Mediante el recurso del “glosario de ideas” el autor analiza varios temas recurrentes en el discurso arquitectónico actual: el espectáculo, el trauma o la nueva economía.
A, de Arquitectura
Es evidente que la arquitectura ha adquirido una nueva relevancia en la cultura en general. Si bien esta importancia tiene su origen en los debates suscitados por el posmoderno en los años setenta, recientemente se ha vuelto a poner de manifiesto debido a la presencia invasiva del diseño en los más diversos aspectos del capitalismo consumista: el arte, la moda, el comercio, el mundo empresarial, etcétera. La importancia concedida a la arquitectura tiene, además, algo de compensación: el arquitecto es la última personificación del genio artístico, del creador dotado de una visión superior y medios sofisticados a los que la mayoría de los mortales no podemos aspirar. El arquitecto estrella es la versión contemporánea del antiguo mito del artista. (A pesar de la distancia existente entre la arquitectura de vanguardia y la edificación convencional, creo que cualquier ciudadano de a pie es capaz de nombrar a un par de arquitectos más fácilmente que a un par de artistas o de escritores.)
La misma actitud compensatoria hacia el estatus de la arquitectura se detecta en el propio discurso arquitectónico actual, habitualmente esquizoide en el sentido de que los sueños de grandeza alternan con los sentimientos de impotencia. «Desde los primeros años noventa, lo que manda es el mercado, de modo que la única herramienta que nos queda es la seducción», comenta Kamiel Klaasse. «Esto crea una incómoda situación de dependencia. Los arquitectos combinan la arrogancia con la impotencia; somos mendigos y fanfarrones.»
«Hoy en día los arquitectos tienen la capacidad de hacer cualquier cosa y a la vez no hacer nada», añade Maarten Kloos. «La arquitectura se ha convertido en un concepto amorfo, evasivo, flotante, como una esencia en el aire o la última tendencia de moda.»
B, de Bonaventure
En su famoso análisis del espacio posmoderno, The Cultural Logie of Late Capitalism, Fredric Jameson utiliza el inmenso atrio del Hotel Bonaventure de Los Ángeles, de John Portman, como ejemplo de un nuevo tipo de ideal arquitectónico: el hiperespacio abrumador. Jameson considera este delirio espacial (exacerbado en obras posteriores de Portman como el Hotel Marriot Marquis en Atlanta) un síntoma de nuestra incapacidad para aprehender el universo del capitalismo avanzado, para hacernos un mapa mental del mismo. Curiosamente, lo que Jameson utilizaba como crítica a la cultura posmoderna es lo que muchos otros arquitectos han tomado como modelo: la creación de espacios extravagantes cuyo objeto es seducir y subyugar al individuo; un barroco sublime a mayor gloria de la Iglesia de nuestro tiempo: la Empresa. En vez de desconfiar de «la lógica cultural del capitalismo», estos arquitectos operan a su dictado.
C, de Carcassonne
Carcassonne es un destino turístico al sur de Francia, una cité medieval llena de cháteaux, iglesias y fortificaciones. A mediados del siglo XIX , Viollet-le-Duc restauró sus torres y torretas, y el lugar conserva hoy un brillo irreal: una ciudad histórica convertida en parque temático, con sus muros blanqueados como las dentaduras de las estrellas de televisión. A1 menos los americanos construyen sus Disneylandias partiendo de cero; hasta ahora, pues cada vez más ciudades americanas están en proceso de carcassonización --canonización de la carcasa urbana-. Por ejemplo, los edificios con estructura de hierro fundido del SoHo neoyorquino brillan ahora con el lustre de artefactos convertidos en artículos de consumo. Igual que hizo Viollet-le-Duc, los promotores justifican estos liftings en nombre de la conservación de la memoria histórica, aunque su objetivo es, por supuesto, el crecimiento de su cuenta comente. Del mismo modo que las víctimas de la cirugía estética, estas fachadas pueden enmascarar la edad histórica, pero adelantan la decadencia mnemónica.
D, de Diseño
Absolutamente todo, desde la arquitectura y el arte a los vaqueros y los genes, está sobrediseñado (argumento de mi librito Design and Crime). Los héroes de la modernidad industrial, el artista-ingeniero y el artista-productor, hace tiempo que desaparecieron; hoy impera el diseñador posindustrial. Ya no hace falta estar podrido de dinero para convertirse en diseñador y objeto diseñado, pudiendo ser el producto en cuestión tanto la casa propia como la empresa; los rasgos caídos (cirugía de diseño) como la personalidad alicaída (drogas de diseño); la memoria histórica (museos de diseño) como el ADN futuro (hijos de diseño). Puede que el `sujeto diseñado' del consumismo sea consecuencia no deseada del `sujeto construido' de la posmodernidad; lo que está claro es que actualmente el diseño genera un circuito casi perfecto de producción y consumo.
¿Dónde quedan los arquitectos a todo esto? De nuevo parecen capaces de hacerlo todo «y al mismo tiempo, nada». La redefinición del arquitecto como diseñador es lo que le hace ocupar esa posición paradójica: puesto que la arquitectura se encamina hacia el diseño total, corre el riesgo de diluirse en él. «Dentro de poco, los arquitectos tendrán que ofrecer un amplio rango de servicios», comenta Hani Rashid, de Asymptote, «e integrar todos los aspectos del proceso». (Sin una consultora de diseño en acróstico, sin un AMO que complemente nuestro OMA, corremos el peligro de que no nos tengan en cuenta.) Algunos arquitectos ven esta tendencia al diseño integral como algo positivo: «El arquitecto será el diseñador de modas del mañana», sentencia Ben van Berkel. «El estudio profesional del futuro funcionará en red y será un híbrido de taller, laboratorio y planta de producción de automóviles.» Otros se lamentan: «Los arquitectos han pasado de ser creadores a convertirse en coordinadores y gestores», señala Mario Botta. «Puros cargos directivos, dependientes en muchos aspectos de consultores y especialistas, cuya tarea se limita a mediar entre los más diversos requerimientos técnicos, jurídicos y funcionales». En este punto, debe diferenciarse dialécticamente entre los aspectos progresistas de esta tendencia (por ejemplo, la desaparición de los limites disciplinares entre arquitectura, paisajismo y urbanismo) y los más cuestionables, entre los cuales es un buen ejemplo el comentario de Kas Oosterhuis: «Los arquitectos debemos centrarnos ahora en el `estilismo' de las emociones, en dar forma al flujo de datos, en esculpir la información.»
E, de Entorno
El diseño total es un antiguo sueño del primer Movimiento Moderno que sólo ahora se ha hecho realidad, de forma perversa, en nuestro presente pancapitalista. Con la producción posfordista, los artículos pueden fabricarse a la carta y los mercados dirigirse a nichos específicos, de modo que un producto masivo puede parecer personalizado. En un mundo económico reelaborado alrededor de la digitalización y la informática, los productos han dejado de ser objetos de producción para convertirse en datos susceptibles de manipulación de diseño y rediseño, de consumo y reconsumo. Este rehacer perpetuo de los objetos es e principal causante de la actual inflación de di seño. ¿Qué ocurrirá cuando esta economía política colapse, debido a un crack bursátil, a cierre de las fábricas donde se explota a los trabajadores o al agotamiento de los recursos?
F, de Finitud
Hace cien años, el Art Nouveau y su voluntad de ornamentarlo todo preconizó el diseño total Dicho movimiento tuvo su principal enemigo en Adolf Loos, quien escribió varios textos atacándolo. Uno de ellos es una sátira sobre un `pobre hombre rico' que contrató a un diseñador para que pusiera «arte en todas y cada un de sus pertenencias. El arquitecto no olvidó nada: ceniceros, cubertería, interruptores de luz... Todo, absolutamente todo, estaba hecho por él». Esta Gesamtkunstwerk iba más allá de la combinación de arte, arquitectura y artesanía; era la fusión del ser humano con el objeto inanimado: «la personalidad del propietario quedaba expresada en cada ornamento, en cada forma, en cada detalle». Para el diseñador, el resultado había alcanzado la perfección: «¡Está usted completo!», exclama entusiasmado. Pero el propietario no las tiene todas consigo; más que un alejamiento del estrés de la vida moderna, el interiorismo Art Nouveau le parece una exacerbación de su malestar. «El hombre se sintió de pronto sumamente triste... excluido de cualquier vida, lucha, crecimiento o deseo futuro. Pensó que eso era exactamente lo que significaba la expresión `vivir con su propio cadáver'. Desde luego. Estaba acabado. ¡Completo!» Para el diseñador Art Nouveau, la plenitud consistía en fundir el arte con la vida, excluyendo todo signo de muerte. Para Adolf Loos, esta triunfal superación de los límites suponía una pérdida catastrófica de esos mismos límites, la pérdida de las restricciones objetivas, necesarias para definir cualquier «vida, lucha, desarrollo o deseo futuro». En vez de trascender la muerte, la pérdida de finitud era la muerte en vida, la `vida con su propio cadáver'. A veces, al hojear un catálogo de venta por correo, de los accesorios de imitación de Martha Stewart o de los megalibros de arquitectura diseñados por Bruce Mau, tengo una sensación muy parecida.
G, de Gesamtkunstwerk
El concepto de Gesamtkunstwerk (obra de arte total) surgió en el siglo XIX como un modo de reconciliar el arte y la vida; el Art Nouveau lo entendió así también. En nuestros días, la sociedad industrial ha resuelto esa unión perversamente y en su propio beneficio. En nuestro caso, la Gesamtkunstwerk es una condición dada por defecto. Por ejemplo: el modo en que hoy se juzgan las exposiciones de arte y arquitectura, atendiendo al concepto expositivo más que al contenido de las propias piezas. El valor de la exposición se impone frente al valor del arte y a cualquier otro valor; todas las exposiciones se piensan como instalaciones, todos los museos como Gesamtkunstwerk.
Después del 11-S, primero en Afganistán y ahora en Irak, confundir intencionadamente la vida y el arte puede parecer muy ilegítimo. Recordemos los horribles comentarios del compositor Karlheinz Stockhausen sobre el ataque al World Trade Center: «Lo que hemos visto -y hemos de cambiar por completo nuestra manera de contemplar- es la mayor obra de arte jamás realizada: lo que estos individuos han provocado con un solo acto es algo que en el mundo de la música resulta inimaginable; el hecho de que estas personas hayan estado preparándose como locos desde hace diez años para una única representación y después hayan muerto en ella es la mayor obra de arte del cosmos. Yo no podría hacer algo así. Frente a eso, los compositores no somos nada.» El error de categoría de esta declaración es profundo: Stockhausen confunde transgresión vanguardista con asesinato masivo. Expone tan abiertamente su envidia hacia la Gesamtkunstwerk terrorista, que con ello nos cura a los demás de ese mal; al menos así lo espero. Tales sentimientos criptofascistas de sublimación han salido a la luz tras el 11-S en Afganistán y en Irak, y seguramente veremos más.
H, de High-Rise
En Delirious New York (1978), `manifiesto retroactivo para Manhattan', Rem Koolhaas publicó una antigua postal coloreada del perfil de la ciudad a principios de los años treinta, en la que se ven el Empire State, el Chrysler y otros hitos de la época con un toque visionario: un dirigible atracando en el remate del Empire State. Desde luego, la imagen representa dad del siglo XX como un nuevo y espectacular destino turístico, pero también con utopía de nuevos espacios, de una nueva libertad que permite andar por la calle, subir a la torre, moverse por el aire y volver a bajar. (Por cierto, que la imagen no es estrictamente capitalista: la conjunción utópica de rascacielos y zepelines también aparece en las imágenes de la Rusia revolucionaria de los años veinte.) El ataque al World Trade Center. Los dos aviones estrellándose contra las Torres Gemelas, fue una perversión distópica del sueño moderno, del libre movimiento en el espacio cosmopolita. El ataque ha dañado el mito de la ciudad del rascacielos, y la imagen de Nueva York como capital de ese antiguo sueño.
I, de Indisciplina
Varios de estos apuntes dan vueltas en un mismo tema: el diseño contemporáneo es parte de la venganza del capitalismo avanzando contra la cultura posmoderna: un resarcimiento de su cruce entre el arte y las disciplinas; la banalización de sus transgresiones. Todos sabemos que la autonomía entre disciplinas, siquiera parcial, es en realidad una ficción. Sin embargo, periódicamente esa ficción resulta útil, incluso necesaria, como lo fue para Adolf Loos y compañía hace cien años. Con la misma periodicidad puede resultar también opresiva e incluso estéril, como lo fue hace algunas décadas, cuando el Movimiento Moderno tardío quedó petrificado como corriente estrictamente arquitectónica y el posmoderno prometía un mayor grado de apertura interdisciplinar. Actualmente la situación es distinta. Ha llegado el momento de recuperar el sentido político tanto de la autonomía como de la transgresión, recobrar el sentido de la dialéctica histórica entre la disciplina y la insubordinación.
Esto no significa volverse en contra de la teoría crítica y del trabajo interdisciplinar; al contrario, se trata de situarlos en una perspectiva histórica para saber cómo deben ejercerse de nuevo. Es frecuente escuchar que hay demasiada teoría y demasiada interdisciplinariedad: en mi opinión, no hay la suficiente. Desde mi experiencia en Princeton, escuela de arquitectura reconocida por su dedicación a estos temas, las criticas adolecen de falta de información en aspectos fundamentales de la filosofía y de otros campos relacionados (incluido el arte). No somos lo suficientemente teóricos ni lo suficientemente críticos.
J, de Joyero
Para la arquitectura moderna no ha habido un término más importante que `transparencia'. Según Sigfried Giedion, la transparencia tuvo su origen en tecnologías como las estructuras de vidrio y acero o de hormigón armado, que permitieron la exhibición rigurosa del espacio arquitectónico. Para Moholy-Nagy, la transparencia permitió que la arquitectura integrase las diversas transparencias de otros medios, como la fotografía o el cine. Más interesado por la luz que por el espacio, Moholy-Nagy consideraba que dicha integración era fundamental para la `nueva imagen' de la cultura moderna. Esta imagen dejó de brillar después de la II Guerra Mundial. En su libro Transparencw: Literal and Phenomenal (1963), Colin Rowe y Robert Slutzky devaluaron la transparencia literal en favor de la fenomenológica, en la cual las superficies ‘cubistas' «se interpenetran sin destruirse visualmente unas a otras». Esta revalorización llegó en un momento en el cual la articulación entre superficies había sustituido a la articulación espacial; en el cual la piel de los edificios había llegado a ser tan importante como la estructura. Podría decirse incluso que marcó el advenimiento de la arquitectura posmoderna en sus dos versiones: primero, la arquitectura como superficie escenográfica de símbolos (el pastiche pos moderno de Robert Venturi); y más tarde, la arquitectura como una transformación autónoma de formas (la deconstrucción posmoderna, de Peter Eisenman en adelante). Los arquitectos más importantes de hoy -Koolhaas, Herzog y de Meuron, Kazuyo Sejima o Richard Gluckman- no encajan en ninguno de los dos campos; se mantienen aferrados a la transparencia literal ala vez que trabajan sobre la transparencia fenomenológica a base de pieles proyectadas y pantallas luminosas. A veces estas pieles sólo marean o confunden y la arquitectura se convierte en una escultura iluminada, una joya radiante, que puede ser bella pero también espectacular en el sentido negativo que le da Guy Debord: un fetiche a gran escala, un objeto misterioso cuya producción nos deja perplejos. (Coincidente, por cierto, con lo que Charles Jencks denomina «el significante enigmático» y considera el estilo adecuado para los edificios públicos actuales.)
K, de Kool House (Koolhaas)
«La arquitectura de Manhattan se relaciona con las fuerzas de la Groszstadt (la metrópolis) como un surfista lo hace con las olas», comentó en su día Koolhaas respecto a los antiguos rascacielos neoyorquinos. Esto mismo dicho de su propia arquitectura, en especial sus recientes intervenciones en ciudades globalizadas -en China sobre todo-, no se entendería precisamente como un elogio. ¿Qué significa hoy que un arquitecto surfea en la Groszstadt contemporánea? ¿Que contribuye a perfeccionar su forma, a ampliar su trayectoria? Incluso en el caso de que el arquitecto tenga la posibilidad de intentarlo, lo único seguro es que acabará estrellado en la playa.
L, de Liebestod (Libeskind)
Peor incluso que el surfismo oportunista es la fijación traumática, es decir, la adhesión en términos arquitectónicos a una visión traumática de la historia. Paradigma de ello es Daniel Libeskind, especialmente con su proyecto para el solar del World Trade Center. Este tipo de `arquitectura traumatizada', con su uso alegórico de fracturas literales, funciona bien en edificios como el Museo Judío de Berlín, básicamente porque se trata de un museo y no de todo un sector metropolitano; además está lo suficientemente alejado en el tiempo del hecho que conmemora, lo que permite que funcione realmente como memorial. Sin quitar ni un ápice de horror a la atrocidad del Word Trade Center, los atentados no pueden compararse con el Holocausto. La frase «los hechos del 11S han cambiado nuestras vidas para siempre» puede ser cierta para muchos americanos, incluso para aquellos no tan expuestos al juicio de la historia como nuestros líderes, pero esta declaración (originalmente atribuida a John Ashcroft) tiene profundas implicaciones ideológicas y Libeskind se ha apoyado en esa retórica para lanzar su arquitectura traumatizada, proclamando: «A partir de ahora, nada volverá a ser lo mismo en la arquitectura». Lo cual implica, claro está, que su arquitectura será la expresión más fiel de este supuesto.
M, de Medios
En el discurso arquitectónico actual puede observarse cómo cualquier llamamiento a dejarse llevar por la fuerza de la desmaterialización mediática se enfrenta a otro igual y de sentido contrario a favor de recuperar la experiencia de la materialidad tradicional. Así, Mark C. Taylor insiste por un lado: «toda la arquitectura debe convertirse en arquitectura virtual», mientras la japonesa Kazuyo Sejima plantea por otro lado que «en una era en la que las personas nos comunicamos en espacios cada vez menos físicos, es responsabilidad del arquitecto establecer lugares reales para la comunicación física y directa entre las personas». Seguramente, como ocurre con todas las antinomias, estas dos posiciones -la una a favor de lo virtual, la otra de lo material- son inseparables e incluso forman parte la una de la otra. ¿Qué necesidades hay realmente detrás de estas dos posturas opuestas, y cómo podemos ir más allá de esa rivalidad y superar la sensación de bloqueo? (Una pista nos la puede dar la insistencia de ambas posiciones en la 'comunicación'-si bien entendida de forma distinta-, lo cual señala que ambas tendencias detectan una ausencia de sentido de comunidad y plantean serias dudas acerca del significado de la `arquitectura del dominio público'.)
N, de Nobrow (sin clase)
Una característica de nuestro mundo mediatizado es la confluencia de cultura y marketing. Para algunos comentaristas, esta fusión ha producido una cultura nobrow, que no encaja en la antigua jerarquía que distinguía la alta cultura, la cultura media y la cultura popular (highbrow, middlebrow y lowbrow). Más que como un embrutecimiento de la alta cultura, los defensores de esta tendencia la ven como un refinamiento de la cultura comercial, que de este modo es capaz de otorgar estatus y sofisticación. Según este razonamiento, todos estamos en el mismo megastore sólo que en diferentes pasillos, y eso es bueno, en eso consiste la democracia americana. Esta identificación de democracia y consumo señala cuál es la principal mercancía a la venta en esta plaza: la ilusión de que las diferencias de clase se han diluido. (Ilusión que complementa otro de los mitos fundacionales de los Estados Unidos, la idea de que en este país nunca han existido diferencias de clase; un espejismo que permite que cada cuatro años millones de norteamericanos voten en contra de sus intereses clase. Gran parte de la arquitectura de renombre -desde el pseudopopulismo de Ventura y otros, hasta los proyectos espectáculo de Gehry y compañía- refuerzan el espejismo).
O, de Ocupación
Mientras una pequeña parte de la humanidad vive en una democracia de supermercado o habita en un estado de emergencia, y otra incluso vive en ambos mundos a la vez. También en materia de seguridad la arquitectura ocupa un papel central, pues los arquitectos (especialmente los más globales) siguen encargándose de la disposición de masas en el espacio y en el tiempo; es decir, siguen fundamentalmente implicados en cuestiones de ley, orden y vigilancia, y no sólo con los edificios más obviamente panópticos. En cada proyecto, en cada propuesta, los arquitectos deben decidir cómo intervenir en el terreno político.
En este sentido, el libro escrito por dos arquitectos israelíes, Rafi Segal y Eyal Weizman, titulado A Civilian Occupation: The Politics of Israeli Architecture, es especialmente destacable: se trata de un compendio de planos, mapas, fotografías y textos, en los que se analizan muy distintos aspectos (arquitectónicos urbanísticos, ambientales, históricos, militares, políticos) de los asentamientos de colon os israelíes en Cisjordania. La conclusión de los autores (actualmente en el exilio tras la publicación del libro) es condenatoria: «Los instrumentos habituales del urbanismo y la arquitectura se han reclutado como herramientas tácticas en la estrategia del Estado de Israel, buscando objetivos nacionales y geopolíticos en la organización espacial. El espacio queda convertido en la materialización de un campo de fuerzas que se manifiestan en el paisaje mediante la construcción de carreteras, de asentamientos en las zonas altas, de poblados de desarrollo y ciudades jardín». Para Segal y Weizman, el establecimiento sistemático de asentamientos equivale a la continuación de la guerra por otros medios: la arquitectura y el urbanismo al servicio de la conquista y la ocupación (ninguna novedad, desde luego). Dadas las características de Cisjordania, los autores sugieren que estos asentamientos no tienen por qué ser únicos; pueden servir como prototipos de futuras sociedades militarizadas en lo que consideran«el peor escenario posible del capitalismo global y su batalla por el espacio».
P, de Posfordismo
La ciudad moderna nació como resultado de una economía fordista, cuyos elementos eran relativamente fijos y estables: fábricas y almacenes, rascacielos y puentes, ferrocarriles y carreteras. Según la economía se va volviendo posfordista, el capital se va desplazando a gran velocidad en busca de mano de obra barata, sistemas innovadores de fabricación, desregulación económica y nuevos mercados, con lo que la expectativa de vida de muchos edificios se ha reducido espectacularmente. (La mayoría de las ciudades son una mezcla de ambas economías, con estructuras fordistas reequipadas para adecuarse a las necesidades posfordistas.) Este proceso se da sobre todo en Estados Unidos, pero se está extendiendo a otros lugares en los que el desarrollo está incluso menos restringido. ¿Cómo pueden los edificios adaptarse a una tasa de reposición tan rápida, que incluya además cambios futuros? (Otro tema interesante a tener en cuenta por el surfista de la Groszstadt).
Hace cuarenta años, algunos defensores de la arquitectura pop como Reyner Banham o John McHale proponían arquitecturas `de usar y tirar', así como proyectos de plástico. Después resultó que no era tan fácil deshacerse de un edificio, aunque fuese de `usar y tirar', y que el plástico tenía una vida media equiparable a la de las piedras del Partenón. De ahí que la arquitectura pop acabara siendo otra versión del `espacio basura'. Lo mismo pasó con el `cobertizo decorado' de Venturi, explícitamente ofrecido para dar acomodo `a lo ordinario y a lo feo' y actualmente convertido en práctica habitual. Recientemente Sylvia Lavin ha actualizado esta postura pop-posmoderna con un llamamiento a la «reorientación de la arquitectura hacia el campo de los efectos especiales visuales». Quizá sea esto lo que significa hoy `aprender de Las Vegas'. Si ésa es la lección de hoy, es mejor faltar a clase.
Q, de Quarantine (cuarentena)
El rascacielos es para Koolhaas la clave de la «cultura de la congestión» del antiguo Manhattan, resultado del apareamiento de dos formas emblemáticas, ‘la aguja' y ‘el globo'. Según él, la aguja reclama ‘atención' mientras que el globo promete ‘receptivdad' y «la historia del manhattanismo es una dialéctica entre ambas formas». Tras el 11-S, el marco discursivo del manhattanismo ha cambiado. Nuevos temores señalan el rascacielos como objetivo terrorista y los valores de ‘atención' y ‘receptividad' se han vuelto sospechosos, del mismo modo que los valores de congestión y “espacio delirante” han quedado eclipsados por las necesidades de vigilancia y ‘espacio defendible'. Resumiendo, el ‘ego urbanístico' y la diversidad cultural que Koolhaas ensalzaba en Delirious New York están ahora bajo sospecha en todas las grandes ciudades: Nueva York, París, Estambul; sin embargo, son rasgos que las metrópolis necesitan como nunca pues, parafraseando a los surrealistas, la belleza cosmopolita será delirante o no será.
R, de Running-Room (margen de juego)
En la práctica cultural, tan importante como la interdisciplinariedad es establecer diferencias. Karl Kraus ya lo señaló en 1912: «Adolf Loos y yo -él literalmente y yo lingüísticamente- no hemos hecho nada más que mostrar que un orinal es distinto a una tetera y que es precisamente esa distinción la que proporciona a la cultura su margen de juego (running-room o Spielraum). Los otros, los positivos, los incapaces de establecer esta distinción, se dividen entre aquellos que usan la tetera como orinal y los que utilizan el orinal como tetera». Los que usaban la tetera como orinal eran los diseñadores Art Nouveau, cuyo objetivo era infundir el arte (la tetera) a los objetos más utilitarios (el orinal). Los funcionalistas modernos querían, por el contrario, elevar el objeto utilitario a la categoría de arte.
Para Kraus, ambos errores eran simétricos, pues confundían el valor de uso con el valor artístico. Ambos se acercaban a una indiscriminación regresiva al eliminar el ‘margen de juego' necesario para la supervivencia de la subjetividad liberal y la cultura. Adviértase que nada se ha dicho acerca de la ‘esencia' del arte o de la ‘autonomía' absoluta de la cultura; hablamos únicamente de ‘distinciones' y de ‘márgenes de juego', de diferencias propuestas y espacios provisionales.
S, de Spectacle (espectáculo)
Junto con la ‘arquitectura traumática', la ‘arquitectura espectáculo' es una de las tendencias más cuestionables de la arquitectura contemporánea, siendo además la dominante. Ambas tendencias no se excluyen mutuamente, como demuestra el proyecto para el World Trade Center. Un pesimista podría interpretarlo como un ‘parque temático del trauma' en el que Libeskind, cruce contemporáneo de Claude Lanzmann y Walt Disney, convierte con auténtico virtuosismo una tragedia histórica en un espectáculo urbano. Efectivamente, para dejarse oír en el barullo de la cultura del espectáculo actual hay que dar un grito bien fuerte -tipo el Museo Guggenheim de Bilbao-, y es ahí donde los arquitectos como Gehry juegan con una ventaja evidente frente a otros artistas y otros medios. En La societé du espectacle (1967) Debord definía éste como «el capital llevado a un grado tal de acumulación que se convierte en imagen». El espectáculo no ha hecho más que crecer en las últimas cuatro décadas, hasta el punto de que los grandes conglomerados de medios de comunicación, información y ocio se han convertido en los aparatos de creación de ideología dominantes en nuestra sociedad, capaces de reformar a su imagen y semejanza otros campos como el de la arquitectura, por no hablar del mundo del arte. Actualmente la inversa de la definición de Debord también es cierta: «El espectáculo son imágenes llevadas a un grado tal de acumulación que se convierten en capital.» Tal es la lógica que subyace en la creación de muchos centros culturales, situados junto a parques temáticos y complejos deportivos para contribuir al revival colectivo de la ciudad, es decir, para convertirla en un lugar más seguro donde poder ir de compras, dar una vuelta o colocarse. En eso consiste el ‘efecto Bilbao'. También es sintomático de nuestra situación política el hecho de que instituciones ‘liberales' como el New York Times se presten a aumentar la confusión entre la lógica del espectáculo y la arquitectura pública y democrática.
T, de Tectónica
A pesar del aparente futurismo de los proyectos realizados con sofisticados programas informáticos por arquitectos como Gehry, las estructuras de sus obras son parecidísímas a la de la Estatua de la Libertad: una piel separada de un armazón oculto, de modo que la superficie exterior nada tiene que ver con lo espacios interiores. Tras la supuesta superación de la era industrial, la transparencia estructural de la arquitectura moderna fue declarad anticuada; la estética pop-posmoderna también ha caducado. Ahora se lleva la búsqueda de la arquitectura de la era informática, aunque de momento -ironías del destino- esta búsqueda ha llevado a Gehry y sus seguidores a seguir el ejemplo de la escultura decimonónica, al menos en parte. La falta de conexión entre la piel y la estructura que supone seguir dicho modelo conlleva dos efectos indeseados: en primer lugar, puede dar lugar a espacios interiores forzados cuya tensión sea malinterpretada como un nuevo tipo de ideal arquitectónico. Por otro lado, puede inducir a una mayor desvinculación del edificio con su contexto. Esta crítica no debe entenderse como un llamamiento a favor de la recuperación de la transparencia estructural; sólo es una advertencia acerca de esta nueva arquitectura Potemkin de superficies imposibles ( llenas de flujos y burbujas) originadas por el CAD.
U, de Utopía
El impulso utópico ha sido con frecuencia la expresión de una nueva clase social emergente y/o de nuevos medios de producción. Pensemos en los proyectos de Ledoux o Boullée a la luz de la Revolución Francesa y el levantamiento burgués; o el Crystal Palace (1851) en plena Revolución Industrial, con la burguesía ya instalada en el poder. Dicho impulso surge como expresión de otras fuerzas políticas en la Revolución Rusa, con proyectos como el Monumento a la Tercera Internacional, de Tatlin (1920); y es también evidente en el Estilo Internacional (afortunadamente) aunque hoy la dimensión utópica de la arquitectura moderna sea malinterpretada como totalitaria y el Estilo Internacional haya quedado proscrito por abuso de poder (tal ha sido el cínico argumento de las ideologías posmodernas, desde Charles Jenks a Tom Wolfe). Al igual que en otros campos y disciplinas, la utopía se ha convertido en un tema tabú.
Sin embargo se detecta un leve despertar del impulso utópico, del cual el joven arquitecto japonés Yusuke Obuchi es un buen ejemplo. Su obra Wave Garden (jardín de olas) consiste en un terreno de 192 hectáreas diseñado para flotar como un rectángulo suprematista en la costa de California. Se trata de 1.800 placas con propiedades piezoeléctricas (capaces de generar electricidad al flexionarse o arquearse) que flotan sobre 1.800 boyas. El conjunto funciona entre semana como generador eléctrico y los fines de semana se convierte en un parque en el mar. En el primer modo, las olas deforman las placas, generando corriente eléctrica que se incorpora a la red californiana. En el segundo modo, la corriente eléctrica que atraviesa las placas las metamorfosea en una isla para el ocio acuático. La utopía de Wave Garden radica en su ambigüedad; no es completamente irreal ni del todo práctico: nos obliga a pensar ‘por qué no' a la vez que nos preguntamos ‘qué es'.
Obuchi hace referencia a diferentes precedentes, desde Gaudí a las Earthworks de los años sesenta y setenta. Sin embargo, no comparte la fascinación entrópica tan presente en Robert Smithson; al contrario, Wave Garden genera energía alternativa en vez de rendirse a su irremediable disipación. Además, el proyecto no es tan redentor como al principio puede parecer. Desde la aparición del término, Robert Morris se dio cuenta de que la idea de Earthwork podía ser un arma de doble filo, es decir, que podría utilizarse como camuflaje artístico de operaciones destructoras del entorno. El jardín de olas elude este peligro: a diferencia de otros arquitectos, Obuchi no pretende ‘naturalizar' la arquitectura sino hacerla formar parte del eterno proyecto humano de acumular naturaleza con la intención de domesticarla, no de destruirla. En una era en la que el sector energético ha quedado asociado a compañías como Enron, Obuchi evoca una idea de energía, social y física, que rivaliza en fuerza utópica con el mismísimo Monumento a la Tercera Internacional.
V, de Vernáculo
La arquitectura posmoderna pretendía revivir las formas vernáculas, pero terminó reemplazándolas por signos comerciales y la aplicación de imágenes pop acabó siendo tan importante como la articulación espacial. En nuestro mundo sobrediseñado esta tendencia ha ido un paso más allá con la fusión -a través del diseño- del espacio y la imagen de marca. Los diseñadores buscan en sus proyectos «la integración total entre arquitectura, interiorismo, señalética e imagen de marca» (Bruce Mau). Esta integración supone la desterritorialización tanto de la imagen como del espacio, lo que a su vez es resultado de la digitalización de la fotografía -que se desembaraza así de su antiguo vínculo con la realidad- y de la informatización de la arquitectura -que queda de este modo liberada de los antiguos principios tectónicos que la limitaban-. Deleuze, Guattari y mucho antes Marx, nos enseñaron que ésa es la trayectoria del capitalismo, y no de la vanguardia precisamente. Esta mélange perfecta de imágenes y espacios ya puede experimentarse en muchos centros comerciales, tanto reales como virtuales. Una versión de la ‘arquitectura global' que encaja bien en la citada ‘cultura sin clase'.
W, de Wound (herida)
¿Debe repensarse el urbanismo en términos de ‘trauma'? En opinión de Daniel Libeskind, hablando de Berlín: «El centro urbano desaparecido no puede injertarse en el tejido existente como un miembro artificial, sino que debe generar una transformación total de la ciudad». No creo que la Zona Cero vaya a reorganizar por completo la ciudad de Nueva York. La intención de los elementos conmemorativos del proyecto de Libeskind -los muros de cimentación, la cuña abierta, la aguja simbólica de remate- es inculcar a todo el área una carácter monumental, algo completamente ajeno a una ciudad caracterizada desde sus comienzos por su entusiasta aceptación de los cambios . Un monumentalismo tan traumático ya es en sí bastante cuestionable, pero no es sólo eso. Tras la caída de las Torres Gemelas una opinión muy generalizada era la de «construirlas aún más altas», como si se tratase de un problema de disfunción eréctil (no descarto que a nivel de imperio lo sea). Para Libeskind, el gran agujero conservado en el suelo representa el propio ataque y la espectacular aguja «hará saber al mundo que los terroristas fracasaron». Ahí es donde se revela el principal atractivo de la propuesta: un símbolo que proporciona a la vez solemnidad conmemorativa y fuerza imperial; trauma y triunfo. Más exactamente nos proporciona un trauma trocado en triunfo, un lugar de tragedia civil convertido en un símbolo de desafío militar. Una artimaña peligrosa si recordamos los precedentes históricos en los que la herida se ha unido al orgullo, como el derecho a un mayor espacio vital reclamado por Alemania tras la I Guerra Mundial y el ‘triunfo de la voluntad herida'que desencadenó.
X, de Xsed (tachado)
Eliminada, anulada; ésa parece ser la situación actual de la arquitectura ‘crítica', al menos, según los defensores de la postura ‘poscrítica'. Si bien es cierto que en algunos casos queda Justificada la necesidad de una arquitectura poscrítica -por ejemplo, cuando se utiliza la teoría como justificación para imponer determinadas modas de vida efímera- no vayamos a tirar al niño con el agua sucia, declarando que el pensamiento crítico arquitectónico no tiene ya razón de ser. En términos políticos, esa afirmación poscrítica refuerza el neoconservadurismo dominante. «Existen intereses creados que pretenden hacernos creer que no hay alternativa posible», comenta Hilde Heynen, «por eso, no debemos limitarnos a denunciar la situación, sino que hay que reevaluar y resucitar el análisis crítico». Realmente vivimos en una época extraña, tan trágicamente extraña -tanto en la arquitectura como en la política-, que no podemos permitirnos renunciar a la crítica.
Con frecuencia, el discurso poscrítico viene acompañado de cierta fe futurista que considera que el uso de nuevos materiales y medios de representación es algo avanzado y progresista de por sí. No cabe duda de las grandes posibilidades que éstos tienen -una ampliación de las técnicas de diseño y la recuperación de los medios de producción por parte de los arquitectos-, pero también pueden acabar cayendo sin darse cuenta en ingenuidades precríticas (por ejemplo, nadie parece cuestionar la vuelta a la perspectiva clásica en las infografías utilizadas habitualmente en las presentaciones de los proyectos).
Otra postura bastante habitual del discurso poscrítico es la confrontación deliberada entre ‘crítica' y ‘creación', como si ambos términos fueran en realidad opuestos. De la misma manera, se da por supuesto que el ‘pragmatismo' viene ‘después de la teoría', como si el pragmatismo no fuese una teoría y como si la teoría no pudiera ser pragmática. Desde la posición poscrítica se entiende por ‘pragmatism' un nuevo tipo de compromiso con el mundo que se expresa mediante la ‘inteligencia en el diseño'. Según Michael Speaks, «la innovación es el resultado de un proceso afirmativo y no lineal de retroalimentación continua, mediante el cual se descubren oportunidades que acaban siendo explotadas al máximo y convertidas en resultados formales que se salen de lo previsto e incluso de lo planteado por el problema inicial». Observemos, sin embargo, que esta formulación suena sospechosamente a un nuevo tipo de formalismo, e incluso a la fetichización del propio proceso.
Y, de Yahoo
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Z, de Zero
Pero no la Zona Cero, que puede localizarse en muchos sitios: en Manhattan, en Afganistán, en Bagdad, en Estambul... Cero de Grado Cero, una arquitectura de grado cero, como la ‘escritura de grado cero' que defendía Roland Barthes hace cincuenta años. Una arquitectura no tan explotada por la ideología; una arquitectura normal, cotidiana, lo que no impide que pueda ser reflexiva.
Dada la atención desmesurada que reciben algunos proyectos, la arquitectura convencional queda progresivamente marginada. Existen muchas razones que explican esta situación: desde la tradicional separación entre arquitectura e ingeniería hasta el más reciente dominio de las grandes constructoras. Algo de culpa tiene también la postura autista de los arquitectos de vanguardia; autismo que nada tiene que ver con la investigación creativa, ni con la autocrítica, y que no es aplicable a los chivos expiatorios habituales -la academia y la teoría-, como algunos críticos pretenden. Esta falta de arquitectura reflexiva favorece la proliferación de lo que Koolhaas denomina ‘espacio basura' y Luis Fernández-Galiano llama ‘Babel horizontal'. ¿No se puede responder al ‘realismo de mercado' sin construir una Babel de basura? ¿Por qué no lanzar ese reto en vez de conformarse con lo que hay? Arquitectos y promotores deben prestar más atención a la construcción convencional, a la arquitectura cotidiana, que no sea de usar y tirar, que no sea una reiteración de fealdad y vulgaridad, ni un despliegue de efectos especiales.