CRISIS DE LA LEGITIMIDAD DE LOS GRANDES METARRELATOS
Dos de los filósofos que a mi juicio más han influido en el pensamiento
contemporáneo han sido Max Stirner y Friedrich Nietzsche con sus respectivas
obras El único y su propiedad (1844) y Voluntad de poder (1901). En ellas
se anuncia la crisis de la concepción occidental del mundo que domina
hasta sus días y la consecuente necesidad de establecer los principios
para una educación orientada a la formación de un nuevo hombre
adecuado a las sociedades venideras. Lo decisivo de estas sociedades es la decadencia
de la interpretación moral cristiana del mundo cuyos presupuestos se
habían extendido a otras concepciones: el hegelianismo, el socialismo
y el positivismo. Estos autores advierten que el rasgo común que comparten
estos sistemas con el cristianismo es la pretensión de fundamentar una
concepción de la historia considerada como un proceso que tiende a una
meta determinada, ya fijada desde el comienzo, que el hombre debe asumir como
la verdadera y llevar a cabo. Esta pretensión, animada por la necesidad
vital de darse el hombre un sentido a su existencia, una finalidad, conduce
a sociedades alentadas por el deseo de alcanzar un estado de paz y seguridad
plenas. Sin embargo, advierten Stirner y Nietzsche, cegado por la propia certeza,
el hombre occidental no ha percibido que la realidad total y suprema que han
erigido como guías de sus vidas – Dios, Espíritu, Sociedad,
Razón – no existe como ellos creen, como realidad trascendente,
extramental o substante, sino como realidad imaginada, como tal, dependiente
de su facultad imaginativa, y que, consecuentemente, no hay forma alguna de
garantizar la existencia fáctica de estos Ideales ni de legitimar la
instauración de los fines, instituciones y regímenes políticos
sustentados en ellos. De esta crítica se van a alimentar algunos filósofos
posmodernos que advierten que la pretensión de fundamentar la validez
de los grandes metarrelatos – como el cristianismo, el hegelianismo o
el marxismo - ha conducido a la imposición, a la destrucción,
al incremento de las diferencias sociales y económicas entre pobres y
ricos, en definitiva, a la barbarie. [ 1 ]
CRISIS DE LA IDEA DE PROGRESO COMO UN CAMINO HACIA LO MEJOR
Siguiendo esta línea, algunos de los principales filósofos y
pensadores del siglo XX, como Ortega y Gasset, del que más adelante hablaremos,
Martin Heidegger y Ernst Jünger, cuya obra se encamina a analizar las tensiones
entre el hombre y la técnica [ 2 ] , o Sigmund Freud, que analiza el conflicto
entre las pulsiones humanas y la cultura [ 3 ] , asumen la crisis anunciada por Nietzsche
y van a responder con sus respectivas propuestas ante la necesidad que siente
el hombre de una nueva orientación en la vida tras la crisis de los Ideales
regulativos. Por ello, la pregunta que preocupa a los filósofos del siglo
XX va a ser: ¿qué debe hacer el hombre en la vida ante la crisis
de los grandes ideales regulativos Dios, la Razón, la Sociedad y de los
grandes metarrelatos que legitimaban un modelo determinado de sociedad?
Estos autores pertenecen a una época en la que las ciencias naturales,
aliadas con el positivismo, el empirismo y el sensualismo, se erigen como guías
para descubrir las leyes de la naturaleza con el fin último de explicar
y predecir la totalidad de los hechos. El entendimiento es considerado como
una parte más de la naturaleza y se decide explorarlo por el mismo método
que la naturaleza exterior. A finales de siglo surge la ‘ciencia natural’
de lo psíquico, a saber, la psicología experimental, en unión
con la fisiología y la química del cerebro.
Los principios del positivismo sitúan al hombre como el único
ser con la capacidad de conocer el conjunto de leyes que rige y determina el
comportamiento de los seres tanto orgánicos como inorgánicos.
Sólo la constitución de una teoría única que integre
la totalidad de las leyes de la naturaleza permite al hombre un sometimiento
técnico del mundo seguro y controlado. Así mismo, en la medida
que se considera la psique humana como un objeto más de la naturaleza,
como tal sujeto a leyes susceptibles de ser conocidas, se confía en la
posibilidad de alcanzar mediante la educación una humanidad buena, razonable
y segura. Todo ello coincide con una prosperidad social y económica de
la burguesía que llegará hasta el comienzo de la primera guerra
mundial. [ 4 ]
Sin embargo, algunos hechos cruciales, como el hundimiento del Titanic en 1912,
metáfora del dominio de la razón sobre la naturaleza, la primera
guerra mundial, el ascenso de Hitler por vía democrática, lo acaecido
en Auschwitz, genera desconfianza en los ideales y presupuestos teóricos
procedentes del racionalismo ilustrado y del positivismo y comienzan a aparecer
diferentes pensadores cuyas propuestas cuestionan esos presupuestos; es el caso
de Karl Popper, cuya obra se encamina entre otras cosas a demostrar la imposibilidad
lógica de verificar una teoría científica [ 5 ] , tal como había
pretendido el positivismo lógico del Círculo de Viena, o de Ortega
y Gasset, que demuestra que la ciencia no tiene un acceso privilegiado al conocimiento
del mundo y es necesario recurrir a la historia para conocer la esencia de lo
humano [ 6 ] , o el caso de los pensadores herederos del Romanticismo alemán,
Ernst Jünger y Sigmund Freud, quienes ven en lo irracional el verdadero
fundamento que explica los cambios históricos y culturales y determina
los sucesivos órdenes políticos y sociales. [ 7 ]
ORTEGA Y GASSET: SU NUEVA FILOSOFÍA MORAL COMO RESPUESTA A LA CRISIS
DE LOS GRANDES METARRELATOS
Por tanto, tras la crisis de la legitimidad de los grandes metarrelatos ya anunciada
por Stirner y Nietzsche y tras algunos sucesos cruciales acaecidos a comienzos
del siglo pasado que llevan a cuestionar la idea misma de progreso, los nuevos
filósofos del siglo XX van a tratar de asentar nuevos fundamentos desde
los que levantar un nuevo modelo de sociedad y de hombre, una nueva concepción
de la historia y una nueva filosofía moral que sepa orientar la acción
humana.
Ortega y Gasset es uno de los filósofos que propone de una forma más
clara una nueva filosofía moral con el fin de orientar la acción
humana tras la crisis de las anteriores concepciones del mundo. Veremos a continuación
cómo su filosofía moral constituye al mismo tiempo una propuesta,
a mi juicio interesante, que Ortega realiza para solucionar los problemas interculturales
que pueden llegar a desvertebrar una sociedad. Para entender su filosofía
moral antes es preciso aclarar algunos conceptos fundamentales de su concepción
del hombre y de la historia que a continuación exponemos.
El filósofo español advierte a comienzos del siglo pasado que
uno de los problemas fundamentales con los que se enfrenta el positivismo y
las nuevas ciencias de la naturaleza es el problema de la imposibilidad de conocer
lo humano, lo constitutivo de la realidad humana. El hombre es el único
ser que no tiene una naturaleza ya dada y definida, su ser no se reduce a un
código genético o a un conjunto de átomos, su ser va a
estar determinado por lo que en su vida desee hacer. Estas ciencias no pueden
dar respuesta a la pregunta por la esencia de lo humano ni por la identidad
biográfica y cultural del hombre: ¿Qué soy?, ¿quién
soy? En efecto, asegura Ortega, un humanismo científico que pretenda
concebir lo humano como algo substante, como tal, susceptible de ser observado
y conocido, como hoy día defienden aquellos científicos y filósofos
herederos del positivismo8, no puede aprehender lo constitutivo y esencial al
hombre. El hombre, cada uno, no somos algo ya dado, de una vez para siempre,
sino algo que está por hacer, que está por decidir. Por tanto,
no es el código genético lo que determina nuestro porvenir, lo
que constituye nuestra naturaleza, sino nuestro deseo de ser aquello que creemos
nos hará más dichosos: “El hombre no tiene empeño
por estar en el mundo. En lo que tiene empeño es en estar bien. Sólo
esto le parece necesario y todo lo demás es necesidad sólo en
la medida en que haga posible el bienestar.” [ 9 ] Este deseo de bienestar,
unido a la imaginación, nos sitúa ante un repertorio de posibilidades
imaginadas sobre las cuales debemos decidir una, renunciando a las demás.
Por ello, el hombre en su vida puede ser muchos hombres, muchos yoes, dependiendo
del proyecto imaginario que opte llevar a cabo. Entonces, si como afirma Ortega,
las ciencias de la naturaleza no pueden conocer lo que somos, ¿a qué
debemos recurrir para conocer la realidad humana, para comprender nuestra identidad?
A la razón histórica, responde el filósofo español.
En su ensayo Historia como sistema (1936) Ortega asienta los fundamentos de
su teoría de la historia y del progreso humano. La historia, frente a
la visión racionalista y positivista, que la considera como un proyecto
seguro hacia un conocimiento total del mundo y hacia una educación que
asegure una convivencia pacífica, Ortega la concibe como un camino constante
de errores que debemos considerar para elegir mejor nuestro porvenir. Para ello
es necesario narrar desde el presente nuestra historia, mediante la razón
histórica, teniendo en cuenta el sistema de creencias y valores fundamentales
desde los que el hombre del pasado ha pensado y actuado: el hombre cristiano,
por ejemplo, desde la creencia en Dios como causa suprema, el hombre racionalista
desde la creencia en la capacidad de la razón para conocer el mundo…
Esta narración permite descubrir, por ejemplo, al hombre europeo como
el hombre que sigue siendo liberal, absolutista, feudal, pero que ya no lo es.
Si no hubiese hecho esas experiencias, nos recuerda Ortega, si no las tuviese
a sus espaldas y no las siguiese siendo en su recuerdo de haberlas sido, es
posible que ante las dificultades de la vida política actual se resolviese
a ensayar con ilusión alguna de esas actitudes.
LA FILOSOFÍA MORAL ORTEGUIANA COMO BASE PARA LA PROPUESTA DE UN NUEVO
MODELO DE SOCIEDAD Y DE CONVIVENCIA INTERCULTURAL
Como respuesta a la crisis de la concepción positivista del progreso
y de la legitimidad de los grandes relatos, Ortega considera que es el deseo
originario de bienestar la fuerza que debe impulsar a cada hombre y a cada pueblo
para la realización de su respectivo yo o proyecto vital. El hombre no
debe guiarse por ningún ideal de vida buena y menos debe hacer caso de
todo relato que trate de demostrar que existe un único camino verdadero
o correcto. Debe, simplemente, seguir su deseo de bienestar, su deseo de realizarse,
el deseo de cumplir su yo.
Como veremos a continuación, este nuevo imperativo de bienestar, de autenticidad,
constituye para Ortega el impulso que deben seguir el hombre y los pueblos para
lograr una convivencia intercultural sana y adecuada. El filósofo español
se va a centrar en los problemas de desvertebración que observa entre
las comunidades y las clases sociales en la España de los años
veinte. A mi juicio me parece interesante considerar estas ideas teniendo en
cuenta el proyecto unificador que hoy día pretende llevarse a cabo en
torno a la nueva idea de una Europa cosmopolita, proyecto que pretende aglutinar
y vertebrar diferentes nacionalidades y culturas en torno a un mismo ideal de
convivencia. A su vez, como al final veremos, creo que sería interesante
proponer un nuevo modo de entender la educación teniendo en cuenta la
nueva concepción de la historia que propone Ortega y ante la nueva proyección
que hoy día es Europa, con el fin de contribuir a la propuesta orteguiana
de convivencia intercultural.
En su ensayo España invertebrada (1921) Ortega desarrolla su propuesta
de lo que debe ser una sociedad sana y vertebrada. Comienza analizando las causas
de la aparición en España de movimientos nacionalistas y separatistas
y propone soluciones a ellos. Fundamentalmente estas causas son dos: por un
lado, la pérdida del sentimiento de pertenencia a una comunidad con un
mismo proyecto común; por otro, la falta de la vertebración necesaria
para llevar este proyecto a buen término. La conclusión de Ortega
es que España es una sociedad enferma, una sociedad insana, debido a
la falta de compromiso e implicación social ciudadanas para realizar
un proyecto común: “La potencia verdaderamente substancial que
impulsa y nutre el proceso es siempre un dogma nacional, un proyecto sugestivo
de vida en común (…) Los grupos que integran un Estado viven juntos
para algo: son una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades.
No conviven por estar juntos, sino para hacer algo juntos.” [ 10 ]
En este sentido, Ortega cree que es el deseo constitutivo humano de realizarse,
es decir, el deseo de bienestar, unido al sentimiento de pertenencia a este
proyecto común, lo que puede orientar al hombre hacia una vida mejor
tras la crisis de los metarrelatos y devolverle así a una sociedad sana
y comprometida. Los problemas de los nacionalismos es preciso solucionarlos
desde su base, y su base es el sentimiento, el sentimiento de pertenecer a una
comunidad absolutamente distinta con intereses y proyectos distintos, y el consecuente
deseo de ser reconocido como tal por las demás comunidades, deseo que
si no es satisfecho conduce al malestar y a la imposición. Por tanto,
para atajar el problema es preciso lograr que el sentimiento de exclusión
y la consecuente imposición se convierta en un sentimiento de inclusión
que conduzca a la integración, para lo cual se requiere que los diferentes
integrantes de la sociedad y de sus respectivas comunidades se sientan partícipes
activos y responsables de un mismo proyecto deseado y compartido. Los problemas
que Ortega observa en su tiempo, como él mismo advierte, no pueden solventarse
con la acción del Estado de Derecho, ya que la causa de la desvertebración
está en la falta de este sentimiento común de pertenencia, cuestión
que es previa a todos los formalismos éticos y jurídicos. Por
tanto, todo cambio en la estructura social o estatal no afectará a la
raíz del problema que seguirá permaneciendo. En este sentido la
construcción de un marco adecuado –determinado por una serie de
principios cívicos -, si bien es necesaria para una sociedad que pretenda
la convivencia social, no la asegura. El filósofo en este sentido afirma
que es necesario que cada ciudadano se sienta integrado y partícipe de
un mismo proyecto con el fin de asegurar su cumplimiento y la convivencia social.
Para ello, precisa Ortega, es necesario avivar y fortalecer las relaciones entre
las minorías, que deben guiar a las masas para el cumplimiento del proyecto
común, y las mayorías, que deben dejarse guiar por aquellas.
PROPUESTA PARA UN NUEVO MODO DE CONCEBIR LA EDUCACIÓN DE ACUERDO A LOS
PRINCIPIOS DE LA FILOSOFÍA MORAL ORTEGUIANA
A mi modo de ver, al hilo de las ideas que asienta Ortega en relación
al problema de las relaciones interculturales, existe hoy día en España
y en otros países europeos un problema fundamental que dificulta la posibilidad
de un compromiso íntegro con un proyecto colectivo y compartido, compromiso
que podría acercarnos más al proyecto político europeo
y enfriar los movimientos separatistas y nacionalistas de algunas nacionalidades.
Este problema consiste a mi juicio en el modo como hoy día se estructuran
los actuales sistemas educativos, tanto en España como en otros países
europeos. Una educación adecuadamente estructurada, según los
principios que Ortega plantea en su teoría de la historia, debería
conseguir que el ciudadano al final comprendiera la razón de que nuestros
proyectos y ambiciones políticas, nuestras actuales formas de gobierno,
nuestras tendencias científicas y tecnológicas, artísticas,
sean las que son, en definitiva, de que nuestra forma de concebir como debe
ser el mundo y nuestra sociedad sea la que es. Ello permitiría al alumno
tomar consciencia de su lugar en la historia y de la importancia que han tenido
las generaciones pasadas para la actual configuración del mundo.
A mi juicio la educación debe ser el elemento fundamental que asegure
un espacio de convivencia e integración sociales y culturales, pero para
ello es conveniente tomar consciencia de que nos corresponde a los ciudadanos
de hoy, que compartimos más allá de las fronteras y banderas unas
mismas creencias y valores, asumir el sentido de nuestra tradición y
completar así el esfuerzo que generaciones pasadas realizaron con propósitos
similares. En este sentido, una educación estructurada de acuerdo a la
concepción la historia que defiende Ortega, avivaría los lazos
de solidaridad, no sólo entre las diferentes culturas que mantienen una
misma tradición, unos mismos proyectos e intereses, sino también
entre los hombres de hoy y los de ayer de los que somos herederos.
La educación actual, en España y en otros países europeos,
tanto en los niveles de Secundaria, Bachiller como universitarios, es básicamente
una educación de conocimientos e ideas - en la asignatura de Física,
por ejemplo se estudia lo que dice Galileo, lo que dice Newton; por otro lado,
de forma independiente, en Filosofía se estudia lo que dice Platón,
Aristóteles, Descartes; en Historia del Arte las obras de Mirón,
Bernini, Miguel Ángel – Esta educación, estructurada en
compartimentos estancos, priva al futuro ciudadano de la posibilidad de que
comprenda la razón de que esas ideas aparezcan entonces y no en otro
momento, su orientación y finalidad, su importancia para entender las
ideas de hoy, etc. En este sentido, una educación de acuerdo a la teoría
de la historia de Ortega permitiría comprender por ejemplo, por qué
lo que Kant defendió hace doscientos años lo hizo necesariamente
poco después de la muerte de Newton y teniendo en cuenta su sistema científico,
o de un modo simultáneo a la defensa de los principios ilustrados que
emprendían los teóricos políticos, cuál era el proyecto
último que se perseguía con tales esfuerzos, qué creencias
lo animaban, y de qué forma hemos heredado ese resultado en el proyecto
que hoy día es Europa tanto desde una perspectiva política, científica,
económica, social. De ese modo, una educación así planteada
permitiría al ciudadano de hoy llegar a una comprensión adecuada
del origen de nuestro tiempo, con sus intereses y proyectos, lo cual presumiblemente
avivaría su sentimiento de solidaridad con respecto a generaciones pasadas
y futuras y realizaría así con mayor compromiso la tarea de su
tiempo.
En definitiva, al hilo de las ideas que plantea Ortega, para lograr estos fines
de convivencia intercultural, a mi juicio sería interesante articular
una educación cuyo fin último fuera lograr que cada ciudadano
tomara consciencia de la responsabilidad de asumir su proyecto propio junto
a aquellos que comparten y han compartido los mismos valores y creencias que
caracterizan las actuales sociedades europeas. Ello puede ser una de las claves
para lograr una sociedad donde convivan diferentes culturas animadas por un
mismo deseo y una misma proyección futura.
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