Daniele Buetti. Untitled, Looking for Love/Goodfellow series, 1996-98. Courtesy of the artist and Aeroplastics Contemporary, Brussels.
En momentos de crisis generalizada, en los que la pobreza, e incluso el hambre, empieza a aparecer hasta en las sociedades capitalistas europeas, el lujo se ve cada vez más claramente como una ostentación insultante para esa mayoría que no puede satisfacer sus más esenciales necesidades. Sin embargo, y de una manera a veces inexplicable, el lujo de unos pocos se convierte en el ocio, a veces, de muchos; en la forma de sobrevivir para otros y para la gran mayoría de la población el lujo es una meta, un objetivo social, una forma de vivir ideal y satisfactoria.
Con estas premisas lo que queda claro es una contradicción insistente: el lujo es un deseo insatisfecho para muchos y en ese sentido es también un motor de lucha económica y social, pero al mismo tiempo el lujo muestra el rostro voraz de una sociedad basada en el dinero y no en valores morales, culturales, humanos. La conclusión podría ser que la mayoría no tiene muy claro exactamente lo que es el lujo, aunque tal vez sí lo que son los símbolos del lujo. Un yate, un coche descapotable rojo (a poder ser con una despampanante rubia en el asiento del copiloto); una joya de todos los quilates imaginables, la comida no habitual como el caviar, beluga por supuesto, las ostras... Rolex, Cartier, Chanel, Dior.... Nombres, marcas, Ferrari Testarrosa, Rolls Royce, internados suizos para los niños; un piano -de cola- en casa- y ese otro lujo que aparece como decorado: cuadros, librerías con tomos encuadernados en piel, sillones de cuero, muebles de época, no importa de qué época. Es decir, lujo. Dinero, poder, posesión de lo que no es habitual, de aquello a lo que pocos tienen acceso, de todo lo que cueste tanto que se aleje de la capacidad adquisitiva de los que se tienen que preocupar por pagar la hipoteca, el alquiler, los colegios de los niños, por no perder un trabajo... es decir el lujo sería todo aquello que en su posesión y uso separa a unos de otros, a los ricos de los pobres, a unos pocos del resto de la humanidad. Las marcas grabadas en la piel de Boetti, las marcas como única identidad, además del sexo, otra marca grabada en la piel, de las víctimas de la moda de Erwin Olaf.
Pero el lujo ya no es lo que era. Hoy en día a través del cine y de la televisión, especialmente, estamos acostumbrados a todo tipo de excesos y excentricidades. Personajes como Paris Hilton o Victoria Beckham, modelos, futbolistas y ricas herederas, millonarios rusos y jeques árabes nos han hecho familiarizarnos con aquello que nunca tendremos, que incluso no queremos hacer ni ver. Con esa cara fea del lujo del siglo XXI, tan lejano del lujo del siglo XIX, aunque finalmente se reduzcan, uno con su grosería y otro con su elegancia, a lo mismo: al poder de unos sobre otros. Martin Parr sabe mostrar perfectamente esa imagen grosera, vulgar del lujo actual. Ahora las ostras las puede comer cualquiera, lo que ayer era algo raro y escaso hoy se compra en cualquier supermercado. Hay que buscar nuevas excentricidades, cosas más raras, más exóticas, imposibles para la mayoría. Como en un circo de tres pistas.
¿Y si el lujo fuera el espacio, tener más espacio, vivir en una casa junto al mar, de grandes ventanales; y si el lujo fuese poder dormir todas las noches sin pesadillas; si el lujo fuera simplemente la tranquilidad? Algo así se preguntaba no hace mucho una campaña de publicidad de un coche... de lujo, claro. Aunque realmente hoy en día lo más escaso es todo eso: espacio, tranquilidad, serenidad de espíritu. Tal vez el verdadero lujo sea sentarse frente a una ventana con un libro (de papel, por favor), con una buena música de fondo, y gastar toda la tarde en lectura, divagaciones, recuerdos, pensamientos, ensoñaciones. Ese es un auténtico lujo, pero no hay ostentación ni abuso en él y, por lo tanto, no nos vale como lujo. Este sería un tipo de lujo que se intuye en la obra de Tina Barney, que aparece fugazmente en algunas de las fotografías que componen este número en el que, por cierto, verán que no hay ni un solo anunciante de lujo. Será que no les gusta verse reflejados en el espejo de la fotografía, del arte.
Definitivamente lujo y poder están asociados. Hace tiempo el lujo se asociaba con el refinamiento, con el buen gusto, con unas clases sociales de tradición, nobles aristócratas. Hoy en día el dinero marca la diferencia, tener antepasados con lugar en la historia no significa poder tener el dinero suficiente para mantener tres palacios, casas por todo el mundo, un ático en Nueva York, todo eso y mucho más está hoy al alcance de unos pocos, pero son "otros" pocos, que pueden ser mafiosos italianos o rusos, petroleros árabes o latinoamericanos y que no tienen por qué tener el más mínimo buen gusto porque sencillamente lo que ellos tienen es dinero. Más que suficiente.
Lujo en todas las culturas y continentes, en África y en América Latina, en Europa y en Estados Unidos, en Asia, en todo el mundo el exceso y la ansiedad de tener y de demostrar que se tiene, salir a la calle con abrigo de armiño, de visón, aunque se viva en un clima tropical. Y el oro, sinónimo de fertilidad y abundancia, las joyas con su simbología de colores y valores sexuales... siempre aparece y reaparece el sexo, como una joya, como un lingote, como el dominio y el poder extremo.
Lujo y lujuria, inevitablemente ligados. El dinero y el sexo, el poder para dominar, para comprar no solo joyas sino cuerpos y voluntades, los mejores cuerpos, voluntades las necesarias. Procedentes de la misma raíz latina lujo y lujuria nos hablan de ansia por poseer, por el exceso, por la ostentación, por la abundancia exagerada, por conseguir inmediatamente lo que se desea. En definitiva es una historia de deseo y de poder. Una relación habitual en la historia del hombre. No se entiende a un hombre rico sin un coche de lujo y una bella mujer, con joyas exquisitas, ya saben: diamantes. Coche, joyas, belleza y juventud, pero no todo se puede comprar con dinero. ¿Y las mujeres ricas? Ellas también tienen su porción de sexo joven, joyas y lujo. Philip Lorca diCorcia nos lo muestra unas páginas más adelante. Lujo y sexo, joyas y sexo como el trabajo exquisito e irónico de Mireia Sentís. Lujo, herencia y mal gusto como en la obra de Daniela Rossell... y mujeres, muchas mujeres, que fotografían, que miran, que comparten o no, pero que finalmente convierten el lujo y sus símbolos en fotografía.
De deseo y de poder, de exceso, de buen y de mal gusto, de lujo en todos sus sentidos, incluido el sexual, se habla en las siguientes páginas. No sabemos por qué, al final de la historia, parece que los más ricos no son tan afortunados, que el lujo es una demostración básicamente de mal gusto y que el miedo (Immo Klink) empieza a asomar en una sociedad decadente arrinconada por una población cada vez más desinhibida y necesitada, más harta de que los excesos, como la comida y las medicinas, no se repartan de forma equitativa, igualmente, entre todos. Goldberg, en su serie Ricos y Pobres nos demuestra que, finalmente hay cosas que no se pueden comprar, tal vez esas cosas (soledad, vejez, compañía, amor, solidaridad, familia) que no fluctúan en Wall Street, que no se ven afectadas por tener o no tener, son finalmente el verdadero lujo. Al alcance de unos pocos, la envidia de los que no lo llegan a tener nunca.