Nos hemos educado en un mundo lleno de ranas que hablan, señoras bellísimas que vuelan y con un palito consiguen transformar las calabazas en carrozas señoriales, niños que no tienen miedo, brujas caníbales que viven en casitas hechas de chocolate y mazapán, gigantes que devoran a los niños curiosos, gatos con botas, manzanas envenenadas, pelotas de oro y rosas mágicas. Historias que en su gran mayoría provienen del origen de los pueblos y que se repiten con pequeños cambios en todas las culturas, si en unas es el sapo que se convierte en príncipe al ser besado por la bellísima doncella, en otras es un cocodrilo que al ser lamido por la bella de turno recobra su verdadera forma humana y principesca. Los Hermanos Grimm, Perrault y tantos otros recogieron las leyendas y los cuentos populares transmitidos por generaciones, añadiendo, quitando, puliendo, igual que otros muchos hicieron y hacen, hasta llegar a Walt Disney, que los ha convertido todos en un insípido merengue intragable, haciendo de la educación de los niños no un reto para la imaginación simbólica sino un simple entretenimiento rodeado de merchandising.
Los cuentos de hadas y brujas no son sólo un prodigio de imaginación sino nuestro acercamiento a la literatura, a la narración y a la magia. Nos dotan de nuestras primeras memorias y nos acompañan en un crecimiento hacia la madurez lleno de soluciones para cada momento, simbologías e incluso procesos de maduración que hoy en día, en las llamadas sociedades desarrolladas, son cada vez mas rápidamente eliminados en el cajón de los trastos viejos. Con estos cuentos aparentemente simples pero llenos de dobles lecturas, con interpretaciones múltiples, perdemos parte del poder de la magia. Si a esto unimos el olvido absoluto de las historias de las religiones, la ignorancia de lo que significan los personajes y los momentos destacados de esas religiones, perdemos prácticamente todo lo simbólico de nuestra cultura. Si el valor, la inteligencia, la inocencia tienen hoy su reencarnación en personajes del cine o del deporte, tenemos una sociedad enferma y nuestra cultura empieza claramente a desaparecer.
Porque todos estos cuentos infantiles no son solo para niños, son para la imaginación de quienes todavía releemos Alicia en el País de las Maravillas o El Principito, e incluso disfrutamos con las películas de Tim Burton. No es sólo literatura, cultura, sino una parte latente de nuestra memoria individual y colectiva. Puntos en común, referencias de conducta, la puesta en claro de la mayoría de los traumas que el psicoanálisis estudia. Son cualquier cosa menos cuentos para dormir a los niños.
En todos estos cuentos, historias mágicas, hay un proceso de transformación del niño en adulto, los problemas se solucionan en función de las cualidades y perseverancia de los personajes: el valor, la fidelidad, la bondad, el amor, la responsabilidad, son los puntos de apoyo para deambular por unos parajes en continua transformación y absolutamente peligrosos para los que caminan por ellos: huérfanos, niños abandonados, niñas rebeldes y sobre todo, todos ellos, curiosos, llamados a protagonizar terribles historias que tienen casi siempre un final feliz aunque no demasiado tranquilizador. El mal contra la inocencia, las brujas y ogros contra los niños, la sabiduría malévola contra la ignorancia y la bondad. Son mundos en los que nada de lo que pueda suceder nos parece extraño, ni que una bella se enamore de una bestia, ni que un gato hable ni que un niño pueda dormir en una caja de cerillas y bañarse en un dedal. Pero detrás de ese paisaje mágico las situaciones son las mismas que vivimos siempre, el miedo, el deseo de cambio, la injusticia, el amor, y la necesidad de superar las adversidades para ser mejor. Evidentemente hablan de nosotros y de nuestros problemas. Son siempre actuales y es por eso que la fotografía siempre se ha sentido atraída por ellos, por sus ambientes y por sus personajes, muy atractivos para servir de excusa e introducirnos en lugares mágicos, paisajes extraños y situaciones imposibles. Aquí la fotografía tiene que descifrar las similitudes y diferencias entre lo real y lo imaginario y construir con imágenes reales un mundo simbólico que no se nos aparezca tan horrible como el real.
Porque, digámoslo ya, en el trasfondo de estos cuentos llamados de hadas, el lector de hoy en día lo que ve es pederastia, canibalismo, miedo irracional, una presencia latente y permanente del sexo, pero de un sexo que nos presenta a las niñas devoradas por los lobos. Y también el absurdo permanente de un mundo que no alcanzamos a comprender. La fotografía pone formas reales, llena de imágenes la memoria, para que el inconsciente del espectador complete el significado de la imagen.
Los artistas no ilustran simplemente los cuentos de hadas con sus imágenes, no los reinventan y los vuelven a contar con sus imágenes, sino que los adaptan a un público no infantil y bastante más acostumbrado a las imágenes simbólicas para replantear la situación. Es un juego y un homenaje, pero no es solamente un juego y un homenaje. Cada uno de ellos recupera una historia, sin duda especialmente importante para él, y elige fragmentos concretos, imágenes esenciales que vuelve a construir, haciendo de todo el cuento una, dos, tres imágenes básicas. Otros recuperan personajes aislados, y otros mezclan lugares, historias, escenas y personajes convirtiendo en un solo cuento todo lo recordado. Pero igual que el placer que experimentamos cuando leemos un cuento de hadas no viene dado por su significación psicológica ni por su valor al ayudar al niño/lector a implicarse en el proceso de maduración, sino por el valor literario de la obra, en igual medida el valor de todas estas imágenes no reside en su capacidad de recuperar con más o menos precisión la historia original, ni en la exactitud o verosimilitud al narrar icónicamente una historia, sino en su valor como obras de arte, en su fuerza visual. Son obras a partir de los cuentos, no son una versión más del cuento al que se refieren. Cada uno de estos artistas cuenta otras historias, ligadas o no al cuento original, para ellos la utilización de las historias y de sus personajes son una clave visual y simbólica para adentrarnos en otras historias que tienen, evidentemente, algunos de los elementos que podemos encontrar en los cuentos de hadas pero tienen también otra perspectiva más actual. Desde la excusa de "reinterpretar" el cuento con las actrices y personajes de la cultura de hoy (como hace Annie Leibovitz) hasta la comparación en paralelo de los miedos de ayer con los miedos de hoy, tal vez los miedos de siempre, cambiando las brujas y los ogros por los violadores, por la amenaza permanente contra la inocencia, sea ésta física o mental, que esbozan tantos, entre ellos Joshua Hoffine. Y también, por que no, el homenaje a otro tiempo, a otras formas estéticas, al propio libro que hace Abelardo Morell. Y, en el extremo opuesto, esa idea de que hoy el País de las Maravillas estaría en otra galaxia no ya en la de Gutemberg. Muchos de estos artistas que juegan con las historias infantiles las prolongan hacia otros paisajes y llegan a crear un mundo propio, un lugar en el que no sólo viven Alicia y el Sombrero Loco, ni Jack y su habichuela mágica, ni las princesas, madrastras, príncipes, magos, dragones, sapos y encantamientos, sino otros personajes anónimos que tal vez sean los amigos de Jack o el anónimo marques de Carabás, o uno de los niños que siguieron embelesados la música del flautista de Hammelin, personajes que parecen salidos de algún cuento pero no sabemos de cuál ni sabemos quiénes son, y que al verlos nos vuelven a la retina esos lugares mágicos que hemos soñado e imaginado tantas veces. Sólo sabemos que proceden de un mundo mágico y tenebroso a la vez, donde la infancia parece eterna y los peligros infinitos, y las soluciones inestables. Donde la felicidad también es eterna, tanto que parece una amenaza, porque "fueron felices y comieron perdices", o mi preferido, "fueron felices para siempre jamás". Una contradicción en si misma.