Melómano

La Sinfonía Nº 9 de Anton Bruckner

por Martín Llade

Melómano nº 97, abril 2005

De los tres grandes sinfonistas que continuaron y culminaron el legado beethoveniano, Brahms, Bruckner y Mahler, los dos últimos sufrieron un destino similar en lo que se refiere a la difusión de su obra. Rechazados de forma visceral por su entorno durante mucho tiempo, que los tildaba de excesivos e incapaces de sostener sus gigantescas creaciones, casi todas sus sinfonías consiguieron ser estrenadas sólo varios años después de su composición. Igualmente, ambos obtuvieron el reconocimiento poco antes de morir, por alguna de sus últimas sinfonías (Mahler por la Octava y Bruckner por la Séptima ) y tras su muerte se les confinó al olvido. Sólo a partir de los años setenta conseguiría el autor de La canción de la tierra ser restituido, poco a poco, al lugar que justamente le corresponde en el panteón de los genios de la música; de Bruckner, en cambio, podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que aún no lo ocupa. Aunque popular en los países germánicos, parece cierta la leyenda de que el público de otras partes del mundo no experimenta gran entusiasmo cuando se anuncia alguna de sus obras en los programas de abono. En España, por ejemplo, no es infrecuente que cuando va a venir algún gran director de la talla de Lorin Maazel o Zubin Mehta se produzca cierta decepción al saberse que tienen intención de dirigir alguna sinfonía bruckneriana.“

Otra vez con Bruckner -suele ser uno de los comentarios más habituales- ¿Pero por qué insisten en metérnoslo por las narices? ¡Con lo bien que estaría que dirigiesen alguna sinfonía de Brahms o de Mahler”. Uno de los motivos de este desinterés es el concepto ampliamente extendido de que sus obras son demasiado largas y uniformes, imbuidas de un misticismo púmbleo, cuando no son meros pastiches wagnerianos. De hecho, esta pasión por Wagner fue la principal arma esgrimida durante muchos años por los incontables detractores que se dedicaron a desacreditarle en volúmenes de historia de la música, tildándole poco menos que de campesino simplón y poco ingenioso, convertido por casualidad al campo sinfónico. Curiosamente, hoy en día no se desacredita al autor de Tristán e Isolda por su densidad o no ser apto para todos los gustos, mientras que sí se continúa haciendo con Bruckner.

Reconocimiento tardío

Bruckner en sus últimos añosAunque la fama y el reconocimiento le llegaron a Bruckner cuando ya superaba los sesenta años, el elogio más importante que él hubiese podido imaginar ya lo había recibido de su idolatrado Wagner, que dijo de él: “Si hay alguien que tiene ideas sinfónicas después de Beethoven, ese es Anton Bruckner”. El mismo año de la muerte de Wagner, 1883, pondría punto final el músico a su Sinfonía Nº 7 , a partir de la cual conocería por fin el sabor del éxito. Precisamente, el adagio sería un canto fúnebre a la memoria del maestro, ejecutado por las tubas wagnerianas. Aún así, la obra fue dedicada a Luis II de Baviera, que tanto había hecho por difundir las óperas del creador de El anillo del Nibelungo . Denostado por los vieneses, en especial por el crítico musical Eduard Hanslinck, que confesaba abiertamente aborrecer su música, Bruckner decidió estrenar la Séptima en Leipzig, en 1884, logrando su primer triunfo absoluto. Al año siguiente la interpretación en Munich ratificaría el éxito, produciéndose además la primera ejecución de su música en Estados Unidos, con la presentación de la Tercera en el Metropolitan de Nueva York.

Sintiéndose en vena, Bruckner dedicaría todas sus fuerzas a terminar el que sería su célebre Te deum , mientras daba forma, a su vez, a la Sinfonía Nº 8 , concebida a los pocos días de terminada la anterior.

El éxito del Te deum fue aún más apoteósico y de la noche a la mañana las capitales europeas más importantes se disputaban su ejecución, mientras que las sinfonías del catálogo ignoradas hasta ese momento comenzaban a ser requeridas por numerosas orquestas. Sería este año de 1886 en que el emperador Francisco José lo distinguiese con la orden que llevaba su propio nombre. Bruckner decidió entonces dedicarle la Octava , concluida el 10 de agosto de 1887.Viendo el promedio que cada sinfonía le llevaba al compositor, entre tres o cuatro años, es de suponer que muriendo en 1896, Bruckner tenía que haber escrito por lo menos dos o tres más, máxime cuando el éxito le proporcionó el tan ansiado tiempo libre que necesitaba para la creación. Sin embargo, un imprevisto se interpuso en su camino y los amantes de la música deben señalar a un culpable de que no haya más sinfonía brucknerianas: el director Hermann Levi. Este alumno de Bruckner, al que el viejo maestro adoraba y consideraba su “padre artístico”, se permitió presentar una larga serie de objeciones al manuscrito que le había sido enviado. Levi, que a fin de cuentas no era más que un director correcto, opinaba que algunos pasajes de la obra eran confusos, que otros podían ser suprimidos e incluso aducía errores en la orquestación. Si alguien se hubiese atrevido a hacer correcciones de ese tipo a un autor como Wagner es más que probable que hubiera experimentado su cólera (a propósito de este asunto, Eduardo Storni señala en su biografía sobre Bruckner que Beethoven arrojó un tintero a la cabeza a Ferdinand Ries cuando se atrevió a señalar lo que a él le parecían errores en la Eroica ), pero el caso es que Bruckner era un buenazo y este rechazo le desalentó tan profundamente que hasta parece que debió considerar en algún momento la opción del suicidio. Decidido a ganarse la aprobación de Levi (lo que demuestra una debilidad de carácter en contraposición a la fuerza de sus obras), el músico emprendió una furibunda revisión de la Octava , a la que practicó numerosas mutilaciones, reescribiendo algunos pasajes completos. Y es aquí donde comienza el desbarajuste bruckneriano, pues en la actualidad existen tres versiones, todas ellas grabadas en disco, de esta obra: la segunda versión, que el compositor consideró la oficial; la rechazada por Levi;y una tercera publicada por el editor Robert Haas, que añadió a la versión oficial algunos de los pasajes suprimidos de la original, dando como resultado una obra aún más extensa.

Los años perdidos (1887-1891)

Pero no terminaría ahí la cosa, ya que en pleno ataque de furia revisionista, Bruckner comenzó a ver fallos por todas partes en obras anteriores, y tomó la decisión retocar también las sinfonías Primera, Tercera y Cuarta . Levi, horrorizado, le pidió que no retocase la Primera , escrita hacía ya más de 20 años, y que le parecía una obra perfecta, pero el compositor hizo caso omiso. Estas revisiones generaron un desconcierto que aún dura hoy día, sobre la versión que en realidad debe interpretarse en las salas de concierto. Todo este enorme esfuerzo no sirvió en realidad para aportar nada nuevo a lo ya dicho y, por si fuera poco, demoró enormemente a Bruckner en su composición de la Sinfonía Nº 9 , que había iniciado nada más terminar la Octava , en 1887 y que no retomó hasta 1891. En estos cuatro años sucedieron numerosos acontecimientos.

En 1890, año en que pide excedencia al conservatorio por sentirse agotado, el emperador Francisco José le recibió en audiencia para agradecerle la dedicatoria de la Sinfonía Nº 8 . Poco después, el reconocimiento de Viena se haría efectivo en la concesión de una pensión, que aliviaría sus últimos años, y en su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Viena. Así como Brahms compuso la Obertura académica para agradecer su nombramiento como doctor en música por la Universidad de Breslau, Bruckner quiso corresponder de igual manera a la de Viena, aunque de una manera un poco más pintoresca, ofreciéndole la nueva versión de su vieja Sinfonía Nº 1 . Tampoco se puede pasar por alto un episodio que no tuvo mayores consecuencias, pero que a punto estuvo de suponer un cambio importante en su existencia. Célibe durante toda la vida, Bruckner siempre había causado la espantada de las mujeres a las que pretendía en matrimonio, pues era descuidado en el vestir y tosco de maneras, además de tener una mentalidad excesivamente tradicionalista sobre las relaciones hombre y mujer, que no concebía sino tras pronunciados los votos nupciales. El año en que reanudó la Sinfonía Nº 9 asistió a una triunfal interpretación de su Te deum en Berlín.

Allí conocería a una joven llamada Ida Buhz, que trabajaba en el hotel Kaiserhof donde ella se hospedaba. Como era su costumbre, Bruckner realizó su propuesta a los dos días de haber conocido a la muchacha y, para su sorpresa, tanto su reacción como la de sus padres fue positiva. Debido a la distancia, su relación fue meramente epistolar y duró cerca de cuatro años. Sin embargo, cuando todo estaba listo para que la boda se celebrase, el anciano, que ya rondaba los setenta y un años, recordó un pequeño detalle que se le había pasado por alto comentar a la familia Buhz: la joven era protestante y él católico, por lo que ponía como condición sine qua non que ella se convierta a su religión. Ante la negativa de la familia, Bruckner rompió el compromiso quizás porque después de tanto tiempo la soledad no era algo que le disgustase y, al menos, había cumplido por fin con el rito, desconocido hasta entonces para él, de estar prometido a una mujer.Además, al presentir su muerte, por el repentino debilitamiento de su salud dos años antes, ya se había mentalizado de que la boda nunca llegaría a celebrarse.

Un adagio para despedir la vida

Estatua del emperador Francisco José, a quien fue dedicada la “Sinfonía Nº 8Ese año de 1893 en que todo apunta a que no verá la luz de 1894, un Bruckner aquejado de pleuresía redacta su testamento, a la vez que emplea los ratos de mejoría por acabar el primer movimiento de una novena que se le hace interminable. Conseguirá concluirlo por navidades, coincidiendo con una mejoría de su salud. Animado, dará forma en tan sólo dos meses al segundo movimiento, que será el más popular de esta obra inacabada, pero el adagio contendrá las últimas notas sinfónicas que salgan de su pluma.Tras nueve meses batallando con él, Bruckner lo da por finalizado, no sin anotar un subtítulo para él tan elocuente como Despedida de la vida . Pocos días después sufre una recaída, y para las navidades de ese 1894 los médicos le recomiendan la extremaunción. Eso no le impidió tocar el órgano por última vez en su vida, no en su famosa Iglesia de San Florian, sino en el pueblo de Klosterneuburg, adonde había acudido a pasar las fiestas. Pero su estado era tal, que no fue capaz de manejar los pedales en condiciones. Aún así, no quiso privarse de sus largos paseos con el joven músico Hugo Wolf, que se había convertido en el confidente fiel de estos últimos años.

El desdén demostrado por muchos hacia Bruckner es tal que en dibujos, como en éste con Wagner, se le muestra como un hombrecillo, cuando medía 15 cm. más que él.Entre la mejoría y el deterioro constantes, llegó un momento en que Bruckner no era apenas capaz de subir los cuatro pisos de escaleras que llevaban a su vivienda y nuevamente el emperador acudió en su ayuda, a requerimiento de la princesa María Valeria, permitiéndole instalarse en unas habitaciones del Palacio de Belvedere, en julio de 1895. Durante el año y tres meses que le quedarán de vida, el viejo maestro tratará, sin conseguirlo, de dar forma a ese último cuarto movimiento de su Sinfonía Nº 9 , pero todo será inútil. El peso de los años, el cansancio de aquella última década de éxito, tan ajetreada, y la dificultad para concentrarse, teniendo tan presente que la muerte le rondaba, no le permitieron ir más allá de una serie de esbozos en los que plasmó cuatrocientos ochenta de los seiscientos compases que hubiesen puesto punto final a la obra. Sabedor de que sucumbiría sin llegar a una décima sinfonía, cumpliendo así la maldición beethoveniana de la que fue víctima Schubert y posteriormente lo serían Mahler, Dvorak y Glazunov (aunque Bruckner sí compuso diez, pues tiene una Sinfonía Nº 0 de la que renegó), propuso que cuando se interpretasen los tres movimientos completados se añadiera su Te deum a modo de conclusión.

A las tres de la tarde del 11 de octubre de 1896 Anton Bruckner sintió un repentino enfriamiento que sería el último, y que ni el té solicitado a su ama de llaves, Frau Kathi lograría templar ya.Tal y como era su deseo, fue enterrado bajo el órgano de su querida Iglesia de San Florián, tras cuyo teclado había pasado algunos de los momentos de mayor recogimiento y satisfacción de una vida enteramente dedicada a la música.

Sinfonía Nº 9 en re menor A 124

A diferencia de Mahler, cuya conclusión de la Sinfonía Nº 10 ha sido disputada por un buen número de musicólogos y compositores, el estigmatizado Bruckner no contó con voluntarios para poner punto final a lo que a muchos les parecía una mole de sinfonía, con scherzo emparedado entre dos abrumadores adagios, paradigma de la densidad achacada siempre al austríaco. Sin embargo, y pese a estar inacabada, los tres movimientos completos alcanzaron rápidamente gran popularidad, especialmente el vibrante scherzo. La obra se estrenó el 11 de febrero de 1903 en Viena con el Te Deum a modo de conclusión aunque, como siempre, los editores manipularon la obra para depurarla de lo que creían ampulosidades brucknerianas, y ésta no fue editada en su versión original hasta 1932.

I. Solemne, misterioso: Como síntesis de su propia obra y de sus pasiones, Bruckner introdujo en la Novena numerosas alusiones a sinfonías como la Quinta , la Séptima y la Octava , además de a sus misas. El primer movimiento contiene tres temas y está estructurado en forma de sonata. Tras una introducción realmente extensa, aparece hacia los dos o tres minutos (dependiendo de la interpretación) el primer tema, expresado con violencia venal por la orquesta en fortísimo, pero en Bruckner la pasión nunca alcanza lo descarnado, porque sabe contrarrestrarla con un sentimiento de constante redención y búsqueda de lo espiritual. Es lo que ofrece el maravilloso segundo tema, expresado por los violines inicialmente en piano y luego desarrollándose con una maestría contrapuntística extraordinaria en la que Bruckner maneja cuatro melodías de forma simultánea, alcanzando un momento de puro gozo para el oyente en el que expresa infinidad de sensaciones, en apenas unos pocos compases. El tercer tema es en realidad es un grupo de temas que Bruckner maneja en dos tonalidades distintas: en sol bemol mayor y en re menor. El movimiento concluye con gran intensidad, tras haber repasado los tres temas expuestos, cargando las tintas sobre las dimensiones catedralicias, en abierta comunión con el cosmos, que el músico sabe extraer de una milagrosa conjunción de los metales.

II. Scherzo (Con movimiento y vivo)- Trío-Scherzo (da capo) : Sería arduo referir lo mucho que se ha escrito acerca de este conocido movimiento. Muchos lo han definido como aterrador y desesperanzado, llegando algunos musicólogos a evocar imágenes de un infierno donde se retorcerían los condenados. Sin embargo, y como toda interpretación acaba siempre siendo algo meramente personal, la que aquí exponemos no concuerda precisamente con esta visión. Ciertamente, la originalidad de Bruckner es construir un scherzo abrupto, que evoca el movimiento estremecedor de una naturaleza gigantesca en la que lo terrible no tiene por qué ser tan terrorífico como algunos han pretendido.Todo comienza con un inofensivo pizzicato, acompañado por la flauta y los violines, en el que se antecede, como a saltitos, la irrupción del grueso orquestal que configura esa presencia que hay quien señala como de sino apocalíptico. Verdaderamente, Bruckner construye aquí un momento impresionante pero, y éste es el motivo por el que no podemos considerar infernal el scherzo, endulzado por el contraste de jugueteo infantil que aporta el delicioso trío. La alternancia entre ese nubarrón negro y el bucolismo dibujado por la madera y la cuerda constituyen todo un hallazgo al que contribuye la causticidad que Bruckner derrocha en la orquestación. El hecho de que el scherzo sea el segundo movimiento, en lugar del tercero, nos remite de inmediato a la Octava .

III. Adagio (Muy lento y solemne):

Aunque este movimiento está expuesto en forma de sonata, se desarrolla siguiendo la estructura de un rondó. El primer tema parte de una idea dolorosa que se abre poderosamente hacia lo absoluto, recordándonos mucho a Wagner, concretamente a Tristán e Isolda , y ¿por qué no? a ese otro adagio de una sinfonía inacabada, tras el cual también se abriría el abismo del silencio por fallecer su autor. Nos referimos al de la Sinfonía Nº 10 de Mahler, escrito también con el presagio certero de una muerte cercana. El sentimiento doloroso se pierde en la lejanía orquestal mientras va surgiendo el tema central. La cuerda es la que sostiene el discurso principal de todo el movimiento, confiriéndole un carácter de latente dramatismo, mientras el viento da su réplica desde un segundo plano, sin dejar de estar presente en todo momento, atemperando con dulces intervenciones de la madera el aura de tristeza. Una vez pasado el ecuador del movimiento la orquesta aborda una breve transición en la que de nuevo emerge una sombra abrupta y negra que remite a las oscuridades del scherzo. Pero tras ésta la obra se encamina con grandiosidad y mansedumbre al tema final en el que la placidez con la que van disipándose las brumas, deja entrever una luminosidad de amanecer tras esa larga noche que ha sido la propia vida de Bruckner. Aunque sabemos que él pretendía hacer una obra en cuatro movimientos que finalizase con una gran doble fuga, e incluso se conservan los borradores incompletos de ésta, la sensación de acabado que queda tras este adagio nos hace creer por un momento que el músico quiso voluntariamente despedirse así, diluyéndose como una melodía acariciante que se va con la misma naturalidad con la que vino al mundo, en lugar del golpe seco y contundente con el que por lo general terminan muchas de las sinfonías románticas.

Discografía selecta:

• Orquesta Filarmónica de Berlín. Director: Wilhelm Furtwängler. Classica D'Oro.

• Orquesta Sinfónica de Chicago. Director: Carlo Maria Giulini. EMI

• Orquesta Filarmónica de Berlín. Director: Eugen Jochum. DEUTSCHEGRAMMOPHON

Todos los artículos que aparecen en esta web cuentan con la autorización de las empresas editoras de las revistas en que han sido publicados, asumiendo dichas empresas, frente a ARCE, todas las responsabilidades derivadas de cualquier tipo de reclamación