Ritmo

En Do Mayor. Seis grandes sinfonías honran esta tonalidad

por José Antonio Ruiz Rojo

Ritmo nº 764, mayo 2004

Sexto capítulo de la serie y una nueva tonalidad a examen, la décimo quinta si no me fallan las cuentas (ya sólo me restan nueve por tratar). Abundan en la literatura musical las sinfonías y conciertos en esta tonalidad de Do Mayor, cuya armadura, al igual que la de la tonalidad con que inaugurábamos la serie (La Menor), no presenta ningún accidente o nota alterada, es decir, no contiene ni bemoles ni sostenidos, y es, por tanto, una tonalidad blanca, denominación que se me antoja obedece tanto a su "limpieza gráfica" como al hecho de que cualquier melodía en estricto Do Mayor puede tocarse con las teclas blancas del piano, sin que haya necesidad de pulsar ninguna tecla negra (se usan los semitonos naturales). Es Do Mayor una tonalidad poderosa y brillante y comparte con todas las tonalidades del modo menor la marcada centralidad de la nota tónica, pues la distancia de semitono entre los grados séptimos y octavo de la escala (aquí Si y Do) precipita a aquél sobre éste (en otras palabras, la nota Do en la tonalidad de Do Mayor afirma su presencia mucho más insistentemente que cuando funciona en el marco de la tonalidad de Do Menor, donde, en principio, hay doble distancia entre los grados séptimo y octavo de la escala, o sea, aquí, Si bemol y Do).

Como en otras ocasiones, mi repaso comienza con el miembro más insigne de la familia Bach. En efecto, la Suite-obertura nº1 del músico de Eisenach, de hacia 1718, es seguramente la más antigua obra orquestal en Do Mayor conocida hoy por el aficionado medio. Escrita para cuerda, continuo, dos oboes y un fagot, y con una duración de veinticinco minutos, se suceden en ella las siguientes danzas: Courante, Gavotas I y II, Forlana, Minuetos I y II, Bourrées I y II y Passepieds I y II. También debemos a Juan Sebastian Bach el Concierto para dos clavecines BWV 1061 y el Concierto para tres clavecines BWV 1063, ambos en Do Mayor, donde la orquesta, reducida a un conjunto de cuerda, juega un papel secundario, muy especialmente en el caso del BWV 1061, que quizás tuvo su origen en una composición para teclado solo.

No podían faltar entre las numerosas sinfonías de Haydn (autor también del espléndido Concierto para violonchelo en Do Mayor redescubierto en 1961) algunas escritas en la tonalidad que nos ocupa. Los cinco ejemplos más destacados son los siguientes: la Sinfonía nº48 (1769), apodada María Teresa por la emperatriz austriaca ante quien se interpretó la obra en 1773, que incluye en su instrumentación trompetas y timbales (de modo similar a lo observado en las otras dos sinfonías en Do Mayor de la etapa Sturm und Drang); la Sinfonía nº60 (1774), apodada El distraído por la pieza escénica de Regnard para la que Haydn escribió la sinfonía como música incidental, que se estructura en seis movimientos llenos de contrastes (clara denuncia de su origen teatral); la Sinfonía nº82 (1786), perteneciente al grupo de las parisienses, justifica su zoológico apodo, El oso, por la evocación de la danza del plantígrado en el Vivace final; la Sinfonía nº90 (1788), para cuerda, flauta, oboes, fagotes, metales y timbales presenta una novedad absoluta: la introducción lenta está ligada temáticamente a los primeros compases del Allegro que viene a continuación; y, por último, la Sinfonía nº97 (1792), del grupo de las doce Sinfonías Londres, es una partitura magistral cuyo primer movimiento (Allegro) constituye una de las cimas de la creación haydniana.

Por su parte, Mozart escribió varias obras en Do mayor. Por ejemplo, la Sinfonía nº 28 (1774), que, según los Massin, supone el "acta de nacimiento de la sinfonía moderna" y que inspiró además este comentario de Paumgartner: "De la despreocupada atmósfera festiva de aquellos tres movimientos reunidos con tanta soltura [se refiere a la Sinfonía nº22, también en Do Mayor] pasamos ahora a una obra cíclica, casi igualmente festiva, pero temáticamente tejida con arte sutil". Sin que podamos olvidarnos de la Sinfonía nº34 (1780) y, menos aún, de la Sinfonía nº36 (1783), apodada Linz por haber sido redactada en esa ciudad en tan sólo tres días, lo cierto es que la Sinfonía nº41 en Do Mayor (1788), apodada Júpiter por su carácter majestuoso y sus medidas olímpicas (supera en duración a todas las sinfonías del siglo XVIII), representa la culminación de la sabiduría orquestal de Mozart, y su último movimiento (Molto allegro en 2/2) exhibe una de las más imponentes arquitecturas musicales de todos los tiempos: "La verdadera fuga, que superpone de manera extraordinaria los cinco temas, dura solamente 30 compases, pero está siempre latente como alusión y contrapunto" (Greither). También figuran en Do Mayor, entre otras obras suyas, el Concierto para piano nº21 (1785), famoso por su lírico Andante, y el delicado, bellísimo, Concierto para flauta y arpa (1778). En este punto podemos recordar una curiosa sinfonía en Do Mayor debida a Carl Ditters von Dittersdorf, un compositor alemán contemporáneo de Mozart, que lleva por título Las cuatro edades del mundo y está dividida en cuatro movimientos: Larghetto (Edad de Oro), Allegro vivace (Edad de Plata), Menuetto (Edad de Bronce) y Presto (Edad de Hierro).

La aportación de Beethoven al repertorio orquestal en Do Mayor se limita a dos partituras tempranas y una del periodo medio. Me refiero al Concierto para piano nº1 (1798), que cronológicamente ocupa el segundo lugar de la colección, a la Sinfonía nº1 de 1799-1800, todavía cortada por el patrón de Haydn, y al Triple concierto para violín, violonchelo y piano (1804), que se alza como uno de los pocos ejemplos significativos de concierto para dos o más instrumentos solistas.

Entre las sinfonías del pleno Romanticismo figuran dos imprescindibles en la tonalidad de Do Mayor. Son, por supuesto, la Novena Sinfonía de Schubert (quien también escribió en esa tonalidad su Sexta) y la Segunda Sinfonía de Schumann. Aquélla, apellidada La Grande, data de 1828 (el año de la muerte del compositor), pero no fue estrenada, por Mendelssohn, hasta 1839. Schubert repite el contingente instrumental de la precedente e inacabada Octava Sinfonía en Si Menor y emplea su mismo lenguaje orquestal: papel privilegiado de las trompas, diálogos entre cuerdas y vientos, pulsación confiada frecuentemente a los pizzicati de las cuerdas... por no hablar de la similitud estructural entre los nueve primeros compases de las dos obras (la Octava, una vez transpuesta a la tonalidad contigua de Do y al triunfante modo mayor, ¿no halla su completitud en la Novena?). En cuanto a la Segunda schumanniana, terminada en 1846 (es, en consecuencia, la tercera en orden cronológico), apuntar sólo el libérrimo manejo de la forma sonata tan del gusto de su autor y la inclusión, como página sublime, del célebre Adagio en do menor y 2/4, el más bello movimiento lento de su autor, en cuyo apasionado cromatismo muchos vemos una anticipación del Tristán e Isolda wagneriano.

Aunque hasta finales del siglo XIX no se encuentren otras sinfonías y conciertos en Do Mayor de calidad comparable, deseo citar al menos la Tercera Sinfonía del sueco Franz Berwald (estrenada en 1905, sesenta años después de su composición), la juvenil Sinfonía en Do Mayor de Bizet (1855), la Primera Sinfonía de Balakirev (comenzada en 1864 y terminada en 1897) y la Tercera Sinfonía de Rimsky-Korsakov (estrenada en 1869 y varias veces revisada), que, como obra programática, en realidad una suite sinfónica, ilustra un cuento oriental de Senkowsky.

Mantendré la opinión, tal vez heterodoxa, de que la Sinfonía en Do Mayor de Paul Dukas, comenzada en 1895 y estrenada en 1897, acaba definitivamente con la sequía, pues, después de ese alarde de virtuosismo que es El aprendiz de brujo (1897), me parece no sólo la partitura más interesante del músico francés, sino que por su admirable complejidad estructural (motivo probable de la tibieza inicial del público) deberíamos situarla, a pesar de cierta tendencia a la grandilocuencia, entre los mayores logros sinfónicos del panorama internacional de la época. Constituye además la más importante sinfonía francesa desde la Fantástica de Berlioz y la Sinfonía en Re Menor de Franck.

Las Sinfonías 3 y 5 de Sibelius son quizás las más importantes sinfonías posrománticas en Do Mayor, y desde luego las más importantes de cuantas se han compuesto en esa tonalidad en el pasado siglo. La austera, clásica y serena Tercera, estrenada en 1907, ha sido etiquetada a menudo como la "Pastoral nórdica" y difiere radicalmente de las más retóricas y opulentas Primera y Segunda. Con la Séptima, todo un hito en la historia del género, el músico finlandés se retiró prácticamente de la composición (aún daría una última obra maestra con Tapiola) y a nosotros no nos queda sino lamentar la decisión. Escrita en 1924, la intensa Séptima Sinfonía consta de un único movimiento, a pesar de lo cual y dada su cohesión orgánica no se trata de un poema sinfónico más o menos disimulado: la destreza de Sibelius en el arte de la transición se revela aquí infinita. A su lado palidecen sinfonías estimables como, por ejemplo, la Cuarta de Prokofiev (versión revisada de 1947) y la Séptima de Shostakovich, compuesta esta última en 1942 en el Leningrado sitiado (de ahí su sobrenombre) y cuyo terrorífico crescendo del primer movimiento (que pinta el avance de las hordas enemigas) produce un fuerte impacto en los públicos. Por otro lado, el Concierto para piano nº3 de Prokofiev (1921), el más divulgado de la serie, puede aspirar legítimamente al título de mejor concierto en Do Mayor del siglo XX.

Intérpretes JOHN BARBIROLLI El responsable de la mejor integral discográfica de las sinfonías de Sibelius y traductor insuperable de la dos sinfonías en Do Mayor de la colección, es, por supuesto, este director de orquesta inglés (batuta señera del siglo pasado) nacido en Londres en 1899 en el seno de una familia de origen italiano (como delata su apellido) y fallecido repentinamente en 1970 durante un ensayo con la Filarmonía. En 1943 aceptó el puesto de director titular de la provinciana Orquesta Hallé de Manchester (a pesar del sueldo bajo y de contar con pocos profesores, movilizados algunos en la guerra y huidos otros a orquestas que pagaban mejor) y en unos cuantos años convirtió a la agrupación en una de las más respetadas de Europa. La capacidad comunicativa de Barbirolli era proverbial y su sintonía con las obras que más frecuentaba, absoluta. Adoptó además desde muy pronto un enfoque entonces valiente y pionero, tendente a despojar las interpretaciones de las partituras románticas de la retórica ampulosa y gratuita presente en muchas versiones de los años cincuenta. Produjo lecturas más sobrias y caligráficas que, no obstante, preservaban los parámetros fundamentales del estilo romántico (la fuerza, el lirismo y el color, es decir, la sustancia expresiva), tan en extremo atinadas que en la actualidad nos parece simplemente el modo lógico de proceder y olvidamos con facilidad que no siempre fue así.

VLADIMIR ASHKENAZY El registro del Tercer concierto para piano de Prokofiev representa uno de los mayores logros de este artista ruso (nacionalizado islandés) nacido en Gorki en 1937. Formado en el Conservatorio de Moscú, ganador del segundo premio en el Concurso Chopin de Varsovia de 1955 y del primer premio en el Concurso Reina Isabel de Bruselas, su carrera internacional comenzó con una serie de conciertos en los Estados Unidos de América y en Canadá. En 1962 obtuvo el primer premio del Concurso Chaikovsky de Moscú. A partir de los años setenta afianzó también su carrera como director de orquesta (aunque yo pienso que su labor en este campo es menos digna de encomio) y en los ochenta y los noventa fue principal director invitado de la Orquesta Filarmonía, director musical de la Royal Philharmonic, principal director invitado de la Orquesta de Cleveland y titular y director musical de la Orquesta Sinfónica Alemana de Berlín. Entre 1998 y 2003 ocupó también el puesto de director titular de la Orquesta Filarmónica Checa, es ahora director musical de la Joven Orquesta de la Unión Europea y está previsto que asuma la dirección musical de la Orquesta Sinfónica NHK en la próxima temporada 2004-2005. Volviendo al Askenazy pianista, digamos que en 1999 recibió un premio Grammy por la grabación completa de los Preludios y fugas de Shostakovich (otro compositor ruso con el que se siente bastante cómodo).

JAMES GALWAY Protagonista, junto con Marta Robles, de una de las mejores versiones del Concierto para flauta, arpa y orquesta de Mozart (RCA), este famoso flautista británico, nacido en Belfast en 1939, comenzó, sin embargo, estudios de violín. Luego, entregado ya al instrumento con el que todos le asociamos y tras ganar premios en el Úlster, se trasladó a Londres para estudiar en el Royal College of Music, donde permaneció varios años (1956-1959). Ingresó a continuación en la Guildhall School of Music, y poco tiempo después ganó una beca para ampliar su formación en París, en cuyo conservatorio trabajó con Jean-Pierre Rampal, otro intérprete de flauta legendario. Sus primeros años de actividad profesional transcurren en Inglaterra como miembro de la orquesta del Royal Shakespeare Theatre, pero en 1968 se convirtió en el primer flautista de la Royal Philharmonic Orchestra, tras haberlo sido de la orquesta del Covent Garden. Reclamado nada menos que por Karajan, ocupó idéntico puesto en la Filarmónica de Berlín entre los años 1969 y 1975. Su posterior carrera como solista, que a punto estuvo de verse interrumpida a causa de un grave accidente, se presenta sembrada de éxitos. Sus apariciones en televisión y sus discos han contribuido a la divulgación del repertorio para flauta, sin duda uno de los menos favorecidos. Por cierto: ha participado en la grabación de la banda sonora de la tercera parte de "El señor de los anillos".

Compositores WOLFGANG AMADEUS MOZART (1756-1791) La aportación del salzburgués al repertorio orquestal en Do Mayor se cifra, salvo error por mi parte, en una decena de sinfonías (incluidas las números 22, 28, 34, 36 y 41), siete conciertos (Concierto para flauta y arpa, Concierto para oboe, Conciertos para piano núms. 8, 13, 21 y 25 y el Concertone para dos violines, oboe y violonchelo) y algunos rondós, marchas y divertimentos. Ciertamente Mozart fue un músico prolífico, pero aun así parece claro que la tonalidad de Do Mayor se hallaba entre sus favoritas.

ANTONIO SALIERI (1750-1825) Autor de un Concierto en Do Mayor para flauta y oboe y de otro Concierto en Do Mayor para órgano, el compositor italiano residente en Viena no es hoy conocido entre el gran público por sus óperas (que le reportaron gran fama) ni por haber tenido como alumnos a Beethoven, Schubert y Liszt, sino por la historia, por completo desmentida, según la cual, cegado por la envidia, habría envenenado a su rival Mozart, una leyenda que ha inspirado obras teatrales, películas e incluso óperas (Mozart y Salieri de Rimsky-Korsakov).

JOSEPH HAYDN (1732-1809) Además del Concierto para violonchelo nº1, de tres conciertos para teclado, del Concierto para oboe y de un concierto para violín, el compositor austriaco, paladín del Do Mayor, montó en esta tonalidad veinte sinfonías (casi la quinta parte del total): 2, 7 (La tarde), 9, 20, 25, 30, 32, 33, 37, 38, 41, 48 (María Teresa), 50, 56, 60 (El distraído), 63 (La Roxelana), 69 (Loudon), 82 (El oso), 90 y 97. No obstante, es Re Mayor, con veintitrés ocurrencias, la tonalidad más utilizada por Haydn en el capítulo sinfónico.

LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770-1827) Ninguna de sus más importantes obras para orquesta figura en la tonalidad de Do Mayor, pero, claro, nada más lejos de mi intención declarar "menores" partituras como la Primera Sinfonía, el Primer concierto para piano o el Triple concierto. Lo que sucede es que entre estas obras y las Sinfonías Tercera, Quinta, Sexta, Séptima y Novena, los Conciertos para piano 4 y 5 y el Concierto para violín hay una considerable distancia. Pero, con todo, es uno de los compositores con más partituras notables en la citada tonalidad.

NICOLAI RIMSKY-KORSAKOV (1844-1908) El compositor ruso, cuya tercera y última sinfonía está escrita en Do Mayor, procedía de una distinguida familia de marinos y militares, y por esta razón ingresó como cadete en la Academia Naval, aunque al terminar la carrera en 1862, influido por Cui, Musorgsky y Balakirev, decidió dedicarse a la música. Sus óperas carecen de poder dramático, pero quizás compense la prodigiosa orquestación (en este terreno Rimsky apenas tiene competidores). El poema sinfónico Sheherazade es, con diferencia, su partitura más célebre.

PAUL DUKAS (1865-1935) Muy activo en la faceta docente, el músico parisino fue también un magnífico orquestador (un impresionista a su manera) que compuso un número reducido de obras. El poema danzado La péri, el scherzo El aprendiz de brujo, la Sinfonía en Do Mayor (es decir, prácticamente todo lo que escribió para orquesta) y la ópera Ariadna y Barbazul constituyen sus trabajos más apreciados, aunque su fama actual descansa en gran parte sobre el citado en segundo lugar (recuerden a Mickey en la película "Fantasía" de Walt Disney).

Discos seleccionados

BACH: Suite para orquesta nº1 (+ otras). Academy of St. Martin in the Fields/Neville Marriner. Philips 4709342. 3 CDs. ADD.

Aunque suele preferirse la grabación dirigida por Leppard para el mismo sello, me he inclinado finalmente por esta otra estupenda versión. También Füri (Denon) y Goebel (Archiv) firmaron en su día grandes interpretaciones. Por suerte hay donde elegir.

HAYDN: Concierto para violonchelo nº1 (+ otras). Du Pré. Orquesta de Cámara Inglesa/Daniel Barenboim. EMI 5668962. ADD.

Nadie ha tocado el violonchelo como Jacqueline Du Pré. Con el paso del tiempo su legado discográfico va adquiriendo inusitada dimensión histórica. Esta versión del Concierto en Do Mayor de Haydn (grabación de 1967) es una prueba de su talento excepcional.

MOZART: Sinfonías 34, 36 y 41 (+ otras). Orquesta Inglesa de Cámara/Daniel Barenboim. EMI 7673012. 4 CDs. ADD.

Barenboim repite. Puede que existan versiones superiores de las Sinfonías 34 y 36 de Mozart (en cualquier caso no muy superiores), pero esta Júpiter me sigue pareciendo la opción más recomendable. A pesar de Solti, Tate y otra gente maravillosa.

SCHUBERT: Sinfonía nº9. Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara/Carlo Maria Giulini. Sony 53971. DDD.

Dura pugna la establecida entre esta grabación y la de Barenboim (de nuevo don Daniel) en Sony. Cualquiera de ellas merece este mes la reseña en la sección. A mi juicio Solti o Klemperer se sitúan varios pasos por detrás. Y con eso ya está dicho todo.

SCHUMANN: Sinfonía nº2 (+ otra). Orquesta Filarmónica de Berlín/Rafael Kubelík. D.G. 4295202. ADD.

Los que tuvimos ocasión de asistir el verano pasado en Madrid a la interpretación de la Segunda de Schumann por Barenboim (¡no le nombraré más!) certificamos que a esta sinfonía se le hace justicia pocas veces. También fue Kubelík un buen juez en 1965.

SIBELIUS: Sinfonías 3 y 7 (+ otras). Orquesta Hallé/John Barbirolli. EMI 5672992. 5 CDs. ADD.

Pues eso, dos lecturas gloriosas (hasta se queda corto el calificativo en el caso de la Séptima Sinfonía) de dos de las mejores páginas orquestales escritas en la tonalidad que nos ocupa. La escucha de estos discos es casi un mandamiento para el melómano.

PROKOFIEV: Concierto para piano nº3 (+ otra). Ashkenazy. Orquesta Sinfónica de Londres/André Previn. Decca 4481272. ADD.

En este punto la crítica es prácticamente unánime: los cinco Conciertos para piano de Prokofiev lucen especialmente en los dedos de Vladimir Askenazy y la batuta de André Previn. Treinta años contemplan estas viejas e incombustibles grabaciones Decca.

SHOSTAKOVICH: Sinfonía nº7 (+ otra). Orquesta Sinfónica de Chicago/Leonard Bernstein. D.G. 4276322. 2 CDs. DDD.

Tampoco aquí puede haber dudas. El director norteamericano y los músicos de Chicago conspiraron en 1988 para producir la versión referencial de esta impresionante, aunque ciertamente irregular, sinfonía. Uno de esos discos milagrosos del último Bernstein.

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