he conocido. Es un león de la escena.
Una de sus grandes aficiones desconocidas es la poesía, incluso ha publicado el libro Del amor y de la vida del que García Abril y Parera Pons han musicado algunos poemas. Un gran honor supongo, ¿no?
Sí, estrené un ciclo en La Zarzuela y otro en Las Palmas, porque los poemas estaban hechos ahí, y fue muy emotivo. Tengo que decir que la afición poética me viene de muy niña porque mi madre me hacía leer poemas y los recitábamos de memoria en el colegio. Ello te hacía entrar en contacto con la parte artística que todo el mundo tiene y que mucha gente desconoce porque no se desarrolla en las escuelas, lo que le explicaba antes. La poesía ha estado en mi vida siempre, aparte soy una mujer de pensamiento romántico y muy atraída por la belleza, la estética, el orden y las palabras.
Aunque ha cantado en España, no la vemos mucho por nuestro país, ¿a qué se debe?
No lo sé. Nunca he cantado en Sevilla, ni en Palma, ni en Valencia, ni en Jerez. Debuté Rigoletto en Oviedo y nunca he vuelto, al igual que en el Liceu, que solo he cantado una vez. Canté en Santander, por primera vez, el año pasado. Ser español y actuar en España no es nada evidente. Recuerdo que la primera vez que viene a cantar Las Bodas al Real, que llevaba ya diez años de carrera, me decían ¿pero de dónde sales, dónde has estado? Parece que se desconfía del español. Tienes que venir abalado de un éxito muy grande para que se atrevan a contratarte.
¿Cuál es su mayor proyecto profesional y personal para los próximos años?
Tuve una época en que me ponía muchas metas y sufría mucho estrés. Mi meta fundamental es seguir trabajando mi voz, cuidándola, y estudiando. Por otro lado, aprender a combinar mejor la vida personal con la profesional. Atreverme a salir más y a hacer más cosas, ya que vivo muy recluida.
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Hay muchas cosas que han dejado de enseñarse en las escuelas y muchas que no se han enseñado nunca. Es un error dejar la disciplina musical fuera.
Actualmente soy terriblemente exigente, aunque la ilusión, la emoción del escenario y la locura por salir no han variado en absoluto.
En España tenemos muy buenas voces y mucha ilusión, pero estamos muy perdidos en cuanto a cómo se canta.
Susana ha sido uno de esos roles con los que me he encontrado a mí misma.
Siempre digo que cuando uno baja del escenario tiene que quitarse el maquillaje y darse una ducha, como todo el mundo.
Tengo voz mozartiana pero corazón pucciniano.