Ritmo

"El Quijote" en la música. Espejos sonoros del mito cervantino

por José Antonio Ruiz Rojo

Ritmo nº 781, Diciembre 2005

Desde su ya lejana publicación en 1605-1615, la novela de Miguel de Cervantes ha sido fuente de inspiración de una legión de pintores, escritores, músicos y directores de cine. No podíamos dejar escapar el año del cuarto centenario de la publicación de la primera parte de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” sin dedicar un Tema del Mes, el último de 2005, a examinar algunas de las numerosas adaptaciones musicales de tan influyente obra literaria.

Peter P. Pachl señala que las primeras versiones cantadas se remontan hasta el mismo siglo XVII, en pleno Barroco, y cita la ópera Don Chisciotte della Mancha (Venecia, 1680), de Carlo Fedeli, y una música incidental escrita por Henry Purcell en 1694-1695. En realidad, la ópera más antigua es Sancio , de autor desconocido y libreto de Camilo Rima, estrenada en Módena en 1655. Entre los muchos títulos que relaciona Pachl y que no serán objeto de mis comentarios bastará con mencionar las óperas de Francesco Bartolommeo (1719), Antonio Caldara (1733), Joseph B. de Boismortier (1743), Antonio Salieri (1770), Niccolò Piccinni (1773), Pietro Generali (1805), Gustav Seydel (1870) y Émile Vuillermoz (1904), los ballets de Franz Hilverding (1740) y Goffredo Petrassi (1947) y los poemas sinfónicos de Arthur Rubinstein, Viktor Ullman y Diether de la Motte. No obstante, la lista de Pachl dista de ser exhaustiva, pues no figuran, por ejemplo, la temprana ópera Der irrende Ritter Don Quixote de la Mancia (1690) de Johann P. Förtsch y la ópera de Emilio Arrieta La ínsula Barataria (1864), dos títulos que sí recoge Arturo Reverter en su artículo de “El Cultural” de “El Mundo” (enero de 2005).

Las primeras partituras de cierta importancia son la música de escena de Purcell y las obras del compositor alemán Georg Philipp Telemann: la ópera-ballet Don Quichotte der Löwenritter (1761) y la Suite burlesca de Quijote en sol mayor . Tras la obertura, los ocho movimientos de esta suite para orquesta de cuerda y bajo continuo describen el sueño del alucinado Alonso Quijano, el ataque contra los supuestos gigantes, los pensamientos amorosos de don Quijote, la resignación de Sancho Panza, el galope de Rocinante y el del asno del sufrido escudero y, por último, el reposo nocturno del héroe. Anotemos también, dentro del siglo XVIII, la ópera buffa Don Chisciotte della Mancia , con música de Giovanni Paisiello y un libreto de Giambattista Lorenzi basado indirectamente en Cervantes (la fuente es una comedia de Zeno y Pariati representada en Viena en 1719 con acompañamiento musical de Francesco Conti). La parodia de Paisiello, estrenada en Nápoles en 1769 y sometida a revisión en 1976 por Hans Werner Henze, se centra en los capítulos 30 y siguientes de la segunda parte de la novela, aunque también se incluyen otros episodios, como el célebre de los molinos de viento del capítulo 8 de la primera parte.

Los compositores románticos recurrieron a menudo a la figura idealizada de un Don Quijote defensor en su bendita locura de causas imposibles, un personaje trágico y lleno de grandeza, merecedor por ello de respeto y admiración. Poco que ver, por tanto, con el ridículo enajenado que presentaban muchas óperas nacidas en el racionalista Siglo de las Luces. Pero tampoco desdeñaron los nuevos músicos aquellos episodios más costumbristas y cómicos de la novela, pues el humor es ingrediente esencial en la obra de Cervantes. Nos encontramos, por ejemplo, con plasmaciones teatrales del episodio de la boda de Quiteria y Basilio del capítulo 19 de la segunda parte del “Quijote” debidas, entre otros, a Mercadante y Mendelssohn. La ópera del hamburgués, titulada Las bodas de Camacho , lleva libreto de C. A. L. von Lichtenstein y su estreno tuvo lugar en Berlín en 1829, cuatro años después de su composición por un músico todavía adolescente.

Siguen, por orden cronológico, el ballet en cuatro actos Don Quijote de L. Minkus, estrenado en Moscú en 1869 con la coreografía de Marius Petipa (no confundir con el Don Quijote de N. Nabokov, ballet estrenado en 1965 en Nueva York con coreografía de George Balanchine) y la que para mí es la versión musical por excelencia del caballeresco personaje. Me refiero, por supuesto, al poema sinfónico (una suerte de variaciones para orquesta) escrito por el bávaro Richard Strauss en 1897, genial partitura que confía al violonchelo la caracterización de don Quijote como espíritu noble, alegre y profundamente sentimental (la viola se encarga de trazar la personalidad de Sancho Panza) y una obra programática en la que el autor demuestra su dominio de la instrumentación: pasajes como la caída de don Quijote tras chocar con los molinos de viento (glissando en las arpas y golpe de timbal), el combate contra un rebaño de corderos (balidos en los trémolos de las violas divididas) y el imaginario vuelo de Clavileño del capítulo 41 de la segunda parte de la novela (cromatismo en las flautas, glissandi de las arpas, máquina de viento... con pedal de los contrabajos para remarcar que el caballo de madera no se ha elevado un palmo) son buenos ejemplos del más sabio descriptivismo.

Continuamos recorrido con las óperas (tituladas Don Quijote ) del austriaco Wilhelm Kienzl y el francés Jules Massenet. La primera, con libreto del propio compositor y estreno en Berlín en 1898, incluye (en la tradición de la Gran Ópera) un ballet en el Acto II y requiere de un nutrido contingente orquestal (no faltan las castañuelas para dar color local), pero la posteridad ha sido injusta con ella. Lo contrario de lo que ha sucedido con la segunda, pues desde su estreno en Montecarlo en 1910 no ha experimentado descenso de popularidad. Algo sobrevalorada a mi juicio, el libreto de Henri Cain (según la comedia de Le Lorrain) es francamente mediocre y tampoco se trata, desde luego, de la mejor partitura de Massenet.

Aunque yacen casi todas en el olvido absoluto, existen muchas zarzuelas sobre el tema, compuestas varias en 1905 con ocasión del tercer centenario de la primera parte de la novela de Cervantes. Sin duda, la más conocida es La venta de don Quijote , estrenada en el Teatro Apolo de Madrid en 1902, con música de Ruperto Chapí y libreto de Carlos Fernández Shaw basado en los capítulos 2 y 3 de la primera parte de la novela.

En el siglo XX los compositores españoles toman por fin el relevo en la empresa de fijar en el pentagrama las peripecias de don Quijote. Esto no significa que cesen las aportaciones, a veces magníficas, de los extranjeros, pero es claro que el mayor volumen de producción corresponde a los músicos de nuestro país. Así, el vitoriano Jesús Guridi escribió en 1915 el poema sinfónico Una aventura de don Quijote , donde usó material folclórico de Castilla y las tierras vascas. El valenciano Joaquín Rodrigo presentó en 1946 su Ausencias de Dulcinea , un poema sinfónico para bajo, cuatro sopranos y orquesta sobre los secos versos quijotescos de Miguel de Cervantes. El catalán Robert Gerhard alumbró un ballet de cámara en dos actos (1940), una suite para orquesta de cámara (1941), una partitura para una dramatización radiofónica (1944) y una nueva versión del ballet que fue estrenada en Londres en 1950 con coreografía de Ninette de Valois y con Margot Fonteyn en el papel de Dulcinea-Aldonza. El Don Quixote de Gerhard es una obra interesante por su calidad musical y su decidida exploración de la dialéctica fantasía-realidad o idealismo-realismo. Medio siglo después pudimos asistir en el Teatro Real al estreno de la ópera-cantata Don Quijote del compositor madrileño Cristóbal Halffter, una particular y muy libre adaptación del clásico cervantino con libreto de Andrés Amorós. Por cierto que otros miembros de la familia Halffter han escrito partituras sobre el tema: Rodolfo ( Clavileño ) y Ernesto ( Dulcinea y la banda sonora para un film de Rafael Gil), tíos los dos de Cristóbal. También en el 2000 fue estrenada en el Liceo barcelonés la ópera (o, más bien, espectáculo multimedia) D.Q. Don Quijote en Barcelona , una original y arriesgada propuesta escénica de La Fura dels Baus con música de José Luis Turina y texto de Justo Navarro.

Pero, en mi opinión, la cumbre de los Quijotes musicales hispanos es El retablo de Maese Pedro (1919-1922), una ópera de cámara inspirada principalmente en los capítulos 25 y 26 de la segunda parte de la novela. La compuso Manuel de Falla (autor también del libreto) a petición de la princesa de Polignac, que quería una pieza de esa naturaleza para su teatro de títeres privado de París. El reducido conjunto instrumental y vocal (“Verán que yo puedo hacer tanto ruido con veinte instrumentos como con cien”) y la función constructiva del timbre, unido a la influencia ejercida por el cancionero español de los siglos XVI y XVII, determinan una obra singular, síntesis prodigiosa de tradición y modernidad, de nacionalismo musical y vanguardia.

Los compositores franceses del siglo pasado contribuyeron con espléndidas canciones destinadas en origen a la película Don Quijote de G. W. Pabst, una producción del año 1933. Son las melodías de Jacques Ibert las que se escuchan en el film en la persona del bajo ruso Feodor Chaliapin, precisamente el intérprete para quien creó Massenet el papel estelar de su ópera. El otro competidor, Maurice Ravel, se retrasó en el cumplimiento del encargo y perdió la carrera, pero, ni corto ni perezoso, mandó grabar en 1934 sus tres canciones de Don Quijote a Dulcinea .

Termino con una rápida mención del musical El hombre de la Mancha , con música de Mitch Leigh (alumno de Paul Hindemith) y canciones de Joe Darion. El estreno se verificó en Nueva York en 1965, pero fue la versión cinematográfica de 1972 dirigida por Arthur Hiller y protagonizada por la explosiva Sofia Loren y Peter O'Toole (en las canciones le dobla la voz Simon Gilbert) la responsable de que cuarenta años más tarde sigamos recordando números como The Impossible Dream.

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