Ábaco. Revista de Cultura y Ciencias Sociales

El exilio científico español

por José María Laso

Ábaco. Revista de Cultura y Ciencias Sociales nº 42

Una de las consecuencias más negativas de la guerra civil española fue el exilio masivo de republicanos que se produjo al finalizar la contienda bélica, para escapar de la feroz represión franquista. Más de medio millón de españoles tuvieron que exiliarse en Francia, al producirse la caída de Cataluña, y fueron internados en los campos de concentración que creó el Gobierno Daladier en las playas del Mediterráneo cercanas a la frontera española. Sin embargo , tan masivo exilio no sólo fue masivo por la cantidad sino que también alcanzó altos niveles cualitativos, ya que en él estaban integrados los más insignes personajes de la cultura española.

De entre tales personajes se podía también desglosar a figuras prominentes de la ciencia española, que se habían ido desarrollando gracias a la labor de la Institución Libre de Enseñanza y la Junta de Ampliación de Estudios. Este fenómeno se desarrolló, sobre todo, en el primer bienio de la II República Española. Este elemento cualitativo del exilio español se manifestó, ante todo, en el exilio español de México, gracias al apoyo del Presidente de la República, el general Lázaro Cárdenas. Ya en 1942, en un ejemplar de la revista Selecciones del Reader 's Digest –que me regalaron en el Consulado norteamericano en Bilbao cuando recogía propaganda aliada antinazi– se publicó un artículo, titulado «Emigrados que enriquecen su nueva patria», en el que se informaba de cómo los intelectuales y científicos españoles exiliados habían contribuido a la prosperidad del pueblo mexicano.

Pero no fue México el único país donde se produjo este fenómeno. Ocurrió lo mismo en Francia, Gran Bretaña, Bélgica, República A rgentina, Chile, Cuba y la URSS. Uno de los ejemplos que se puede considerar paradigmático de la excelente labor científica de un exiliado republicano español es la del físico Arturo Duperier Vallesa (1896- 1959). Natural de Pedro Bernardo (Ávila), estudió en la Universidad Complutense de Madrid hasta doctorarse en Ciencias Físico-Químicas en 1924. En 1921 había ingresado en el Cuerpo de Auxiliares de Meteorología y Magnetismo aunque fueron sus estudios sobre los rayos cósmicos los que le proporcionaron celebridad mundial. Al finalizar la guerra civil española se exilió y en 1939 fue llamado por la Universidad de Manchester para colaborar con el profesor P. S. M. Blackett y muy pronto puso a punto una nueva técnica experimental de mucha más precisión que las utilizadas anteriormente, que permitió relacionar las diversas variaciones diurnas de la radiación cósmica con la actividad solar. De regreso a España en 1953, el Departamento de Investigaciones Científicas y el Imperial College le hicieron donación de las instalaciones creadas por él, y en las que había trabajado con tanto fruto, como homenaje de reconocimiento por su labor. Dificultades de diverso orden retrasaron su montaje de España, tiempo que aprovechó Duperier para formular una hipótesis explicativa del «efecto positivo» que anteriormente había descubierto y que dio a conocer en el Congreso Internacional de Rayos Cósmicos celebrado en México en 1955. Por entonces, la Emisora BBC difundió diversos artículos, de científicos y periodistas, en los que se criticaba la desidia del régimen franquista en facilitar la relevante labor del profesor Duperier. Así, por ejemplo, el hecho insólito de que la Aduana española hubiese retenido durante meses el material científico del profesor Duperier. El éxito de la comunicación del profesor Arturo Duperier al Congreso Internacional de Rayos Cósmicos le valió para ser invitado por varias Universidades y Centros de Investigación norteamericanos a dar conferencias exponiendo sus notables teorías. La última y más importante contribución del profesor Duperier al conocimiento de la radiación cósmica se titula «Nuevo método para el cálculo de los fenómenos de interacción entre las partículas dotadas de altísimas energías y el de sus trayectorias», cuya primacía sorprendió a los especialistas reunidos en el Congreso Internacional de Edimburgo de 1958, muchos de los cuales opinaban que este trabajo, de carácter eminentemente teórico, constituía la más importante aportación a la física realizada en los últimos años. [ 1 ]

Otras particularidades del exilio español

En su relato autobiográfico «Mi exilio», de Ramón López Barrantes, se sostiene: Ninguna emigración de las múltiples españolas, tuvo las penosas características de la que impuso la pérdida de la guerra civil a los republicanos españoles. Ni por su volumen ni por la dureza a la que obedeció. Aun remontándonos a los Reyes Católicos, tanto en la expulsión de los moriscos como en la de los judíos, no encontramos precedentes de tanto encono y desamparo. A unos y otros se les permitió llevarse bienes y ajuares que no fueran plata y oro. Nosotros, los republicanos españoles, tuvimos en pleno siglo XX, mundo de progreso y esplendor, peor suerte, porque lo hicimos hostilizados de trato implacable. Los que se quedaron –y cuando lo hicieron por torpes que fueran ¿de qué se considerarían responsables?– porque millares y millares engrosaron las cárceles: y de ellos, muchos, muchos, demasiados, sucumbieron ante los pelotones de ejecución [...]. Éstas y otras consideraciones fueron las que, sin duda, motivaron que, perdida la guerra, se constituyese en París el Servicio de Evacuación de Republicanos

Españoles (S.E.R.E.). Se prescindió por el Gobierno –sus razones tendría– del anuncio y publicidad previos de tan sensata medida. Y se dispuso, ya en el exilio, a proteger cuanto fuera posible, a lo mucho que necesitaba protección. Por esa incomprensible ofuscación de nuestro temperamento, que ni aun en los trances más peligrosos deja de manifestarse, no se dio la unanimidad en las altas esferas políticas para realizar un esfuerzo común. Dos hombres eminentes, Negrín y Prieto, ambos socialistas, mentes esclarecidas, tuvieron la debilidad –ellos y sus camarillas– de continuar en el exilio, las diferencias que ya en la guerra y en España les venían separando. Ninguno de los dos se soportaban, y menos querían someterse el uno al otro. Unirse y actuar juntos parecía lo conveniente. Dieron suelta en folletos de dudoso gusto y marcada inoportunidad a sus antagonismos más que discrepancias.

El momento, tan crítico, no era para eso. La emigración merecía sacrificios de todo género, superar las rencillas, unanimidad. Que los fondos de que se disponía se acumulasen. A muchos espectadores esta absurda disputa ni la comprendíamos ni nos agradaba. Parecía absurda de las angustiosas circunstancias y del talento de ambos antagonistas. El resultado fue que junto a la S.E.R.E. apareció y operó la Junta de Ayuda a los Republicanos Españoles (J.A.R.E.) patrocinada por Prieto. Y la emigración –según simpatías o conveniencias–, se adscribía a un grupo u otro. Innecesario decir que en la S.E.R.E. intervenía Negrín . [ 2 ]

Diversos casos del exilio científico español La obra del profesor José Manuel Sánchez Ron, Cincel, martillo y piedra , de la editorial Taurus (Madrid, 1999), constituye una buena fuente para informarse de los distintos casos del exilio científico español. Siguiendo el desarrollo de esta interesante obra, damos primero con el caso de Odón de Buen aunque éste, por su prematuro fallecimiento, no pudo investigar en el exilio. De tal investigador dice Sánchez Ron: El caso de Odón de Buen es uno de los que ciencia y política se entremezcla. Estuve siempre –dice en sus memorias– dispuesto a trabajar por estos ideales y frecuentemente el trato de liberales y republicanos, de socialistas, de anarquistas, de platónicos, de masones y de espiritistas, sin estar nunca afiliado a ninguna secta, militando desde muy joven al lado de Salmerón , de Azcárate, de Barnés, de Labra, de Urbano González Serrano, de Isabal, de tantos ilustres catedráticos y jurisconsultos... personifiqué la política de Salmerón en Cataluña y abandoné las luchas políticas cuando murió don Nicolás, después de ser concejal en Barcelona y diputado en el Parlamento largo de Maura. Fustigué duramente la intolerancia que hace imposible la convivencia entre los hombres buenos de todas las creencias y aún más por el clericalismo intransigente, cerril, tan reñido con el auténtico espíritu cristiano. Ni que decir tiene que cuando llegó la guerra civil de 1936, De Buen no estaba entre los mejor vistos en el lado ‘nacional': fue, de hecho, encarcelado en Mallorca en los primeros días de la contienda; tuvo, sin embargo, la fortuna de ser canjeado, en agosto de 1937, por la hermana e hija de Primo de Rivera, (un buen amigo suyo por otra parte). Tras la guerra, se exilió en Francia, donde murió [ 3 ] .

El campo de la química

Según el profesor Sánchez Ron, aunque la química contemporánea no puede vanagloriarse de contar entre su cuerpo doctrinal teorías tan espectaculares –y socialmente célebres– como la física relativista o cuántica, no por ello ha dejado de cambiar menos el mundo que la física. ¿En dónde no nos relacionamos, por ejemplo, con la química orgánica? Sin embargo, vuelvo a decir que sabemos mucho menos de la historia de la química que la de la física. Aun así, parece que hay pocas dudas de que Enrique Moles (1883-1953) fue el químico más destacado, y más relacionado internacionalmente, del primer tercio del siglo, hasta que las consecuencias de la Guerra Civil acabaran literalmente con la carrera (y casi con su vida). Su campo principal de intereses fue el de la determinación de los pesos atómicos, aunque también se ocupó de otras cuestiones como el estudio de los volúmenes moleculares. Hombre comprometido con el bienestar institucional de su ciencia –y en general – de la ciencia nacional, Moles tuvo que ver también con la mejora de la infraestructura de la enseñanza experimental de la química (en el denominado Pabellón Valdecilla de la calle de San Bernardo) en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid, en la que era catedrático de Química Inorgánica, asimismo organizó importantes reuniones internacionales como el IX Congreso Internacional de Química Pura y Aplicada, que se celebró en Madrid del 5 al 11 de abril de 1934 (al mismo tiempo tuvo lugar la IX Conferencia de la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada, en la que Moles fue elegido vicepresidente).

En el caso del Dr. Juan Negrín, al conjuntarse su situación de relevante político con la no menos relevante de científico, su exilio de España, a partir de 1939, no entraría de lleno en la categoría de exiliado científico. Sin embargo, el hecho de haber sido un importante discípulo de don Santiago Ramón y Cajal, y su propia importancia en la labor de investigación científica, hace conveniente que le rindamos el tributo que merece en este trabajo sobre el exilio científico español.

El profesor Sánchez Ron le aborda así en su célebre obra: He dejado para el final de este capítulo, una figura singular también relacionada con la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) la de Juan Negrín López. Como digo, se trata de un personaje singular, cuyo apellido debía de ser de sobra conocido en lo que fue su patria. Al menos por los créditos políticos que reunió: fue elegido diputado en la legislatura republicana de 1931 (las Constituyentes) por Las Palmas, 1933 y 1936 (en ambos casos por la circunscripción de Madrid); en 1931, con la reestructuración de la Junta de la Ciudad Universitaria, fue designado su secretario ejecutivo; en 1933 fue elegido presidente de la Comisión de Presupuestos del Parlamento, representante del Gobierno Español en la Organización Internacional del Trabajo (O.I.T.) y en la Unión Internacional Europea; en septiembre de 1936 entró en el Gobierno de Largo Caballero como ministro de Hacienda, y finalmente, desde el 17 de mayo de 1937, fue presidente del Gobierno de la República (dimitió en 1945, cuando se encontraba en México, dando vía al Gobierno de Giral). Sin embargo, no es demasiado recordarlo por las g eneraciones actuales.

Acaso esto se deba a la eficacia de una política (des)informativa de un largo –y por tantos sentido oscuro– régimen que le tenía por una de sus «bestias negras». Pero es posible que semejante ignorancia también tenga otras raíces, apuntadas por Juan Marichal (1995), seguramente el mayor especialista en su figura: «Que el doctor Negrín es un desconocido para la generalidad de los españoles fue una patente perogrullada. Debo añadir que el propio doctor Negrín contribuyó, muy deliberadamente, a velar las huellas de su acción histórica: ni siquiera en la lápida de su tumba parisina figura su nombre. Y en ese afán de anonimato y desdén por los signos de pervivencia histórica que tanto buscan otros hombres –literatos y políticos, por ejemplo–, veo en el doctor Negrín una de las más admirables características del hombre de ciencia: la entrega impersonal en la búsqueda de la verdad sin ulteriores finalidades publicitarias.

Y agrega Sánchez Ron: «Aunque también añadía Marichal. Pero en el ocultamiento del doctor Negrín, hay factores no exclusivamente atribuible a su condición de hombre de ciencia.» Por otra parte, precisa Sánchez Ron: «Yo no voy a ocuparme aquí de su dimensión política, aunque es imposible dejar de mencionar que su ejemplo se suma al de muchos otros científicos que ya han aparecido en este libro, de ideas marcadamente de izquierdas. Mi tarea sería recordar algunos rasgos de su biografía como científico y de su significación en el final de ésta (se doctoró en 1912 con una tesis sobre al ‘glicosuria experimental') uno de su ayudante numerario en el Instituto de Fisiología de Leipzig, fundado en 1869 por uno de los grandes de esta disciplina, Carl Ludwig, y dirigido entonces por Ewald Hering (el estudio más completo de la carrera científica de Negrín es de Rodríguez Quiroga, 1994, cuya exposición sigo en gran medida). Allí se inició en la investigación, junto a Teodore von Brücke, con quien publicó varios trabajos. Durante aquellos años se centró, sobre todo, en la actividad de las glándulas suprarrenales y su relación con el sistema nervioso.

En 1911, ya había iniciado su relación con la JAE, a la que se dirigió solicitando una pensión por un año para continuar sus estudios en Leipzig. También mantuvo, desde Leipzig, relaciones con el grupo de Pi i Sunyer, publicando algunos trabajos en los Treballs de la Societat catalana de Biología (1914) y otro en el Boletín de la Sociedad Española de Biología . Al llegar la primera Guerra Mundial, Negrín se vio obligado a regresar, en 1915, a Las Palmas. Poco después, en febrero de 1916, se dirigió de nuevo a la JAE, solicitando una pensión para continuar investigaciones en los EE UU durante un año. No se conoce cuál es la reacción de esa Junta, pero el hecho es que muy pronto, el 3 de julio de aquel mismo año, la Comisión Ejecutiva de la JAE decidió crear un Laboratorio de Fisiología General y lo ofreció a Negrín y Rodríguez Lafora (éste declinó). Está claro que ésta conocía sus habilidades y, sobre todo, la formación de Negrín (en el acta de la reunión del 3 de julio se lee: «Se acordó invitar al Dr. Juan Negrín López, que ha pasado varios años dirigiendo prácticas de Fisiología en la Universidad de Leipzig») y confió en él para ampliar su rango de intereses a la fisiología. Durante la primera etapa del Laboratorio (1916-1922), el núcleo fundamental de investigadores estuvo formado por José Hernández Guerra y José María del Corral García, que sucedería a Negrín en su cátedra tras la guerra civil. Instalado en Madrid, Negrín solicitó y consiguió (en 1920) revalidar sus títulos alemanes, el primer paso para una cátedra universitaria que consiguió en 1922. Entonces organizó su laboratorio en la Facultad, reservando el de la Residencia exclusivamente para la investigación. Durante este periodo, trabajaron allí jóvenes, algunos de los cuales –Ochoa, Grande Covián, García Valdecasas, Puche, Blas Cabrera Sánchez (uno de los hijos de Blas Cabrera) etc.–. La actividad científica de Negrín disminuyó con la llegada de la II República y su participación activa en la política.

La Guerra Civil y la ciencia

En su libro Cincel, martillo y piedra , el profesor Sánchez Ron dedica un capítulo a este tema y así dice:

La Guerra Civil (1936-1939) es uno de los acontecimientos más importantes –si no el que más– de la historia contemporánea de España. Obviamente la ciencia no pudo dejar de verse afectada por ella [...]. Finalizada la contienda, con la derrota de los republicanos, sabemos, por supuesto que Hispanoamérica (México, en especial) fue el destino de la gran mayoría de los exiliados. No parecen, por otra parte, existir dudas de que las ciencias biomédicas (incluyendo en este término desde la simple práctica médica hasta la fisiología farmacológica y bioquímica, pasando por la psiquiatría) fueron los más afectados. Se ha llegado a señalar que quinientos médicos españoles se exiliaron en México, al finalizar la guerra, pero, independientemente de la magnitud de las cifras, nombres como Augusto Pi i Sunyer, José Puche Álvarez, Isaac Costero, Gustavo Pittaluga, Ángel Garma y Severo Ochoa, muestran lo profundo del golpe que recibieron tales disciplinas en España. Las ciencias naturales sufrieron la pérdida del decano de los naturalistas hispanos, el entomólogo Ignacio Bolívar, entonces presidente de la JAE, que, según reza la leyenda –tal vez apócrifa, pero honrosa en cualquier caso– abandonó España siendo ya un anciano «para morir con dignidad». Exiliado en México, fue también su hijo Cándido Bolívar, que era en aquel momento catedrático de Zoografía de Articulados en la Facultad de Ciencias de Madrid. Otro anciano ilustre fue Odón de Buen, que llegó a México con ochenta años y a quien, como en el caso de Bolívar, acompañó su hijo

Rafael de Buen Lozano, que se establecería en Latinoamérica desempeñando importantes puestos relacionados con la sanidad pública. Otro «hijo ilustre» exiliado fue el biólogo Enrique Rioja Lo-Blanco, que continuó en México la obra de su padre, que había dirigido la Estación de Biología en Santander.

Cuando pasamos a la Física, nos encontramos con que el exilio en sí se debe valorar de manera cuidadosa al tratar el tema de la indudable decadencia que se produjo detrás de la contienda. Es cierto que entre los físicos exiliados aparecen nombres tan ilustres como el de Blas Cabrera, pero cuando el Director del Instituto Nacional de Física y Química abandonó España ya era un hombre de salud precaria y había dado de sí todo lo que podía en su ciencia. En cuanto al astrónomo Pedro Carrasco, catedrático de Física Matemática de la Universidad de Madrid, nunca fue un científico distinguido a nivel internacional, y acerca de Manuel Martínez Risco, se puede decir de él que probablemente fue el que más dio de sí como científico tanto desde su estudio parisiense como desde su cátedra madrileña. No es muy diferente el caso de Arturo Duperier, quien en Inglaterra efectuó importantes investigaciones –mucho más que las que había llevado a cabo en Madrid– en la física de los rayos cósmicos, investigaciones que no pudo retomar, dadas las dificultades con las que se encontró a su regreso a Madrid en 1953. En consecuencia, fue más importante lo que estas ausencias significaron como ruptura de lo que dejaron de aportar ellos mismos al contenido de la Física.

También se vio afectada la química, fundamentalmente porque Enrique Moles, que durante la guerra fue director general de Pólvoras y Explosivos de la República, gozaba todavía de más vigor e ideas que Cabrera, pero también debido a que entre los químicos exiliados figuró un número mayor de competentes investigadores y docentes como Augusto Pérez Vitoria o Antonio García Banús.

En cuanto a la matemática, la consecuencia a la postre más importante, fue la del exilio de los más jóvenes miembros del Laboratorio Seminario Matemático. Luis Santaló, que en la guerra había sido profesor de matemáticas en el bando republicano, para la formación de nuevos mandos de Aviación y que, instalado en la Argentina, donde llegó a presidir su Academia de Ciencias, se convirtió en una autoridad mundial, en campos como la geometría diferencial aunque no podemos olvidar nombres como los d e Pedro Pi Calleja o Manuel Balanzat.

La JAE y la Guerra Civil

Si la Junta de Ampliación de Estudios fue la institución más importante de la España anterior a 1936, es natural preguntar acerca de cuáles fueron para ella las consecuencias de la guerra (Moreno González, Sánchez Ron,

1988). Renovada la Junta de la Asociación de Catedráticos de Instituto el 18 de agosto de 1936, a la que sólo podían pertenecer los partidos integrados en el Frente Popular, éstos decidieron incautarse de los edificios de la JAE, que era contemplada con recelo por el sector del profesorado de izquierdas e iniciar la depuración del personal. En agosto, la JAE fue efectivamente remodelada. Ignacio Bolívar fue confirmado como presidente y Navarro Tomás como secretario.

El caso de Blas Cabrera

Uno de los personajes centrales de la ciencia española, en el primer tercio de nuestro siglo, fue, como ya sabemos,

Blas Cabrera, al que la rebelión militar sorprendió en Santander como rector de la Universidad Internacional de Verano. Después de diversas vicisitudes, Blas Cabrera se exilió en Francia. Al término de la Guerra, Blas Cabrera intentó regresar a España, detalle que por sí solo habla a las claras de cuán tenues eran sus inclinaciones ideológicas (era, como otros, básicamente un buen profesional liberal) y lo estrictas, limitadas y sectarias las de los vencedores de la contienda. Su hijo Nicolás explicó la forma en que aquellos intentos llegaron a su fase final (Nicolás Cabrera, 1976): «En octubre de 1941, el Ministro Plenipotenciario de España en París le invitó a visitarle.

Tengo el privilegio de haberle visto moralmente hundido después de su visita, en la cual el Ministro le comunicó el deseo del Gobierno español de obtener su propia dimisión del Comité Internacional de Pesas y Medidas. (Ante semejante actitud, mi padre no tuvo otra alternativa que dimitir del Comité internacional y al mismo tiempo, reconociendo que ya no podía volver a España, decidió trasladarse a México, le acogería como profesor.» Y en Ciudad de México, falleció Blas Cabrera el 1 de agosto de 1945.

Exilios interiores

Blas Cabrera abandonó España, y aunque otros miembros del Instituto no lo hicieron, no por ello algunos de éstos se libraron de sufrir las consecuencias de su relación con la Junta para Ampliación de Estudios. Miguel Catalán es un buen ejemplo en este sentido. Un ejemplo de que los exilios, producidos por la Guerra, fueron interiores también. El verano de 1936 se presentó interesante para Miguel Catalán. Estaba previsto que participase en los cursos de la Universidad Internacional de Verano de Santander. En julio habría dictado cuatro conferencias dentro del Curso sobre «La isotopía en Química». Yprosigue el profesor Sánchez Ron: Hasta cierto punto (siempre es difícil y peligroso aventurarse en el dominio ‘de lo que pudo ser y no fue'), el que el inicio de la Guerra Civil ocurriese unos días antes de que comenzase el curso en Santander, tuvo alguna consecuencia positiva para Catalán. Me explicaré: si la guerra le hubiese sorprendido en Santander, lo más probable es que se hubiera visto obligado a regresar –después de un penoso itinerario– a Madrid (controlado por la República) por la expedición comandada por Cabrera, mientras que su familia que posiblemente hubiese continuado veraneando en San Rafael, se habría visto detenida en la zona ‘nacional'. Se habría producido en consecuencia, una situación de división familiar.

Por otra parte, también hay que considerar que acaso no habría padecido las miserias, y el control, que sufrió en Segovia, etc. Sufrió después numerosas acusaciones, por parte de los rebeldes contra la República. Incluso un día fue convocado ante la Comandancia Militar acusado de espionaje. Salió libre gracias a que un policía rompió ocultamente la denuncia, porque su hijo había identificado al acusado como su profesor favorito en el Instituto de Segovia, al que por entonces Catalán estaba incorporado como profesor de ciencias en el bachillerato. Tras la guerra civil, Catalán se encontró con que le estaba vedado el regreso a su cátedra en la Universidad de Madrid, aunque en realidad no se le había desposeído oficialmente de ella. Además no se le permitió el acceso a su Laboratorio, en el Instituto Nacional de Física y Química, ahora perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, creado por el Gobierno franquista para sustituir a la vieja JAE: le estaba vedado. Ante tal situación, Catalán no tuvo más remedio que ganarse la vida. Se vio obligado, en definitiva, a entrar en la industria privada. Durante algunos años, (entre 1940 y 1946 cuando pudo volver a su cátedra) trabajó como asesor para Mataderos de Mérida, para la fábrica de productos químicos Zeltia, para Industria Riojana, y para los Laboratorios IBYS, Vitaminas DDT, células fotoeléctricas y colorímetros, figuraron entre sus intereses de dicha época. Al mismo tiempo que todo esto ocurría, científicos extranjeros (estadounidenses, básicamente) se preocuparon por la suerte de Catalán, tanto durante la guerra como después. Así, a poco de terminar la contienda, el 16 de junio de 1939, el gran astrofísico de la Universidad de Princeton Henry Norris Russell se interesaba por su situación [...]. En Madrid, mientras tanto, le resultaba muy difícil reanudar sus investigaciones. Entre sus papeles, ha sobrevivido una carta que, desde el caserón de la cuesta del Zarzal, escribió a Russell el 18 de agosto de 1940. En ella, se aprecian las dificultades con las que se encontraba: «Para enviarle una lista con todos los términos, he estado trabajando en la versión de los manuscritos que escaparon a la destrucción durante la guerra. Como todos estos papeles son muy incompletos, creo que se pueden perder algunos términos, en especial los más elevados. Mi trabajo procede con algunas dificultades, porque ya no trabajo en el Laboratorio del Instituto Nacional de Física y Química (Rockefeller) en el que se ha cerrado la sección de Espectroscopia.

No me es posible consultar una biblioteca científica, de manera que desde julio de 1936, estoy prácticamente aislado del mundo. ¿Será tan amable de enviarme cualquier separata de que pueda disponer? Los trabajos del Bureau of Standars también son desconocidos aqu í desde 1936. He escrito al Dr. Meggers, pero, hasta el momento, no he recibido respuesta. Tengo algunas dificultades económicas, y debo trabajar en otros temas, no espectroscópicos para ganarme la vida.» Y añadió: «Me vendría muy bien disponer de Fe I, si el profesor Harrison consiente en enviármelos. Le enviaré a usted la lista requerida tan pronto como me sea posible. En Múnich he estado trabajando durante algunos años, y he medido muchos efectos Zeeman, porque tengo una buena colección de placas que el profesor Back, de Tubinga (Alemania) me dio cuando trabajé con él hace algunos años. Desgraciadamente, los manuscritos no están en mis manos, por lo que no puedo enviarle la lista de términos ».

La recuperación de su cátedra no significó que se le abriesen a Miguel Catalán las puertas de la investigación «oficial», localizada en aquella época casi exclusivamente en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, puesto que las Universidades eran, en ese sentido, auténticos eriales. Sin embargo, su prestigio científico, la recuperación de su cátedra, así como los requerimientos que se le hacían desde los Estados Unidos, terminarían favoreciendo su entrada en el Consejo, aunque no a su antiguo Instituto, denominado ahora Rocasolano, sino al Instituto de Óptica «Daza de Valdés», d irigido por José María Otero Navascués, persona bastante abierta e intelectualmente sagaz, quien en 1950 le nombró jefe del Departamento de Espectros. (Otero era Ingeniero de la Armada y como tal tuvo acceso, durante bastantes años, a las instalaciones y Talleres del Estado Mayor de la Armada, lo que facilitaba las investigaciones de su grupo del Consejo). Allí formaba un buen equipo de investigadores: Fernando Rico, Olga García Riquelme, Rafael Velasco, y Laura Iglesias Romero, dedicándose a temas como la estructura de los espectros de distintos elementos (paladio, hierro, bismuto, sodio y manganeso, etc.). El Instituto de Óptica del CSIC, creado oficialmente en marzo de 1946, aunque antes había funcionado como una sección del Instituto «Alonso de Santa Cruz» –de Física–, a la que iba asociada una subsección de Espectroscopia. Como jefe de sección, primero, y como Director del Instituto, después,

Otero Navascués fue el motor y responsable máximo del centro. En 1950, sin embargo, el Instituto de Óptica se instaló definitivamente en el nuevo edificio (que todavía ocupa el complejo del Consejo, situado a lo largo de la calle Serrano). Y con el cambio, Catalán se incorporó para dirigir una de las dos secciones del Departamento de Espectros, la de Espectros Atómicos. Se puede decir que fue entonces cuando realmente finalizó el exilio interior de Catalán. Habían pasado más de diez años desde el final de la guerra.

Exilios interiores más duros El exilio interior de Catalán fue duro, pero en modo alguno comparable al de Enrique Moles, el líder de la Química española en el primer tercio del siglo XX. Al abandonar Cabrera España, Moles pasó a dirigir el Instituto Español de Física y Química. No sólo esto, en 1937 aceptó el nombramiento de Director de Pólvora y Explosivos, también firmó, junto a Menéndez Pidal, Mediaveitia, Ju an de la Encina, Zulu eta y Pedro Carrasco, un manifiesto publicado en El Socialista titulado «Contra la barbarie fascista». Al final de la guerra se exilió en Francia, obteniendo una plaza de Maitre de Recherches en el Conseil Scientifique de Recherches. Mientras en Madrid se le había desposeído de su cátedra. Pero ante la posibilidad de la invasión alemana, y a pesar de tener ofertas de trabajo en otros países, decidió regresar a España en 1941 (tal vez pensaba que la presión internacional que reclamaba que se le restituyese en su cátedra le protegería). Fue encarcelado inmediatamente y condenado a muerte en un Consejo de Guerra, pena que le fue conmutada por treinta años de prisión, aunque fue liberado finalmente en 1945. Nunca recuperaría su cátedra, ganándose la vida trabajando para laboratorios privados, como Energía e Industrias Aragonesas S.A. y el Instituto de Biología y Sueroterapia (IBYS).

Matemáticas, Física y Química

En una voluminosa obra titulada El exilio español en México publicado por la editorial Fondo de Cultura Económica, hay una sección con la denominación de «Matemáticas, física y química», de José Cueli. De ella tomamos las siguientes precisiones: El cultivo de las matemáticas, tendente a la formación de grupos de investigación, al fortalecimiento de los departamentos de esa materia en las escuelas profesionales, a la difusión y el desarrollo de los proyectos de investigación que requiere el país, está apuntalado históricamente por los cambios producidos a fines del siglo XIX en los niveles secundario y preparatorio; por la reestructuración de la enseñanza media, en la segunda mitad de los años veinte, y por sucesivas transformaciones que atienden a los dictados del desarrollo científico y al avance de las principales instituciones académicas y científicas, donde tienen principal aplicación terminal las matemáticas. Como todos los ramos de la enseñanza, el correspondiente a las matemáticas ha sufrido una acelerada evolución en la etapa posrevolucionaria, particularmente en los treinta, cuando grupos de ingenieros con estudios en el extranjero regresaban para ser el núcleo de la carrera de matemáticas, creada en 1936, cuando ya podía afirmarse que la ciencia se apoyaba crecientemente en las matemáticas, haciendo de esta disciplina «un factor decisivo en la dinámica actual del saber científico», a más que la gradual especialización del saber científico ha convertido a las matemáticas en una herramienta principal.

No tan importante cuantitativamente como en otras actividades, la contribución republicana en este campo se ha dejado sentir en la docencia y en la investigación, por medio de investigadores formados en la península y de refugiados políticos que se acogieron a esa disciplina en el exilio. A la primera generación corresponde Enrique González Jiménez, doctorado en Ciencias exactas en la Universidad Central de Mad rid, su lugar de nacimiento (1908), habiendo sido profesor de aritmética, álgebra, geometría analítica y cálculo infinitesimal en escuelas superiores, así como de ciencias en los Institutos de Segunda Enseñanza. Era catedrático en su alma Mater cuando tuvo que salir de España, y en México desempeñó funciones igualmente destacadas, como director del Instituto Luis Vives. Dio a conocer estudios sobre la teoría de las sustituciones y los sistemas polares; ampliación y complemento de matemáticas, geometría analítica y descriptiva. González Jiménez murió en 1957, mismo año en el que expiró Ricardo Vinós Santos. Vinós había formado la Escuela de Orientación Profesional de Madrid. Desde 1940 dirig ió la Hispano-Mexicana, acompañándolo durante los d oce siguientes años Vicente Carbonell Chauro en la Secretaría de la Academia. Carbonell (Madrid, 1914) ha dejado conocimientos matemáticos y buenos recuerdos de su persona en los miles de alumnos que pasaron por las aulas del «Madrid», del «Luis Vives», La Academia, el plantel nº 4 de la Escuela Nacional Preparatoria y la Secundaria nº 17 de la SEP. La Hispano-Mexicana tuvo de maestro-fundador a Lorenzo Alcaraz, que pudo haberse quedado en España a disfrutar de una posición económica superior, pero prefirió venir como un exiliado más. La primera remesa colectiva, la del «Sinaia», traía a Marcelo Santaló Sors (Gerona, 1905), astrónomo en el Observatorio de Madrid. El Servicio de Emigración lo colocó en el « Luis Vives», alternando posteriormente con los otros colegios del exilio. Su creciente prestigio fue consolidándose con conferencias y noticias bibliográficas, lo que le valió para ser nombrado, en 1957, jefe de la sección de Ciencia y Tecnología de la OEA, recibiendo en 1960 el encargo de la UNESCO de estudiar la enseñanza de las matemáticas y de la Cosmografía en Ecuador, Perú, Chile, Argentina y Paraguay. [ 4 ]

Buscadores de simetrías (Los físicos)

A diferencia de otras actividades, en la que España concurrió con nutridos grupos científicos, en la física fueron unos cuantos los que llegaron formados. Terminaban los años treinta y en México cobraban sentido y fuerza las inquietudes por implantar la enseñanza de la física moderna. Nacían grupos de estudio que iban a los Estados Unidos y a Europa, y que luego regresarían a formar personal e instituciones. Claro está que hubo, y que hay, aportación republicana en el terreno de la física, pero en este aspecto con el ingrediente adicional de que españoles y mexicanos iniciaron al parejo una tarea que parte formalmente de la creación de la carrera de física en la Facultad de Ciencias. De los primeros en incorporarse al exilio Blas Cabrera Felipe. Blas Cabrera significaba de por sí una importante contribución: es descubridor de la ciencia del magnetón, nominada Wais-Cabrera en honor de sus elaboradores. Adscrito como miembro activo a los organismos científicos de Europa y América, estuvo en México, en 1926, retornando en 1939 para dar clases en la Facultad de Ciencias de la UNAM, en el Instituto de Física estudió las propiedades magnéticas de las tierras raras y desarrolló publicaciones sobre la teoría de la relatividad, el átomo y la estructura de la materia.

Hazaña meritoria fue la de Pedro Carrasco Gorronera, al sostener la edición del Anuario de A s t ro n o m í a durante los años bélicos. Carrasco (Badajoz 1883-México 1966) había alcanzado el Decanato de la Facultad de Ciencias de Madrid, dirigido el Obs ervato rio Astronómico y ostentado el rango académico de la Real de Ciencias.

Formó parte del segundo grupo de invitados al Colegio de México (Casa de Españ a) y transmitió sus conocimientos a varias generaciones de universitarios, politécnicos y alumnos de la Normal Superior. Presidió el Patronato de la Institución «Luis Vives», dejando una extensa producción editorial en la que se encuentran títulos sobre la filosofía de la mecánica, la relatividad, la mecánica experimental y la instrumental. Y así podríamos continuar detallando las actividades de otros físicos españoles exiliados.

La previsión de sucesivos Gobiernos, hasta el de Cárdenas, había creado una importante infraestructura directamente encaminada a impulsar la educación superior; para 1936 ya estaban ingresados sus diversos componentes y, entre ellos, los de la enseñanza de la Química. Así estaban las cosas cuando llegó la riada española, en la que Fresco contó hasta setenta químicos, entre doctores en ciencias químicas, farmacéuticos, ingenieros y peritos químicos, los que se instalaron, o ayudaron a la instalación de laboratorios, hallaron trabajo en Universidades o escuelas superiores, en empresas gubernamentales o en laboratorios ya existentes, como Pedro Bosch Giral, Rafael Oliván, J. Viciana, Luis Fanjul y Enrique Gay y otros muchos que merecerían citarse.

Conclusión

De este amplio periplo que hemos realizado en algunos datos del exilio científico español, se puede deducir la sangría que para el futuro de España supuso este excepcional exilio cultural y científico, así como el prestigio internacional que proporcionó a muchos intelectuales y científicos españoles igualmente el impulso que supuso para el desarrollo de diversas naciones hermanas y, especialmente, al de México.

Bibliografía

-José Luis Abellán, De la guerra civil al exilio republicano (1936- 1977) , Editorial Mezquita, Madrid 1983.

-Varios autores, Los refugiados españoles y la cultura mexic a n a , Residencia de Estudiantes. Colegio de México 2002.

-Ramón López Barrantes, Mi exilio , G. de l Toro Editor, Madrid 1974. José Manuel Sánchez Ron, Cincel, martillo y piedra , Taurus, Madrid 1999.

-Diversos autores, El exilio español en México , Ediciones del Fondo de Cultur a Económica, México 1999.

NOTAS

  • [ 1 ] Síntesis biográfica de Arturo Duperier Vallina, publicada en el tomo 6 de la Gran Enciclopedia del Mundo. Editorial Durvan, Bilbao, 1977.
  • [ 2 ] Ramón López Barrantes, Mi Exilio , G. del Toro Editor, Madrid 1974. Págs. 187 y ss.
  • [ 3 ] José Manuel Sánchez Ron, Cincel, martillo y piedra , Ediciones Taurus, Madrid 1999. Las páginas del conjunto de la obra.
  • [ 4 ] Diversos autore s, El exilio español en México , Edic iones del Fondo de Cultura Económica, México 1982, páginas 531 y ss.

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